Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Jos24,1-2a.15-17.18b) "El Señor es nuestro Dios"
(Ef 5,21-32) "El marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia"
(Jn 6,60-69) "Tú tienes palabras de vida eterna"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía de Fernández Carvajal en "Hablar con Dios" Tomo IV
--- Fidelidad
--- Esperanza en Jesús
--- Vigilar nuestra entrega
--- Fidelidad
La Primera lectura de la Misa nos relata el momento en que el pueblo de Dios, atravesado ya el Jordán, está para entrar en la Tierra Prometida. Josué convocó a todas las tribus de Israel en Siquén, y les dijo: "Si os parece mal servir al Señor, se os da a elegir; elegid hoy a quién queréis servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres en Mesopotamia, o a los dioses amorreos en cuya tierra habitáis, que yo y mi casa serviremos al Señor. Y contestó el pueblo: Lejos de nosotros abandonar al Señor... Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios".
También en el Evangelio de la Misa (cfr. Jn 6,61-70) plantea Jesús a sus discípulos por quién se quieren decidir. Después del anuncio de la Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún, muchos discípulos abandonaron al Maestro porque les perecieron duras de aceptar sus palabras sobre el misterio eucarístico. Jesús se ha quedado con sus más íntimos, y quiere reafirmar la confianza sin condiciones de los suyos. Entonces, el Señor se volvió a los que le habían seguido día tras día, y les preguntó: ¿"También vosotros queréis marcharos"? Y Pedro, en nombre de todos, le dice: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios". Los Apóstoles dicen que sí una vez más a Cristo. ¿Qué va a ser de ellos sin Jesús? ¿A dónde van a encaminar sus pasos? ¿Quién colmaría las ansias de su corazón? La vida sin Cristo, entonces y ahora, no tiene sentido.
También nosotros hemos dicho que sí para siempre a Jesús. Hemos abrazado la Verdad, la Vida, el Amor. La libertad que Dios nos ha ganado la hemos dirigido en la única dirección acertada. Aquel día en el que el Señor se fijó de modo particular en nosotros, le confiamos que Él sería la meta a la que se encaminarían nuestros pasos; y después de aquel momento, en otras muchas ocasiones, le hemos dicho: Señor, ¿a quién iremos? Sin Ti nada tiene sentido.
--- Esperanza en Jesús
Hoy es buena ocasión para examinar cómo es nuestra entrega al Señor, se dejamos con alegría a un lado todo lo que nos aparte del seguimiento del Señor... “¿Quieres tú pensar -yo también hago mi examen- si mantienes inmutable y firme tu elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la santidad, respondes libremente que sí? “ (Es Cristo que pasa 24). Decir que sí al Señor en todas las circunstancias significa también decir no a otros caminos, a otras posibilidades. Él es el Amigo; sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Como aquellos discípulos que reafirmaron en Cafarnaún su plena adhesión a Cristo, muchos hombres y mujeres de todos los tiempos y razas, después de haber andado quizá largo tiempo en la oscuridad, un día encontraron a Jesús, y vieron abierto y señalizado el camino que les conducía al Cielo, así también ocurrió en nuestra vida; por fin, nuestra libertad no sólo servía ya para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: ¡Cristo! Entonces comprendimos el carácter sorprendentemente alegre de la libertad que elige a Jesús y lo que nos acerca a Él, y rechaza lo que nos separa, porque “la libertad no se basta a sí misma: necesita un norte, una guía” (Ibidem 26). El norte de nuestra libertad, lo que marca en todo momento la dirección de nuestros pasos, es el Señor, pues sin Él, ¿a quién iremos?, ¿en qué gastaríamos estos cortos días que Dios nos ha dado?, ¿qué vale la pena sin Él?
Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los insultos, dejarse llevar por las pasiones o por los que apetece en un momento dado. En realidad, estos hombres -¡tantos!- están olvidando que “la libertad es ciertamente un derecho humano irrenunciable y básico, pero que ella no se caracteriza por el poder de elegir el mal, sino por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseable como tal” (Juan Pablo II, Alocución 6-VI-1988). Un hombre que tenga un equivocado y pobre concepto de la libertad rechazará toda verdad, que proponga una meta válida y obligatoria para todos los hombres, porque le parecerá como un enemigo de su libertad.
--- Vigilar nuestra entrega
Si hemos elegido a Cristo, si Él es el verdadero objetivo de nuestros actos, por encima de cualquier otro, todo aquello que nos indique cómo progresar hacia Él o nos señale los obstáculos que de Él nos separan lo veremos como un bien inmenso, como una valiosa orientación por la que nos sentimos hondamente agradecidos.
Los mandamientos de Dios y de la Iglesia son señales, que de modo diverso, garantizan nuestra libertad, la elección libre que hicimos de seguir a Cristo, dejando a un lado otros caminos que no llevan a donde queremos ir.
Quien trata de responder sinceramente a las gracias de Dios, experimenta que en el seguimiento de Jesús encuentra la libertad. Al escuchar su voz, uno ve, por fin, clara su senda: “los mandamientos entonces no se sienten ya como una imposición que viene de fuera, sino como una exigencia que nace de dentro, y a la cual, por tanto, la persona se somete de buen grado, libremente, porque sabe que ,de este modo, puede realizarse en plenitud” (Juan Pablo II, loc. cit).
