Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
El Evangelio de hoy (Lc 11,5-13) afronta el tema de la oración, cómo debemos rezar. Jesús cuenta a sus discípulos que un hombre, a medianoche, llama a la casa de un amigo para pedirle algo de comer. Y el amigo le responde que no es el momento oportuno, que ya se ha acostado; pero luego se levanta y le da lo que le pide.
Hay como tres realidades: un hombre que tiene una necesidad, un amigo y un poco de pan. Es una visita por sorpresa la del amigo, y la suya es una petición insistente, porque tiene confianza en el amigo que tiene lo que él necesita. Reza de modo “invasivo” y, de ese modo, el Señor nos quiere enseñar cómo se reza. Se reza con valentía, porque cuando rezamos es por una necesidad, normalmente, una necesidad. Un amigo es Dios: es un amigo rico que tiene pan, tiene lo que nosotros necesitamos. Como si Jesús dijese: “En la oración sed invasivos. No os canséis”. ¿Pero no os canséis de qué? De pedir. “Pedid y se os dará”.
Pero la oración no es como una varita mágica, no es que en cuanto pidamos, obtenemos. No se trata de decir dos Padrenuestros y luego irse. La oración es un trabajo: un trabajo que requiere voluntad, nos pide constancia, nos pide ser determinados, sin vergüenza. ¿Por qué? Porque estoy llamando a la puerta de mi amigo. Dios es mi amigo, y con un amigo puedo hacer eso. Una oración constante, invasiva. Pensemos en Santa Mónica, por ejemplo, cuántos años rezó así, hasta con lágrimas, por la conversión de su hijo. ¡El Señor al final le abrió la puerta!
Recuerdo un hecho, sucedido en Buenos Aires: un hombre, un obrero, tenía una hija en las últimas, desahuciada; los médicos no le daban ninguna esperanza. Y él recorrió 70 kilómetros para ir hasta el Santuario de la Virgen de Luján. Cuando llegó ya era de noche y el Santuario estaba cerrado, pero rezó desde fuera toda la noche, implorando a la Virgen: “Yo quiero a mi hija, quiero a mi hija. Tú puedes dármela”. Y cuando a la mañana siguiente volvió al hospital, encontró a su mujer que le dijo: “¿Sabes? Los médicos la han llevado para hacerle otro examen; no se explican, porque se ha despertado y ha pedido de comer, y ya no tiene nada, está bien, está fuera de peligro”. Aquel hombre sabía cómo se reza.
Pensemos también en los niños caprichosos cuando quieren algo, y gritan y lloran diciendo: “¡Yo quiero! ¡Yo quiero!”. Y al final los padres ceden. Pero alguno puede preguntarse: ¿Y Dios no se enfadará si hago eso? Es Jesús mismo quien, previendo eso, nos dijo: “Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”.
Es un amigo: da siempre el bien. De hecho, da más: yo te pido resolver este problema y Él lo resuelve y también te da el Espíritu Santo. ¡Nos da más! Pensemos un poco: ¿cómo rezo, como un papagayo? ¿Rezo precisamente con la necesidad en el corazón? ¿Lucho con Dios en la oración para que me dé lo que necesito, si es justo? Aprendamos de este pasaje del Evangelio cómo rezar.