La devoción de la Virgen de los Dolores tiene una antigua raigambre entre los cristianos, desde la Edad Media está documentada que esta devoción pertenece a la piedad popular. Algunos santos como san Pablo de la Cruz la han recomendado mucho: “por el bien de la Santa Iglesia en la salvación de las almas”, pedía poco antes de morir en 1775 a los suyos promover “en el corazón de todos la devoción a la pasión de Jesucristo y a los dolores de María Santísima”. En esta corriente de tradición de los santos vemos también a san Josemaría Escrivá.
Desde joven, Josemaría Escrivá tuvo mucha devoción a la Virgen de los Dolores, que se celebraba el viernes de Pasión, se le llamaba “Viernes de Dolores”, el anterior a Semana Santa; y era devoción extendida ese día en España y América. La devoción de Josemaría a Nuestra Señora irá creciendo con los años, y se plasma en la espiritualidad de la Obra de la que fue fundador: el plan de vida que él vivía y que luego fueron practicando los miembros del Opus Dei contiene muchas normas marianas diarias (ofrecimiento de obras que él rezaba acudiendo a María, el Ángelus o Regina coeli, rezo habitual del Acordaos, Santo Rosario, las tres Avemarías de la noche), uso del Escapulario del Carmen, y otras costumbres marianas periódicas (Rezo de la Salve u otras advocaciones, junto con una mortificación especial los sábados, Romerías en el mes de mayo)…
La madre de Josemaría se llamaba Dolores, y ese día celebraba su santo y preparaba un dulce especial hecho a base de hojas de espinacas rebozadas: “crespillos”. La devoción se unía así a la cocina, lo divino a lo humano.
Hay un momento culmen en el que la Virgen aparece como Dolorosa: cuando está al pie de la Cruz, donde el Señor nos la dio como madre: “La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: El... y tú”. Es el punto 506 de Camino, su obra más conocida (publicada en 1939 con material de sus apuntes íntimos y otros escritos anteriores). Ahí contempla también ese momento íntimo de corredención de María en la Cruz, cómo Jesús nos la da por madre, y cómo de su maternidad fluyen todas las advocaciones marianas, y también la Dolorosa.
Ya está todo anunciado en la profecía de Simeón… de ahí viene la devoción a los Siete Dolores, por la traducción que se hizo de la espada de siete filos… Siete es un número perfecto, que significa plenitud. Así María vive con plenitud su participación en la Pasión de su Hijo, y ahí, en esa devoción, hay una contemplación de la progresiva revelación que tuvo María de los dolores que sufriría acompañando a Jesús en su labor redentora.
Aquí veremos ese amor a María Santísima bajo la advocación de la Virgen de los Dolores, al hilo de los escritos del Fundador del Opus Dei. Pondré las citas de las obras del autor (Santo Rosario, Camino, Es Cristo que pasa, Vía crucis, Amigos de Dios, etc.) sin repetir el nombre del autor cada vez. Puede consultarse la reciente edición crítica de las citadas obras (que edita el Instituto histórico san Josemaría Escrivá de Balaguer a través de la editorial Rialp, Madrid).
Podemos aprovechar un modo de entrar en ambiente; en el Vía Crucis, obra póstuma con escritos de distintas fechas, Josemaría nos dice en la introducción un modo de meternos en ambiente de contemplación: “Madre mía, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin ‘in libertatem gloriae filiorum Dei, en la libertad y gloria de los hijos’”.
1. Primer dolor: la profecía de Simeón (Lc 2, 22-35)
Simeón anuncia que una espada traspasará el alma de María. El añadido al texto: “espada de siete filos” expresa que Ella, con un corazón grande, tierno, enamorado, sentirá traspasar su alma en una identificación a la misión de su hijo, sobre todo al pie de la Cruz. En la “obediencia de la fe” María va alzándose en santidad y poderosa intercesión (cf. Es Cristo que pasa, donde se recogen homilías de diversos años, n. 173).
Escrivá ve a María como “Maestra de caridad” y tan unida a la redención de su hijo que con razón la llamamos “corredentora”: “Recordad aquella escena de la presentación de Jesús en el templo. El anciano Simeón ‘aseguró a María, su Madre: mira, este niño está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel y para ser el blanco de la contradicción; lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos’. La inmensa caridad de María por la humanidad hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: ‘nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos’.
”Con razón los Romanos Pontífices han llamado a María Corredentora: "de tal modo, juntamente con su Hijo paciente y muriente, padeció y casi murió; y de tal modo, por la salvación de los hombres, abdicó de los derechos maternos sobre su Hijo, y le inmoló, en cuanto de Ella dependía, para aplacar la justicia de Dios, que puede con razón decirse que Ella redimió al género humano juntamente con Cristo" (Benedicto XV). Así entendemos mejor aquel momento de la Pasión de Nuestro Señor, que nunca nos cansaremos de meditar: ‘stabat autem iuxta crucem Iesu mater eius, estaba junto a la cruz de Jesús su Madre’” (Amigos de Dios, segundo tomo de homilías publicadas, obra póstuma, n. 287).
En Camino tratará más a fondo de esa intercesión universal de María por todos nosotros, que resume con las expresiones de “Madre” y “Señora” (por ej. puntos 493 y 512 y muchos otros que cita el comentario a esos puntos de la reciente edición crítica).
Volverá sobre el tema de ese aprendizaje en la fe, al que se asocia también san José, cuando anota que “su padre y su madre escuchaban con admiración” (Lc 2,33: Cristo que pasa, 54) y “se maravillaron” (id, 48). En algunos comentarios a la compañía de María en la Cruz volverá san Josemaría sobre este pasaje de Simeón. No hace referencia sin embargo a ello en la consideración del correspondiente misterio gozoso en Santo Rosario (obra primitiva que escribió en 1931 y que luego retocó en 1945).
2. Segundo dolor: La huida a Egipto (Mt 2,13-15).
San Josemaría contempla a la Virgen, en toda su vida, como la siempre disponible a lo que el Señor le pida: “¡María, Maestra del sacrificio escondido y silencioso!
”—Vedla, casi siempre oculta, colaborar con el Hijo: sabe y calla” (Camino, 509). Este sacrificio le unirá a lo largo de su vida a la misión de su hijo de un modo especial. Al comentar esta escena junto con otros episodios de su vida, en Amigos de Dios, Josemaría se centra primero, como hace habitualmente, en la maternidad de la Virgen: “María cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza de la que es efectivamente madre según el cuerpo. Como Madre, enseña; y, también como Madre, sus lecciones no son ruidosas. Es preciso tener en el alma una base de finura, un toque de delicadeza, para comprender lo que nos manifiesta, más que con promesas, con obras”.
Luego subraya que Ella es Maestra de fe: “‘¡Bienaventurada tú, que has creído!’, así la saluda Isabel, su prima, cuando Nuestra Señora sube a la montaña para visitarla. Había sido maravilloso aquel acto de fe de Santa María: ‘he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. En el Nacimiento de su Hijo contempla las grandezas de Dios en la tierra: hay un coro de ángeles, y tanto los pastores como los poderosos de la tierra vienen a adorar al Niño. Pero después la Sagrada Familia ha de huir a Egipto, para escapar de los intentos criminales de Herodes. Luego, el silencio: treinta largos años de vida sencilla, ordinaria, como la de un hogar más de un pequeño pueblo de Galilea”. Ese peregrinar en la fe de María, ese dolor suyo, tiene actualidad hoy, con matices de destierro, tanta gente maltratada, inmigrantes sin rumbo, sin integrarse, gente perdida en el camino de la vida…
Seguidamente, nos abre el sentido de esperanza, porque la cruz, todo dolor humano y dificultad, es camino de aprendizaje, de perfección en el amor, de santidad: “El Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de Nuestra Madre: ‘María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón’. Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios” (Amigos de Dios, 284-285).
