Domingo de la semana 4 de Cuaresma; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Cr 36,14-16.19-23) ¡Sea su Dios con él, y suba!
(Ef 2,4-10) "Dios, rico en misericordia...nos ha hecho vivir en Cristo"
(Jn 3,14-21) "El que realiza la verdad se acerca a la luz"


Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la Parroquia Romana de Santa Cruz de Jerusalén (25-III-1979)

--- Domingo “Laetare”
--- La Cruz salvadora
--- El don de la gracia

--- Domingo “Laetare”

La liturgia dominical de hoy comienza con la palabra: Laetare: “¡Alégrate!”, es decir con la invitación a la alegría espiritual.

Vengo para adorar en espíritu el misterio de la cruz del Señor. Hacia este misterio nos orienta el coloquio de Cristo con Nicodemo... Jesús tiene ante sí a un escriba, un perito en la Escritura, un miembro del Sanedrín y, al mismo tiempo, un hombre de buena voluntad. Por esto decide encaminarlo al misterio de la cruz. Recuerda, pues, en primer lugar, que Moisés levantó en el desierto la serpiente de bronce durante el camino de cuarenta años de Israel desde Egipto a la Tierra Prometida. Cuando alguno a quien había mordido la serpiente en el desierto, miraba aquel signo, quedaba con vida (cf. Num, 21,4-9). Este signo, que era la serpiente de bronce, preanunciaba otra Elevación: “Es preciso -dice, desde luego, Jesús- que sea levantado el Hijo del Hombre- y aquí habla de la elevación sobre la cruz- para todo el que creyere en Él tenga la vida eterna” (Jn 3,14-15). ¡La cruz: ya no sólo la figura que preanuncia, sino la Realidad misma de la salvación!

--- La Cruz salvadora

Y he aquí que Cristo explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto pero al mismo tiempo pronto a escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la cruz:

“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16).

La cruz es una nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del pensamiento humano, en el camino del conocimiento de Dios, se realiza un vuelco radical. Nicodemo, el hombre noble y honesto, y al mismo tiempo discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir una sacudida interior. Para todo Israel, Dios era sobre todo Majestad y Justicia interior. Era considerado como Juez que recompensa o castiga. Dios, de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no “para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3,17). Es Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre.

--- El don de la gracia

San Pablo, con la mirada fija en la misma revelación de Dios, repite hoy por dos veces en la Carta a los Efesios: “De gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5). “De gracia habéis sido salvados por la fe” (Ef 2,8). Sin embargo, este Pablo, así como también Nicodemo, hasta su conversión fue hombre de la Ley Antigua. En el camino de Damasco se reveló Cristo y desde ese momento Pablo entendió de Dios lo que proclama hoy: “...Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo -de gracia habéis sido salvados-” (Ef. 2,4-5).

¿Qué es la gracia? “Es un don de Dios”. El don que se explica con su amor. Y el amor que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se revela el más profundo rostro de Dios. Él no es sólo el juez. Es Dios de infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la amenaza de la pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad.

¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. “Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz”...-¡Precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!- “Pero el que obra la verdad viene a la luz” (Jn 3,20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza.

Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y que hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es Él para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida?

Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída “junto al camino” (Mc 4,4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?

DP-101 1979

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Hermanos: Dios rico en misericordia...”. Jesucristo, a quien el Padre envió al mundo es el sacramento de la benevolencia divina con los hombres. Dios es Amor. No se comporta con nosotros cuando le ofendemos como lo hacemos nosotros cuando alguien nos perjudica o nos desprecia. Dios es un Padre que no duda en entregar lo que más quiere: su Único Hijo “para que el mundo se salve por Él” (Evangelio). Si al sentirnos queridos por alguien la alegría esponja nuestro corazón y somos felices, ¿qué pensar si ese alguien es Dios, Bondad y Sabiduría infinita?

Dios mantiene su oferta de vida y de salvación a pesar del historial de pecado que cada criatura humana tiene. Mirar a la Cruz como los israelitas en el desierto miraban la serpiente de bronce, símbolo de Ella, y quedaban curados de la mordedura del mal, es tropezarse con la prueba evidente del perdón de Dios y de su salvación prometida. Así es. Jesús murió en la Cruz por nuestros pecados y éste debe ser un motivo de consuelo cuando la conciencia, al recordarnos las ocasiones en que le hemos ofendido, abra paso a una inquietud mala. “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién los condenará? ¿Cristo Jesús, que murió por ellos, más aún, que resucitó, que está a la derecha de Dios y que incluso intercede por nosotros?” (Rom 8, 34).

La Iglesia invita al cristiano a alegrarse en la Cruz de Cristo porque de ahí brota “nuestra salvación, vida y resurrección” (Antífona Misa Exaltación Sta Cruz). ¡La Santa Cruz, ahí está el testimonio más elocuente y conmovedor del amor que Dios siente por el hombre! Este amor de Dios, inmenso y loco, que no se detiene ante la muerte, debe despertar en nosotros un afecto grande por Él que esté pronto a cualquier sacrificio personal. El sacrificio que todo amor comporta es la sal de esta vida. ¿No tenemos, a veces, la impresión de que nos quejamos demasiado, de que somos un poco melindres, poco sufridos? Una persona que a los 30 ó 40 años no haya tenido una contrariedad seria, ningún disgusto importante, corre el peligro de ser un eterno adolescente. El dolor madura a las personas, las hace más realistas, más humanas. Hay lugares donde los campesinos pinchan los higos para que estén más dulces.

El cristianismo no inventó la cruz, no la trajo a un mundo hasta entonces feliz, sino que nos enseñó y nos ayuda a llevarla con esperanza. La opción no se plantea entre llevarla o no porque el dolor aparece tarde o temprano en nuestra vida, sino entre llevarla bien o mal. Ciertamente la Cruz a unas personas las encona contra Dios, como en el caso del mal ladrón. A otras, en cambio, les abre las puertas del Paraíso. El sufrimiento es el mismo. El modo de afrontarlo, no.

No busquemos nunca a Cristo sin la Cruz, si no queremos tropezarnos con esas cruces sin Cristo, que no libran del dolor y que carecen del valor redentor que encierran. Así, el olvido de uno mismo para hacer la vida grata a los que conviven con nosotros, el esfuerzo diario para aportar con el trabajo nuestro grano de arena al bien común, las contrariedades e injusticias, el dolor físico o moral inevitables en esta vida, la lucha contra el pecado y el esfuerzo por influir cristianamente en la cultura y el comportamiento de nuestros iguales, lo afrontaremos con alegría, porque “allí donde se representa la muerte de Cristo, no puede reinar el pecado. Es tan grande la fuerza de la Cruz de Cristo que, si se pone ante los ojos..., ningún mal deseo, ninguna pasión ningún movimiento de enfado o envidia podrán prevalecer” (Orígenes, Com. in Rom, 6, 1).

Pidamos a María, que estuvo junto a la Cruz de Jesús, que sepamos estar con reciedumbre cuando se haga presente en nuestra vida, y Jesús no olvidará esta muestra de solidaridad con Él cuando suene para nosotros el día grande de la Resurrección de toda carne.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Somos obra de Dios, liberados por Cristo de las tinieblas, salvados en su Nombre"

2 Cro 36,14-16.19-23: "La ira y la misericordia del Señor se manifestaron en el exilio y la liberación del pueblo"
Sal 136,1-2.3.4.5.6: "Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti"
Ef 2,4-10: "Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo"
Jn 3,14-21: "Dios mandó a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él"

El Cronista hace memoria de las infidelidades del pueblo de Dios y del castigo que recibieron de sus enemigos. Se quiere hacer ver que la salvación vendrá de Dios, que el exilio terminará porque Dios será su libertador. El decreto de Ciro será el instrumento del que Dios se servirá para llevar a cabo la liberación. Se muestra la historia como el gran escenario de la acción salvadora de Dios, incluso por medio de quienes no lo conocen.

Jesús, en el encuentro con Nicodemo, busca que éste ahonde y madure en su fe. Le anuncia la Verdad, pero es también un llamamiento, una invitación a ir poco a poco cayendo en la cuenta de cuanto le dice.

Presenta a Nicodemo la necesidad de tomar postura ante la salvación de Dios. El que cree está en la luz y el que no cree está en tinieblas. El símbolo de la "clandestinidad" con la que Nicodemo visita a Jesús, queda destruido por la invitación a que "realice la verdad para acercarse a la luz". La verdad, además de libres, hace valientes.

La realidad de nuestra cultura, profundamente fragmentada, dificulta al hombre plantearse el problema de la verdad, hasta el punto de dudar de su posibilidad y existencia. En esta situación renuncia a buscar la verdad y, como consecuencia, permanece en las "tinieblas" de la verdad de sí mismo.

— Dios es verdad y amor:

"Dios,  «El que es», se reveló a Israel como el que es "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad.  «Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad» (Sal 138,2). Él es la Verdad, porque  «Dios es Luz, en Él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); Él es  «Amor», como lo enseña el apóstol Juan (1Jn 4,8)" (214).

— Dios es amor:

"A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados" (218).

— Vivir en la verdad:

"El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad. Su ley es verdad.  «Tu verdad, de edad en edad» (Sal 119,90; Lc 1,50). Porque Dios es el  «Veraz» (Rm 3,4), los miembros de su Pueblo son llamados a vivir en la verdad" (2465).

— "En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud.  «Lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Él es la  «luz del mundo» (Jn 8,12), la Verdad, el que cree en Él no permanece en las tinieblas" (2466; cf. 2467-2470).

— "¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo" (San Agustín, Trin. 14,15,21) (1955).

Cuando el hombre se acerca a la Verdad de Dios por el camino de Cristo, además de encontrarse con el Verdadero, se encuentra a sí mismo.

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