Domingo de la semana 5 de Cuaresma; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Jer 31,31-34) "Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo"
(Hb 5,7-9) "Se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna"
(Jn 12,20-33) "Señor, quisiéramos ver a Jesús"

 

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de San Buenaventura, en Torre Spaccata (1-IV-1979)

--- Queremos ver a Jesús
---Alianza de Dios con su pueblo
---La muerte de Cristo

--- Queremos ver a Jesús

“Señor, queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Así dijo Felipe, que era de Betsaida, la gente que había llegado de Jerusalén de diversas partes. Nos conocemos poco entre nosotros. Queremos que Él nos haga conocernos mutuamente, que nos haga acercarnos recíprocamente, para que ya no seamos extraños, sino que lleguemos a ser una comunidad.

El Profeta Jeremías habla de la alianza cada vez más estrecha que Dios quiere hacer con la casa de Israel. Dado que el pueblo de Israel no mantuvo la alianza precedente, Dios quiere constituir con él otra más sólida e interior: “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33).

--- Alianza de Dios con su pueblo

Dios ha realizado con nosotros la nueva y a la vez definitiva Alianza en Jesucristo, que, como dice hoy San Pablo, “vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna” (Hb. 5,9).

Esta alianza se basa en la perfecta obediencia del Hijo al Padre. En virtud de esta obediencia, Cristo “fue escuchado” (Hb. 5,7), y es escuchado siempre; Él mantiene ininterrumpidamente esta unión del hombre con Dios que se estableció en su cruz. “La Iglesia es sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1).

Nosotros queremos que Él sea nuestro Dios y nosotros su pueblo; queremos que sus leyes estén escritas en nuestro corazón.

Vosotros buscáis un apoyo para vuestros corazones y para vuestras conciencias. Buscáis un apoyo para vuestras familias. Perseverando en el vínculo sacramental del matrimonio, queréis transmitir la vida a vuestros hijos y, junto con la vida, la educación humana y cristiana. Sabéis que de esto depende vuestra propia salvación y la de vuestros hijos. Queréis que se hagan verdaderamente hombres y esto depende de lo que reciban en la casa paterna.

Es necesario que apoyemos nuestra vida y la vida familiar en Jesucristo. Por Él, que “vino a ser causa de salvación eterna para todos” (Hb 5,9), nos indica cada día los caminos e la salvación. Nos muestra cual es el sentido profundo e íntimo de la vida humana.

Si el hombre está seguro de este sentido de la vida, entonces todos los problemas, incluso los ordinarios y cotidianos, se resuelven en concordancia con Él.

--- La muerte de Cristo

Hoy oímos que el Señor Jesús preanuncia su muerte. Estamos muy próximos a la Semana Santa. Por esto las palabras con que el Señor anuncia su fin  ya cercano hablan de la gloria: “Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado... Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré?... Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,23.27-28). Y finalmente pronuncia las palabras que manifiestan tan profundamente el misterio de la muerte redentora: “Ahora es el juicio de este mundo... Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todo hacia mí” (Jn 12,31-32). Esta elevación de Cristo sobre la tierra es anterior a la elevación en la gloria: elevación sobre el leño de la cruz, elevación de martirio, elevación de muerte.

Jesús preanuncia su muerte también en estas palabras misteriosas: “En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará sólo; pero si muere, llevará mucho fruto” (Jn. 12,24). Su muerte es prenda de la vida, es la fuente de la vida para todos nosotros. El Padre Eterno preordenó esta muerte en el orden de la gracia y de la salvación, igual que está establecida, en el orden de la naturaleza, la muerte del grano de trigo bajo la tierra, para que pueda despuntar la espiga dando fruto abundante. El hombre después se alimenta de este fruto que se hace pan cotidiano. También el sacrificio realizado en la muerte de Cristo se hace comida de nuestras almas bajo las apariencias de pan.

DP-109 1979

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Termina la Cueresma y nos disponemos a participar en el gran misterio Pascual: el paso de la muerte a la vida de Jesucristo, el primogénito de sus hermanos los creyentes, con la petición de que el Señor nos conceda un corazón entregado a la causa del Evangelio.

Pero todos sabemos que arrojar en el surco del amor a Dios y a los demás el grano de trigo que somos cada uno cuesta. Y cuesta más a medida que transcurren los años y decae el vigor propio de la juventud, al que se unen, además, tantas decepciones que cosechamos en esa labor. Un pesado cansancio se embosca tras estas experiencias. Nadie está vacunado contra estas o parecidas falsificaciones que hacen costoso ese cambio del corazón que la Iglesia ha ido proponiéndonos a lo largo de estos 40 días.

Sin embargo, hay que decidirse a sobreponerse a esa comodidad que se instala en nosotros y que, como el grano de trigo que quedaría sólo si se entierra, nos distancia dolorosamente de Dios y de los demás haciendo infecunda nuestra vida. Hay dos pequeños sacrificios -entre tantos- que tienen su importancia en el trato con los demás y en quienes debemos ver la imagen de Dios: escuchar con interés a quienes nos dirigen la palabra, y sujetar la lengua cuando se produzcan esas discrepancias propias de toda convivencia.

Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas pero se escucha poco. Hay personas que, tienen tal incontinencia verbal o que se quieren imponer tanto a los demás, que no escuchan; sólo hablan. Y cuando parecen escuchar, solamente se está tomando un respiro para intervenir de nuevo. Contestan a lo que el otro les dice continuando con su conversación anterior. Al conducirse así dan muestras de que el otro no cuenta. Si hay una manera de aislarse de quienes nos rodean es realmente ésta. Tal vez una de las razones por las que la gente se siente sola estribe en este defecto.

Sujetar la lengua y no almacenar agravios y desaires. “Lejos de nuestra conducta, por tanto, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido -por injustas, inciviles y toscas que hayan sido-, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para presentar una lista de agravios” (S. Josemaría Escrivá).

Cuando la comodidad diga: ¡bah! Cuando estemos hechos un hervidero de odio y el Diablo aproveche para sugerirnos que somos esclavos de unos principios morales trasnochados, embridemos ese animal enfurecido en que nos convertimos a veces y recordemos esta advertencia que el Señor nos hace hoy: “El que se ama a sí mismo se pierde”.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Conoceremos al Señor porque perdonará nuestros pecados por la Nueva Alianza en Cristo"

Jr 31,31-34: "Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados"
Sal 50,3-4.12-13.14-15: "¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro!"
Hb 5,7-9: "Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna"
Jn 12,20-33: "Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto"

El anuncio de Jeremías, la Alianza Nueva, parece un anticipo evangélico. La letra había ahogado al espíritu y había que grabar en los corazones la Ley Nueva. Dios mismo será quien escriba esa ley dentro del hombre. Llegará el tiempo de la gracia y Dios mostrará su rostro de misericordia.

Cristo "será causa de salvación eterna" por su obediencia a la voluntad del Padre. El autor de Hebreos quiere mostrar cómo el Salvador actúa según la nueva Alianza. Por Él tiene lugar el nuevo pacto entre Dios y el hombre, y, además, enseña al hombre a vivir esa alianza.

El sentido de la muerte fecunda del grano enterrado hace presagiar la convicción que Cristo comunica a los suyos sobre su propia muerte. El fruto llegará a todos porque la Pascua será para todos. Y la voz del Padre ratificando la gloria es el mejor aval de su obra redentora.

Con frecuencia la vida de muchas personas es entregada al servicio de los demás: muchos padres de una manera callada dan la vida día a día por sus hijos; muchos educadores gastan sus energías en favor de los educandos; muchas otras personas anónimas entierran su vida como grano de trigo... y todo esto da mucho fruto.

— "Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,  «los amó hasta el extremo» (Jn 13,1) porque  «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres" (609; cf. 606-608).

— El Espíritu Santo grabará en nuestros corazones una Ley Nueva:

"En los  «últimos tiempos», el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz" (715; cf. 716).

— Ley nueva o Ley evangélica:

"La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad, porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo, a la de amigo de Cristo, o también a la condición de hijo heredero" (1972).

— "Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual  «la caridad es difundida en nuestros corazones» (Rm 5,5) (Santo Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1 ad 2)" (1964).

Cristo habló de enterrarse para dar fruto. Por eso, los que creemos en Él, llamamos a la muerte principio de resurrección.

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