El Padre sabe que la Obra necesita sacerdotes. Por eso, cierto día habla con tres de sus hijos y les hace la misma pregunta en nombre de Dios:
—Hijo mío, ¿te gustaría ser sacerdote? Los tres responden afirmativamente.
Uno de ellos es Álvaro del Portillo. Son ordenados sacerdotes por el Obispo de Madrid. El Padre no asiste a la ceremonia religiosa para no ser él quien reciba las felicitaciones. Permanece en casa.
Apenas llegan, les besa las manos recién consagradas y les da un emocionado abrazo.
Aquella tarde la pasan con el señor Obispo.
—Cuando pasen los años os preguntarán: ¿qué decía el Padre el día de la ordenación de los tres primeros? Respondedles sencillamente: el Padre nos repitió lo de siempre: oración, oración, oración; mortificación, mortificación, mortificación; trabajo, trabajo, trabajo.
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