JOSEP-IGNASI SARANYANA - 14/12/2003
La reciente visita de Hans Küng me ha recordado la aparición del cometa de 1680. La polémica que armó aquel fenómeno astral abocó en un debate religioso de largo alcance, por obra de Pierre Bayle. En efecto, frente a las consideraciones providencialistas sobre las señales del cielo, que entonces abundaron, Bayle defendió la separación entre religión y moral, entre creencia y conducta. Su tesis de una moral arreligiosa produjo un enorme escándalo y fue criticada incluso por los ilustrados posteriores.
Ahora esa pretensión ha saltado a la palestra con motivo de las conferencias de Küng y sus tres "criterios": ético, religioso y cristiano. El teólogo suizo sostiene que la paz religiosa es condición inexcusable para la paz perpetua. Vale: todos queremos la paz religiosa. ¿Pensará acaso Küng en los fanatismos religiosos? No, porque no son religiones, sino corrupciones religiosas. En todo caso, establece como presupuesto necesario para la paz religiosa una "ética mundial", consistente en un denominador común mínimo, independiente de nuestras convicciones religiosas. Esta sugerente propuesta suscita, no obstante, una pregunta inevitable: ¿cabe disociar religión y moral? La historia enseña que, en la práctica, la ética nunca se ha separado de las convicciones religiosas. Todas las religiones se han presentado como camino de salvación. Esto ha sido su distintivo. Y, con las últimas preguntas, ha ido siempre la consideración ética. La especificidad cristiana no es una excepción. Jesucristo no predicó verdades religiosas desencarnadas, sino entreveradas con normas de conducta bien determinadas. Enseñó el seguimiento de su Persona.
Volvamos de nuevo a la historia. Hace medio milenio, los humanistas también ansiaban la unidad de la familia humana. Pero no pensaron en un diálogo ético arreligioso, sino, por el contrario, en un congreso religioso mundial. Algo así como el Fòrum 2004, pero en versión renacentista. El meollo del asunto no es la paz a cualquier precio (cuyo analogado principal sería el silencio de los cementerios), sino cómo salvarse. El problema no es la ética, sino la salvación por la religión. Y de tal religión, tal ética. Küng, al cabo teólogo católico, sabe muy bien que no todas las éticas son iguales.
J.-IGNASI SARANYANA, teólogo de la Universidad de Navarra