(cuatro partes)
El trabajo, clave de la cuestión social (I)
Rafael Gómez Pérez. Aceprensa, servicio 147/81 (30 septiembre 1981)
Laborem exercens es uno de los documentos que |harán historia en el siglo XX. Dentro del mundo de las encíclicas es un caso ejemplar de claridad y de profundidad de visión. Lo que para algunos parecía muerto -la "doctrina social de la Iglesia"- revive con un vigor que no tiene hoy ninguna corriente de pensamiento.
Atreverse a leer
Todo esto se revela con extrema claridad cuando el documento es leído reposadamente, sin prisas. Y, más que leído, meditado. Juan Pablo II, como suele hacer, entra claramente en el terreno de la filosofía y del pensamiento. Y es que sin pensamiento no hay práctica.
Por todo esto, el primer comentario que despierta la Laborem exercens es la invitación a leerla. Después viene algo más difícil: que ese documento esencial sirva de motor para una acción libre, pluralista y enérgica en el mundo del trabajo y de la economía. El Papa se atreve a dar como posible un cambio drástico, en el sentido de un mayor respeto por la dignidad del hombre. En algunos momentos alguien podría pensar que roza la utopía. Pero no es utopía; es esperanza.
Las atribuciones
A los pocos días de salir la encíclica, las referencias habían casi desaparecido en los medios de información. Se había comentado, muy por encima, el contenido. Se había registrado el eco en determinadas personas e instituciones.
Una muestra de la superficialidad con que, en muchas partes, ha sido acogida esta encíclica es el muestrario que ya se puede confeccionar con reacciones de tipo político. Ya veremos más adelante cómo la parte más comentada de la encíclica no se puede entender sin lo que es central: una filosofía y una teología del trabajo. Sobre esto se ha resbalado, para ver, fuera de todo contexto, qué dice el Papa de la huelga, de la cogestión, de los sindicatos... Y así se llega fácilmente a un espectáculo hasta cierto punto divertido.
En España, la UGT de Valencia comenta, como de pasada, que Laborem exercens es "pura teoría marxista". En esa declaración la UGT no se puso de acuerdo con su secretario, Nicolás Redondo, para quien "el soporte ideológico de la encíclica nos resulta inservible". Como es difícil pensar que la inutilidad derive de que la encíclica sea marxista, cabe concluir que, una vez más, estamos -en el mejor de los casos- ante una lectura precipitada.
Para L'Unitá, órgano oficial del comunismo italiano, "en ciertos momentos, la encíclica se aproxima y hasta cruza nuestra propia reflexión". No piensa lo mismo, naturalmente, L’Aurore, diario francés de derecha. Es todo una cosa polaca y sólo se entiende para Polonia... Por fortuna para la encíclica, Comisiones Obreras, el sindicato comunista español, no está de acuerdo ni con L'Unitá ni con L'’Aurore, ya que, dice, "en el fondo lo que nos separa de la encíclica es la lucha de clases que para nosotros tiene plena vigencia y que para la Iglesia tiene que ser suprimida".
Así podríamos continuar el catálogo de las reacciones, pero la muestra puede bastar...
Estructura de la encíclica
La Laborem exercens tiene una estructura muy meditada y clarísima. Después de la Introducción (números 1-3) en el que se centra el tema (El trabajo) en continuidad con la anterior doctrina social de la Iglesia, hay cuatro partes. La primera (II- El trabajo y el hombre) está unida teóricamente con la cuarta (V. Elementos para una espiritualidad del trabajo). La segunda (III. Conflicto entre trabajo y capital en la presente fase histórica) se une con la tercera (IV. Derechos de los hombres del trabajo).
Para una inteligencia profunda de la encíclica yo sugeriría leerla también (es decir, no exclusivamente) por ese orden. Unir lo que el Papa dice sobre el trabajo y el hombre con lo que afirma sobre la espiritualidad del trabajo. Y, a esa luz, ver los otros apartados en los que, al hablar explícitamente, de la presente fase histórica se sacan conclusiones no exactamente coyunturales, pero que podrían cambiar si la filosofía y teología de la segunda y cuarta parte se pusiesen realmente en práctica.
