"¿Qué sucedería si buscáramos por encima de todo servir a los demás en nuestro trabajo y realizando nuestro deber?"
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En el Hyde Park de Londres, durante la vigilia de la beatificación de John Henry Newman, dijo Benedicto XVI: «La vida de Newman nos enseña que la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas». La verdad, que nos hace libres, pide ser testimoniada y escuchada; «y al final su poder de convicción proviene de sí misma y no de la elocuencia humana o de los argumentos que la expongan».
Eso implica que, en nuestro mundo, hay que estar dispuestos en ocasiones a ser «excluido, ridiculizado o parodiado». En todo caso «no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos». Más aún, «cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras deben buscar la gloria de Dios y la extensión de su Reino». Lo que importa es descubrir y realizar la «misión concreta» que cada cristiano tiene y que sólo Jesús conoce.
A los jóvenes, y con referencia al lema de su visita al Reino Unido —la divisa newmaniana cor ad cor loquitur—, les indicaba: «Su corazón está hablando a vuestro corazón». Y llamaba a la generosidad: «Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar. Necesita hombres y mujeres que dediquen su vida a la noble labor de educar, atendiendo a los jóvenes y formándolos en el camino del Evangelio»; como también necesita de la vida religiosa y de los sacerdotes. «Preguntadle al Señor lo que desea de vosotros. Pedidle la generosidad de decir sí. No tengáis miedo a entregaros completamente a Jesús. Él os dará la gracia que necesitáis para acoger su llamada».
En definitiva, se trata de responder que sí a Dios, de modo coherente y no a la defensiva, con autenticidad, venciendo las dificultades con la fe. El Papa lo había dicho ya con referencia a la Iglesia, en el avión que le llevaba al Reino Unido. Los periodistas le preguntaron, teniendo en cuenta el movimiento actual de ateísmo y a la vez los signos de fe religiosa a nivel personal: «¿Es posible hacer algo para que la Iglesia sea una institución más creíble y atractiva para todos?»
Sorprendió que Benedicto XVI respondiera con lo que podríamos llamar una enmienda a la totalidad, por el procedimiento de negar la premisa mayor: «Diría que una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva, estaría ya en un camino equivocado. Porque la Iglesia no trabaja para sí, no trabaja para aumentar los propios números, el propio poder».
Efectivamente. Por un lado, ¿no es la tendencia de cada uno y de cada una el buscar atraer hacia sí, ser centro de admiración o prestigio, poseer al otro o a los otros? ¿No es el afán por aumentar el número de seguidores y la influencia sobre la sociedad, una tendencia típica de los grupos y de las instituciones humanas? Claro que, tratándose de la Iglesia, ¿acaso no debe buscar la adhesión al Evangelio del mayor número posible de personas? ¿Qué hay de malo en ello? Y se podría, responder: nada malo, pero el Papa no se refiere a eso. El problema está en ese buscar «sobre todo» o ante todo la atracción; ponerla en primer lugar, por delante del servicio de la verdad y del amor, que son la razón de ser del servicio evangelizador: ése sería el error.
Lo exponía Benedicto XVI con claridad: «La Iglesia está al servicio de Otro, no está al propio servicio, no está para ser un cuerpo fuerte, sino para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades, las grandes fuerzas de amor y de reconciliación, que han aparecido en esta figura y que vienen siempre de la presencia de Jesucristo».
Jesucristo, su persona, su mensaje y su obra. Esto es lo que explica el servicio de la Iglesia al mundo y a cada persona. Y en eso consiste la trasparencia de la Iglesia: en actuar según lo que es, según su naturaleza. Así ella es auténtica, eficaz y, como consecuencia no buscada en primer lugar, resulta atractiva, porque la santidad nunca deja de atraer.
En palabras del Papa, «la Iglesia no busca ser atractiva, sino que debe ser trasparente para que aparezca Jesucristo. Y en la medida en que no está para sí misma, como cuerpo fuerte y poderoso en el mundo, sino que se hace sencillamente voz de Otro, se convierte realmente en transparencia de la gran figura de Cristo y de las grandes verdades que ha traído a la humanidad, de la fuerza del amor. Si es así, es escuchada y aceptada». En definitiva, «la Iglesia no debería considerarse a sí misma sino ayudar a considerar a Otro, y ella misma debe ver y hablar de Otro y por Otro».
Es esta una luz poderosa para el ecumenismo, pues cuando los cristianos —católicos, anglicanos, etc.— buscan "ante todo" ese servicio, «es entonces cuando la prioridad de Cristo los une y dejan de ser competidores, cada uno buscando el número, sino que están unidos en el compromiso por la verdad de Cristo, que entra en este mundo, y de este modo se encuentran también recíprocamente en un verdadero y fecundo ecumenismo».
Toda una lección de humildad, realismo y profundidad cristiana y teológica, útil también para cada persona y grupo humano. ¿Qué sucedería si buscáramos por encima de todo servir a los demás en nuestro trabajo y realizando nuestro deber?
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra