Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Dan 12,1-3) "Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento"
(Hb 10,11-14.18) "Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados"
(Mc 13,24-32) "El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la Parroquia de San Juan Evangelista, Spinaceto (18-XI-1979)

--- Necesidad de velar
--- La respuesta personal
--- Fe, paz, alegría

--- Necesidad de velar

En la liturgia de este domingo, el Señor nos dirige, especialmente una palabra: “Velad”. Cristo la ha pronunciado bastantes veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra “velad” se une a la perspectiva escatológica, a la perspectiva de las realidades últimas: “velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre” (cfr. Mt 24, 42. 44).

A este ruego corresponden ya las palabras de la primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre todo corresponden las palabras del Evangelio según Marcos. Estas palabras afirman que “el cielo y la tierra pasarán” (Mt 13,31) e incluso delinean el cuadro de este pasar, refiriéndose al fin del mundo.

Me permito referirme a las palabras de la Encíclica Redemptor hominis: “El hombre...vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una auto destrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer” (Redemptor Hominis III,15).

--- La respuesta personal

Ese “velad” de Cristo, que resuena en la liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en la historia del mundo y en la historia de la salvación, mediante la partici­pación en la vida de la propia sociedad, de la nación, del ambiente de la familia.

Piense cada uno de nosotros en su vida personal. Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su comportamiento con la mujer; la mujer en su comportamiento con el marido; los padres para con los hijos, y los hijos para con los padres. Los jóvenes piensen en sus relaciones con los adultos y con toda la sociedad, que tiene derecho de ver en ellos su propio futuro mejor. Los sanos piensen en los enfermos y en los que sufren; los ricos en los necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y hermanas, que constituyen el “redil del Buen Pastor”, etc.

Este modo de pensar, que nace del contenido profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros. A través de este modo de pensar y de actuar, cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión de la Iglesia.

--- Fe, paz, alegría

En la Carta a los Hebreos se afirma que Jesucristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados” (Hb 10,14). Nosotros mediante la fe, vivimos en la perspectiva de este Sacrificio y Único, y lo realizamos constantemente, cada uno por su cuenta y todos en comunidad, con nuestra vida, con nuestra vela.

No podemos cerrar los ojos a las realidades últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra existencia terrena.

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los ojos bien abiertos.

Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se deriva del hecho que “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa” (Sal 16,5). No vivimos en el vacío, y no caminamos en el vacío.

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,/ mi suerte está en tu mano./ Tengo siempre presente al Señor,/ con Él a mi derecha no vacilaré./ Por esto se me alegra el corazón,/ se gozan mis entrañas” (Sal 16,5.8.9).

Por lo tanto no tengo miedo de aceptar esta exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor”, velad “porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,42.44).

Esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.

DP-382 1979

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Jesús recuerda que llegará un día en que Él aparecerá entre las nubes del cielo con gran poder y gloria para juzgar a la Humanidad y “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (1ª Lectura).

Habrá, pues, un juicio. Llegará un momento en que el Señor dirá la última palabra y aparecerá con toda su vigencia el valor de la vida cristiana. La ironía, la sonrisa suficiente ante lo que se estimó como algo ingenuo o insensato enmudecerán. “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (Evangelio). Sabemos que siempre que Cristo se refirió al Juicio puso el acento en el servicio a los demás y en las omisiones, lo que debimos hacer o decir y no lo hicimos o dijimos. “De todas las faltas de mi existencia -confiesa Guitton-, las que pesan más sobre mi conciencia, porque me parecen irreparables, son las faltas por omisión. ¡Cuántas veces, temiendo las miradas o las sonrisas, he pecado por omisión! ¡Cuántas veces he preferido callarme en vez de dar testimonio! Stendhal tenía razón al decir respecto a un amigo heroico que no había sido ‘bravo más que en la guerra’. He conocido a varios de estos héroes de las dos guerras mundiales que nunca habían tenido miedo a la muerte y que cedían ante el temor de una censura”.

¡Omisiones! No estoy para nadie. Si me llaman, que estoy en una reunión importante y no puedo atenderle. Papá o mamá están cansados, ve a ver la Tele..., y frases similares. Naturalmente esto habrá que decirlo algunas veces: debemos proteger nuestro descanso y nuestro tiempo de los inoportunos. Pero si estamos de tal modo embebidos en nuestro trabajo y aficiones personales que difícilmente encontramos tiempo para Dios y para los demás, es preciso que corrijamos ese desorden.

Cristo pone el acento en las omisiones y en el espíritu de servicio, la disponibilidad para lo de la Iglesia y del bien común de los que nos rodean. Cuando no declino compromisos en el ámbito familiar, cultural, social, político, para que la educación, el respeto a la vida, la moralidad pública, la convivencia ciudadana, etc., mejoren siendo generoso con mi tiempo, mi dinero, mis conocimientos, estoy colaborando con Jesucristo, cristianizando la sociedad en la que vivo. Si, además, acudo con frecuencia al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, no seré juzgado, porque, como recuerda el Catecismo de la Iglesia, “en este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena... Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida ‘y no incurre en juicio’ (Jn 5,24)” (C.E.C,1470).

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas"

Dn 12,1-3: "Por aquel tiempo se salvará tu pueblo"
Sal 15,5 y 8.9-10.11: "Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti"
Hb 10,11-14.18: "Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados"
Mc 13,24-32: "Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos"

— La expresión "los inscritos en el libro", del profeta Daniel podría referirse no solo a los que soporten los malos tiempos próximos, sino también a todos aquellos que conozcan y acepten los nuevos tiempos, los mesiánicos. Además el texto sostiene que "los que enseñaron a muchos la justicia", esto es, el camino de Dios, "brillarán toda la eternidad".

La afirmación fundamental de la perícopa es la aparición del "Hijo del hombre". También con ecos de la literatura de Daniel, se dirige a los ángeles para que "reúnan sus elegidos de los cuatro vientos".

La vigilancia es una actitud ante lo que se le viene encima al mundo. Por eso se exhorta a ella mediante tantas comparaciones. E insiste en la vigilancia permanente por la afirmación postrera: "Nadie lo sabe".

Para quienes tienen la mirada puesta en las próximas horas como máximo, les resulta verdaderamente incómodo plantearse perspectivas de futuro. Lo que preocupa es lo inmediato. Y todo lo que no sea eso, es complicarse porque ¡ya llegará! La mirada hacia el mañana, que para muchos ofrece incertidumbre e inseguridad, no tiene por qué ser así siempre. Nosotros vivimos tiempos que tal vez parezcan temibles y no lo son tanto.

— El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel:

"Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (aun cuando a nosotros no nos  «toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad») (Hch 1,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén  «retenidos» en las manos de Dios" (673, cf. 674, 1038, 1039, 1040).

— "Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal" (680).

— Carácter escatológico de la oración:

"En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los  «últimos tiempos», tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado" (2771; cf. 2772).

— "Cristo, Dios nuestro e Hijo de Dios, la primera venida la hizo sin aparato; pero en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, no se dio a conocer más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, se mostrará a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado; cuando venga de manifiesto, ha de ser para juzgar. Cuando fue reo, guardó silencio, tal como anunció el profeta:  «No abrió la boca como cordero llevado al matadero». Pero no ha de callar así cuando venga a juzgar. A decir verdad, ni ahora mismo está callado para quien quiera oírle" (San Agustín, In Ps 49, Serm 18).

Anunciándonos el Jucio al final de los tiempos, Jesús nos invita a dejarnos juzgar ahora por su Evangelio.

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