Desde sus primeros pasos como Papa, Francisco ha insistido en la idea de “pobreza”, que propone también en el Mensaje para la Cuaresma de 2014. ¿Qué entiende el Pontífice por pobreza? Lo explica el cardenal guineano Robert Sarah, presidente del Consejo Pontificio que coordina las iniciativas de caridad de la Santa Sede, apenas regresado de Filipinas, donde ha hecho presente la solidaridad del Papa
Ha pasado casi un año desde la tarde de aquel 13 de marzo, cuando a través de la asistencia del Espíritu Santo, junto con mis hermanos los cardenales, elegimos al sucesor de Pedro en la persona del cardenal Bergoglio, que escogió el nombre de Francisco. Él mismo, algunos días después de la elección, dirigiéndose a la prensa, reveló el por qué de tal nombre. “Durante las elecciones, tenía al lado al arzobispo emérito de San Pablo, y también prefecto emérito de la Congregación para el clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: «No te olvides de los pobres». Y esta palabra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio... Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación… Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre... ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” (a los representantes de los medios de comunicación, 16 de marzo de 2013).
En el nombre de Francisco, por tanto, podemos vislumbrar el verdadero programa de este pontificado. Por ese motivo no falta ocasiones en las que el Santo Padre subraya la importancia de la pobreza como vía maestra para vivir plenamente el Evangelio de Jesús.
La pobreza a la que se refiere a menudo el Pontífice tiene su raíz profunda en la persona de Jesús, que “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9). Cristo mismo ha dicho: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3). “Pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis” (Jn 12, 8). También en el Antiguo Testamento el Deuteronomio dice: “Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh” (Dt 8, 2-3).
La pobreza por tanto, es en la mente de Dios y de la Iglesia de Cristo un valor, y un valor cristiano. Precisamente por el hecho de que la pobreza es un valor cristiano decidió san Francisco de Asís consagrarse enteramente a Dios en la práctica de la pobreza evangélica, despojándose de todo. Desde aquel día se desposó con la “Señora pobreza”. También el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes, afirma con claridad que “el espíritu de pobreza es gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo” (GS, 88). Por eso el Papa Francisco concibe la pobreza y propone que se viva en continuidad con la tradición bíblica y magisterial. Estamos llamados a vivir la pobreza con Jesús y cómo Él mismo la ha vivido.
El deseo del papa Francisco de que cada vez pueda hacerse más presente una “Iglesia pobre y para los pobres” es el deseo de toda persona que se compromete a vivir fielmente el Evangelio. Tal expresión no hace referencia sólo a la privación de los bienes materiales, sino que la supera: nos habla de la purificación de las incrustaciones de la maldad, de la rivalidad, de la envidia, de la soberbia, que se refiere a toda la comunidad de los fieles y no sólo a la Iglesia como institución. Por otra parte, tal expresión se evoca a menudo como forma de contestación a la Iglesia, por desgracia también para oponer una Iglesia de los pobres, una Iglesia buena, una Iglesia que hace el bien, una Iglesia cuya misión principal sería la de la promoción social, y una Iglesia de la predicación y de la verdad, una Iglesia dedicada a la oración y a la defensa de la doctrina y de la moral.
Son categorizaciones falsas, porque la Iglesia es una, y es la Iglesia de Cristo. La Iglesia está siempre llamada a seguir a su Esposo, que se ha definido a sí mismo como manso y humilde de corazón. De ahí que estemos todos llamados a seguir a Jesús pobre, humilde, despojado de todo privilegio y con una gran simplicidad de vida evangélica. Y cuando “no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial” (Santa Misa con los Cardenales, 14 de marzo de 2013).
El Santo Padre subrayó con fuerza este concepto cuando durante la Vigilia con los movimientos eclesiales se le formuló una pregunta sobre cómo se puede vivir una Iglesia pobre y con los pobres, y qué contribución se puede ofrecer a la Iglesia y a la sociedad para afrontar la grave crisis que afecta a la ética pública. En su respuesta, el Papa Francisco subrayó que “ante todo, vivir el Evangelio es la principal contribución que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es sólo una organización vacía. Y en esto sed listos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficaces. No; aquello es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir” (palabras del Papa Francisco durante la Vigilia de Pentecostés con los movimientos, 18 de mayo de 2013).
Así, la caridad se convierte en el único camino posible para que el hombre pueda superar la gran crisis que lo atenaza. Porque lo que está en crisis es, antes que nada, el hombre. Y el Santo Padre está convencido de que precisamente en cuanto que el hombre es imagen de Dios está llamado a no aislarse, a no encerrarse en la soledad y en el desánimo, porque una Iglesia que se cierra, enferma. Por esa razón motivo nos invita con fuerza a salir afuera, yendo a las periferias existenciales, siguiendo la invitación de Cristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).
Es la misma experiencia del “pobrecito” de Asís, que se reencontró a sí mismo precisamente yendo a las periferias de las ciudades, donde consiguió recuperar el sentido de su vivir. En los márgenes de la ciudad encontró los leprosos y, al abrazarlos, encontró a Jesús. En la pobreza de la periferia experimentó la belleza de vivir, decidiendo abrazar tal pobreza, con la seguridad de que de esa manera podía ser plenamente feliz. A través de los pobres, san Francisco, como dice el Papa con frecuencia, hizo la experiencia de la carne de Cristo.
“Tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres. La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica y cultural: no; es una categoría teologal. Diría, tal vez la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su Encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor” (palabras del Papa Francisco durante la Vigilia de Pentecostés con los movimientos, 18 de mayo de 2013). De esa manera nos identificamos, nos configuramos con Cristo. Y como san Francisco tendremos la gracia y el honor de llevar en nuestro cuerpo los estigmas, las llagas mismas de Jesús, muerto en la cruz entre los pobres y abandonados.
Para el Papa Francisco es importante poder hacer la experiencia de los pobres, y lo destaca a los estudiantes de las escuelas dirigidas por los jesuitas, recordando una carta del jesuita Padre Pedro Arrupe, que dice que “no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta con una inserción directa en los lugares en los que se vive”. “No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas”, y yo añadiría en esas personas ricas pero moral y antropológicamente desestructuradas y lejanas de Dios. “Ir, mirar allí la carne de Jesús”.
Para el Papa Francisco este ir al encuentro de los pobres es un modo privilegiado para vencer el espíritu del mundo. Exhorta a los estudiantes de las escuelas dirigidas por los jesuitas a no dejarse robar la esperanza. “Por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. ¿Dónde encuentro la esperanza? En Jesús pobre, Jesús que se hizo pobre por nosotros…. No os la dejéis robar por el bienestar, por el espíritu de bienestar que, al final, te lleva a ser nada en la vida. El joven debe apostar por altos ideales: éste es el consejo. Pero la esperanza, ¿dónde la encuentro? En la carne de Jesús sufriente y en la verdadera pobreza” (discurso del Papa Francisco a los estudiantes de las escuelas dirigidas por los jesuitas, 7 de junio de 2013).
Así, gracias al Papa Francisco el camino de la pobreza se nos presenta con renovada fuerza como sendero privilegiado para recuperar nuestra relación con el Señor y con los hermanos. Gracias a la relación con los necesitados, el hombre redescubre el verdadero rostro de Dios. El Papa Francisco nos está ayudando a caminar hacia el redescubrimiento de la pobreza como valor cristiano, como dependencia total y filial de Dios, y como dimensión positiva que hay que tener presente en el camino de fe.
El corazón de su mensaje sobre la pobreza lo encontramos en el Mensaje para la Cuaresma que nos disponemos a vivir. Nos ofrece algunas reflexiones sobre la pobreza que puedan servir al camino personal y comunitario de conversión. Toma su punto de partida de la expresión de san Pablo: “Pues conocéis la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el cual se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9).
Como es sabido, el Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para animarles a ser generosos en la ayuda a los hermanos de Jerusalén, que padecen entendiéndola como falta de bienes. Estoy muy agradecido al Papa Francisco por llevarnos a una visión integral de la pobreza. La primera referencia que se ofrece al cristiano para comprender la pobreza, en efecto, es Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. La elección de la pobreza por parte de Cristo nos sugiere que existe una dimensión positiva de la pobreza, la cual, por lo demás, resuena también en el Evangelio, que proclama bienaventurados a los pobres. Es evidente que en esta dimensión de la pobreza hay un aspecto de despojo y renuncia. Pero éste es posible porque la verdadera “riqueza de Jesús es su ser el Hijo” (Mensaje para la Cuaresma 2014).
