Domingo de la semana 28 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Sab 7,7-11) "Con ella me vinieron todos los bienes juntos"
(Hb 4,12-13) "La palabra de Dios es viva y eficaz"
(Mc 10,17-30) "Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres... y luego sígueme"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Carta a los jóvenes del Año Internacional de la Juventud (3-III-1985)

--- Dios es amor
--- Sígueme
--- La salvación

--- Dios es amor

El joven se fue triste porque tenía muchas riquezas... se trata del hecho de que la juventud por sí misma es una riqueza singular del hombre... Efectivamente el período de la juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del “yo” humano y de las propiedades y capacidades que éste encierra... Potencialidad de una humanidad concreta, en la que está como inscrito el proyecto completo de la vida futura. La vida se delinea como la realización de tal proyecto, como “autorrealización”. Es la riqueza de descubrir y a la vez programar, de elegir, de prever y de asumir como algo propio las primeras decisiones, que tendrán importancia para el futuro en la dimensión estrictamente personal de la existencia humana.

Pero hemos de preguntarnos: esa riqueza que es la juventud ¿debe acaso alejar al hombre de Cristo? El evangelista no dice esto ciertamente... En la decisión de alejarse de Cristo han influido en definitiva sólo las riquezas exteriores, lo que el joven poseía (“la hacienda”). No lo que él era. Lo que él era, precisamente en cuanto joven -es decir, la riqueza interior que se esconde en la juventud- le había conducido a Jesús. Y le había llevado a hacer aquellas preguntas, en las que se trata de manera más clara del proyecto de toda la vida. ¿Qué ha de hacer? “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” “¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido?”.

¿Por qué sólo Dios es bueno? Porque Él es amor. Cristo da esta respuesta con las palabras del Evangelio, y sobre todo con el testimonio de la propia vida y muerte: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo”. Dios es bueno porque “es amor”.

La pregunta sobre el valor, la pregunta sobre el sentido de la vida -lo hemos dicho- forma parte de la riqueza particular de la juventud. Brota de lo más profundo de las riquezas y de las inquietudes, que van unidas al proyecto de vida que se debe asumir y realizar.

“¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios”. Como si dijera: el hecho de que yo sea bueno da testimonio de Dios. “El que me ha visto ha visto al Padre”.

El cristianismo nos enseña a comprender la temporalidad desde la perspectiva del Reino de Dios, desde la perspectiva de la vida eterna. Sin ella, la temporalidad, incluso la más rica o la más profunda en todos los aspectos, al final lleva al hombre sólo a la inevitable necesidad de la muerte.

Ahora bien, existe una antinomia entre la juventud y la muerte. La muerte parece estar lejos de la juventud. Y así es. Más aún, dado que la juventud significa el proyecto de toda la vida, construido según el criterio del sentido y del valor, también durante la juventud se hace indispensable la pregunta sobre el final.

Esta pregunta indica que en la conciencia moral del hombre y, concretamente del hombre joven, que forma el proyecto de toda su vida está escondida la aspiración a “algo más”.

Sólo Dios conoce lo que hay en el hombre: conoce su debilidad y sobre todo su dignidad.

Deseo que la juventud os dé una base robusta de sanos principios; que vuestra conciencia consiga ya en estos años de la juventud aquella transparencia madura que en vuestra vida os permitirá a cada uno ser siempre “personas de conciencia”, “personas de principios”, “personas que inspiran confianza”, esto es que son creíbles.

--- Sígueme

“Maestro bueno ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17).

Esta pregunta, que plantea un joven en el texto evangélico de hoy, se la han dirigido a Cristo en el decurso de los siglos innumerables generaciones.

“¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. Es el interrogante fundamental de todo cristiano. Ya conocemos muy bien la respuesta de Cristo. Ante todo recuerda a los interlocutores que debe cumplir los mandamientos: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no serás injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10,19; cf. Ex 20,12-16). El joven replica con entusiasmo: “Maestro todo esto lo he cumplido desde pequeño” (Mc 10,20). En ese momento -subraya el Evangelio-, el Señor, fijando en él su mirada, lo amó y añadió: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-; luego, ven y sígueme”. Pero, como prosigue el relato, el joven, “abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mc 10,21-22).

“¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10,18). Estas palabras nos dicen dónde debemos buscar la fuente original de la santidad. Dios es la plenitud del bien que tiende por sí mismo a difundirse. El sumo Bien quiere donarse y hacerse semejantes a sí mismo a cuantos lo buscan con corazón sincero. Desea santificar a cuantos están dispuestos a abandonarlo todo para seguir a su Hijo encarnado.

--- La salvación

La primera finalidad es alabar a Dios, fuente de toda santidad.

Jesús miró con gran aprecio a este joven que se le acercaba. Y le invitó: “Sígueme. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor!” (Juan Pablo II 1-10-79). Es la invitación que quizá nosotros hemos recibido... ¡y le hemos seguido! “Al hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad (Cf. Ef 1,4). Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo. Y acaso con mayor fuerza en el momento de la prueba, de la humillación, de la persecución, de la derrota (...); entonces la conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana. Cuando todo hace dudar de sí mismo y del sentido de la propia existencia, entonces esta mirada de Cristo, esto es, la conciencia del amor que en Él se ha mostrado más fuerte que todo mal y que toda destrucción, dicha conciencia nos permite sobrevivir” (Juan Pablo II 31-3-85).