3. Tercer dolor: Jesús perdido en el Templo (Lc 2, 41-50).
En Santo Rosario, Quinto misterio gozoso, Josemaría se centra en “el Niño perdido”: “¿Dónde está Jesús? —Señora: ¡el Niño!... ¿dónde está?
”Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también... Y tú... Y yo.
”Yo, como soy un criadito basto, lloro a moco tendido y clamo al cielo y a la tierra..., por cuando le perdí por mi culpa y no clamé.
”Jesús: que nunca más te pierda... Y entonces la desgracia y el dolor nos unen, como nos unió el pecado, y salen de todo nuestro ser gemidos de profunda contrición y frases ardientes, que la pluma no puede, no debe estampar”. El texto tiene una gran unidad, mete de lleno en la escena, bajo la perspectiva del dolor de la pérdida de Jesús que padecemos con el pecado, y que luego se arregla con el propósito de volver: “Jesús, qué nunca más te pierda”… frase de gran contenido espiritual que arrastra a la enmienda, a la metanoia, por María: “A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María”, dirá en Camino, 495.
Ese sentido de encontrarse “perdido” podemos traerlo a nuestra memoria cuando recordamos alguna vez que nos sentimos perdidos en una gran ciudad, en un bosque, o solos cuando de pequeños nos faltó la cercanía de los padres en un ambiente desconocido. Todo eso nos da pistas para valorar lo que es sentirse encontrado. Y, en la vida espiritual, nos anima a volver ante Jesús perdido en nuestra alma. Esa idea se retoma en otra de las obras de Escrivá: “El Evangelio de la Santa Misa nos ha recordado aquella escena conmovedora de Jesús, que se queda en Jerusalén enseñando en el templo. ‘María y José anduvieron la jornada entera, preguntando a los parientes y conocidos. Pero, como no lo hallasen, volvieron a Jerusalén en su busca’. La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no lo perderemos más” (Amigos de Dios, 278).
Acaba así el punto del misterio del Rosario: “Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús —¡tres días de ausencia!— disputando con los Maestros de Israel (Lc, 2, 46), quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al Padre Celestial”. Aquí se toma el dolor de María como necesario para la misión de Jesús. Esta idea de dejarlo todo, al contemplar a Jesús con los Doctores, vuelve a aparecer en Camino: “‘Nesciebatis quia in his quæ Patris mei sunt oportet me esse?’ —¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?
”Respuesta de Jesús adolescente. Y respuesta a una madre como su Madre, que hace tres días que va en su busca, creyéndole perdido. —Respuesta que tiene por complemento aquellas palabras de Cristo, que transcribe San Mateo: ‘El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí’” (n. 907). Ese diálogo no está en su obra Santo Rosario, pero sí la idea, que ahora se centra en él: “¿no sabéis?” De manera que la perspectiva de ese dolor de María que comienza con “llora María”, que comenzó con la contemplación del pecado, avanza con nuestra conversión (va señalando al mirar la escena: “tú y yo”, cómo nos implicamos…), hacia una entrega totalizante a la misión apostólica siguiendo a Jesús.
En su predicación de la Legación de Honduras en Madrid (1937) ya trató este tema: “¿Cuál es el proceder de Jesús con sus padres? Narra el Evangelio que al verle se admiraron: 'et videntes admirati sunt. Et dixit mater eius ad illum: Fili, quid fecisti nobis sic? Ecce pater tuus et ego dolentes quærebamus te (Lc 2, 48); y le preguntó su Madre: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira cómo tu padre y yo te buscábamos angustiados’.
”Jesús responde: 'Quid est quod me quærebatis? Nesciebatis quia in his quæ Patris mei sunt, oportet me esse? (Lc 2, 49). ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?’ ¿Será esto despego? No: es, sencillamente, colocar a la familia en el plano que le corresponde».
4. Cuarto dolor: María encuentra a su Hijo camino del Calvario
Esa escena no está en el Evangelio, pero sí en la tradición del Via Crucis; y en la contemplación de esa práctica comenta Josemaría: “Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
”Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo (…). Se ha cumplido la profecía de Simeón: ‘una espada traspasará tu alma’ (Lc 2,35).
”En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.
”De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre.
”Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra” (XIV Estación).
Contempla a María y su Hijo, en esa actitud de obediencia a los planes divinos, sabiendo que de ahí viene la salvación de muchos; y ahí podemos nosotros participar en ese plan redentor: “¿Qué hombre no lloraría, si viera a la Madre de Cristo en tan atroz suplicio?
”Su Hijo herido... Y nosotros lejos, cobardes, resistiéndonos a la Voluntad divina.
”Madre y Señora mía, enséñame a pronunciar un sí que, como el tuyo, se identifique con el clamor de Jesús ante su Padre: non mea voluntas... (Lc 22, 42): no se haga mi voluntad, sino la de Dios” (punto 1).
Contemplar el pecado que causó tanto dolor, y nuestro dolor para participar en la cruz: “Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Flp 2, 7), encarnándose en las entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó. Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
”¿Necesitas más motivos para la contrición?” (punto 2).
Esa escena es la más tierna de la Pasión, porque resume todos aquellos episodios. Me imagino a los dos mirándose. En la película de Mel Gibson hay allí un recuerdo de la infancia de Jesús, cuando la Madre recoge al niño que se va a caer. Aquí también ella transmite ese “estoy contigo, hijo”. Esa idea es la que se refleja en otra de las frases de san Josemaría: “Ha esperado Jesús este encuentro con su Madre. ¡Cuántos recuerdos de infancia!: Belén, el lejano Egipto, la aldea de Nazaret. Ahora, también la quiere junto a sí, en el Calvario.
”¡La necesitamos!... En la oscuridad de la noche, cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡mamá!
”Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes” (punto 3). Nos metemos en ese abrazo entre madre e hijo, para sentir esa ternura maternal de nuestra Madre en los momentos difíciles que pasamos. En Santo Rosario, al hablar de Jesús llevando la Cruz a cuestas, dirá que es necesario seguirle, “y de seguro, como El, encontrarás a María en el camino”.
5. Quinto dolor: Jesús muere en la Cruz (Jn 19, 25-30)
En sus consideraciones para el rezo del Rosario dirá, al contemplar el misterio de la muerte de Jesús en la Cruz: “Ya está en lo alto... —Y, junto a su Hijo, al pie de la Cruz, Santa María... y María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el discípulo que Él amaba. Ecce mater tua! —¡Ahí tienes a tu madre!: nos da a su Madre por Madre nuestra”. En la cruz la Virgen se nos manifiesta como madre y medianera, san Josemaría la ve siempre como “Madre de Dios y madre nuestra”, y se dirigirá a ella con gran confianza gritando como un niño que tiene miedo, que la necesita, para sentir su intercesión mediadora: “¡Madre!, ¡mamá!”, de palabra y en sus escritos.
Acaba este punto de consideración del 5º misterio doloroso del Rosario con la sugerencia: “Niño bobo, mira: todo esto…, todo, lo ha sufrido por ti… y por mí. -¿No lloras?” Esa expresión: “bobo” la usa san Josemaría en su hablar con Dios, lo vemos aquí y en otros escritos también referidos al dolor sanador: “El niño bobo llora y patalea, cuando su madre cariñosa hinca un alfiler en su dedo para sacar la espina que lleva clavada... El niño discreto, quizá con los ojos llenos de lágrimas —porque la carne es flaca—, mira agradecido a su madre buena, que le hace sufrir un poco, para evitar mayores males.
