Introducción
"En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra, hasta el retorno de Cristo”.
"Los que en servicio de la patria, se hallan en el Ejército, considérense instrumentos de seguridad y libertad de los pueblos, pues, desempeñando bien esta función, realmente contribuyen a estabilizar la paz".
(Conc. VATICANO II.- Const. "Gaudium et Spes" N0s 78-79).
Cuando se quiere liquidar una época en la que los Papas consagraban a los Emperadores, y los Emperadores o los Reyes convocaban Concilios, elegían por medio de sus cardenales a los Papas y de un modo más directo a los obispos, en la que las "guerras" se bautizaban como "santas", una época que se ha caracterizado por las mutuas ingerencias de ambos campos, el político y el religioso, se observa cómo se habla de teología en todos los terrenos. Basta hojear libros y revistas de especialización teológica para encontrar numerosos títulos.
El movimiento, surgido principalmente en Alemania y Estados Unidos, se va extendiendo y afianzando, y encuentra amplia audiencia en el mundo teológico. Algunos lo critican, queriendo ver en ello un modo de vender mejor la teología a un público, a quien no le interesan las especulaciones metafísicas ni le dice nada el lenguaje religioso. Pero, analizando el fenómeno religioso humano hoy, vemos que no es así. Porque no sólo indirectamente, sino directamente también constatamos una serie de realidades que están implicadas en la fe.
En la actualidad se quiere permanecer fiel a la fe, pero no se justifica una vida o una teología que no diga nada al hombre ni a la sociedad en que vive. Y hay temas candentes que problematizan la vida del cristiano. Temas que son ocasión de di visión, de enfrentamiento de posturas y de mala inteligencia entre los mismos creyentes. Porque con frecuencia se carece de ideas claras sobre el particular, debido quizá a prejuicios adquiridos que impiden una postura de creyentes adecuada y recta. Uno de estos temas es el de la GUERRA.
Al escribir esta obra pretendo llenar un vacío existente. Porque es un hecho demostrado oue, en los períodos de in seguridad pública, los hombres tienden más que nunca a investigar las causas, probabilidades y riesgos que implican las guerras. No se trata por tanto de una concesión al actualismo, dentro de una técnica y un reclamo periodísticos.
Cuando, en un seminario sobre la teología del pecado, se despertó en mí el interés por el estudio teológico de la guerra, busqué afanosamente algo similar, y no lo encontré ni en castellano ni en otros idiomas de una manera completa. En mi búsqueda he tropezado con trabajos interesantes, e incluso alguno profundo, sobre aspectos particulares de las guerras (históricos, políticos, militares, jurídicos, económicos, sociales, etc.), pero con ninguno digno de mención, para adquirir una visión integral del problema.
Una visión acabada de los problemas humanos constituye la aspiración de la moderna teología. Y es que la guerra es dificilmente cognoscible desde la postura sociol6qica de la humanidad, como se ha pretendido hasta ahora. Porque las guerras son ciertamente una manifestación social a encajar en el proceso evolutivo de la sociedad humana. Mas para conocer este fenómeno humano a fondo hay que encajarlo en sí mismo, comprender que pertenece a una ciencia más amplia que la sociología, ya que existe en este fenómeno un campo sin explotar, o que al menos no ha sido explotado suficientemente: ¿cuáles son las causas profundas de esta actitud humana?
Albert Einstein se planteó el problema en estos términos: "¿existe algún medio de librar a la humanidad de la amenaza de la guerra?". Y la pregunta se la dirigió a Segismund Freud en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, sin ánimo de que le ayudase a resolver sus preocupaciones. "Los hombres -le contesta el célebre vienés- no encuentran fácil vivir sin satisfacer esa tendencia a la agresión que está en ellos". El famoso físico le replica: “El hombre tiene dentro de sí un deseo de odio y de destrucci6n,.. Esta pasión sólo sale a la luz en circunstancias excepcionales ... ¿Es posible controlar las evoluciones mentales del hombre hasta el punto de convertirle en una especie de muralla frente a las psicosis de odio y de destrucción?". Freud le desengaña y le precisa que el poder y la violencia son casi una misma cosa y están en perfecta correlación [1)].
Es cierto que la filosofía, con más razón que la sociología, podría aducir sus derechos a comprender dicho campo. Pero aquí no se trata de una cuestión de derecho, sino de hecho. En lugar de aducir derechos, dígase qué es la guerra, inténtese definirla, cuáles son realmente sus causas. Esto es lo que trata de poner en evidencia está obra sobre la teología de la guerra, introduciendo al lector en un estudio serio de la misma.
Sintetizar los conocimiento básicos de algo es fácil, cuando se dispone de tratados sintetizables, pero no es este nuestro caso. Para sintetizar ha sido preciso construir previamente, investigando los fundamentos teológicos del fenómeno guerra. Y esta síntesis lo es de investgaciones personales mucho más amplias: la teología del pecado. La dificultad de esas investigaciones ofrece su compensación. El trabajo se puede ver recompensado con resultados satisfactorios, precisamente porque el terreno no está muy tríllado. En esta obra se presenta esa importancia del pecado en el estudio teológico de esta realidad humana que azota a la humanidad. Quiero precisamente evidenciar la implicaci6n en la fe del estudio de la guerra.
Los antiguos romános decían: "si quieres la paz, prepárate para la guerra". Esto, que normalmente se ha interpretado hasta ahora en un sentido material, tiene sobre todo un gran valor en el orden espiritual. Por eso este estudio de la teología de la guerra es pacifismo sano, aunque no encuentra la aprobación del enfermizo. El apóstol Santiago lo expresa claramente en su carta" :¿Qué conduce a la guerra y a las querellas entre vosotros? Os diré lo que a eso os conduce: los apetitos que infestan vuestros cuerpos mortales" (St 4, 1). Son los valores esperituales y morales, dentro de la jerarquía de valores humanos, sobre los que ha de construirse el gran templo de la auténtica y verdadera comunidad humana, donde la verdad, la justicia, la libertad y la paz reinarán realmente sobre los hombres.
La viejísima aspiraqión de aquel pueblo que llamaba a veces a una paz que carecía (Za 13, 10) no es ni más ni menos que la nuestra. Lo prueba esa cascada de discursos y declaraciones, de propuestas y de mensajes que en clave política, religiosa, militar o civica estamos escuchando cada día. Porque vivimos a escala cósmica la obsesi6n de la paz. De una paz nunca tan anhelada y nunca tan fragil, nunca tan preciosa y nunca tan precaria. "Pero es la renovación de la sociedad, en la proclamaci6n de aquella paz, que solamente en Dios encuentra la propia realización y defensa, y que hoy falta en el mundo justamente porque no se encuentra el coraje de recurrir a Dios, autor de la paz; porque solamente la victoria sobre el pecado y sobre los egoismos personales puede traer consigo la paz" [2]
Intentamos, por tanto, en nuestro escrito dar los criterios teológico-morales fundamentales sobre la guerra y la paz. El tema, como apuntábamos al principio, es de gran actualidad, dado que vivimos en un momento crítico de la historia, en uno de esos periodos de transición de una era a otra. De ahí el florecer de sistemas sociales y políticos distintos y contrapuestos. Y no es que todo vaya a cambiar, porque existen unos principios morales y jurídicos de validez universal, que los encontramos lo mismo en el hombre más primitivo que en nuestras sociedades desarrolladas. Sin que esto quiera decir que desconocernos el carácter histórico y por tanto variable del hombre y de la sociedad, así como de sus códigos de conducta.
Pero juzgamos que nadie puede fundamentar la convivencia pacífica, si no es desde el uso auténticamente humano de la razón y por la práctica del respeto solidario de los otros, realidades ambas que, para todo creyente, han de estar iluminadas por la instancia de la FE.
Capitulo I: ¿por qué una teologia de la guerra?
Se ha escrito mucho sobre este tema y, sin embargo, es uno de los capítulos menos perfilados con profundidad en el campo de la Teología. No existen estudios serios desde la reflexión de la fe, como en otros campos de las ciencias humanas los hay en esta materia. Los teólogos han relegado el problema de la guerra a un segundo plano en su labor investigadora.
Por otro lado, la humanidad vive un momento histórico y crítico muy ambiguo en esta materia. Porque existe la angustia constante que provoca la inestabilidad internacional, el temor de asistir a una conflagración universal de caracteres apocalípticos, por el previsible empleo de las nuevas armas que la ciencia ha puesto a disposición de los ejércitos. De ahí que nuestro mundo se debata en una inquietante situación de miedo y terror, de luchas antagónicas por ideas políticas y religiosas, con desbordamientos de ambiciones y egoismos, de odios y envidias, que convierten a la raza humana en una masa semejante a los seres irracionales.
Desde que se inició la que se ha llamado "era atómica'', una época de subconsciente inseguridad, reforzada con la que se ha llamado "guerra fría”, lejos de disminuir el peligro, con el tiempo lo va aumentando. "El hombre de hoy -dice Juan Pablo II- vive en un incomprensible estado de inquietud, de miedo consciente e inconsciente, que de varios modos se comunica a toda la familia humana contemporánea y se manifiesta bajo diversos aspectos" [3]. En su mensaje a la UNESCO el 2 de Junio de 1980 decía: "El futuro del hombre y del mundo está radicalmente amenazado porque los rnaraviliosos resultados de la investigación científica son explotados contínuarnente, con desprecio de los imperativos éticos, para fines de destrucción y de muerte" [4]. Y en su segunda encíclica dice: “Aumenta el temor existencial, ligado sobre todo a la perspectiva de un conflicto que, teniendo en cuenta los actuales arsenales atómicos, podría significar la autodestrucción parcial de la humanidad [5].
Y es que siguen resonando las palabras de Sartre al conocer la noticia de Hiroshima: "Después de la muerte de Dios, he aquí que se anuncia la muerte del hombre". Porque estamos marcados por un mundo de violencia y de guerras. Los japoneses utilizan en su idioma una distinción interesante a este respecto. Tienen la palabra "seizonsha" para designar las personas supervivientes de aquel desastre atómico; pero la sustituyen a veces por la palabra "higaisha", que significa la víctima herida o tocada, es decir, la que no perdió la vida, pero lleva en si el sello de la tragedia.
Evitar la guerra y edificar un mundo a escala planetaria, tal es el reto que lanza al hombre de nuestros días la coyuntura histórica en que vivimos. Por eso, cuando en 1932 la Sociedad de Naciones y el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual solicitaron a Einstein que eligiera el problema más importante para discutirlo con la persona que él escogiera, el célebre físico no lo dudó un instante: "el problema de nuestro tiernpo, el problema del hombre, es la guerra" [6].
Pero ¿qué significa la guerra con relación a la paz? Porque la noción de paz es también compleja y ambigua, y puede ser interpretada corno base de significaciones contrapuestas. La exigencia de combatir la guerra, de evitar su crueldad, nos señala ciertamente una incompatibilidad. Guerra y paz se oponen totalmente. Y, sin embargo, al considerar como auténtica paz la ausencia de guerrar nos hace reflexionar sobre la posibilidad de una guerra justa, de una guerra al servicio, precisamerite, de la paz. Pues, como dice Karl Jaspers: "Si se quiere evitar la guerra a toda costa, se está expuesto a quedar a merced de los otros, con lo que aún sin guerra, será destruido o esclavizado" [7].
Es esta, por tanto, una encrucijada constante en el caminar peregrino de la humanidad. Y su ambigüedad nace de la misma actitud que el cristiano pueda adoptar ante ella.
1. El problema de la guerra
Punto de partida
La historia no es más que la reconstrucción del pasado. Su ambición es elevarse desde los hechos hasta su explicación. Bajo la corteza de los acontecimientos busca la savia que los produce. En el fondo abraza toda la aventura humana y se esfuerza por taladrar su misterio y por juzgar a sus actores. Lo que supone una escala de valores, una clave universal.
Para todo cristiano, la historia ha sido hecha por los hombres con la libertad que Dios les ha dado. Y la guerra entre los hombres es un hecho trágicamente constante en la historia [8]. Tan es así, que muchos han llegado a afirmar que la historia de la humanidad se ha edificado sobre los cimientos y pilares de las batallas. Porque las guerras han ido trazando fronteras, creando vínculos sobre las sociedades humanas e impulsando el progreso tecnológico de los pueblos [9].