DP-70 1985

Subir

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

La propuesta de Jesús invitando a este joven a seguirle dejando todos sus bienes aunque suavizada con la promesa de “un tesoro en el cielo”, no en un Banco, le alejó de Él pesaroso. Con seguridad se trataba de un joven bueno, pero de una bondad común, una de esas personas que consideran que Dios no es lo suficientemente importante o grande como para hacerle feliz jugándose la vida por Él.

Cuando se alejó, con esa tristeza que tantas veces hemos comprobado en nuestro deseo de influir cristianamente en quienes nos rodean, Jesús se entretuvo en una serie de consideraciones a propósito de él con sus discípulos: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

“Cristo ha denunciado como fatal y general ilusión -decía PABLO VI- la tendencia humana a buscar en el orden temporal la felicidad, la perfección, la santidad, y ha enseñado a buscarla en cambio más allá de ese orden, canonizando como situaciones preferentes aquellos estados desgraciados de la vida presente que de por sí crean deseos, aspiraciones, búsqueda de otro orden que sea de verdaderamente orden y que no podrá realizarse en el marco de la vida presente... Es decir, no celebra la pobreza por lo que ésta es materialmente, sino por el bien moral y religioso que de ella puede derivarse”.

La pobreza cristiana es saberse mantener a la suficiente distancia de los bienes de este mundo como para verlos en su verdadera dimensión sin sobrevalorarlos ni subestimarlos. Esto es, considerándolos como medios que nos hablan y llevan a Dios y no como fines. Con todo, como el hechizo de las riquezas es muy fuerte, quiso que nos pusiéramos en guardia para practicar un sano desprendimiento de las mismas tanto afectivo como efectivo.

¿Queremos comprobar si existe ese desprendimiento de los bienes puramente terrenos? Preguntémonos si los estamos usando para la implantación del Reino de Dios siendo generosos con nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra salud, no haciendo gastos que no sean imprescindibles o concediéndonos caprichos. Si estos despojos cuestan tanto que su entrega nos entristece o la rehusamos, tenemos ahí un indicador infalible. Un cristiano afectiva y efectivamente pobre es alguien que está proclamando con hechos que cree en la otra vida, que prefiere la dignidad de la primogenitura a un plato de lentejas.

Quien logra ese despego, se ha construido un dique contra la marea arrolladora de una sociedad de consumo inventora de necesidades. Un lugar donde la necesidad de Dios restituye la respiración al alma. Un puesto donde se sabe dueño de sus bienes y no esclavo, hasta el punto de saber privarse de ellos cuando el caso lo requiera.

Subir

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"La llamada de Jesús nos apremia"

Sb 7,7-11: "En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza"
Sal 89,12-13.14-15.16-17: "Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría"
Hb 4,12-13: "La Palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón"
Mc 10,17-30: "Vende lo que tienes y sígueme"

La lista de valores con los que Salomón compara a la sabiduría no es más que un recurso para revalorizarla por contraste.

"Una cosa te falta..." muestra la radicalidad de la llamada de Jesús, porque se trata del acercamiento a Dios y no simplemente de una perfección moral. La renuncia absoluta está más en consonancia con el mensaje escatológico de Cristo. No olvidemos que Jesús no renuncia a ser Él quien tome la iniciativa en cuanto al llamamiento; seguirle no es cuestión de voluntarismo, sino de vocación. El muchacho se ha dirigido a Él, pero será Jesús quien marque la pauta.

La negativa del muchacho da lugar a la afirmación sobre las riquezas. La extrañeza de los discípulos es porque ellos participaban de la idea de que las riquezas eran señal de la benevolencia divina. Jesús mismo, matizando lo dicho, habla de la esperanza mesiánica de salvación porque "Dios lo puede todo".

Tal vez fatigados por tanta publicidad, deseamos que los programas, los proyectos, las propuestas de vida, etc. se le presenten al hombre desde el primer momento limpios, claros... para saber a qué atenerse. Se decidirá o no, pero sabrá qué es lo que emprende.

— "Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo: Él es el  «hombre perfecto» (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones" (520).

— "Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda (Mt 19,12)" (1618).

— " «Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?» Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como  «el único Bueno», como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara:  «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo" (2052).

— "A esta primera respuesta se añade una segunda:  «Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21). Esta respuesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo comprende el cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida, sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta" (2053).

— "Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino. Él es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos, a la sombra de la Ley del Señor... Siente la necesidad de confrontarse con aquel que había iniciado su predicación con este nuevo y decisivo anuncio:  «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»" (Juan Pablo II, VS 8).

En el Evangelio, lo mejor nunca es enemigo de lo bueno. Pero hay quien se conforma con lo bueno. Y se queda a la mitad del camino.

Subir