Dios, rico en misericordia, es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre
Dios Padre se ha revelado en Jesucristo su Hijo como "rico en misericordia". Esta verdad primordial sigue hoy con todo su vigor pues "en la situación actual –dice el Papa como ya hiciera en su día el Concilio- muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia divina".
Descubrir en Cristo el rostro del Padre
El Papa desarrolla su segunda encíclica (30-XI-1980) sobre la misericordia divina revelada en Cristo, el Dios hecho hombre, tal como había apuntado en la primera, donde dibujaba –un año y medio antes- los puntos clave de su gobierno en la Iglesia para vivir con fidelidad su misión: "Ya en mi primera encíclica he tratado de poner de relieve que el ahondar y enriquecer de múltiples formas la conciencia de la Iglesia, fruto del mismo Concilio (Vaticano II), debe abrir más ampliamente nuestra inteligencia y nuestro corazón" (n. 1).
Ya que Cristo dijo en su momento a Felipe, uno de los doce apóstoles, "Felipe..., el que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,8s), el Papa recuerda que en Cristo "conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre... en Cristo y por Cristo..., Dios se hace concretamente «visible» como Padre «rico en misericordia». La Iglesia descubre en Cristo el rostro del Padre, "nos permite «verlo» sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad" (n. 2).
El hombre necesita la misericordia divina
Juan Pablo II se apoya en el texto conciliar de la Gaudium et spes para hacer –tal como señaló en Redemptor hominis, nn. 15 y 16- una mirada de fe al hombre y al mundo actual en el que vive, del que depende y el que tiene en sus manos para hacerlo más o menos adecuado. Esa mirada –fruto de sus muchas horas de oración y meditación personal- descubre, con realismo, sin triunfalismos ni pesimismos inadecuados para un hombre de fe, no sólo signos de esperanza "en un futuro mejor del hombre sobre la tierra, sino que revela también múltiples amenazas que sobrepasan con mucho las hasta ahora conocidas"; un panorama «desolador» ante el que humanamente no hay razones para la esperanza (cf RH,15) por la angustia y el miedo, ante los mismos elementos alcanzados con el progreso. Recuerda las múltiples amenazas del hombre de hoy y con Gaudium et spes dice que "el hombre de hoy sabe muy bien que las fuerzas que él ha desencadenado pueden aplastarle o salvarle" (n.2).
El Papa afirma que, por un lado, el hombre de hoy lamentablemente parece oponerse al Dios misericordioso y pretende arrancar del corazón la misericordia porque le causa desazón (cf n.2). Por otra parte, sorprendentemente, vive inmerso en amenazas e inquietudes que desequilibran su corazón (cf nn.10 y 11): son los frutos de la actual civilización tan desorientada éticamente –pues ha quitado su mirada de Dios- que ha caído en el materialismo, en la subyugación no sólo bélica, sino la de las torturas, la amenaza biológica, así como en la miseria, el subdesarrollo de la mayoría, los cientos de millones de seres humanos que mueren de hambre. A pesar de oírse tantos gritos de hombres exigiendo justicia, sin embargo el Papa recuerda que "no basta la justicia, el "«ojo por ojo»" que era el recurso obsoleto ya del Antiguo Testamento. El problema de hoy es que hay mecanismos defectuosos en la base de la economía y que en nombre de una presunta justicia se aniquila al prójimo, se le mata, se le priva de la libertad, se le despoja de los elementales derechos humanos: ¡Summum ius, summa iniuria!
Preocupa y causa profunda inquietud el acoso y el ocaso de tantos valores (la vida, el matrimonio...): es la degradación de lo desacralizado y el permisivismo moral que suelen acabar en una deshumanización del hombre y de la sociedad (n.12).
