Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
El calor de esta Casa de Santa Marta, de esta gran familia hecha de personas que nos acompañan, que cada día trabajan aquí, con entrega y cariño, que ayudan si una compañera está enferma, sienten tristeza si uno de ellos se va... Rostros, sonrisas, saludos: semillas que se echan en el corazón de cada uno. Es lo que sentimos hoy con la jubilación de Patricia (empleada de Santa Marta).
Por eso quería hablar de la familia, pero no solo de papá, mamá, hermanos, tíos y abuelos, sino de la amplia familia de los que nos acompañan durante algún tiempo de nuestra vida. Hoy, después de 40 años de trabajo, Patricia se jubila; una presencia familiar en la que detenerse. Y esto nos sentará bien a todos los que vivimos aquí: pensar en esta familia que nos acompaña; y a todos los que no vivís aquí: pensar en tanta gente que os acompaña en el camino de la vida: vecinos, amigos, compañeros de trabajo, de estudio… No estamos solos. El Señor nos quiere como pueblo, nos quiere en compañía; no nos quiere egoístas: el egoísmo es un pecado.
Recuerdo la generosidad de tantas compañeras de trabajo que han cuidado de quien se ha enfermado. Detrás de cada nombre hay una presencia, una historia, una permanencia breve que ha dejado huella. Una familiaridad que ha encontrado sitio en el corazón del Papa. Pienso en Luisa, pienso en Cristina, en la “abuela” de la casa, sor María, que entró a trabajar joven y aquí decidió consagrarse. Y al recordar a esta amplia familia, que es la mía, me vienen a la cabeza las que ya no están: Miriam, que se fue con su hijo; Elvira, que fue un ejemplo de lucha por la vida, hasta el final. Y luego otros muchos que se han jubilado o han ido a trabajar a otro sitio. Presencias que han hecho bien y que a veces cuesta dejar.
Hoy nos vendrá bien a todos pensar en la gente que nos ha acompañado en el camino de la vida, como agradecimiento, y también como un gesto de gratitud a Dios. ¡Gracias, Señor, por no habernos dejado solos! Es verdad, siempre hay problemas, y donde hay gente hay chismorreos. También aquí dentro. Se reza y se murmura, ambas cosas. Y también, algunas veces, se peca contra la caridad.
Pecar, perder la paciencia y luego pedir perdón. Así se hace en la familia. Yo querría agradecer la paciencia de las personas que nos acompañan, y pedir perdón por nuestras faltas. Hoy es un día para agradecer y pedir perdón, de corazón, cada uno de nosotros, a las personas que nos acompañan en la vida, un trozo de la vida o toda la vida… Y quería aprovechar esta despedida de Patricia para hacer con vosotros un acto de memoria, de agradecimiento, y también de perdón a las personas que nos acompañan. Que cada uno lo haga con las personas que habitualmente le acompañan. Y a los que trabajan aquí en casa, un gracias grande, grande, grande. Y a ella, Patricia, que empiece esta segunda parte de la vida, ¡otros 40 años!