Llamado al trabajo
El hombre está llamado al trabajo: éste es el leit-motiv de la encíclica. El trabajo es"una de las características que distingue al hombre del resto de las criaturas". La centralidad del tema aparece en la frase de que el trabajo "constituye en cierto modo su misma naturaleza" (del hombre). Aquí se ha querido ver una coincidencia con Marx para quien el hombre no es creado, sino que se crea a sí mismo por el trabajo, "es" trabajo. ¿Cómo se puede olvidar que la diferencia es esencial? Lo que afirma Juan Pablo II, con toda la tradición de la Iglesia, es que el hombre es creado por Dios y que, por la creación, se da ya una llamada al trabajo, antes del pecado original. Por eso, el trabajo no es castigo, sino vocación. Ya aquí se podría conectar con la parte dedicada por el Papa a la espiritualidad del trabajo, pero dejemos ese análisis para otro artículo.
Dirigirse al hombre
"Si en el presente documento volvemos de nuevo sobre este problema (...) no es para recoger y repetir lo que ya se encuentra en las enseñanzas de la Iglesia, sino más bien para poner de relieve -quizá más de lo que se ha hecho hasta ahora- que el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre" . Vuelve así Juan Pablo II a la clave de todo su pontificado: dirigirse al hombre, a cualquier hombre, a todo hombre, para que se dé cuenta de que su origen, su grandeza y su destino están en Dios.
Así se entiende que, antes de abordar las relaciones de capital y trabajo en la presente fase histórica, quiera profundizar sobre qué es el trabajo a la luz de lo que es el hombre. El trabajo es una "dimensión fundamental de la existencia del hombre en la Tierra". Y "la Iglesia saca esta convicción sobre todo de la fuente de la Palabra de Dios revelada y por ello lo que es una convicción de la inteligencia adquiere a la vez el carácter de una convicción de la fe". No se puede separar una cosa de la otra. La misma Iglesia que "cree en el hombre" , por eso mismo, "trata de expresar los designios eternos y los destinos trascendentes que el Dios vivo, Creador y Redentor ha unido al hombre.
Si no se olvida esto, Laborem exercens aparece como algo perfectamente nítido, trabado, humano y divino.
La encíclica "Laborem exercens" (II)
Lo humano y lo divino en el trabajo
Por Rafael Gómez Pérez. Aceprensa, servicio 148/81 (7 octubre 1981)
Comentábamos en el primer artículo (servicio 147/81) que en la encíclica no es posible separar la filosofía de la teología del trabajo. La llamada al trabajo coincide con la llamada a la santidad. No es una conexión precipitada.
Basta leer la encíclica. Un texto de la primera parte: "El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su creador de someter y dominar la Tierra. En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, refleja la acción misma del creador del Universo".
La dimensión sobrenatural
Ese texto se enlaza con cualquier otro de la última parte: "Elementos para una espiritualidad del trabajo". Por ejemplo, con éste: "El cristiano que está en actitud de escucha de la Palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa el trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio".
Juan Pablo II se sirve en esta última parte de la encíclica de numerosos textos del Concilio Vaticano II. Como glosa de esta unión son oportunas unas palabras, pronunciadas en 1974, por el entonces Cardenal Wojtyla: "¿De qué modo, al construir la faz de la tierra, reflejará en ella el hombre su rostro espiritual? Podemos responder con la feliz expresión, tan familiar a tantos hombres del mundo entero, que suele utilizar desde hace muchos años Monseñor Escrivá de Balaguer Fundador del Opus Dei: santificando el trabajo, santificándose en el trabajo, santificando a los demás con el trabajo".