Acudir a la misericordia divina
Cristo tiene la misericordia como uno de los temas principales de su predicación (n.3) pero ya en el AT el pueblo judío conocía la plurisecular experiencia de la misericordia de Dios (n.4). La parábola "del hijo pródigo" simplifica, profundiza y lleva a plenitud el concepto de misericordia (n.5).
La misericordia brota del amor del padre (n.6) y no aniquila la justicia: no difama ni ofende la dignidad humana. Supone el perdón pero no rompe la bilateralidad. Un amor a la persona y no a las cosas estropeadas; un amor que es más fuerte que el pecado y perdona toda miseria, todo pecado (nn. 13 y 14). El amor más fuerte que la muerte, más fuerte que el pecado y nos pide (golpeando el corazón) que la apliquemos con Él en los necesitados (n.8).
La misericordia revelada en la cruz y en la Resurrección es la plenitud absoluta, la justicia absoluta; es "el beso entre la misericordia y la justicia cuando María tiene en sus brazos el cadáver. ¡Somos testigos del resucitado, de la misericordia absoluta!" (n.7).
La Iglesia profesa y proclama la misericordia divina
La Iglesia debe profesar la misericordia, introducirla en la vida ajena y encarnarla en la propia: "la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y del Redentor" (n.13). Esa vida -como ya apuntó en su primera encíclica (cf RH, 20)- se encuentra y se potencia en la devoción sincera al Corazón de Jesús, a la Eucaristía y al sacramento de la Penitencia.
Hay que tratar de practicarla pues es el momento del perdón, pero la verdad exige "bilateralidad" para perdonar y pedir perdón. Es imposible la civilización del amor sin la misericordia y sólo con la justicia: "El camino que Cristo nos ha manifestado ... es mucho más rico de lo que podemos observar a veces en los comunes juicios humanos". Sin olvidar que aunque hoy se pretender "liberar de la misericordia las relaciones interhumanas y sociales, y basarlas únicamente en la justicia", sin embargo "la misericordia auténticamente cristiana es la más perfecta encarnación de la igualdad y por consiguiente de la justicia" (n.14).
Hoy también "la misericordia es indispensable... entre aquellos que están más cercanos. No obstante, no halla aquí su término" pues se trata de progresar hacia la "civilización del amor", en expresión de Pablo VI, o de "hacer el mundo más humano", como dijo el Concilio Vaticano II. Se trata de "uno de los deberes principales" que hoy tiene la Iglesia pues en el Padrenuestro reza: "perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
La Iglesia proclama y recurre a la misericordia divina (n.15) con un grito, con poderosos clamores dirigidos a Dios como dice la carta a los Hebreos (- que parece eco del profeta Isaías: ¡clama, no ceses! (Is 58,1)-, con una ferviente plegaria: quiere ser un grito como el de los escritores sagrados al Dios rico en misericordia; como el de los profetas. Ha de ser un "gritar como Cristo en la cruz: ¡Padre, perdónales... a todos sin excepción!: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos". Con corazón materno, la Iglesia así actúa hoy cuando, "aunque hubiese millones de extraviados, ..., aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo diluvio, como lo mereció en su tiempo la generación de Noé" (n. 15).
María, madre de misericordia
La Iglesia recurre así "al amor paterno que Cristo nos ha revelado recordando las palabras del Magnificat de María que proclama la misericordia «de generación en generación». Imploramos la misericordia divina para la generación contemporánea". Juan Pablo II parece hacerse eco del consejo a los primeros cristianos, de acuerdo con las difíciles circunstancias de su tiempo: Acudamos con confianza al trono de la gracia para que consigamos la misericordia (Hb 4,16)
María, Madre de misericordia (n.9) es el apoyo y la esperanza de la Iglesia de hoy porque cree en la profecía del Magnificat y en la maternal tarea de la Madre de Dios y madre delos hombres, que vive fidelísimamente hasta el fin del mundo. Ella arranca a Dios su misericordia que derrama generación tras generación. En Ella y por Ella no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad la misericordia divina.
Almudi.org
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |