En su nueva Encíclica Ut unum sint (Que sean uno), Juan Pablo II, mayo 1995, recuerda: La unidad es voluntad de Dios.... Por esto Dios envió a su Hijo. La víspera del sacrificio de la Cruz, Jesús mismo ruega al Padre por sus discípulos y por todos los que creerían en Él, para que sean una sola cosa, una comunión viviente... Jesús mismo antes de su Pasión rogó al Padre para "que todos sean uno (Jn 17,21) (n. 6). La oración de Cristo, nuestro único Señor, Redentor y Maestro, habla a todos del mismo modo, tanto al Oriente como al Occidente. Esa oración es un imperativo que nos exige abandonar las divisiones para buscar y reencontrar la unidad (n. 65).
La Iglesia pide al Espíritu la gracia de reforzar su propia unidad y de hacerla crecer hacia la plena comunión con los demás cristianos... La oración debe tener prioridad.... Acción de gracias ya que no nos presentamos a esta cita con las manos vacías.... Con la esperanza en el Espíritu; Él nos concede lucidez, fuerza y valor para dar los pasos necesarios (n. 102).
La unidad apremia a la Iglesia
Ut unum sint! Me mueve el vivo deseo de renovar hoy la llamada de Cristo a la unidad de sus discípulos y que el Concilio ecuménico Vaticano II ha renovado con vehemente anhelo. Resuena con fuerza cada vez mayor en el corazón de los creyentes (n. 1). Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica (n. 3) con decisión, convicción y fuerza (n. 8). El papa Pablo VI dio un gran impulso y el papa Juan Pablo I, al inicio de su brevísimo pontificado, manifestó la voluntad de continuar el camino. Es un preciso deber del Obispo de Roma, como sucesor del apóstol Pedro. Yo lo llevo a cabo con la profunda convicción de estar obedeciendo al Señor. Pido encarecidamente que participen los fieles de la Iglesia y todos los cristianos. Junto conmigo, rueguen todos por esta conversión (n. 4).
El Señor me ha concedido a mí proseguir en esta dirección. Algunos de mis viajes apostólicos tienen incluso una "prioridad" ecuménica (n. 71). He afirmado el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia. A la obra de la recomposición de la unidad de los cristianos, me ha parecido necesario reafirmar las convicciones fundamentales que el Concilio infundió en la conciencia de la Iglesia (n. 10).
La unidad está en el designio de Dios
La Iglesia católica sostiene que la comunión de las iglesias es un requisito esencial –en el designio de Dios- para la comunión plena y visible (n. 97). Si nos preguntáramos si todo esto es posible, la respuesta sería siempre: sí. La misma respuesta escuchada por María de Nazaret porque para Dios nada hay imposible. Con san Cipriano: "Dios tampoco acepta el sacrificio del que no está en concordia con alguien, y le manda que se retire del altar y vaya primero a reconciliarse con su hermano" (n. 102).
Esta unidad no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. La unidad dada por el Espíritu Santo –el mismo que asiste al Magisterio y suscita el sensus fidei (n. 80)- no consiste simplemente en el encontrarse juntos unas personas que se suman unas a otras. Los fieles son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión del Hijo y, en Él, en comunión con el Padre. La comunión de los cristianos no es más que la manifestación de la gracia por medio de la cual Dios nos hace partícipes de su propia comunión (n. 9). El ecumenismo no es sólo mero apéndice que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia (n. 20). La búsqueda de la unidad de los cristianos no es un hecho facultativo o de oportunidad, sino una exigencia que nace de la misma naturaleza de la comunidad cristiana (n. 49). Los fieles se sienten profundamente interpelados por el Señor de la Iglesia (n. 10). En esta materia tan importante y delicada, es necesario que los pastores instruyan con atención a los fieles para que éstos conozcan con claridad las razones precisas (n. 58).
La unidad es necesaria para la evangelización
La Iglesia católica basa en el designio de Dios su compromiso ecuménico de congregar a todos en la unidad pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión (n. 5). "Que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea". La división de los cristianos está en contradicción con la verdad que ellos tienen, la misión de difundir… ¿cómo anunciar el Evangelio de la reconciliación sin comprometerse al mismo tiempo en la obra de la reconciliación de los cristianos? (n. 98).
Es necesaria una sosegada y limpia mirada de verdad, vivificada por la misericordia divina, capaz de librar los espíritus y suscitar en cada uno una renovada disponibilidad precisamente para anunciar el Evangelio a los hombres de todo pueblo y nación (n. 2). Pienso en el grave obstáculo que la división constituye para el anuncio del Evangelio. Se trata de uno de los imperativos de la caridad. No es sólo una cuestión interna. Que la unidad llegue a ser un signo siempre más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la humanidad (n. 99).
La fraternidad no es la consecuencia de un filantropismo liberal o de un vago espíritu de familia. Es mucho más que un mero acto de cortesía (n. 42). Esta cooperación que se inspira en el Evangelio mismo, nunca es para los cristianos una mera acción humanitaria (n. 75).
Los creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos. Deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida (n. 1).
Cargar con la propia responsabilidad en la ruptura
Reconocer juntos con sincera y total objetividad los errores cometidos y los factores contingentes que intervinieron en el origen de sus lamentables separaciones (n. 2). El diálogo ecuménico es "diálogo de conversión" y, por tanto, "diálogo de salvación". El diálogo no puede desarrollarse siguiendo una trayectoria exclusivamente horizontal, limitándose al encuentro, al intercambio de puntos de vista, o incluso de dones propios de cada Comunidad. Tiende también y sobre todo a una dimensión vertical que lo orienta hacia Aquel, Redentor del mundo y Señor de la historia, que es nuestra reconciliación (n. 35).
Además de las diferencias doctrinales que hay que resolver, los cristianos no pueden minusvalorar el peso de las incomprensiones ancestrales que han heredado del pasado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, además, la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco agravan esta situación (n. 2). La Iglesia no olvida que muchos en su seno ofuscan el designio de Dios; no ignora la "culpa de los hombres por ambas partes" (UUS, 3) (n. 11).
Se requieren esfuerzos por eliminar palabras, juicios y acciones que no responden, según la justicia y la verdad, a la condición de hermanos separados. Es criterio indispensable la reciprocidad para pasar de una situación de antagonismo y de conflicto, presuponer una voluntad de reconciliación en su interlocutor (n. 29). Esta ampliación de la terminología traduce una notable evolución de la mentalidad (n. 41).
La conversión de los corazones y la oración llevarán a la necesaria purificación de la memoria histórica, con la gracia del Espíritu Santo, animados por el amor, por la fuerza de la verdad y por la voluntad sincera de perdonarse mutuamente y reconciliarse (n. 2). El Concilio pone de relieve la necesidad de la conversión interior, tanto la personal como la comunitaria (n. 15). No sólo se deben perdonar y superar los pecados personales, sino también los sociales, es decir, las "estructuras" mismas de pecado que han contribuido y pueden contribuir a la división y a su consolidación (n. 34).
Conocimiento mutuo de los dones de Dios
Fuera de la Comunidad Católica no existe el vacío eclesial. Muchos elementos de gran valor (eximia) que son parte de los medios de salvación y de los dones de gracia, se encuentran en las otras Comunidades cristianas (n. 13). El diálogo es siempre un intercambio de dones (n. 28). Unos exponen a los otros las verdades que han encontrado o piensan haber encontrado; todos adquieren un conocimiento más auténtico y una estima más justa de la doctrina y de la vida de cada Comunidad (n. 32). El ecumenismo ayuda a descubrir la insondable riqueza de la verdad; el ecumenismo auténtico es una gracia de cara a la verdad (n. 38).
Ya no se consideran como enemigos o extranjeros sino hermanos y hermanas (n. 42). Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de los otros que dan testimonio de Cristo (n. 47). Descubrir lo que Dios realiza en quienes pertenecen a otras iglesias o comunidades; tomar conciencia del testimonio que los otros cristianos ofrecen a Dios y a Cristo. El Concilio Vaticano II señaló que los bienes presentes en los otros cristianos pueden contribuir a la edificación de los católicos. Todo lo que es verdaderamente cristiano no se opone nunca a los bienes auténticos de la fe (n. 48). El reconocimiento de los elementos salvíficos que se encuentran en las otras iglesias y comunidades eclesiales son bienes de la Iglesia de Cristo (n. 49).