La profundización humana y cristiana en el trabajo de cada hombre, de todo hombre, adquiere de este modo los signos de una revolución espiritual. En este sentido preciso: no se separa lo humano de lo divino, a la vez que se reconoce el pluralismo de opciones en todas las cuestiones y temas que han de ser hechos, que han de estar encarnados.
Inconsistencia del materialismo
En esta perspectiva se comprende cómo el rechazo por parte de Juan Pablo II de cualquier tipo de materialismo no es una postura "historicista" y mucho menos coyuntural. El materialismo -cualquiera que sea su signo- hace inviable la unión de lo humano y lo divino en el trabajo. "En la época moderna, desde el comienzo de la era industrial, la verdad cristiana sobre el trabajo debía contraponerse a las diversas corrientes del pensamiento materialista y economicista".
Cuando se defiende una concepción del hombre en la que nada puede traspasar lo material (y, como se sabe, hay muchas clases de materialismo), no se puede entender el misterio de un Dios que trabaja. Y es, precisamente, ese misterio el que es evocado por el Papa. "El cristianismo, ampliando algunos aspectos ya contenidos en el Antiguo Testamento, ha llevado a cabo una fundamental transformación de conceptos, partiendo de todo el contenido del mensaje evangélico y, sobre todo, del hecho de que aquel que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente Evangelio del trabajo, que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva".
Sentido del trabajo
Esta insistencia en lo personal puede glosarse también con unas palabras de Mons. Escrivá de Balaguer, en 1967, a la revista Time: "Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que se pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. El trabajo no es sólo uno de los más altos valores humanos y medio con el que los hombres deben contribuir al progreso de la sociedad: es también un camino de santificación". Lo que Juan Pablo II llama "el trabajo en sentido subjetivo" es o puede ser el motor de una nueva visión de la realidad, que termine con una serie de clichés ya demasiado manidos.
La idea central de que el hombre está debajo de todo -y que ese hombre concreto se mira en el Dios que se hizo Hombre- constituye una medida para valorar las sucesivas realizaciones históricas. no se trata, por tanto, de un juicio político, sino ético. Sin entender esto, las palabras del Papa sobre la huelga, el papel de los sindicatos, la gestión de las empresas y otros temas similares aparecerán fuera de contexto. Valga sólo un ejemplo. Cuando se habla de la prioridad del trabajo sobre el capital no se dice nada más que esto: que cualquier capital es, en última instancia, consecuencia de un trabajo. Por eso, lo que el hombre crea o fabrica no puede aplastar al hombre, sea cual sea la forma política en la que esto ocurra.
Con palabras de Juan Pablo II: "Si el proceso mismo de ‘someter la tierra', es decir, el trabajo bajo el aspecto de la técnica, está marcado a lo largo de la historia y, especialmente en los últimos siglos, por un desarrollo inconmensurable de los medios de producción, entonces éste es un fenómeno ventajoso y positivo, a condición de que la dimensión objetiva del trabajo no prevalezca sobre la dimensión subjetiva, quitando al hombre o disminuyendo su dignidad y sus derechos inalienables".
Ser y no solo tener
El trabajo, en cuanto camino de santificación, devuelve por así decirlo el primado al hombre sobre las cosas. Con palabras de la Constitución Gaudium et spes el Papa dice: "El hombre vale más y por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos". Juan Pablo II añade: "Esta doctrina sobre el problema del progreso y del desarrollo -tema dominante en la mentalidad moderna- puede ser entendida únicamente como fruto de una comprobada espiritualidad del trabajo y sólo en base a tal espiritualidad puede realizarse y ser puesta en practica".
Estas son algunas reflexiones que suscita la encíclica. Todo está en función de una visión humana y divina a la vez. Ese es el ángulo justo para entenderla. Quizá así se explica cómo la mayoría de los comentarios hayan sido extemporáneos, se hayan fijado en lo que puede "tener" repercusiones inmediatas, descuidando lo que "es" esencial, ese "Evangelio del trabajo" del que no puede prescindir ningún cristiano.
Trabajo y capital en la "Laborem exercens"
Mas allá de una "tercera vía"
Por Ignacio Aréchaga. Aceprensa, servicio 157/81 (21 octubre 1981)
Un síntoma del desconocimiento de la doctrina social de la Iglesia es el afán de presentarla como una "tercera vía" entre capitalismo y socialismo. En tal caso todo análisis se reduce a ver si toma más elementos de un sistema o de otro, si discurre más cerca o más lejos de cualquiera de las dos vías. En cambio, el capítulo que la "Laborem exercens" dedica al conflicto entre trabajo y capital, muestra que la doctrina social de la Iglesia se refiere al hombre real, no a la entelequia de las ideologías.
Con el metro de la dignidad del hombre
Desde el inicio de su pontificado, Juan Pablo II insiste en que la Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Para cumplir su misión no necesita tomar prestados conceptos y métodos procedentes de ideologías humanas, pues la verdad antropológica radical es la del hombre como imagen de Dios. De ahí que la doctrina social de la Iglesia se sitúe por encima de los sistemas económicos. No ofrece una "tercera vía", que podría ser tan utópica y tan falible como las otras, sino unos criterios éticos para juzgar las múltiples vías en que puede organizarse el orden social del trabajo.
En la raíz, una idea clave expuesta en la primera parte de la encíclica (cfr. servicios 147 y 148/81), que trastoca el modo habitual de valorar el trabajo: aunque algunos trabajos puedan tener un valor objetivo más o menos grande, "cada uno de ellos se mide sobre todo con el metro de la dignidad (...) del hombre que lo realiza". Con criterios a ras de tierra, el trabajo suele medirse con el metro del dinero, del poder o de la autoafirmación que proporciona. Pero, cara al destino último del hombre, una cumbre profesional puede ser una bajeza, y un trabajo humilde puede ser una cumbre a los ojos de Dios. Todo dependerá de que ese trabajo eleve o degrade al hombre -en lo material y en lo espiritual-, tanto por la actitud del hombre ante el trabajo como por el modo de organizar el proceso productivo. De ahí nace "la obligación moral de unir la laboriosidad como virtud con el orden social del trabajo, que permitirá al hombre hacerse más hombre en el trabajo, y no degradarse a causa del trabajo".
Primacía del hombre en el trabajo
Dentro de estas coordenadas se mueven los principios expuestos por Juan Pablo II respecto a las relaciones entre trabajo y capital. Si el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre que lo realiza, es lógico que el Papa afirme la prioridad del trabajo sobre el capital, es decir, la primacía de las personas que trabajan sobre el conjunto de medios de producción que utilizan.
Este principio, "enseñado siempre por la Iglesia", chocó y choca con las diversas corrientes de pensamiento "materialista" y "economicista" que despersonalizan el trabajo y le privan por tanto de su dignidad. Así ocurrió en el capitalismo primitivo, donde el trabajo se entendía como una especie de mercancía, lo cual provocó una reacción del mundo obrero contra esta degradación, respuesta que el Papa -siguiendo las huellas de sus predecesores- califica de justificada. Juan Pablo II señala que hoy día se valora de modo más humano el trabajo, pero advierte que aquel error "puede repetirse dondequiera que el hombre sea tratado de alguna manera a la par de todo el complejo de medios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdadera dignidad del trabajo", o sea, como sujeto y fin del proceso productivo.
Compenetración de trabajo y capital
Un segundo principio, consecuencia del anterior, es que no se puede contraponer el trabajo y el capital como elementos antagónicos, "ni menos aún los hombres concretos que están detrás de estos conceptos". Juan Pablo II excluye así cualquier planteamiento que lleve a la explotación del hombre en el trabajo y a la lucha de clases. La antinomia entre trabajo y capital, dice, no responde a la estructura del proceso de producción, sino que ha tenido lugar en la mente humana, en el error del economicismo, que considera el trabajo sólo según su finalidad económica, y del materialismo teórico o práctico, que cuenta sólo con lo material para apagar las necesidades humanas.
