Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Miq 5,2-5) "De ti saldrá el que sea dominador de Israel"
(Hb 10,5-10)"Heme aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"
(Lc 1,39-45) "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre"
Homilía en la parroquia romana de San Gregorio Barbarigo (22-XII-1985)
--- El Señor está cerca
--- Misterio de la Encarnación
--- El Espíritu Santo y María
--- El Señor está cerca
“¡El Señor está cerca!” (Flp 4,5). Con estas palabras nos saluda la Iglesia en la liturgia de los últimos días antes de Navidad. Estos son los días en los que la Iglesia fija la mirada particularmente en Aquél que debe venir la noche de Belén.
Hallamos su expresión en la liturgia del último domingo de este período.
A través de la lectura de la Carta a los Hebreos percibimos las palabras del Hijo de Dios:”Aquí estoy... Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo... Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad” (Hb 10,5,7).
En estas palabras, la venida de Dios en medio de los hombres toma la forma del misterio de la Encarnación. Dios ha preparado este misterio desde la eternidad, y ahora lo realiza. El Padre manda al Hijo. El Hijo acoge la misión. Por obra del Espíritu Santo se hace hombre en el seno de la Virgen de Nazaret. “Y el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). El Verbo es el Hijo eternamente amado y eternamente amante. El amor significa la unidad de las voluntades. La voluntad del Padre y la voluntad del Hijo se unen. El fruto de esta unión es el Amor personal, el Espíritu Santo. El fruto del Amor personal es la Encarnación: “me has preparado un cuerpo”.
--- Misterio de la Encarnación
“El Señor está cerca”. El Padre “ha preparado” al Hijo el “cuerpo humano” por obra del Espíritu Santo, que es Amor.
El misterio de la Encarnación significa una especial “efusión” de este Amor: descendimiento del Espíritu Santo sobre la Virgen de Nazaret. Sobre María.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35).
El Espíritu Santo con su fuerza divina actúa ante todo en el corazón de María. De este modo la fuente del misterio de la Encarnación se hace la fe de Ella: obediencia de la fe. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). En la Visitación -de la que habla el Evangelio de hoy-, Isabel alaba antes de nada la fe de María: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).
En efecto, en la anunciación María pronuncia su “fiat” en la obediencia de la fe. Este “fiat” es el momento clave. El misterio de la Encarnación es misterio divino y al mismo tiempo humano. Efectivamente, Aquél que asume el cuerpo es Dios-Verbo (Dios-Hijo). Y al mismo tiempo el cuerpo que asume es humano. “Admirable commercium”.
En este momento, cuando la Virgen de Nazaret pronuncia su “fiat” (hágase en mí según tu palabra), el Hijo puede decir al padre: “Me has preparado un cuerpo”.
El Adviento de Dios se realiza también por obra del hombre. Mediante la obediencia de la fe.
La liturgia de hoy nos pone ante los ojos no sólo la eterna obediencia del Hijo: “Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”, no sólo la obediencia de Aquella que ha sido elegida para ser su Madre terrena..., sino que nos pone ante los ojos también el lugar en el que se debe realizar el misterio de la Encarnación.
En el centro de la profecía de Miqueas aparece el topónimo: Belén. Este es precisamente el lugar en el que el Eterno Hijo debía por primera vez revelarse en el cuerpo humano. El Hijo de Dios como Hijo del hombre: Hijo de María.
El Profeta dice: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial” (Miq 5,1).
Dicho origen “desde lo antiguo”: de tiempo inmemorial (¡y sin comienzo!) es participado por el Hijo-Verbo. “Hasta el tiempo en que la madre dé a luz” (cfr. Miq 5,2) -anuncia posteriormente el Profeta- “y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel”.
--- El Espíritu Santo y María
Este nacimiento humano del Hijo de Dios de la Virgen da comienzo al nuevo Israel: al nuevo Pueblo de Dios.
Será éste el pueblo de los “hermanos” de Cristo: de aquellos que mediante la gracia, nos convertiremos en “hijos en el Hijo”. Recibirán “poder para ser hijos de Dios”, como dirá San Juan en el prólogo de su Evangelio (cfr. Jn 1,12).
El lugar en el que todo esto se cumplirá: donde se cumplirá y al mismo tiempo se recordará siempre de nuevo en la historia de la salvación, es precisamente esa Belén de Efrata.
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije...: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad” (Hb 10,5-7).
El misterio de la Encarnación significa el comienzo del nuevo sacrificio: del perfecto sacrificio. El que es concebido en el seno de la Virgen por obra del espíritu Santo, que nace en la noche de Belén, es Sacerdote Eterno. Lleva al Sacrificio y realiza el Sacrificio ya en su Encarnación. Es decir, el Sacrificio que “es agradable a Dios”.
Agrada a Dios el sacrificio en el que se expresa toda la verdad interior del hombre: el sacrificio de la voluntad y del corazón. El Hijo de Dios asume la naturaleza humana, el cuerpo humano, precisamente para comenzar dicho sacrificio en la historia de la humanidad.
Lo realizará definitivamente mediante su “obediencia hasta la muerte” (cfr. Flp 2,8). Sin embargo, el comienzo de esta obediencia está ya en el seno de la Virgen María. Ya en la noche de Belén: “Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”.
Al rodear al recién nacido, en la noche de Belén y durante todo el período de Navidad, demos desahogo a la necesidad de nuestros corazones.
Gocemos de esa alegría, que el tiempo de Navidad lleva consigo.
Cantemos “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2,14).
Y sobre todo: aprendamos hasta el final la verdad contenida en este misterio penetrante: “Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”.
Aprendamos del Hijo de Dios a hacer la voluntad del padre. En efecto, ésta es la vocación de los que se han convertido en “hijos en el Hijo”. Esta es vuestra vocación cristiana. Este es fruto del Adviento de Dios en la vida humana.
DP-318 1985
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
¿Quién se ha preparado y esperado con más amor que María la llegada a la Tierra de Jesús? Ella “le concibió en la mente antes que en su seno: precisamente por medio de la fe”, como enseña S. Agustín entre otros Santos Padres. María es el modelo para abrirse con fe al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, fe que no es aparcar la razón, pero sí el racionalismo. Hay que pedir al Señor este don a través de María.
“Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe” (Rom 16,26). María confió sin reservas en Dios y “se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo” (L. G. 56) desde el instante en que el ángel le expuso lo que Dios quería de Ella. Por ello Isabel, llena del Espíritu Santo, le dijo: “¡Dichosa tú que has creído!”.
Isabel tenía motivos para alabar la fe de María porque su marido, Zacarías, también recibió una comunicación de Dios a través del ángel, pero dudó de que, debido a su ancianidad y ante la esterilidad de su mujer, pudiera realizarse.
María no sólo cree sin vacilación en algo absolutamente increíble en aquel tiempo: dar a luz un hijo sin intervención de varón, sino que, al aceptar el plan de Dios, asume un riesgo gravísimo para su reputación e incluso para su vida, en una sociedad tan poco tolerante como la de entonces. El peligro de que la acusaran de adulterio y pudiera morir apedreada no puede descartarse. Nazaret era una aldea de pocos habitantes, donde todo el mundo se conocía. En esos lugares, donde suelen menudear las críticas, las pequeñas rencillas y donde no faltan los fanáticos, María, con su sí a Dios, exponía mucho.
“La fe de María puede parangonarse a la de Abraham, llamado por el Apóstol ‘nuestro padre en la fe’ (cf Rom 4,12)... Como Abraham, ‘esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones’ (cf Rom 4,18), así María, en el instante de la anunciación, después de haber manifestado su condición de virgen (‘¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?’), creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel” (Juan Pablo II).
Necesitamos una fe más robusta, capaz de afrontar con éxito las distintas, y a veces graves, situaciones que se nos presentan a diario. La fe amplía nuestros conocimientos y agranda el corazón. La fe mueve montañas, ayudándonos a superar dificultades, penas y dolores. La fe da sentido a la vida y a la muerte, y es promesa de vida eterna. Pidamos a Dios, por intercesión de su Madre, lo que pedían los Apóstoles: “Señor, éntanos la fe” (Lc 17,5).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Enviad cielos vuestro rocío»
I. LA PALABRA DE DIOS
Mi 5, 2-5a: «De tí saldrá el jefe de Israel».
Sal 79, 2 y 3. 15-16. 18-19. «Oh Dios, restáuranos».
Hb 10, 5-10: «Aquí estoy para hacer tu voluntad».
Lc 1, 39-45: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?».
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Dios envió a su Hijo» pero para «formarle un cuerpo» quiso la libre cooperación de una criatura. Para ésto desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel (488). A lo largo de toda la antigua alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres (489).
«La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina» (485).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«En verdad, Virgen Santísima, que tu alabanza supera toda alabanza, por haberse encarnado Dios en Tí...» Por Tí hoy llena de gracia, es conocida en la tierra la Trinidad beatísima (S. Pedro Damiano. Sermón 44; PL. 144, 738 ss.)
Dichosa María que unió virginidad, fecundidad y humildad. «Venerad, pues, los casados la integridad y pureza de aquel cuerpo mortal; admirad vosotras vírgenes consagradas, la fecundidad de la Virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios; honrad ángeles santos a la Madre de vuestro Rey...a cuya dignidad sea dada toda gloria y honor». (S. Bernardo. Homilía I, sobre el «Missus est»).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
En el texto del Profeta Miqueas se anuncia al Mesías «Jefe de Israel» que «pastoreará con la fuerza del Señor» y realizará la unión de todos los hombres.
María, después del anunio del Angel, se entregó a Dios: «Hágase en mi según tu voluntad». Inmediatamente después: «fue a prisa a la montaña». Y se entregó al servicio de su prima.
El Hijo de Dios, encarnado ya en sus entrañas, dice al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» ... conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del Cuerpo de Cristo (Segunda lectura). Se entregó al Padre y se hizo servidor de todos los hombres.
El «fruto bendito» del vientre de María llenó de Espíritu Santo a Isabel y a la criatura de su vientre, Juan. Lo cual nos estimula a pedir a Dios, contemplando a toda la humanidad, «Oh Dios, restáuranos que brille tu rostro y nos salve» (Sal 79). Que se muestre hoy al hombre el fruto bendito de la Virgen María.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
«El Espíritu Santo vendrá sobre tí»: 484-489.
La respuesta:
La oración de la Virgen María: 2617-2619.
C. Otras sugerencias
La celebración del IV Domingo de Adviento nos invita a prepararnos a la gran fiesta de Navidad unidos a María y con el mismo espíritu de adoración y alabanza que manifestó ella en el Magníficat.
Exige de nosotros, además, un compromiso para imitar el gesto de caridad que Ella tuvo con su prima Santa Isabel, en el día a día de nuestra existencia, haciéndonos solidarios de nuestros hermanos más necesitados.
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