Si nos ponemos ante Dios, tenemos ya un martirologio común, también con los mártires de nuestro siglo, más numerosos de lo que se piensa. Mártires para todas las Comunidades cristianas (n. 84). Se ha producido como una comunicación de riqueza de la gracia que está destinada a embellecer la koinonia (n. 85).
De las Iglesias de Oriente se reconoce su gran tradición litúrgica y espiritual, con la convicción de que la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario, aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión (n. 50). La perspectiva que debe seguirse para buscar la comunión plena es aquella de la unidad en la legítima diversidad (n. 54). Las estructuras de unidad antes de la división son un patrimonio de experiencia que guía nuestro camino (n. 56).
Las Comunidades surgidas de la Reforma poseen una característica occidental común (n. 65). Cristianos que confiesan públicamente a Jesucristo; hermanos que cultivan el amor y la veneración a las Sagradas Escrituras. Además el sacramento del Bautismo que tenemos en común (n. 66). Al conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión con Cristo se significa la vida y esperan su venida gloriosa (n. 67). Algunas han abandonado la costumbre de celebrar su liturgia de la Cena en contadas ocasiones y han optado por una celebración dominical. Siempre, a nivel ecuménico, se ha dado un relieve muy especial a la liturgia y a los signos litúrgicos: imágenes, iconos, ornamentos, luces, incienso, gestos (n. 45).
La vida cristiana de estos hermanos se manifiesta en la oración privada, en la meditación bíblica, en la vida de familia cristiana, en el culto de la comunidad congregada para alabar a Dios. Por otra parte, su culto presenta, a veces, elementos notables de la antigua liturgia común. No se limita a estos aspectos espirituales, morales y culturales, sino que se extiende su consideración al vivo sentimiento de la justicia y a la caridad sincera hacia el prójimo; no olvida tampoco sus iniciativas para hacer más humanas las condiciones sociales de la vida y para restablecer la paz. Todo esto con la sincera voluntad de adherirse a la palabra de Cristo como fuente de la vida cristiana (n. 68).
No se trata de "estar de acuerdo" en la doctrina
No se trata de poner juntas todas las riquezas diseminadas en las Comunidades cristianas a fin de llegar a la Iglesia deseada por Cristo. Los elementos de esta Iglesia ya existen, juntos en su plenitud, en la Iglesia Católica (n. 14). El camino de la Iglesia se inició en Jerusalén el día de Pentecostés y todo su desarrollo original en la oikoumene de entonces se concentraba alrededor de Pedro y de los Once. La única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica (n, 86).
No se trata de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir en ellos palabras esenciales, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy (n. 18). Sin embargo la doctrina debe ser presentada de un modo que sea comprensible para aquellos a quienes Dios la destina. La verdad de fe está destinada a todas las culturas (n. 19). Se presenta toda la doctrina con claridad; al mismo tiempo se exige que el modo y el método de enunciar la fe católica no sea obstáculo para el diálogo con los hermanos. Debe evitarse absolutamente toda forma de reduccionismo o de fácil "estar de acuerdo" (n. 36). El ecumenismo implica que esté verdaderamente presente todo el contenido y todas las exigencias de la "herencia transmitida por los Apóstoles". Sin eso, la plena comunión no será posible (n. 78).
Cuánto camino nos separa todavía del feliz día que podamos concelebrar en concordia la sagrada Eucaristía del Señor, el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados (n. 77). La Iglesia Católica es consciente de haber conservado el ministerio del Sucesor del apóstol Pedro, el Obispo de Roma, que Dios ha constituido como "principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad". El servus servorum Dei preserva el riesgo de separar la potestad del ministerio (n. 88). La función del Obispo de Roma no separa de la misión confiada a todos los Obispos, también ellos "vicarios y legados de Cristo". El Obispo de Roma pertenece a su "colegio" y ellos son sus hermanos en el ministerio. Soy consciente… estoy convencido de tener una responsabilidad particular al escuchar la petición de encontrar una forma de ejercicio del Primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva (n. 95). Es necesario que la plena comunión tenga su expresión visible en un ministerio en el cual todos los obispos se sientan unidos en Cristo y todos los fieles encuentren la confirmación de la propia fe (n. 97).
Múltiples ámbitos de colaboración mutua
En la oración se fundamenta y encuentra su fuerza el diálogo, paso obligado del camino a recorrer. No es sólo un intercambio de ideas (n. 28). Por una parte la oración es la condición para el diálogo, por otra llega a ser su fruto (n. 33). El diálogo es un instrumento natural para confrontar puntos de vista, examinar divergencias que obstaculizan, afrontar las subjetivas dificultades teológicas, culturales, psicológicas y sociales (n. 36). Será de gran ayuda atenerse metodológicamente a la distinción entre el depósito de la fe y la formulación con que se expresa, como recordaba el papa Juan XXIII en el discurso pronunciado en la apertura del Concilio Vaticano II (n. 80).
El ecumenismo exige desde ahora cualquier colaboración práctica en los diversos ámbitos: pastoral, cultural, social, e incluso en el testimonio del mensaje del Evangelio… es una epifanía de Cristo mismo (n. 40). Se prestan edificios de culto, se ofrecen becas de estudio para la formación de ministros carentes de medios, se interviene ante las autoridades civiles para defender a otros cristianos injustamente acusados (n. 42). He dado gracias a Dios (…) hoy constato con satisfacción que la ya basta red de colaboración ecuménica se extienda cada vez más. Cuando nuestra mirada recorre el mundo, la alegría invade nuestro ánimo (n. 43).
Adoptan conjuntamente posiciones sobre problemas importantes que afectan a la vocación humana, la libertad, la justicia, la paz y el futuro del mundo… elementos constitutivos de la misión cristiana. Numerosos cristianos participan juntos en proyectos audaces que pretenden cambiar el mundo… los pobres, los marginados, los indefensos… hay un vivo sentido de la justicia y una sincera caridad para con el prójimo… es un terreno fértil para una colaboración dinámica… instituciones para aliviar la miseria espiritual y corporal, para cultivar la educación de la juventud, para humanizar las condiciones sociales de vida, para consolidar la paz en el mundo (n. 74). ¿Acaso no creemos en Jesucristo, Príncipe de la paz? Los cristianos están cada vez más unidos en el rechazo de la violencia, de todo tipo de violencia, desde la guerra a la injusticia social. Lo consideran relacionado íntimamente con el anuncio del Evangelio y con la venida del Reino de Dios (n. 76).
El alma del ecumenismo es la oración
Los progresos de la conversión ecuménica… pienso ante todo en un hecho tan importante como son las traducciones ecuménicas de la Biblia, traducciones comunes, obra de especialistas, (que) ofrecen generalmente una base segura para la oración y la actividad pastoral (n. 44).
Es un motivo de alegría recordar que los ministros católicos pueden, en determinados casos particulares, administrar los sacramentos de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de enfermos a otros cristianos que los pidan libremente y manifiesten la fe que la Iglesia Católica confiesa en estos sacramentos.
Recíprocamente, en determinados casos y por circunstancias particulares, también los católicos pueden solicitar estos mismos sacramentos a los ministros de aquellas Iglesias en que sean válidos (n. 46).
Se avanza en el camino que lleva a la conversión de los corazones, según el amor que se tenga a Dios y, al mismo tiempo, a los hermanos. El amor es artífice de comunión entre las personas y las comunidades. El amor se dirige a Dios como fuente perfecta de comunión para encontrar la fuerza de suscitar esta misma comunión –la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo-, entre las personas y entre las comunidades.
Este amor halla su expresión más plena en la oración común. "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Cristo está realmente presente en la comunión de oración (n. 21). En la oración nos reunimos en nombre de Cristo que es Uno. Deberíamos volver siempre a reunirnos en el Cenáculo del Jueves Santo, en la única celebración de la Eucaristía (n. 23). Ciertamente a causa de las divergencias relativas a la fe, no es posible todavía concelebrar la misma liturgia eucarística (n. 45).
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