Domingo de la semana 18 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Ex 16,2-4.12-15: "Yo haré llover pan del cielo"
Sal 77,3 y 4bc.23-24.25 y 54: "El Señor les dio un trigo celeste"
Ef 4,17.20-24: "Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios"
Jn 6,24-35: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed"
 

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Santa Misa para el "Centro Italiano della Solidarità", Castelgandolfo, Domingo 5 de agosto de 1979

Estamos aquí reunidos en torno al altar del Señor, el único que puede iluminarnos sobre el misterio de nuestra vida, drama de amor y de salvación, y el único que puede darnos la fuerza para no caer, o para levantarnos de nuevo; y, sobre todo, para vivir de manera conforme a las exigencias y a los ideales del cristianismo.
 
Este es precisamente, según me parece, el tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de vida, se nos presenta como único y verdadero significado de la existencia humana.
 
1. En nuestro tiempo, por desgracia, el racionalismo científico y la estructura de la sociedad industrial, caracterizada por la ley férrea de la producción y del consumo, han creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores temporales y terrenos, que quitan a la vida del hombre todo significado trascendente.
 
El ateísmo teórico y práctico que serpea ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista desvinculada totalmente do los principios sólidos y universales de la ley moral natural y revelada, pero vinculada a las costumbres siempre variables de la historia; la insistente exaltación del hombre como autor autónomo del propio destino y, en el extremo opuesto, su deprimente humillación al rango de pasión inútil, de error cósmico, de peregrino absurdo de la nada en un universo desconocido y engañoso, han hecho perder a muchos el significado de la vida y han empujado a los más débiles y a los más sensibles hacia evasiones funestas y trágicas.
 
El hombre tiene necesidad extrema de saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y morir, si tiene valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses materiales y contingentes, si, en una palabra, hay un "porqué" que justifique su existencia.
 
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia.
 
2. Jesús tiene la respuesta a estos interrogantes nuestros; El puede resolver la "cuestión del sentido" de la vida y de la historia del hombre. Aquí está la lección fundamental de la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido, desgraciadamente sólo por motivos de interés material, al haber sido saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, Jesús dice con seriedad y autoridad: "Procuraos no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da" (Jn 6, 27).
 
Dios se ha encarnado para iluminar, más aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario creer esto con profunda y gozosa convicción; es necesario vivirlo con constancia y coherencia; es necesario anunciar y testimoniar esto, a pesar de las tribulaciones de los tiempos y de las ideologías adversas, casi siempre tan insinuantes y perturbadoras.
 
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
 
También nosotros, como el pueblo de Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo; la "tierra prometida" es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el desierto, tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha dado un "pan" capaz de sustentarlo a lo largo del camino: el "pan" es Cristo. El es ante todo la comida del alma con la verdad revelada y después con su misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
 
¡El hombre tiene necesidad de la trascendencia! ¡El hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de la vida! Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6); "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida" (Jn 8, 12); "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11, 28).
 
3. La reflexión ahora recae sobre cada uno de nosotros. En efecto, depende de nosotros captar el significado que Cristo ha venido a ofrecer a la existencia humana y "encarnarlo" en nuestra vida. Depende del interés de todos "encarnar" este significado en la historia humana. ¡Gran responsabilidad y sublime dignidad! Es necesario, para este fin, un testimonio coherente y valiente de la propia fe. San Pablo, escribiendo a los Efesios, traza, en este sentido, un programa concreto de vida:
— es necesario, ante todo, abandonar la Mentalidad mundana y pagana: "Os digo, pues, y testifico en el Señor que no os portéis como se conducen los gentiles, en la unidad de su mente";
— después, es necesario cambiar la mentalidad mundana y terrestre en la mentalidad de Cristo; "Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por las concupiscencias seductoras";
— finalmente, es necesario aceptar todo el mensaje de Cristo, sin reducciones de comodidad, y vivir según su ejemplo: 'Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 17. 20-24).
 
Queridísimos, como veis, se trata de un programa muy comprometido, bajo ciertos aspectos podría decirse, desde luego, heroico; sin embargo, debemos presentarlo a nosotros y a los demás en su integridad, contando con la acción de la gracia, que puede dar a cada uno la generosidad de aceptar la responsabilidad de las propias acciones en perspectiva eterna y para el bien de la sociedad.
 
Id, pues, adelante con confianza y con interés generoso, buscando cada día nuevo impulso y alegría en la devoción a Jesús Eucarístico y en la confianza en María Santísima.
 
Me complace concluir citándoos un pensamiento de mi venerado predecesor Pablo VI de quien mañana celebramos el primer aniversario de su piadoso tránsito: "Ante el arreciar de intereses contrastantes, dañosos para el auténtico bien del hombre, hay que proclamar de nuevo bien alto las formidables palabras del Evangelio que son las únicas que han dado luz y paz a los hombres en análogas convulsiones de la historia" (Discurso a los cardenales, 21 de junio de 1976; cf. Pablo VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 292).
 
Así, pues, queridísimos hijos, con la luz y con la paz que nos vienen de estas palabras eternas, nosotros continuemos serenamente nuestro camino.
 

