Homilía en la parroquia de Jesús Buen Pastor
--- Adviento, camino que nos lleva a Dios
--- Purificación del alma
--- Las obras de Dios
--- Adviento, camino que nos lleva a Dios
Hoy es tercer domingo de Adviento.
El Adviento no sólo revela la venida de Dios a nosotros, sino también indica el camino que nos lleva a Dios. De este camino precisamente nos habla la liturgia de hoy.
Éste es, ante todo, el camino del comportamiento según la conciencia.
Lo enseña Juan en la región del Jordán. Responde a las preguntas de los soldados, de los publicanos y de todas las multitudes de los hombres: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10).
Comportaos de manera justa. Cumplid concienzudamente vuestros deberes. Sabed dar de lo vuestro a los otros. Compartid lo que tenéis con los necesitados.
El camino hacia Dios es, sobre todo, camino de la conciencia y de la moral. Por este camino los mandamientos llevan al hombre.
Los que se convierten a este camino en las riberas del Jordán reciben el bautismo de penitencia.
Juan confiere este bautismo y, a la vez, anuncia la venida de Cristo que “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16).
--- Purificación del alma
El camino hacia Dios consiste no sólo en la observancia de los mandamientos, sino en una profunda purificación del alma de la adhesión al pecado, a la concupiscencia y a las pasiones.
Juan se sirve aquí de una imagen muy expresiva. Como el bieldo separa el trigo de la paja, así la gracia de Dios, actuando en el alma humana, la purifica de las inclinaciones malas, para que se convierta en espiga de trigo puro. Esta purificación a veces le cuesta al hombre; está unida con el dolor y el sufrimiento, pero es indispensable, dado que el alma debe conservar en sí lo que es noble, honesto y puro. La paja debe quemarse a fin de que quede el buen grano para hacer el pan.
Así enseña Juan en las orillas del Jordán.
Por otra parte, el Profeta Sofonías anima al hombre que tiene miedo de la potencia purificadora de Dios y de su gracia.
Habla en metáfora, dirigiéndose a Jerusalén: “No temas, Sión,/ no desfallezcan tus manos./ El Señor, tu Dios, en medio de ti/ es un guerrero que salva” (Sof 3,16-17).
El deseo de la salvación, o sea, de la vida en la gracia de Dios, debe superar el miedo con el que el hombre se defiende de la fuerza purificadora de Dios.
A medida que va cediendo el mal enraizado en el alma, y disminuyen las afecciones pecaminosas, Dios se acerca, y, juntamente con Él vienen al alma la alegría y la paz.
De esta alegría habla San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres... El Señor está cerca” (Fil 4,4-5).
Cuando el alma se aleja del pecado, de las pasiones y de los vicios, Dios se acerca, y ella vive su Adviento, su venida, su presencia, su cercanía.
Esta cercanía se manifiesta en la oración: el hombre “expone” a Dios todas sus súplicas con confianza y permanece en “acción de gracias”.
La purificación del alma trae consigo también “la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio” (Fil 4,7).
Así es el camino hacia Dios y hacia la alegría y la paz interior, que el pecado y la concupiscencia no saben dar al hombre.
En este estado, el corazón humano canta con el Profeta Isaías: “El Señor es mi Dios y salvador;/ confiaré y no temeré,/ porque mi fuerza y mi poder es el Señor,/ Él fue mi salvación” (Is 12,2).
Estas palabras reflejan el estado del alma que vive en gracia de Dios.
--- Las obras de Dios
Sin embargo, el camino hacia Dios no se agota en la sola alegría interior. El hombre desea acercarle también a los otros. Quiere que también ellos saquen agua “de las fuentes de la salvación” (Is 12,3). Se convierte, pues, en mensajero y apóstol del amor de Dios: “Dad gracias al Señor, invocad su nombre,/ contad a los pueblos sus hazañas./ Proclamad que su nombre es sublime” (Is 12,4).
El hombre, obediente a la gracia de Dios, descubre el mundo de las obras de Dios, que están ocultas a los ojos del pecador: “Tañed para el Señor,/ que hizo proezas,/ anunciadlas a toda la tierra” (Is 12,5).
El hombre, guiado por la gracia divina, desea también compartir con los otros la cercanía de Dios que él experimenta: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión:/ Qué grande en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12,6).
(...) pues bien, quiero deciros, en nombre de Cristo: “No temas pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino” (Lc 12,32). Tened conciencia humilde y valiente de lo que os ha donado el Padre. Que esa conciencia sea vuestra fuerza, vuestra luz y vuestra esperanza. Dad al mundo lo que el padre os ha dado: el reino de Dios.