Unos, como el filósofo Hobbes, creen que la guerra es inherente a la humanidad, por la ferocidad natural del hombre.
Otros, como Hegel, la conceptúan como un instrumento esencial e irreemplazable, ligado a la existencia de las sociedades políticas. Y alguno, como el general von Bernardhi, considera que tiene una razón de ser biológica: la ley de la lucha por la vida, que vale tanto para el individuo, como para el Estado [10]. Y es que el hombre es como un producto de vida sometido a variación, y por tanto sus movimientos como sus extremidades parecen siempre dirigidas a la agresión o a la defensa.
Este curioso animal que es el hombre representa, pues, la violencia con todo lo malo y lo que de bueno pueda haber en ella, ya que ha vivido y sigue viviendo como atacado por un extraño síndrome, que podría denominarse "el malestar del bienestar", o como le llama Carmen Llorca: "el malestar de la paz" [11]. Nuestra historia, la historia de la humanidad, es triste y esencialmente guerrera. Las ideas, expresión y reflejo, como tantas veces de los hechos, subrayan esta posición, al tiempo que avalan la afirmación de Wanty: "Hasta entrado el siglo XX un anaquel de biblioteca bastaba para contener la bibliografía existente sobre la guerra. Después de la segunda guerra mundial, y solamente en los Estados Unidos, se han censado más de cien mil libros, artículos e informes consagrados a los problemas de guerra y paz" [12].
El filósofo Enmanuel Kant considera la guerra, como un ensayo misterioso, seguramente querido por la Providencia para realizar, o al menos, preparar, la convivencia pacífica entre los hombres [13]. Por eso plantea un problema de tal magnitud para el cristiano (para el que la paz es signo decisivo del Reino de Dios), que lo convierte en un enigma insoluble, irreductible en todo caso y a pesar de toda casuística, a una visión homogénea de la Historia de la Salvación.
Y, sin embargo, es esta una realidad terrena que no puede considerarse fuera de los planes de Dios y, en consecuencia, tampoco puede considerarse fuera de las consideraciones del teólogo, aunque sea una realidad lamentable. Porque, si ciertamente la guerra no entraba en el orden natural creado por Dios para el hombre, y ha sido este quien mediante el pecado ha violado el orden divino, turbando la paz y engendrando la guerra y por eso -como explicará San Agustín-, la guerra es permitida por Dios, ya que mediante ella realiza su justicia y su obra, bien dando la victoria a los justos, bien permitiendo su derrota para su purificación meritoria y fecunda-, puede concebirse que llegue un día en que la humanidad, vuelta hacia Dios, siga los caminos de una estructuración orgánica del mundo que le lleve a la PAZ.
La teologia de la guerra, que presentamos a través de estas páginas plantea este problema. Porque reclamar para la guerra su licitud puede sonar en la mente de muchos el querer pensar que las guerras sean necesarias por el hecho de que su historia está ligada a la evolución, tan compleja y siempre cambiante, de las estructuras económicas, sociales y políticas de la humanidad. Como si el hablar de la licitud de la guerra fuera sinónimo de querer asegurar que la cesación absoluta de las guerras se traduciría en un estancamiento de la civilización. Es esta la opinión de los que creen necesarias las guerras, porque el movilizar las capacidades todas de los contendientes (los hombres y los armamentos, las inteligencias y las voluntades, las economías e industrias), son consideradas como el medio de eficacia contundente para revolucionar las ciencias y las artes, para producir los formidables adelanto técnicos que todos conocemos y para ocasionar la transformación social profunda que en el mundo se ha venido operando.
No es este el problema. Nuestro trabajo tenderá a considerar este fenómeno complejo que es la guerra desde el punto de vista de constituir un acto humano, que emana de seres libres y responsables , y por ello susceptible de un juicio de valor. Porque la guerra la hacen los hombres, aunque ella los deshaga. Y no tiene sentido hablar de la guerra, que es un tremendo hacer, sino en conexión con el sujeto del hacer y las circunstancias del mismo. El mal, o acaso el bien, de la guerra no puede estar aisladamente en ella, sino en su conexión total. ¿Cómo entender y cómo superar esta realidad? He aquí el reto al que la humanidad está lanzada, buscando cada día una solución. ¿La encontrará?
Estudio de las guerras
El Papa Juan Pablo II, con motivo de su visita a lo Estados Unidos, se expresaba así en su discurso a la XXXIV Asamblea General de las Naciones Unidas: "Al objetivo de la paz debe servir una constante reflexión y actividad que tienda a descubrir las raíces mismas del odio, de la destrucción, de todo lo que hace nacer la tentación de la guerra" [14)]. Y es que las guerras tienen unas causas profundas, reflejan un estado de cosas, simbolizan una actitud humana. El concepto de las mismas es hoy ciertamente difícil, y no tiene una significación unívoca, clara e inequívoca.
Este fenómeno catastrófico, que azota y acompaña al hombre desde antes de la historia misma, debe tener unas causas primarias indescifrables. Porque de haber sido descubiertas, es muy posible que se hubiera conseguido eludir la sucesión de enfrentamientos bélicos.
De ahí que esta problematicidad del concepto de las guerras haga necesaria una reflexión teológica esclarecedora. Un estudio profundo, que utilizara las convergencias de las diferentes ciencias humanas, es posible e indispensable. ¿Nos atrevemos a decir que este estudio se ha realizado ya? La guerra y la paz constituyen dos polos entre los cuales oscila la vida social. Pero la autonomía dista mucho de ser total: más bien habría que considerar que los conceptos de guerra y paz son algo relativo, de contenido más bien psicológico. Es más, no sólo se trata de conceptos relativos, sino que las diferencias de definición son tales que a menudo se cae en la tentación de definir simplemente la guerra como la ausencia de paz o al revés [15]
La guerra se convierte cada vez más en una locura. Y, sin embargo, los hombres se dejan seducir por ella constantemente. ¿Por qué en ciertos casos Jefes de Estado y pueblos se hacen sordos a las voces de la moderación, pierden hasta la facultad de imaginar los peligros y los sufrimientos humanos? Tal es el mayor problema de la polemología [16].
Es el problema de las causas de la guerra. "Pourquoi la guerre?" pregunta Jean Jolif [17] ¿Dónde están las causas? ¿Excitación agresiva explicada actu lmente por una expansión de mográfica deséquilibrada? ¿Rivalidades económicas e imperialistas, como opina el marxismo?
Las causas de las guerras han sido descuidadas en sus estudios por los autores que han analizado los conflictos bélicos con profundidad digna de mención. Parece como si la mayor parte de ellos considerara que el estudio de la finalidad, en el que se extienden, llevara implícito el de las causas. Pero no es así, y las diferencias son muy importantes. Tanto, que dificilmente se concibe una guerra sin finalidad más o menos definida. Sin embargo, las causas reales del conflicto quedan sin definir o, lo que es peor, se definen erróneamente. nas la guerra existe por las causas, y no por el fin: y sólo actuando sobre las causas se la podría impedir o abortar.
Es cierto que, metafísicamente hablando, el fin es causa de las cosas. Pero en la guerra, al hablar de causas, no nos solemos referir a la razón de ser absoluta del fenómeno, sino a los motivos eficientes de los conflictos concretos, igual que al explicarnos un accidente aéreo por la rotura de un ala del avión (motivo), hacemos abstracción de la causa real (acción de la gravedad), que la produjo. El motivo se puede calificar de eficiente, porque está supuesta la existencia de la causa Y es desde este punto de vista, desde el que tratamos de negar el carácter causal a la finalidad concreta de una guerra.
En el orden sobrenatural, la guerra es permitida por Dios, que seguramente se vale de ella para determinados fines, pero de ningún modo se puede considerar que Dios sea su causa eficiente, sino, más bien, que la libertad concedida al hombre dentro de ciertos límites, lleva consigo la posibilidad de las guerras, o si se quiere la seguridad práctica de que van a existir en tanto el hombre no use adecuadamente de esa libertad. Dios no es causa propia de ninguna guerra, sino que ordena los accidentes indeseables hacia un bien; aprovecha providencialmente tales accidentes hacia una finalidad de orden sobrenatural, no claramente visible. Y esto es así, porque resulta humanamente problemática toda explicación que se pueda dar (corno las señaladas por San Agustín al tratar del antiguo imperio romano), de la forma en que Dios utiliza, la guerra para que se cumplan sus ocultos designios. Sin embargo, a pesar de no ser claramente visible la finalidad sobrenatural que cumple una guerra concreta, se puede asegurar que esa finalidad existe, corno consecuencia de los atri butos que se integran en la esencia del Ser Supremo.
Las causas eficientes de la guerra son, por tanto, de orden natural, y aún en éste, la teleología no pasa de ser un motivo, una razón accidental. El que la guerra no exista sin finalidad, no liga un fin concreto con un conflicto determinado, con relación de causa necesaria. Un fin mueve, e incluso origina, las guerras; pero la finalidad puede variar durante el desarrollo de la conflagración. Y si las finalidades pueden dejar de existir, sin que la guerra termine, es porque ninguna determinada constituye causa eficiente de su existencia. No todo lo que pertenece a la esencia de algo contribuye a causarlo, al menos en cierto sentido. La finalidad es, seguramente, tan esencial a la guerra, corno el movimiento al transporte de mercancías, pero ni aquélla ni éste causan en concreto los respectivos fenómenos. [18].
El motor de las guerras, aquello que las hace comenzar, subsistir y terminar, no es otro que la voluntad humana. Mas en la guerra no debemos olvidar nunca que debe haber algo que umueva" la voluntad, y ese algo no es otro que el desbordamiento pasional. A la guerra la forma se la da el hombre con sus pasiones y sentimientos.
Toda una corriente de pensamiento pesimista alimenta una actitpd acusadora del hombre. "La humanidad -escribía Bergson en 1932- gime aplastada bajo el peso de sus propios progresos". Y el "Nobel" Herman Hesse, que huyó del confuso mundo que precedió a la segunda querra mundial al retiro de una Suiza aséptica, escribía en su Demian: "El hombre, tal como hoy es, quiere morir, quiere hundirse y se hundirá".
Se han desarrollado diversas teorías respecto a la causa última de las guerras. La tesis, que pudiéramos llamar naturalista, que achaca el fenómeno a la esencia de la Naturaleza y los instintos agresivos de las criaturas que la pueblan: la lucha por la existencia, donde la muerte de unos se hace vida para otros; donde cada individualidad es enemiga, potencial y efectiva, de las demas criaturas, porque en tal enemistad encuentra el procedimiento para su supervivencia: "el hombre es un lobo para otro hombre" (homo homini lupus) [19]. Baltasar Gracián lo sentenciaba así: "Si ya no es peor ser hombre". Y Saavedra Fajardo dirá a este respecto: "Ningün enemigo mayor del hombre que el hombre. No acomete el águila al águila, ni un áspid a otro áspid, y el hombre siempre maquina contra su misma especie" [20]. Es la constante de la naturaleza agresiva del hombre ayer y hoy. Recordemos a Freud en su correspondencia con Einstein: "El instinto de agresión pertenece a la esencia de la humanidad y su expresión más espontánea y constante es la guerra. En la vida humana hay una fuerza interior que arrastra al hombre hacia la destrucción… y no veo fácilmente la manera de desarraigarla'' [21]. "El hombre de Pekín -dice Konrard Lorenz- el Prometeo que aprendió a conservar el fuego, lo utilizó para "echar en la hoguera" a sus hermanos. Junto a las huellas de la primera utilización regular del fuego, yacen los huesos mutilados y calcinados del mismo "sinantropus pequinensis" [22].
Según otros el acto bélico es un producto de la patología social: la dispersión geográfica, los muy diferentes imperativos del medio ambiente y las limitadas posibilidades de comunicación de que disponía el hombre al iniciar el edificio social, impidieron que la sociedad humana fuese un todo. Y así nacieron y se desarrollaron en el tiempo múltiples grupos humanos con muy diversos rasgos caracteriológicos, costumbristas y éticos. Cada uno de ellos llegó a constituir una individualidad que recibió, de sus componentes, los caracteres de agresvidad y las pasiones de ambición y envidia. Inevitablemente pelearon entre sí, porque sus ambiciones y sus envidias les llevaron al enfrentamiento. A partir de este momento -dicen- nació la guerra [23].