“El hombre -enseña Juan Pablo II- no puede ser auténticamente libre ni promover la verdadera libertad, si no reconoce y no vive la trascendencia de su ser por encima del mundo y su relación con Dios, pues la libertad es siempre la del hombre creado a imagen de su Creador (...). Cristo, Redentor del hombre, hace libres. Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres, refiere el Apóstol Juan (cfr. 8,36). Y San pablo añade: ‘Allí donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad’ (2 Cor 3,17). Ser liberado de la injusticia, del miedo, del apremio, del sufrimiento, no serviría de nada, si se permanece esclavo allá en lo hondo de los corazones, esclavo del pecado. Para ser verdaderamente libres, el hombre debe ser liberado de esta esclavitud y transformado en una nueva creatura. La libertad radical del hombre se sitúa, pues, al nivel más profundo: el de la apertura a Dios por la conversión del corazón, ya que es en el corazón del hombre donde se sitúan las raíces de toda sujeción, de toda violación de la libertad”.
“El Amor de Dios marca el camino de la verdad, de la justicia, del bien. Cuando nos decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas” (Amigos de Dios 38).
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
La fidelidad a Dios, que es quien nos ha dado garantías de eternidad, pide que ante esas cosas que Él nos pide no se alce la crítica y le abandonemos moviendo con desaprobación la cabeza: “muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. Debemos emular la contestación de los israelitas a Josué: “lejos de nosotros abandonar al Señor”; y la de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Dice Von Hildebrand, que “un hombre cuya fe y amor no se presenta como inconmovible, no creería realmente, ni amaría. Una vivencia auténtica de estas actitudes implica necesariamente la sensación de que nada puede destruirlas. Un amante que dice: Te amo ahora, pero no me atrevo a decir por cuánto tiempo, no ama, porque pertenece a la esencia de la fe, a la esencia de una decisión solemne y profunda, a la verdadera esencia del amor, decir: Nada puede cambiarlo ni modificarlo”.
La amistad que Dios quiere establecer con el hombre, la común unión es tan estrecha, que Jesús la ilustra con esta escandalosa propuesta de comer su carne y beber su sangre. “Entre los tabúes más rigurosos del hebraísmo, recuerda Messori, estaba la abstención de sangre. Precepto que conservan incluso algunos grupos de cristianos de estricta interpretación literal bíblica como los Testigos de Jehová, que, como es sabido, prefieren morir antes de someterse a transfusiones, por considerar esa práctica como un alimentarse de sangre. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que en el primer concilio de la iglesia naciente, los jefes de la comunidad deciden mantener únicamente las cosas necesarias del hebraísmo; y, entre ellas, precisamente el abstenerse de sangre”. Este es un rasgo más de la sinceridad de los evangelistas al transmitirnos las palabras de Jesús.
La fe y la fidelidad al Señor suponen no sólo creer lo que no se ve sino aceptar sin reservas lo que no se entiende pero estamos ciertos de que Dios lo quiere. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios”, debemos decir con San Pedro.
En este mundo todo se acaba, todo está sujeto a la ley del envejecer y morir. Jesucristo es lo permanente. ¿No es desconcertante que quien tuvo unos comienzos tan modestos en Belén y luego fracasó en una cruz como un bandido haya galvanizado el corazón de millones de personas y resistido a lo largo de siglos tantos embates? Sería una empresa imposible borrar hoy el nombre de Jesucristo y suprimir el afecto que le profesan tantas almas. Cristo está vivo; y para esta permanencia, única en la Historia, no existe explicación humana. ¡No lo dudemos! El futuro es de los creen que “sólo Él tiene palabras de vida eterna”.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Si eres el Pan de vida eterna; si sólo tú tienes palabras de vida eterna, ¿quién no acudirá a ti, Señor?"
Jos 24,1-2a.15-17.18b: "Nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!"
Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23: "Gustad y ved qué bueno es el Señor".
Ef 5,21-32: "Es éste un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia"
Jn 6,60-69: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna"
El pueblo renueva su Alianza con Dios. La resolución de servirle no admite dudas. Lo mucho que ha hecho Dios por su pueblo era el motivo de fidelidad.
¿Qué harán todos aquellos discípulos ante lo mucho que les queda por oír acerca de los misterios de Jesús y el Padre? Si no han sido capaces de asimilar estas verdades, ¿qué sucederá en el futuro? Jesús recordará que es el "Espíritu el que da la vida" y que, como ya le dijo a Nicodemo, "aquí la carne nada vale".
El desafío a los "Doce" es la ocasión que aprovecha san Juan para llamar por vez primera así a los que hasta ahora había denominado como discípulos. Reaccionaron como debían: "Tú tienes palabras de vida eterna". Lo mismo que los israelitas proclamaron "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor!", ahora los Doce harán lo propio.
¿Qué impresión causarían el Papa y los obispos si, ante la oleada de críticas que constantemente suscita su doctrina en sectores de la sociedad, "rebajaran" las exigencias del Evangelio a fin de hacerse más "simpáticos" y "caer bien"? Con un pensamiento o una doctrina se puede estar de acuerdo o no. Pero, desde luego, hay algo muy cierto que hay que proclamar: una doctrina coherente consigo misma y que no abdica de lo fundamental, es algo muy serio.
— "La fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo». Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas" (108).
— "La práctica de las palabras del Señor está resumida en la regla de oro: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas» (Mt 7,12)" (1970; cf. 1971).
— " «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo" (124).
— "El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: «Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?» (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo... «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo" (1336).
— "Nosotros también seremos dignos de estos bienes si siempre seguimos a nuestro Salvador, y, si no solamente en esta Pascua nos purificásemos, sino toda nuestra vida la juzgásemos como una solemnidad, y siempre unidos a Él y nunca apartados le dijésemos: «Tú tienes palabras de vida eterna, ¿adónde iremos? Y si alguna vez nos hemos apartado, volvamos por la confesión de nuestras trasgresiones, no guardando rencor contra nadie, sino mortifiquemos con el espíritu los actos del cuerpo»" (San Atanasio, cart. 10).
Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez, la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar.
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