DP-374 1982
¿Qué debemos hacer? También nosotros deberíamos hacer esta pregunta en el umbral de la Navidad. Quienes escucharon la voz de Dios que llegaba a través del Bautista, sintieron cómo se reavivaba en sus corazones el fuego de la esperanza en el Mesías que estaba cubierto por las cenizas del olvido y se purificaban con el bautismo de penitencia que él impartía. Hay que limpiar fondos, porque el vino de más calidad, si se vierte en un recipiente con vinagre, se agría y se pierde. “Yo bautizo con agua; pero... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
El misterio de la Encarnación se realizó por obra del Espíritu Santo. “La Iglesia no puede prepararse (...) de otro modo, si no es por el Espíritu Santo. Lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia” (Juan Pablo II).
¿Qué debemos hacer? Repartir con los que tienen menos que nosotros y no perjudicar a nadie, contesta en esencia el Bautista. En una palabra: acoger a ese Dios que sale a nuestro encuentro y que desea que le veamos en quienes nos rodean. De esta forma nos iremos identificando progresivamente con Jesucristo haciéndonos una sola cosa con Él.
Reflejar a Cristo en nuestro comportamiento es permitir que pase a través de nosotros ese Amor suyo lleno de solicitud por todos, viviendo atentos a sus esperanzas y temores, alegrías y penas, convicciones y dudas, prestando a quienes lo necesiten una ayuda material, un consejo, un consuelo, una palabra de aliento. “Si el fermento mezclado con la harina —dice S. Juan Crisóstomo— no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a eso perfume? No digas: no puedo influir en los demás, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer... Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no deje de dar luz un cristiano... Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante”
Reflejar a Cristo en nuestra actuación es cultivar esa apertura de espíritu y grandeza de alma que sepa acoger a todos sin distinciones de ningún género; y, también, sin mostrar desdén ante las debilidades, injusticias y prejuicios de quienes tratamos. S. Francisco de Sales, comentando la parábola del hijo pródigo, dice: “Aunque el hijo volvió harapiento, sucio y maloliente por haber estado entre cerdos, su padre, sin embargo, lo abraza, lo besa amorosamente y llora sobre su hombro; porque era padre, y el corazón de los padres es tierno para el corazón de los hijos”.
S. Josemaría Escrivá decía asimismo: “Poneos siempre en las circunstancias de los demás, así veréis las cosas serenamente, no os disgustaréis nunca, o pocas veces, y comprenderéis, éis, y llenaréis el mundo de caridad”.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Estad siempre alegres en el Señor»
I. LA PALABRA DE DIOS
So 3, 14-18a: «El Señor se alegrará en tí»
Is 12, 2-3; 4-6: «Gritad jubilosos...»
Fl 4, 4-7: «El Señor está cerca»
Lc 3, 10-18: «¿Qué hemos de hacer?»
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Se alegre el corazón de los que buscan a Dios» (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha» (30).
«Sentado a la derecha del Padre y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los Sacramentos, instituídos por El para comunicar su gracia. Los Sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo» (1084).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: En el Señor. Las demás cosas, a parte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que teme confía en El y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría» (S. Juan Crisóstomo, PG. 27, 179)
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El tema de la Palabra es la alegría por la presencia y acción de Jesucristo salvador en la historia humana: «Estad siempre alegres en el Señor». (Segunda lectura). «Regocíjate... grita de júbilo... alégrate y goza de todo corazón» (Primera lectura).
La causa de la alegría es el Señor. Su presencia es el anuncio de la Buena Noticia, gozosa noticia. «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo». «El os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Evangelio). Bautismo que purifica, salva, santifica. Bautismo, es decir, la vida sacramental por la que Jesucristo está presente y actua en la vida de los hombres.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
Acción de Cristo glorioso en la liturgia: 1084-1085.
... y en la oración: 2656-2658.
La respuesta:
Alegría y búsqueda de Dios: 30.
C. Otras sugerencias
Ovidio escribe en el destierro: «Nada puede hacerse sino llorar» (De tristitia). San Pablo, prisionero recomienda: «Estad siempre alegres en el Señor; de nuevo os digo, estad alegres». Dice también: «Sobreabundo de gozo en nuestra tribulación» (2 Co 7,4). Este vive de Cristo. Ovidio, no.
El discípulo de Jesucristo vive en comunión con El, que actua en el misterio; cree y espera su venida final y definitiva. Sabe que por la presencia y acción de Cristo, que nos acompaña, nuestra vida cristiana está penetrada de la vida nueva de Dios. Aquí está el secreto de la alegría del creyente.
En un mundo que cada día se torna más triste, el creyente debe velar para no esclavizarse por lo contingente, esforzarse por el cumplimiento del deber, la austeridad de su vida y la solidaridad con los hombres necesitados y presentar a Dios sus peticiones y acciones de gracias.
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