Subir

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. El Señor hace un llamamiento a no fatigarse exclusivamente por los bienes materiales de este mundo ya que no pueden colmar las expectativas del corazón del hombre. Cuando la criatura humana se entrega a la adoración del consumo y el bienestar puramente material, el dinero, el poder, el éxito a cualquier precio, se arrodilla ante realidades que son menores que él, somete su corazón a una estafa y su sed de eternidad queda frustrada.

 

¡Busquemos a Dios! ¡No le demos la espalda cifrando nuestra alegría con los dones con que Él nos ha rodeado en este mundo, lo que representaría una ingratitud y un error! Esos dones no son mayores que nosotros ni más gratificantes que quien los ha creado y nos los ofrece como provisiones para el camino de esta vida cuya meta es el cielo.

 

Vivir es la máxima aspiración humana. Vivir sin sobresaltos y sin todas esas cosas que hacen fatigosa amarga la existencia. Pero ¿qué entiende ordinariamente el hombre por vivir y vivir con abundancia? La gente, por lo general, piensa que la vida es dichosa cuando se goza de buena salud, cuando se tiene un trabajo no demasiado enojoso y bien retribuido, cuando se tiene un capital importante en un banco y un buen seguro de vida, cuando se dispone de una casita en el campo o en la playa, un buen coche..., y cosas semejantes, cuando todo marcha sobre ruedas, como suele decirse. El Señor no quiere que renunciemos a los bienes que nos ha dado en la vida, lo que desea es que no los pongamos al servicio del egoísmo y la comodidad y, sobre todo, que nos alejen de Él, olvidándole.

 

No deberíamos entender el cristianismo como enemigo del cuerpo, esto es, de todo lo que es alegría, bienestar... Jesucristo se ha hecho hombre, ha vivido en un cuerpo de carne y hueso como el nuestro. Él se sentó gustoso a la mesa de ricos y pobres, participó en muchas de las fiestas de su pueblo, en una de ellas, en Caná, hizo su primer milagro. Iba bien vestido y se rodeó de colaboradores que no todos eran pobres sino gente que pertenecía a lo que podríamos llamar la burguesía de su tiempo. Sí, Cristo tuvo un cuerpo como el nuestro, lo ha resucitado y se lo ha llevado a la gloria, a la que comparó a un gran banquete de bodas al que se debe asistir de etiqueta. Nadie ha hecho tanto por el cuerpo como Él. Pero quiere que seamos felices no unos años sino toda una eternidad. El pan de esta vida alimenta unos años, el pan de Dios es el que “da la vida al mundo”.

 

¿Y cómo llegar a tener vida eterna, una felicidad que colme sobreabundante las expectativas humanas? Tratando a Dios en el Pan y en la Palabra: en la Santa Misa y en la escucha atenta de su Palabra “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios’, dijo el Señor. -¡Pan y palabra!: Hostia y oración. Si no, no vivirás vida sobrenatural” (S. Josemaría Escrivá).

Subir

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Al vencedor le daré un maná escondido y un nombre nuevo"

Ex 16,2-4.12-15: "Yo haré llover pan del cielo"
Sal 77,3 y 4bc.23-24.25 y 54: "El Señor les dio un trigo celeste"
Ef 4,17.20-24: "Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios"
Jn 6,24-35: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed"

Ante las dificultades surgidas en su camino hacia la Tierra Prometida, la ayuda divina no pudo ser más espectacular y eficaz: "Hizo llover sobre ellos carne como una polvareda, y volátiles como la arena del mar". La sorpresa quedaría definitivamente plasmada en el "nombre" de la nueva ayuda: ¿Qué es esto? ("Manhú"). Así quedó en las mejores tradiciones de Israel: "Hizo llover sobre ellos maná, les dio trigo celeste".

El discurso que Jesús pronuncia después de la multiplicación de los panes intenta desvelar el profundo significado de lo que ha hecho. Pero el lector advierte en seguida que hay dos niveles: uno, el de las palabras de Jesús; otro, el que la gente quiere entender. Y son paralelos, de modo que no entenderán casi nada. Mientras Jesús habla del "pan que da la vida eterna", ellos no pasan de entender el pan que dio Moisés en el desierto.

Los contemporáneos de Jesús, con tal de no aceptarlo como Mesías, buscaban mil y una explicaciones para no creer en Él. No lo aceptaban y era por razones religiosas, es decir, comparaban a Jesús con Moisés o con otro y siempre quedaba Jesús por debajo. Hoy las cosas van por otro camino. Se trata de primar la razón positiva para desentrañar cualquier "misterio". Pero un método así, se cierra él mismo las puertas de la verdad.

– "Sobre esta armonía de los dos Testamentos se articula la catequesis pascual del Señor, y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis  «tipológica», porque revela la novedad de Cristo a partir de  «figuras» (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas. Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo, y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo; el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía  «el verdadero Pan del Cielo» (Jn 6,32)" (1094; cf. 1334).

– El banquete pascual:

"El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da.  «¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?», dice san Ambrosio (sacr. 5,7), y en otro lugar:  «El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar» (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones" (1383; cf. 1382).

– Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (San Justino, Apol. 1,66,1-2) (1355).

"Se anuncia ya en figura, cuanto fue ofrecido por Isaac, o es tenido como Cordero Pascual, o cuanto se da como maná a nuestros padres" (Himno "Lauda Sion").

Subir