Por eso el Papa descarta también el materialismo dialéctico, como doctrina contraria a la dignidad humana, ya que en ella el hombre "es entendido y tratado como dependiendo de lo material, como una especie de resultante de las relaciones económicas y de producción predominantes en una determinada época".
Juan Pablo II defiende la compenetración recíproca entre trabajo y capital, como algo exigido por la misma naturaleza de las cosas. Solo así podrá superarse esa visión conflictiva, y por lo tanto perjudicial para el hombre, que ha encontrado su expresión ideológica en el conflicto entre capitalismo y socialismo. Estas dos concepciones materialistas, hijas ambas de la filosofía de la Ilustración, han roto esta imagen coherente del trabajo humano, donde debe afirmarse siempre la primacía de la persona sobre las cosas.
Para que la propiedad sirva al trabajo
Este criterio "personalista" es también la piedra de toque en las reflexiones del Papa sobre la propiedad. No es competencia de la Iglesia definir qué sistema de propiedad es más eficaz en lo económico. Lo que sí puede decir es a qué criterios debe responder la gestión de toda propiedad -ya sea privada o pública- para favorecer la dignidad del hombre en el trabajo.
Juan Pablo II confirma la doctrina de la Iglesia sobre el derecho a la propiedad privada, "incluso cuando se trata de los medios de producción". Pero indica que "la tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho como absoluto e intocable", sino subordinado "al derecho al uso común, al destino universal de los bienes". Hay tanta ignorancia sobre la doctrina social de la Iglesia que esto puede sonar a innovación, cuando es algo que siempre han repetido los documentos pontificios y era ya enseñado por Santo Tomás -a quien el Papa cita- allá por el siglo XIII.
Cuando la Iglesia defiende este derecho no aboga por un modo determinado de regulación de la propiedad. Sencillamente constata que el reconocimiento del derecho-de propiedad y el empeño por difundirla es un medio para que el hombre se sienta responsable de su trabajo. Pero, bien entendido que la posesión del capital debe servir al trabajo, de modo que todos los que están relacionados con esa propiedad han de poder beneficiarse de sus frutos, y se respete así el destino universal de los bienes. La propiedad es un derecho para cumplir un deber.
Los equívocos de la "socialización"
Nada tiene que ver esta postura con el rígido capitalismo, que concibe la propiedad como un fin en sí mismo, ni con el colectivismo marxista que pretende zanjar el problema "mediante la eliminación apriorística de la propiedad privada de los medios de producción". En determinadas circunstancias, "en consideración del trabajo humano y del acceso común a los bienes destinados al hombre", no cabe excluir la socialización de ciertos medios de producción.
Pero el Papa advierte algo que la experiencia histórica confirma: "El mero paso de los medios de producción a propiedad del Estado, dentro del sistema colectivista, no equivale ciertamente a la socialización de esta propiedad". Es más, tal cambio no excluye el riesgo de una acumulación de poder en manos de un nuevo grupo, que monopolice la administración y disposición de esos bienes, "no dando marcha atrás ni siquiera ante la ofensa a los derechos fundamentales del hombre". Aquí, lo que el Papa ha conocido en su patria corrobora un peligro que la Iglesia avizoró antes de que los desengañados del colectivismo empezaran a pensar en un socialismo "con rostro humano".
Copartícipe de una tarea común
El criterio decisivo es que el trabajo –ya se encuentre en un sistema basado en el principio de propiedad privada o en uno que lo ha limitado radicalmente- "sea consciente de que está trabajando en algo propio", que no es un simple instrumento de producción ni una pieza en un engranaje burocrático movido desde arriba. Para ello no basta sólo una justa remuneración, sino también unas condiciones de trabajo que le permitan aparecer como corresponsable y copartícipe en esa tarea común.
