Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Jer 23,1-6) "El Señor es nuestra justicia"
(Ef 2,13-18) "Ahora estáis en Cristo Jesús"
(Mc 6,30-34) "Eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer"
• Confianza del cristiano • Rezar por los pastores de la lglesia • Renovación espiritual • Oración por los que sufren.
1.La figura del Buen Pastor ocupa el centro de la liturgia de este domingo. Es una figura particularmente simpática en el Evangelio; por ello, la lglesia habla frecuentemente de ella.
Hoy lo hace, recurriendo a la parábola evangélica, pero citando antes las palabras del Salmo:
“Es Yahvé mi pastor; nada me falta” (Sal 22 (23), 1).
En la liturgia renovada estas palabras las sentimos muy cercanas. Nos gusta cantarlas, comprendiendo bien el significado de la metáfora que aparece en las palabras del Salmo:
“Me hace recostar en verdes pastos / y me lleva a frescas aguas. / Recrea mi alma, / me guía por las rectas sendas / por amor de su nombre” (Sal 22 (23), 2-3).
Cantamos frecuentemente estas palabras para abrir ante el Señor toda nuestra alma y todo lo que la atormenta:
“Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, / no temo mal alguno, / porque tu estás conmigo...” (Sal 22 (23), 4). Nuestra peregrinación terrena no es un andar errantes por caminos intransitables. Hay un Pastor que nos conduce, que quiere nuestro bien y nuestra salvación, no sólo en esta vida, sino también en la eternidad:
“Sólo bondad y benevolencia me acompañan / todos los días de mi vida; / y moraré en la casa de Yahvé / por dilatados días” (Sal (23),.6).
2. La liturgia de este domingo dirige al mismo tiempo nuestra atención hacia los que el Señor llama a una especial participación en su solicitud pastoral por el hombre.
El Profeta Jeremías habla con palabras fuertes de la gran responsabilidad que tienen los Pastores de cada una de las naciones. He aquí por qué nace en nosotros, reunidos para el Angelus dominical, la necesidad de rezar por los Pastores de la lglesia en el mundo.
Que el “báculo pastoral” sea un “consuelo” para todo el rebaño confiado a los Pastores.
Que se realicen esas palabras proféticas quo tan frecuentemente sentimos y cantamos:
“Tú dispones ante mi una mesa / enfrente de mis enemigos, / Derramas el ó1eo sobre mi cabeza, / y mi cáliz rebosa” (Sal: (23), 5).
Que se cumplan estas palabras.
Que los Pastores -dignos discípulos del Buen Pastor- pueda preparar en todo el mundo “un banquete de la Palabra Divina” y un “banquete eucarístico”.
Que en los sacramentos, mediante la unción con los santos óleos, transmitan las “riquezas de su gracia” (cfr. Ef 1, 7) a cuantos están en camino hacia la patria eterna.
3. Jesús, en el Evangelio de hoy, dice a los Apóstoles: “Venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco” Mc 6,31). Encomendemos a la solicitud del Buen Pastor a todos aquellos que descansan estos días, aprovechando las vacaciones del trabajo.
Recemos sobre todo al Señor por aquellos que buscan los lugares solitarios para renovarse espiritualmente. Por aquellos que -precisamente durante las vacaciones- buscan el recogimiento y hacen los ejercicios espirituales.
Que se realicen sobre ellos las promesas de la liturgia de hoy ligada a la figura del Buen Pastor.
4. En las intenciones de nuestras plegarias, no podemos olvidar a los que sufren, a los hermanos que padecen calamidades, enfermedades y sobre todo los horrores do la guerra. Pensemos en las numerosas víctimas del conflicto entre Irán e Irak que se ha desencadenado de nuevo estos días. Recordemos los sufrimientos de la población de Beirut, asediada desde hace varias semanas bajo frecuentes bombardeos y privada de lo necesario.
Recemos al Señor, por intercesión de María, para que alivie tantos dolores y consuele a los que se encuentran en la angustia y en el peligro.
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
¡Necesitas descansar! ¡Tómate unos días de asueto!, nos aconsejan familiares, amigos, el médico, cuando la fatiga va haciendo mella en nuestro modo crispado de afrontar los trabajos y los problemas diarios. La existencia se ha convertido en una suerte de tobogán por el que nos deslizamos sin control. No dominamos las situaciones sino que son ellas las que lo hacen. No vamos, nos llevan.
“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy.
