Domingo de la semana 20 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Pr 9,1-6) "Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado"
(Ef 5,15-20) "Daos cuenta de lo que el Señor quiere"
(Jn 6,51-58) "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida"


Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

El Padre que vive me ha enviado, y Yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por Mí”. Jesús no nos ha dado solamente una doctrina y un ejemplo para que sepamos orientarnos cara a la felicidad eterna que nos aguarda en el Cielo, se nos ha dado Él mismo.

La presencia de Cristo en la Eucaristía y su deseo de que nos alimentemos de ella es el testimonio más elocuente de su amor por nosotros. Es la Alianza nueva y eterna, un pacto por el que Dios se compromete a no abandonar a los suyos en sus necesidades y por el que honra al hombre que más puede enorgullecerle. Una amistad, una intimidad que eclipsa a cualquier otra que una persona humana pueda disfrutar en esta tierra.

Una persona puede dar a otra que se cruza en su camino cosas de su propiedad y que son signos de su afecto, su confianza, su gratitud, su fidelidad. Las personas pueden hacer que otras participen de sus conocimientos, sus experiencias, sus vivencias, sus proyectos, su dinero..., incluso pueden darse a sí mismo. No dar cosas suyas sino darse ellas mismas. Es el amor de amistad, o el conyugal también, en el que se realiza un intercambio en la manera de pensar, de sentir, imaginar y querer, que desemboca en un proyecto común. También en la Eucaristía se realiza una unión similar, con la diferencia de que en Cristo no hay defectos ni limitaciones de ningún género. Esta unión nos enriquece más que ninguna otra porque nos hace concorpóreos y consanguíneos de Jesucristo. Esto es, nos va endiosando, purificándonos, comunicándonos su vida inmortal. Los frecuentes encuentros con Él en la Comunión van transformándonos poco a poco, santificándonos. “Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y arraigándonos en Él” (C.E.C. 1394).

“¿Cómo escapar, en medio de las luchas de la vida, a esos inevitables desfallecimientos que acaecen a pesar de nuestro y a causa de nuestra fragilidad? Las múltiples inclinaciones, que sin cesar renacen, de nuestro amor propio, de nuestra sensibilidad desordenada, de nuestro temperamento, las mil ocasiones de caída que sorpresivamente se nos atraviesan en nuestra vida, siempre sobrecargada, la perenne dispersión a las que nos empujan nuestras actividades profesionales y sociales, el agotamiento, la anemia espiritual, que nos acechan sino no sabemos hacer que todo vuelva a la unidad por el amor; todo este lote de disipación cotidiana que nos desvía del pensamiento único de Dios, encuentra maravilloso remedio en la Comunión diaria” (M. M. PHILIPON).

Quien comulga queda fuertemente enraizado en la vida gloriosa de Cristo. S. GREGORIO DE NISA explica en sus Discursos Catequéticos, 37, que el hombre comió un alimento mortífero. Debe tomar, por tanto, un medicamento al igual que los que toman un veneno deben ingerir un contraveneno. Este medicamento de nuestra vida no es otro que el cuerpo de Cristo que ha vencido a la muerte y es la fuente de nuestra vida, y por la mediación de sus fuerzas inmortales se reparan los daños de aquel veneno. La Eucaristía no sólo concede un derecho a la futura resurrección, sino que glorifica toda la realidad corpórea humana y la prepara para la incorruptibilidad. Ella siembra un germen de inmortalidad en la criatura humana.

Subir

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“El que come este pan vivirá para siempre”. Vivir es la máxima aspiración humana. Nuestro corazón no está hecho para la destrucción sino para la existencia, para lo verdadero, lo bello, lo amable, lo justo... Pero si Cristo no hubiera venido al mundo no habría esperanza de que esto pudiera ser una realidad, ya que la experiencia diaria convence al hombre -a veces de forma dolorosa- que la muerte es un hecho incuestionable, el aplastamiento total y sin remedio de toda esperanza terrena. Por eso no hay mentira mayor que buscar un paraíso en la tierra. No hay engaño mayor que el de quien trabaja por una justicia, una paz, un orden que no esté basado en Cristo.

En esta vida todo se acaba, todo está sujeto a la ley de la caducidad. Llegará un momento en que, con dolor, nos despediremos de los seres queridos, y de todo aquello por lo que, noblemente, nos hemos esforzados aquí en la tierra. Esta realidad sombría que perturba la modesta dicha de algunos, para los cristianos significará el comienzo de la visión de Dios si velos, cara a cara, “porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 2), gracias a la Eucaristía. El Cuerpo y la Sangre del Señor, es lo que nos permite traspasar el umbral de esta vida sin congoja e ingresar allí donde Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó” (Apoc 21, 4).