El Papa no da fórmulas para lograr esta aspiración, que siempre estarán sujetas a las mudables circunstancias históricas. Se hace eco de las propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión o en los beneficios de la empresa, al llamado "accionariado" del trabajo y a otras semejantes. Cada una deberá revelar su eficacia para conseguir que "cada persona tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller del trabajo en el que se compromete con todos".
Por encima de las ideologías
Juan Pablo II, a diferencia de tanto ideólogo de carril único, no absolutiza estas soluciones. Simplemente sugiere, en línea también con la anterior doctrina social de la Iglesia, que un camino podría ser el de "asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a 1a propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades económicas, sociales, culturales", cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respecto a los poderes públicos y donde las personas puedan tomar parte activa en la vida de la comunidad. Un criterio que podrá plasmarse en múltiples fórmulas, según las circunstancias históricas y económicas imperantes en cada lugar.
Una vez más, Juan Pablo II pasa por encima de las barreras ideológicas y geográficas para dirigirse al hombre concreto que gasta una gran parte de su vida en el trabajo. Su encíclica es una invitación a buscar modos flexibles y originales de organización del trabajo, no lastrados por rigideces ideológicas. Dentro de la doctrina social de la Iglesia, Laborem exercens quedará como un documento tradicional y progresista: un paso adelante apoyado en la doctrina anterior y sin cambiar de rumbo.
Un trabajo que no perjudique sus responsabilidades familiares
"Laborem exercens": la mujer y el trabajo
Por Rafael de los Ríos. Aceprensa, servicio 176/81 (18 noviembre 1981)
Cuando se habla del papel de la mujer en la sociedad actual las diversas ideas mantienen a veces excesivo apasionamiento y resulta difícil entablar un diálogo que no concluya en una batalla de posturas radicales. Frente a este radicalismo de opiniones, el magisterio de Juan Pablo II sobre el tema, reflejado en su última encíclica, destaca por su profundidad y realismo. El Papa se refiere, como siempre, no a la mujer "en general" -a esas abstracciones creadas por las ideologías- sino a la mujer concreta, real.
El salario familiar
La mujer, casada o soltera, está llamada al trabajo, debe participar de manera responsable y libre en las grandes tareas de hoy. El problema se plantea cuando se trata del trabajo de la madre fuera del hogar. Muchos aspectos entran aquí en juego y hay que examinarlos serenamente, con realismo.
En el apartado dedicado a esta cuestión en la Laborem exercens, Juan Pablo II comienza reclamando el derecho a una justa remuneración por el trabajo de la persona adulta que tiene responsabilidades familiares. En este sentido, escribe: "Tal remuneración puede hacerse bien sea mediante el llamado salario familiar -es decir, un salario único dado al cabeza de familia por su trabajo y que sea suficiente para las necesidades de la familia sin necesidad de hacer asumir a la esposa un trabajo retribuido fuera de casa-, bien sea mediante otras medidas sociales, como subsidios familiares o ayudas a la madre que se dedica exclusivamente a la familia, ayudas que deben corresponder a las necesidades efectivas, es decir, al número de personas a su cargo".
Revalorizar las funciones maternas
Como se desprende de este texto, el trabajo del hogar es considerado por Juan Pablo II como una actividad profesional que implica, por tanto, una remuneración a través de "medidas sociales" en proporción al número de hijos. Una mujer sin hijos, en cambio, es lógico que trabaje fuera de casa y que sea remunerada por la vía del salario. Esto es, en el fondo, lo que se quiere realizar en muchos países como Francia, donde las madres con tres o más hijos tienen ya derecho a una pensión de jubilación, además de otras ayudas familiares cada vez más elevadas (cfr. servicio 6/81).
Estas decisiones de los diversos gobiernos tienen como fin mejorar el estatuto de las madres y facilitar su dedicación a la familia. "La experiencia confirma -subraya el Papa- que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga que conllevan y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas".