No pensemos –quiere decir el Papa– que tranquilizamos las conciencias burguesas al denunciar la falta de bienes de otras personas o la pobreza como sistema. La pobreza se refiere a la profundidad del corazón humano: como Cristo ha bajado de su trono real para cumplir la voluntad de su Padre y salir al encuentro de sus hermanos necesitados de salvación, así el cristiano entra en una dinámica de pobreza y de don porque ha sido enriquecido con el hecho de ser hijo de Dios.
En ese sentido, cuando la Iglesia habla de pobreza no quiere –y, siguiendo el ejemplo de Cristo, no puede– entender la pobreza a la manera de quien rechaza la existencia de la pobreza en cuanto tal, porque sabe que la pobreza es objeto de una elección precisa, hecha por amor de Cristo y de los hermanos. Es interesante notar que, en el Mensaje para la Cuaresma de este año, el Santo Padre se detiene particularmente en una importante distinción, la distinción entre pobreza y miseria. No es la pobreza, que es una actitud evangélica, sino la miseria, lo que se debe combatir. No hace falta insistir en que este ha sido el testimonio de la Iglesia desde el inicio de su existencia, cuando la primera comunidad cristiana subvenía recíprocamente a las necesidades de los miembros de la propia comunidad. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas que –por amor a Cristo pobre– han elegido la pobreza para combatir la miseria. El Dicasterio Cor Unum, que se ocupa de los organismos católicos que se dedican al servicio de la caridad, sabe que en todo el mundo la Iglesia es apreciada por este testimonio de personas concretas que, no por una ideología ni en nombre de un mundo hecho a nuestra imagen y semejanza, sino por amor a Cristo, pagan en primera persona por hacer frente a la miseria humana.
En su discurso el Santo Padre enumera tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La primera “toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana... Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad”. La miseria moral “consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado”. Esta “forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor”. Algunos párrafos antes el Papa indica incluso que “hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo”.
Es precisamente esta miseria la que la Iglesia debe afrontar con fe, caridad y firmeza proponiendo el Evangelio de Cristo. “El Evangelio”, escribe el Papa, “es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual”.
Creo que precisamente esta visión amplia de la pobreza, de la miseria y, como consecuencia, de la ayuda que la Iglesia ofrece al hombre nos ayuda también a alcanzar una visión más completa de quién es el hombre y de cuáles son sus necesidades, sin caer en un reduccionismo antropológico que pretende resolver los problemas de la persona sólo porque ha resuelto los problemas de su bienestar físico y material. También en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium ha subrayado el Papa esta dimensión profunda de mirar a todo el hombre, cuando afirma con fuerza “que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (Evangelii Gaudium, 200).
Vivir la caridad con los necesitados, de este modo, es sobre todo evangelizar, como nos recuerda Pablo VI en Evangelii nuntiandi, con la seguridad de que llevándole a Jesús estamos llevando todo aquello de lo que el hombre tiene verdaderamente necesidad. Esto subraya que “la pobreza no es sólo la material. Existe una pobreza espiritual que aferra al hombre contemporáneo. Somos pobres de amor, sedientos de verdad y justicia, mendigos de Dios. La mayor pobreza es la falta de Cristo, y mientras no llevemos a Jesús a los hombres siempre habremos hecho por ellos demasiado poco” (Mensaje del Santo Padre al Meeting de Rimini, 18 de agosto de 2013).
Mirar la pobreza con los ojos del Papa Francisco quiere decir en primer lugar sentir nuestra necesidad de ser salvados, y por eso ir a llevar el anuncio evangélico en las periferias existenciales a los últimos y a los más pobres. Estamos llamados a abrazar todas las necesidades del hermano, sean materiales, culturales o espirituales, sabiendo que seremos juzgados por el modo en que hayamos reconocido y asistido a Jesús en el pobre (cfr. Mt 25).
Card. Robert Sarah
Presidente del Consejo Pontificio ‘Cor Unum’
Artículo publicado en el número de marzo de la Revista PalabraIntroducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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