El Papa León XIII, refiriéndose a esta dimensión escatológica de la Eucaristía, dijo: “Esta Hostia Divina inocula en el cuerpo frágil y destinado a la muerte, la futura resurrección, porque el Cuerpo Glorioso de Cristo incrusta un germen de inmortalidad que un día se desarrollará. La Iglesia en todo tiempo creyó que se otorgará este don al alma y al cuerpo apoyándose en aquellas palabras de Jesús: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el maná del que comieron vuestros padres en el desierto y murieron, quien come de este pan vivirá eternamente”.

El cristiano cuando recibe a Jesucristo en la Eucaristía, tiene la vida de Cristo. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, el que me come vivirá por mí”. En consecuencia, tiene una fuerza interior, sobrenatural, para no claudicar cuando se abre el apetito de las malas pasiones que suelen presentarse con formas y colores atractivos, y, como el Señor,”pensar que “no solo de pan vive el hombre”; y que es en este sagrado convite donde está el alimento “que perdura hasta la vida eterna” (Jn 627).S. Cirilo de Alejandría enseñaba que la Eucaristía “tiene la fuerza de alejar no sólo la muerte, sino también nuestras debilidades. En efecto, al habitar en nosotros, adormece la ley de la carne que actúa en nuestros miembros y estimula nuestra piedad hacia Dios. Cuando comemos un alimento, no nos convertimos en él sino que lo asimilamos y pasa a formar parte de nuestro cuerpo. En la Comunión Eucarística, enseña S. Agustín, ocurre justamente al revés: “No serás tu quien me asimile, sino que seré Yo quien te asimile”. “Nosotros resucitaremos, afirma S. Cirilo de Alejandría, porque Cristo está en nosotros con su misma carne; más aún, es imposible que la Vida no vivifique a aquellos en los que está”.

“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esta promesa del Señor se cumple en la Eucaristía. Cuando comulgamos, Dios está con nosotros, dentro de nosotros. Ella es también la garantía de la vida eterna, esa aspiración del corazón humano tan hondamente sentida.

Subir

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Alimentas a tu pueblo con comida de ángeles y le has dado pan del cielo"

Pr 9,1-6: "Comed de mi pan y bebed del vino que he mezclado"
Sal 33,2-3.10-11.12-13.14-15: "Gustad y ved qué bueno es el Señor"
Ef 5,15-20: "Daos cuenta de lo que el Señor quiere"
Jn 6,51-58: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida"

La personificación de la Sabiduría, tan frecuente en los libros sapienciales, invita al banquete del pan y del vino, signo del banquete escatológico prometido por Yavé. La Iglesia ha visto siempre aquí una referencia a la Eucaristía.

Nicodemo había pensado en un nacimiento físico; la samaritana creía que el agua que Cristo le ofrecía era como la del pozo; ahora los judíos entienden el lenguaje de Cristo en sentido literal. Jesús, a pesar de todo, no ceja en su planteamiento. Su Palabra no es verdad porque sean muchos los que la acepten; ni es falsa porque sea rechazada. Alude a la "carne" y a la "sangre", indicio de que a Jesús se le recibe todo entero en la Eucaristía.

La comunión de vida que se establece entre Jesucristo y quien comulga es el tema final de la perícopa. Para ello se apela nada menos que a la comunión de vida entre el Padre y el Hijo. Ahora es cuando queda definitivamente claro que es "el pan de la vida".

Cuando las verdades se "conquistan" por consenso, hay que pensar que la expresión misma es errónea. A la verdad no se llega por ese camino. Así sólo se logra un acuerdo o pacto, un convenio, pero no necesariamente la verdad. Y fuera de ella la existencia humana acaba oscureciéndose.

— "En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión:  «Tomó pan...»,  «tomó el cáliz lleno de vino...». Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto  «del trabajo del hombre», pero antes,  «fruto de la tierra» y  «de la vid», dones del Creador. La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que  «ofreció pan y vino» (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda" (1333; cf. 1334).

— "De cada día". La palabra griega  «epiousios» no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de  «hoy» para confirmarnos en una confianza  «sin reserva». Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien para la subsistencia. Tomada al pie de la letra ;obepiousios:  «lo más esencial»;cb, designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo,  «remedio de inmortalidad» sin el cual no tenemos la Vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este  «día» es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre  «cada día»" (2837).

— "La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es la fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación" (San Agustín, serm 57,7,7) (2837).

"Naciendo, se da como amigo; puesto a la mesa, como alimento; muriendo, se ofrece como redención; reinando, como premio" (Himno "Verbum supernum").

Subir