La resaca de la liberación femenina
En los países del Este, los soviéticos que pretendieron llevar a la práctica las tesis de Engels dieron marcha atrás muy pronto. La idea de "emancipar" a la mujer -que exigía, en palabras de Engels, "la vuelta de todo el sexo femenino a la industria pública"- provocó un desbarajuste general en la URSS. No hace mucho, han entrado en vigor nuevas leyes para prohibir que la mujer trabaje en 460 ocupaciones especialmente duras que, a partir de ahora, quedan reservadas a los hombres. Por otra parte, al comprobar que la sobrecarga de trabajo de la mujer aumenta los problemas sociales y deprime aún más la natalidad, los soviéticos tratan hoy de realzar el papel de la mujer como madre. Pese a su ideología materialista, la fuerza de la realidad se impone: una madre que trabaja ochenta horas semanales -el varón, en cambio, trabaja sólo cincuenta- difícilmente puede cumplir con eficacia sus tareas familiares (cfr- servicio 12/81).
Mientras las mujeres rusas no han considerado nunca esa doble jornada laboral -fuera y dentro de casa- como una liberación, en Occidente todavía existen movimientos feministas que persisten en ese empeño. Por eso afirmaba el Papa a los participantes del V Congreso Internacional de la Familia: "Algunas tratan de buscar una solución en los movimientos que pretenden 'liberarlas', aunque sería preciso preguntar de qué liberación se trata, y no entenderla como la evasión de su vocación específica de madre y esposa, ni la imitación uniformante de su compañero masculino".
No son pocas las feministas que ya están de vuelta de esos planteamientos. Christiane Collange, que se distinguió como paladín de la liberación de la mujer mediante el trabajo fuera de casa, manifestó después sus dudas en su conocido libro Quiero volver al hogar (cfr. servicio 31/79). Subrayaba que, con unas jornadas de doce horas, ha aumentado el agobio de la mujer casada: más que "liberada", la mujer se encuentra hoy "sobrecargada" de trabajo, en perjuicio de ella, de sus hijos y de la sociedad.
Estructuras más flexibles
"La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible". Estas líneas de la Laborem exercens recogen el sentir casi unánime de las mujeres. Se necesita, efectivamente, unas estructuras de trabajo más flexibles.
Entre las mujeres casadas de la Comunidad Económica Europea, el 63% se dedica exclusivamente al hogar, mientras que el 37% ejerce una ocupación remunerada. Es importante subrayar que las mujeres que trabajan fuera del hogar prefieren hacerlo con dedicación parcial De los nueve millones de personas de la C.E.E. que trabajan con dedicación parcial, el 90% son mujeres. Sin embargo, las estructuras laborales imponen que los trabajos sean de dedicación completa y muchas mujeres se ven obligadas a aceptarlos por necesidades económicas.
Ante esta demanda de trabajos a tiempo parcial, cinco veces superior a las ofertas disponibles, los gobiernos de algunos países -como Holanda o Francia- están invirtiendo fondos para crear empleos de dedicación parcial, reservándolos a las mujeres con hijos pequeños. Se adapta así el proceso laboral a las exigencias de las personas, y no al revés.
Un ejemplo de realismo
La dignidad de la persona humana es, en definitiva, lo primero. Juan Pablo II no ha cesado de proclamarlo desde la Redemptor hominis a la Laborem exercens. Y el trabajo dignifica a la persona: al hombre y a la mujer. "Es un hecho -escribe el Papa- que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según su propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que están capacitadas, pero al mismo tiempo sin perjudicar sus aspiraciones familiares y el papel especifico que les compete para contribuir al 'bien de la sociedad junto al hombre".
Como es lógico, la encíclica no da fórmulas concretas para conseguir esas metas. Juan Pablo II, en este punto, invita a adaptar con flexibilidad la organización del trabajo a las exigencias de las personas, y critica el nuevo tabú -tan falso y rígido como su contrario- que conduce a desvalorizar la función materna de la mujer. A diferencia de las liberaciones utópicas, la Laborem exercens es un ejemplo de realismo: el único modo de defender apasionadamente la promoción de la mujer.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |