Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: Basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Sab 1,13-15;2,23-24) "Dios creó al hombre para la inmortalidad"
(2 Cor 8,7.9.13-15) "Al que recogía mucho no le sobraba"
(Mc 5,21-43) "Hija, tu fe te ha curado"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía durante la Misa en la “Residenzplatz” de Salzburgo (Austria) (26-VI-1988)
--- Creados para la incorruptibilidad
--- Plenitud de vida en Cristo
--- Sin miedo a la vida
--- Creados para la incorruptibilidad
“Dios creó al hombre para la incorruptibilidad” (Sab 2,23). Esta gozosa confesión de fe del libro de la Sabiduría campea como un grito de esperanza en la solemne liturgia de este domingo. Es la respuesta a las perennes preguntas fundamentales del hombre, que vuelve a plantearse hoy con especial intensidad. El Concilio Vaticano II las formuló de este modo: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que continúan presentes en nuestra vida a pesar de todo el progreso? ¿Para qué esas victorias conseguidas a tan alto precio? ¿Qué viene después de esta vida terrena? (Gaudium et Spes, 10).
Sí, el anhelo de una vida indestructible, vivo en cada uno de nosotros, halla su realización plena en la obra redentora de Jesucristo. En el Evangelio de la Misa festiva de hoy lo encontramos en una circunstancia conmovedora. Un hombre llamado Jairo, jefe de sinagoga, se postra a sus pies y le suplica ayuda: “Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva” (Mc 5,23).
En esta súplica se escucha el anhelo profundo de todo padre y de toda madre... Pero también se expresa en ella la fe fuerte del judío Jairo, que confía en que Jesús, el mensajero de Dios, salve a su hija de la muerte y le devuelva su vida y su salud. Cuando le llega la noticia de que la muchacha había muerto ya, Jesús se conforma con recordar a Jairo esa fe: “No temas; solamente ten fe” (V.36). Luego el Señor, con potestad divina vivificadora, dice a la hija muerta: “Muchacha, a ti te digo, levántate”. Y el evangelista añade: “La muchacha se levantó al instante y se puso a andar” (V.42).
Podemos imaginar que el jefe de la sinagoga dio gracias de todo corazón al Dios omnipotente por ese don inaudito; y tal vez lo hizo con las palabras del Salmo responsorial de hoy: “Señor, socórreme./ Cambiaste mi luto en danza./ Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre” (Sal 30/29,11-13).
En este acontecimiento de vida y muerte reconocemos cómo el Señor confirma en su persona las palabras del libro de la Sabiduría: “No fue Dios quien hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Él todo lo creó para que subsistiera. Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, lo hizo imagen de su misma naturaleza” (Sab 1,13 s; 2,23).
--- Plenitud de vida en Cristo
Para testimoniar esa verdad, devolvió Jesús la vida a aquella muchacha difunta. Sí, Él esta dispuesto a ser condenado por la increencia de los hombres a una muerte ignominiosa y a morir en la cruz para manifestar luego en su resurrección el poder de la vida, que es Él mismo. Como se dice hoy en la segunda lectura de la carta a los Corintios, el Señor se hizo “pobre” hasta el desprendimiento completo de la cruz. Se hizo pobre para hacernos ricos a nosotros, ricos de vida eterna. Cristo ha sembrado la respuesta de la vida, su propia vida divina, en la historia del hombre, que tiene que morir como exige la ley de la muerte. Su resurrección a una vida nueva y definitiva sigue presente y actuando desde entonces en el devenir del mundo; se ha convertido para siempre en fuente inagotable de esperanza. Cuanto hay de caduco y moribundo, comienza a revivir en la proximidad de Jesús, contagiado por su poderoso amor a la vida. El pobre y el ciego, el poseído y el leproso, todos ellos vuelven a ponerse en camino llenos de confianza, porque experimentan la fuerza vivificadora que sale del Señor. Quien piensa que ya no tiene salida es asumido por Cristo, que lo devuelve a la vida con su palabra salvadora. Su promesa se aplica a todos nosotros: “Yo vivo, y también vosotros viviréis” (cf. Jn 14,19).
Esta frase del Señor se refiere a la vida en su forma suprema: la participación en la vida de Dios, que, como verdad y amor creador, es el único que es vida en sentido ilimitado. Cuando Cristo dice : “Yo vivo y también vosotros viviréis” esto constituye un reto y una promesa al mismo tiempo. Esa frase quiere decir: seréis como Dios, semejantes a Dios. En esta ocasión, tales palabras no proceden de la boca del tentador, sino del Hijo. Mediante ellas no se priva a la vida humana de ninguno de sus valores. Se presupone todo aquello que constituye la vida humana en su afán y en su belleza: poder pensar y entender; sentir alegría y dolor, amor y tristeza; asumir tareas y poder desempeñarlas; distinguir el bien y el mal. Y además, poder mirar más allá de nosotros, mirar a los demás la vida solo es total y plena si dejamos que Dios entre en contacto con nosotros por la fe y recibimos de Él la gracia del amor, que alcanza hasta la eternidad y hace que seamos ya “reino de Dios”.
--- Sin miedo a la vida
La mayoría de nosotros es dolorosamente consciente de las muchas amenazas que pesan hoy sobre la vida. Y por eso se distingue el hombre que se da cuenta de tales amenazas y se opone a ellas.
Nosotros los cristianos, estamos llamados a afrontar este temor a la vida que se halla tan extendido y a ponerle diques de contención, proclamando y testimoniando el sí de Dios a la vida. Me refiero al miedo de hacerse viejo y disminuir en el ritmo de trabajo; al miedo ante las peligrosas posibilidades del hombre para la violencia y la destrucción; al miedo ante la muerte y la nada. Esos miedos están esperando ser compensados o incluso sanados por los valores positivos y esperanzadores de nuestra fe.
En Cristo encontramos la imagen de Dios, de acuerdo con la cual fuimos creados y que debe orientar cada vez más perfectamente nuestra vida terrena.
DP-84 1988
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Como Jairo ante su hija gravemente enferma, muchos ven que nuestro mundo familiar, laboral, social, está también enfermo. El tejido social ha sido invadido por el cáncer del utilitarismo. Ya no hay principios. La falta de escrúpulos en los negocios, la corrupción política, jurídica, policial...; la mentira, la vulgaridad se adueñan de la situación.
¿Qué hacer para que el avance del mal no produzca una metástasis mortal? Acudir, como Jairo, a Cristo. “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella para que se salve y viva”. En el camino hacia la casa de la enferma llegaron con esta noticia: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?”.
¿No tenemos a veces la impresión de que hay obstáculos que no podremos superar nunca? Hay momentos en que parece que todo se derrumba. ¡Es inútil! ¡Esto no tiene arreglo. Con este marido, con esta mujer, con estos hijos, en este ambiente..., no hay nada que hacer; para qué molestarse! “Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo a Jairo: “No temas; basta que tengas fe”. Es la condición que pone el Señor para la solución de muchos de nuestros problemas. No perder la confianza en Dios.
Ya en casa de Jairo, encontró el Señor un gran alboroto y los lloros de los que llenaban la casa, y les dijo: “la niña no está muerta, está dormida”.A los ojos de Dios las cosas no son como las vemos desde nuestra postración espiritual, con una mirada exclusivamente humana y, menos aún, catastrofista. ¡No todo está podrido, ni carente de solución en nuestro mundo!
Dice el evangelista que “se reían de él”. No es fácil en las horas bajas de la vida evitar una mueca burlona y escéptica: ¡Hombre, no me hagas reír! ¡Esto no tiene solución! ¿Quién no ha mirado con ironía o con lástima a quien ofrece una visión optimista ante una catástrofe? Se reían de Él. Pero Jesús, tomando de la mano a la niña, la levantó y se llenaron de asombro. ¡Fe en Dios y en la Iglesia, y pondremos de pie muchas cosas que han sido abatidas!
Homilía III: Basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Todo es posible para el que cree"
Sb 1,13-15; 2,23-24: "La muerte en el mundo por la envidia del diablo"
Sal 29,2 y 4.5-6.11 y 12a y 13b.: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado"
2 Co 8,7.9.13-15: "Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres"
Mc 5,21-43: "Contigo hablo, niña, levántate"
El autor de Sabiduría habla aquí de la muerte espiritual, de la separación definitiva de Dios, y también de la existencia sin fin junto a Dios; es decir, de la inmortalidad bienaventurada.
El acercamiento de la mujer enferma a Jesús, no tiene una motivación mágica aunque lo parezca. El evangelista descubre enseguida la verdad de su actitud: la "fuerza" que había en Él era algo escondido para el no creyente. La mujer no se ve salvada por haber tocado, sino por la fe. Y en el segundo caso, frente a la creencia generalizada de que Jesús no lo puede todo ("Tu hija ya se ha muerto"), Jesús destaca la fidelidad de Jairo: "Basta que tengas fe".
Hoy se produce un fenómeno paradójico: nunca la sociedad ha alcanzado límites de secularismo como en nuestros días; y pocas veces ha llegado a extremos el uso de toda clase de elementos mágicos como ahora. El ocultismo y las "ciencias" adivinatorias ocupan hoy mucho espacio en los medios de comunicación. Y no digamos de las publicaciones de "Oraciones al Espíritu Santo", a san Judas Tadeo, etc. Mientras lo mágico no se confunda con la fe, allá cada cual. La fe nunca ha de ser un elemento de manipulación.
"La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros" (166; cf. 150-152).
"Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza en las manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad" (2115).
"Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar las potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo _aunque sea para procurar la salud_, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro o recurren a la intervención de los demonios" (2117).
_"Cuando los apóstoles decían al Señor que la turba le apretujaba, Él contestó: «Alguien me ha tocado» . Unos aprietan y la otra le toca. Muchos aprietan desagradablemente el cuerpo del Señor y pocos le tocan saludablemente. ¿Quién me ha tocado? Como si dijera el Señor: Busco a los que me tocan, no a los que me aprietan. Ahora ocurre lo mismo, porque el Cuerpo de Cristo es su Iglesia, y, mientras la toca la fe de unos pocos, la aprieta una turba inmensa... La carne empuja, la fe toca... Levantad, pues, los ojos de la fe y tocad la orla externa de su vestido, que eso basta para la salud" (San Agustín, serm 77).
El que cree nunca utiliza a Dios; el que no cree, tal vez lo intente; pero Dios nunca utiliza ni a uno ni a otro.
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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