Domingo de la semana 12 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Job 38,1.8-11) "El Señor habló a Job desde la tormenta"
(2 Cor 5,14-17) "Cristo murió por todos"
(Mc 4,35-41) ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía de Fernández Carvajal en "Hablar con Dios" Tomo III

--- Valor de las dificultades
--- Poder de Dios
--- Confiar en Dios

--- Valor de las dificultades

Cristo se reposó en la popa reposando la cabeza sobre un cabezal. ¡Cómo contemplaría los ángeles del Cielo a su Rey y Señor apoyado en la dura madera, restaurando sus fuerzas! ¡El que gobierna el Universo está rendido de fatiga!

Mientras tanto sus discípulos, hombres de mar muchos de ellos, presienten la borrasca. Y la tempestad se precipitó muy pronto, con un ímpetu formidable: las olas se echaban encima de manera que se inundaba la barca. Hicieron frente al peligro pero el mar se embravecía más y más y el naufragio parecía inminente. Entonces, como definitivo recurso, acuden a Jesús. Le despertaron con un grito de angustia: ¡Maestro, que perecemos!

No fue suficiente la pericia de aquellos hombres habituados al mar, y tuvo que intervenir el Señor. Y levantándose increpó a los vientos y dijo al mar: ¡calla, enmudece! Y se calmó el viento, y se produjo una gran bonanza. La paz llegó también a los corazones de aquellos hombres asustados.

Algunas veces se levanta la tempestad a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Y nuestra pobre barca parece que ya no aguanta más. En ocasiones puede darnos la impresión de que Dios guarda silencio; y las olas se nos echan encima: debilidades personales, dificultades profesionales o económicas que nos superan, enfermedad, problemas de los hijos o de los padres, calumnias, ambiente adverso, infamias...; pero “Si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad” (Forja 343).

Nunca nos dejará solos el Señor; debemos acercarnos a Él, poner los medios que se precisen... y, en todo momento, decirle a Jesús, con la confianza de quien le ha tomado por Maestro, de quien quiere seguirle sin condición alguna: ¡Señor no me dejes! Y pasaremos junto a Él las tribulaciones, que dejarán entonces de ser amargas, y no nos inquietarán las tempestades.

--- Poder de Dios

Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Este milagro quedó para siempre en el alma de los Apóstoles; sirvió para confirmar su fe y para preparar su ánimo en vista e las batallas, más duras y difíciles que les aguardaban. Años más tarde aquel recuerdo debió devolver muchas veces la serenidad a estos hombres cuando se enfrentaron a todas las pruebas que el Señor les iba anunciando.

En otra ocasión camino de Jerusalén, les había dicho que se iba a cumplir lo que habían vaticinado los profetas acerca del Hijo del Hombre; les dijo: “Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará” (Lc 18,31-33).

Y a la vez les advierte que también ellos conocerán momentos duros de persecución y de calumnia, porque “No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo” (Mt 10,24).

Jesús quiere persuadir a aquellos primeros y también a nosotros de que de entre Él y su doctrina y el mundo como reino del pecado no hay posibilidad de entendimiento; les recuerda que no deben extrañarse de ser tratados así: si el mundo os aborrece, sabed que antes que a vosotros me aborreció a mí. Y por eso explica San Gregorio: “La hostilidad de los perversos demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto resultamos molestos a quienes no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo”. Por consiguiente, si somos fieles habrá vientos y oleaje y tempestad, pero Jesús podrá volver a decir al lago embravecido: ¡Silencio, cállate!

--- Confiar en Dios

En los comienzos de la Iglesia, los Apóstoles experimentaron pronto, junto a frutos muy abundantes, las amenazas, las injurias, la persecución. Pero no les importó el ambiente, a favor o en contra, sino que Cristo fuera conocido por todos, que los frutos de la redención llegaran hasta el último rincón de la tierra. La predicación de la doctrina del Señor, que humanamente hablando era escándalo para unos y locura para otros, fue capaz de penetrar en todos los ambientes, transformando las almas y las costumbres.

Han cambiado desde entonces muchas circunstancias, pero otras siguen siendo las mismas, y aun peores: el materialismo, el afán desmedido de comodidad y de bienestar, de sensualidad, la ignorancia, vuelven a ser viento furioso y fuerte marejada en muchos ambientes. A esto se ha de unir el ceder a la tentación de adaptar la doctrina de Cristo a los tiempos, con graves deformaciones de la esencia del Evangelio. Es probable que haya parientes cercanos que no nos entiendan.

Con la serenidad y la fortaleza que nacen del trato íntimo con Dios seremos roca firme para muchos.

"Las tres concupiscencias (cfr. 1 Jn 2,16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas" (San Josemaría. Escrivá de Balaguer, Carta II-74, n.10). Y vemos sin pesimismos ni apocamientos, que (...) estas fuerzas han alcanzado un desarrollo sin precedentes y una agresividad monstruosa, hasta el punto de que "toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales" (Ib). Ante esta situación no es lícito quedarse inmóviles. Nos apremia el amor de Cristo..., nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa.

“Caminad (...) in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del Señor. ¡Sin pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega la gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es proporcionada a los obstáculos que el mundo y el demonio pongan en la labor apostólica. Por eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya dificultades, porque de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde abunda el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5,20)”. (A. del Portillo. Carta 31-V-1987, n 22).

Aprovechemos la ocasión para purificar la intención, para estar más pendientes del Maestro, para fortalecernos en la fe. Nuestra actitud ha de ser la de perdonar siempre y permanecer serenos, pues está el Señor con cada uno de nosotros. “Cristiano en tu nave duerme Cristo -nos recuerda San Agustín-, despiértale, que Él increpará a la tempestad y se hará calma”. Todo es para nuestro provecho y para el bien de las almas. La inquietud, el temor y la cobardía nacen cuando se debilita nuestra oración.

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Tanto en la vida de la Iglesia como en la nuestra se desencadena en ocasiones una tormenta que amenaza con hundirla como a la barca de Pedro en el lago. Cuando, como a Job, nos visita el dolor, la desgracia; cuando la muerte nos arrebata a un ser querido; cuando sentimos la mordedura de la injusticia, la traición de colaboradores y amigos; cuando la Iglesia y su misión redentora del mundo es azotada por el mar enfurecido de las críticas y las burlas y parece que Dios duerme ajeno al peligro, brota esta queja: “¿Señor, no te importa que nos hundamos?”

Hay toda una literatura que resume las voces de quienes, si no rechazan a Dios, sí a ese mundo creado por Él y atravesado por tantos sufrimientos. El uso equivocado del don divino de la libertad humana, que es la causa de tantos dramas, se convierte en argumento para inculparle. Es inútil dirigirse a Dios -dicen- porque Dios calla o duerme y no se entera de lo que ocurre aquí en la Tierra; peor aún: o no quiere o no puede hacer nada contra el mal. El ateísmo o la falta de criterio cristiano se encrespan de modo blasfemo e histérico diciendo: exista o no Dios, más le valiera no existir así no tendría que avergonzarse de su incapacidad o imposibilidad ante nuestros problemas.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos pide que no tengamos miedo y no perdamos la fe y la esperanza. “Al finalizar este segundo milenio, afirma Juan Pablo II, tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ‘¡No tengáis miedo!’... Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cf Ap 1,18); Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cf Ap 22,13), sea la individual como la colectiva. Y ese Alguien es Amor... ‘¡No tengáis miedo!’.

Jesús dormido en la barca de Pedro es un signo de la Pasión de Cristo en la que la Iglesia y quienes pertenecemos a ella debemos participar en alguna medida porque el discípulo no es mayor que su maestro (cf Jn 15,20). Pero su despertar calmando con una sencilla orden la galerna que ponía en peligro de muerte a los suyos verifica el señorío de su Resurrección. El paso de la tempestad a la calma, es como una pascua singular, el paso de la tribulación al gozo de su Iglesia que navega entre las tormentas de esta vida.

¡Firmes en la fe! Dios nos quiere serenos y esperanzados en las dificultades, en el dolor, en el trabajo, en las decisiones que debemos tomar cada día, en el esfuerzo por ser mejores, en la vida y en la muerte, persuadidos de que Él está en la barca de la Iglesia con nosotros. Entonces, si le llamamos como los discípulos, al miedo o la inquietud ante el peligro sucederá un religioso asombro: ¿quién es este que domina las fuerzas desencadenadas del mal?

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"No tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar"

Jb 38,1.8-11: "Aquí se romperá la arrogancia de tus olas"
Sal 106,23-24.25-26.28-29.30-31: "Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia"
2 Co 5,14-17: "Lo antiguo ha parado, lo nuevo ha comenzado"
Mc 4,35-40: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"

En el libro de Job, se van desmontando uno a uno los argumentos con los que los amigos de Job le habían atormentado. Los considera como personas que no saben lo que dicen, ya que han pretendido entrar en un círculo que es exclusivo de Dios.

La mención de la barca en medio de la tempestad es una clara alusión a la Iglesia y los avatares que habría de sufrir en la historia. Pero, sobre todo, había que subrayar la permanente presencia de Jesús en su favor.

San Mateo emplea el mismo término usado entre los profetas como turbación o desasosiego en el seno de Israel para describir la tempestad. Puede aplicarse a la Iglesia mediante el símil de la barca sacudida por las olas.

De vez en cuando llegan a nuestros oídos expresiones pesimistas y casi apocalípticas, en relación con la Iglesia y hasta hay amenazas de desmoronamiento por los pecados de los que la formamos. Es verdad que somos pecadores, que damos una imagen distorsionada o deforme de la Iglesia. Pero el mantenimiento en pie de la Iglesia no depende sólo de nosotros. Probablemente habría que interpelar a los pronosticadores de calamidades con la pregunta de Jesús: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?"

— El Reino, objeto de los ataques de los poderes del mal:

"El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado  «con gran poder y gloria» (Lc 21,27) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido, y  «mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios» (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican:  «Ven, Señor Jesús»" (671).

— Los cristianos y la venida del Reino:

"Mediante un vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios,  «Reino de justicia, de verdad y de paz» (MR, Prefacio de Jesucristo Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas terrenas; fieles al Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor" (2046; cf. 2610).

— "Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos:  «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?» (Ap 6,10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!" (Tertuliano, or. 5) (2817).

Temer por la Iglesia es no fiarse de la fuerza del Espíritu que Jesús nos dio; temer por nosotros mismos es fiarse sólo de la gracia.

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