” —Jesús, que sea yo niño discreto” (Forja 329).
En un escrito sobre La Virgen del Pilar dirá que la Iglesia tiene devoción a santa María con muchas advocaciones, y entre otras “la aclama como Corredentora, Mediadora ante el Señor, indisolublemente unida a su Hijo, único Mediador entre Dios y la humanidad. La intervención de María, su corredención real no puede separarse de la Redención de Cristo. Mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, y allí, no sin designio divino, permaneció en pie, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su Sacrificio, consintiendo amorosamente a la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado.
”‘Viendo Jesús a María y al discípulo amado, que estaba allí, se dirige a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después habla con el discípulo: ahí tienes a tu Madre. Desde aquel momento la recibió el discípulo por suya’”.
El dolor de María en la Cruz es contemplado también en el Via Crucis: “Anegada en dolor, está María junto a la Cruz. Y Juan, con Ella. Pero se hace tarde, y los judíos instan para que se quite al Señor de allí”. Entre Nicodemo y José de Arimatea “toman el cuerpo de Jesús y lo dejan en brazos de su Santísima Madre. Se renueva el dolor de María”. Luego trae la cita del Cantar: “—¿A dónde se fue tu amado, oh la más hermosa de las mujeres? ¿A dónde se marchó el que tú quieres, y le buscaremos contigo?” (Ct 5, 17). Y concluye: “La Virgen Santísima es nuestra Madre, y no queremos ni podemos dejarla sola” (XIII Estación).
Y en Camino: “admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano —no hay dolor como su dolor—, llena de fortaleza.
”—Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz” (508).
Y en Amigos de Dios, al paso que considera el dolor de María junto a Jesús, abre las puertas de la esperanza y de la salvación: “En el escándalo del Sacrificio de la Cruz, Santa María estaba presente, oyendo con tristeza a ‘los que pasaban por allí, y blasfemaban meneando la cabeza y gritando: ¡Tú, que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo!; si eres el hijo de Dios, desciende de la Cruz’. Nuestra Señora escuchaba las palabras de su Hijo, uniéndose a su dolor: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso —como una espada afilada— que traspasaba su Corazón puro.
”De nuevo Jesús se siente confortado, con esa presencia discreta y amorosa de su Madre. No grita María, no corre de un lado a otro. ‘Stabat’: está en pie, junto al Hijo. Es entonces cuando Jesús la mira, dirigiendo después la vista a Juan. Y exclama: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: ahí tienes a tu Madre’. En Juan, Cristo confía a su Madre todos los hombres y especialmente sus discípulos: los que habían de creer en El.
”‘Felix culpa’, canta la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener tal y tan grande Redentor. Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha merecido recibir por Madre a Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre” (288).
6. Sexto dolor: Jesús es bajado de la Cruz y entregado a su Madre (Mc 15, 42-46)
El Descendimiento de Jesús va unido a la meditación silenciosa: “Ahora, situados ante ese momento del Calvario, cuando Jesús ya ha muerto y no se ha manifestado todavía la gloria de su triunfo, es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. La experiencia del pecado debe conducirnos al dolor, a una decisión más madura y más honda de ser fieles, de identificarnos de veras con Cristo, de perseverar, cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que Él ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo” (Es Cristo que pasa, 96).
Es un recorrido circular el que nos propone san Josemaría: pasar del dolor de Jesús al nuestro, por compasión. Pasar del pecado de todos los hombres al nuestro, para convertirnos con propósitos de amor a una nueva vida, y participar en la misión corredentora de Jesús, de su Madre: “Es la hora de que acudas a tu Madre bendita del Cielo, para que te acoja en sus brazos y te consiga de su Hijo una mirada de misericordia. Y procura enseguida sacar propósitos concretos: corta de una vez, aunque duela, ese detalle que estorba, y que Dios y tú conocéis bien. La soberbia, la sensualidad, la falta de sentido sobrenatural se aliarán para susurrarte: ¿eso? ¡Pero si se trata de una circunstancia tonta, insignificante! Tú responde, sin dialogar más con la tentación: ¡me entregaré también en esa exigencia divina! Y no te faltará razón: el amor se demuestra de modo especial en pequeñeces. Ordinariamente, los sacrificios que nos pide el Señor, los más arduos, son minúsculos, pero tan continuos y valiosos como el latir del corazón” (Amigos de Dios, 134).
7. Séptimo dolor: Dan sepultura al Cuerpo de Jesús (Jn 19, 38-42)
La Virgen dolorosa se desprende de su hijo, para que lo sepulten. Ella sigue iuxta crucem Iesu, junto a la Cruz de Jesús, en su corazón medita los dos efectos que siente que la transforman en su interior: de una parte, ha culminado en la Pasión de Jesús su misión corredentora con él; y de otra, también al pie del Calvario ella recibe una plenitud de manifestación de su maternidad. No conocemos hasta qué punto los afectos que llenan su corazón de Madre de Jesús y de todos nosotros. Pero sí conocemos la tradición de la Iglesia, donde el Espíritu Santo nos da pistas para entrar en el corazón de nuestra Madre. Pienso que así como una buena foto necesita un encuadre, y el artista sabe esperar la mejor luz para captar un paisaje, así nosotros no tenemos mejor encuadre para la Cruz de Jesús, que el Corazón de su Madre. Y por eso la Iglesia conmemora ahora los dolores de Nuestra Señora al día siguiente de la Exaltación de la Santa Cruz para subrayar el núcleo central de la devoción de la Dolorosa; y así san Josemaría nos anima a vivir “una gran devoción a Cristo crucificado y una devoción tiernísima, filial, a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, que está de pie, fuerte, traspasada de dolor, sola o casi sola, junto a la Cruz.
”Hijos, pensad por vuestra cuenta, Decidle algo al Señor, y decidle algo a su Madre: lo que diríamos a la madre nuestra si la viéramos así: ofendida, maltratada, con los ojos de gente malvada sobre ella. Y todo, por el amor de su Hijo, crucificada con el deseo, llena de oprobios y de humillaciones” (meditación, 15-IX-1970).
Siempre vemos que san Josemaría pasa de la contemplación de la Pasión a participar del dolor de María, en una dinámica que nos lleva a la conversión. En Camino dirá sobre ese momento en que Jesús duerme y con él toda la creación: “Soledad de María. ¡Sola! —Llora, en desamparo. / —Tú y yo debemos acompañar a la Señora, y llorar también: porque a Jesús le cosieron al madero, con clavos, nuestras miserias” (503).
8. Conclusión: la “Mater dolorosa” y yo, su protección maternal
Todo en María es amor, un amor que no alberga dudas, pues se identifica con la misión de su Hijo: “Este amor colmó siempre el Corazón de Santa María, hasta enriquecerla con entrañas de Madre para la humanidad entera. En la Virgen, el amor a Dios se confunde también con la solicitud por todos sus hijos. Debió de sufrir mucho su Corazón dulcísimo, atento, hasta los menores detalles —‘no tienen vino’-, al presenciar aquella crueldad colectiva, aquel ensañamiento que fue, de parte de los verdugos, la Pasión y Muerte de Jesús. Pero María no habla. Como su Hijo, ama, calla y perdona. Esa es la fuerza del amor” (Amigos de Dios, 237).
Un último consejo de san Josemaría para lograr esos objetivos: ser muy mariano, ir de la mano de la Virgen: “Si quieres ser fiel, sé muy mariano. / Nuestra Madre –desde la embajada del Ángel, hasta su agonía al pie de la Cruz– no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. / Acude a María con tierna devoción de hijo, y Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación que deseas” (Vía Crucis, XIII, 4).Josemaría Escrivá.
Llucià Pou Sabaté, en researchgate.net/
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