Descansando se recuperan las fuerzas, nos reponemos y evitamos que la salud se resienta, lo que iría en detrimento de la atención a los nuestros: hijos, familiares, amigos, compañeros de trabajo. Quien descuidara este deber elemental con el pretexto de no tener tiempo, acabaría enfermando y no teniendo tiempo para dedicarse a ese quehacer que tanto le absorbe.
Vivir no consiste en ir a la deriva, sin mantener un rumbo frente al oleaje y las tormentas de la vida. Todos los objetivos que nos proponemos nacen siempre en nuestro interior, y ese interior, esa hoja de ruta, debe trazarse con el necesario descanso, que no consiste en un dolce far niente, sino en dedicar tiempo a nuestra formación humana, tanto física como espiritual. El camino de todo logro valioso comienza enriqueciendo nuestro universo interior, ese laboratorio donde se integran los datos y experiencias que van madurando poco a poco a la persona y capacitándola para analizar y unificar la compleja realidad en la que vive.
En este episodio evangélico se nos recuerda que el descanso, buscar “un sitio tranquilo y apartado”, no implica una huída de los demás y de los asuntos de cada día, es, más bien, lo que nos permitirá afrontar con más serenidad y eficacia nuestras obligaciones. Al llegar al lugar de descanso,“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. El descanso permite vivir con alma y con calma.
En el Salmo Responsorial se dice: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquiles y repara mis fuerzas”. La solicitud del Señor con nosotros es encomiada con esta alabanza del salmista. El descanso es el Tercer Mandamiento del Decálogo.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Como pueblo salvado por Cristo proclamamos: «El Señor es nuestra justicia»"
Jr 23,1-6: "Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores"
Sal 22,1-3a.3b4.5.6: "El Señor es mi pastor, nada me falta"
Ef 2,13-18: "Él es nuestra paz, Él ha hecho de dos pueblos una sola cosa"
Mc 6,30-34: "Andaban como ovejas sin pastor"
Jeremías lanza sus invectivas contra los dirigentes de Israel. Mientras tuvieron buenos "pastores", caminaron sin peligro por cualquier lugar; ahora que no tienen, andan errantes y sin rumbo. Por eso es necesario un nuevo pastor. El "Yo mismo reuniré el resto... y las volveré a traer a sus dehesas", es una forma de anunciar la restauración y la vuelta del destierro; pero también de proclamar Dios mismo por su profeta que no se fiaba nada de los que antes habían sido nombrados pastores.
Poner en común la experiencia de su primera misión, por corta o meramente experimental que fuera, debió resultar muy interesante para ellos. Si no se detienen los evangelistas en ello es por no rebajar la verdadera misión, la de después de Pentecostés. En estas primeras tareas los discípulos anunciaban la conversión y el arrepentimiento ante la inminencia del Reino.
Aun en el mismo lenguaje están desapareciendo poco a poco términos que hacen relación a mando, dominio, autoridad... y proliferan expresiones que nos recuerdan lo colectivo, lo igualitario, lo paritario, etc. Es como si ya no se necesitaran personas que llamen, orienten y guíen. Y, sin embargo, cuando aparecen fracasos, nos quejamos de la falta de líderes, de personas con iniciativa capaces de tomar decisiones en un momento dado.
_ La Iglesia es apostólica:
"La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles... Fue y permanece edificada sobre «el fundamento de los apóstoles» (Ef 2,20; Hch 21,14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo... «Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio»" (MR, Prefacio de los apóstoles) (857).
_ "Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia. Sé de quién somos ministros, dónde nos encontramos y adónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza. Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece (en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza" (1589).
_ "Concede, Padre que conoces los corazones, a tu siervo que has elegido para el episcopado, que apaciente tu santo rebaño y que ejerza ante ti el supremo sacerdocio sin reproche sirviéndote noche y día; que haga sin cesar propicio tu rostro y que ofrezca los dones de tu santa Iglesia, que en virtud del espíritu del supremo sacerdocio tenga poder de perdonar los pecados según tu mandamiento, que distribuya las tareas siguiendo tu orden y que desate de toda atadura en virtud del poder que tú diste a los apóstoles; que te agrade por su dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable por tu Hijo Jesucristo..." (San Hipólito, Trad. Ap. 3) (1586).
El rebaño conoce la verdad, porque el Pastor es la Verdad; el rebaño sabe el camino porque el Pastor sube el Camino; el rebaño tiene vida porque el Pastor es la Vida.
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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