¿Puede decirse que existe una sociedad enferma? La discusión para encontrar respuesta sería árdua y, muy posiblemente, poco efectiva. Ni la psicología, ni la sociología son ciencias exactas, que permitan una concreción absoluta; su meta es la aproximación, sus respuestas opinables, sus argumentos discutibles, pero no producen dogmas de fe. El camino de estas ciencias, y con mayor insistencia el de la sociología, es muy resbaladizo y en algunas zonas confuso. Tan es así, que resulta muy sencillo perder el camino de la ciencia para adentrarse en el bosque de la especulación, el cual, indefectiblemente, desemboca en el laberinto de lo tópico.
El hecho de proponer una teología de la guerra sobre el mundo, en el contenido de la ley evangélica del amor, no deja de ser una paradoja, si no se tiene en cuenta la existencia colectiva del PECADO. Las guerras comienzan en el espíritu de los hombres. Los Papas contemporáneos han insistido frecuentemente en la causalidad psíquica, en la que el pecado, y por consiguiente, la libertad está presente por debajo de los desequilibrios psicoafectivos del hombre. Creemos, por tanto, que una teología de la guerra, como tal, ha de ser pensada, desde este ángulo del pecado. "Es mi profunda convicción -dice Juan Pablo II-, es una constante en la Biblia y del pensamiento cristiano, es así lo espero, una intuición de muchos hombres de buena voluntad, que la guerra nace en el corazón del hombre" [24]
Y continúa diciendo el Papa: "Es el hombre quien mata y no su espada o, como diríamos hoy, sus misiles. En la medida en que los hombres se dejan seducir por sistemas que ofrecen una visión global exclusiva y casi maniquea de la humanidad y hacen de la lucha contra los otros, de su eliminación o de su dominio la condición del progreso, quedan encerrados en una mentalidad la guerra que endurece las tensiones, haciendose casi incapaces de dialogar".
'' Más allá de los sistemas ideológicos propiamente dichos son múltiples las pasiones que desvían el corazón humano, inclinándolo a la guerra. Por esta raz6n los hombres pueden dejarse arrastrar por un sentimiento de superioridad racial y un odio hacia los demás, también por la envidia, por la codicia de la tierra y de los recursos de los demás o en general, por el afán de poder, por el orgullo o por el deseo de extender el propio dominio sobre otros pueblos a quienes menos aprecian".
"Es cierto que las pasiones nacen muchas veces de frustraciones reales de individuos y pueblos, cuando ven que otros se han negado a garantizarles la existencia, o cuando los sistemas sociales estan atrasados con relación al buen funcionamiento de la democracia y de la participación en los bienes. La injusticia es ciertamente un gran vacio en el corazón del hombre… La guerra difícilmente se desencadena si las poblaciones de una parte y otra no sienten fuertes sentimientos de hostilidad recíproca, o si no se persuaden de que sus pretensiones antagónicas afectan a sus intereses vitales. Esto es precisamente lo que explica las manipulaciones ideológicas provocadas por una voluntad agresiva… Por tanto, el hecho de recurrir a la violencia y a la guerra proviene, en definitiva, del pecado del hombre, de la ceguera de su espíritu o del desorden de su corazón, que invocan la injusticia como motivo para desarrollar o endurecer la tensión o el conflicto. Sí, la guerra verdaderamente nace en el corazón del hombre que peca, desde que la envidia y la violencia invadieron el corazón de Caín contra su hermano Abel".
Una afirmación fundamental
Hay que rechazar, de antemano y de plano, toda solución simplista del problema pacifista y belicista, como inadecuada. La complejidad de las dificultades en la convivencia humana, la debilidad e incoherencia del mismo hombre, nos obligarán a proceder en este terreno con toda objetividad. Es preciso superar un análisis sentimental o de puro dramatismo popular.
En la marcha dialéctica de la humanidad sobre los rieles de paz y guerra, la guerra es contundente, afirmativa, mientras que la paz es por naturaleza un proyecto, una conjunción de posiciones relativas. La paz sufre ya desde el principio una inferioridad. Esta inferioridad se agrava aún más por el hecho de que sobreviene obviamente después de la guerra, como consecuencia de sus resultados, como dictado más o menos velado del vencedor; carece por tanto de personalidad auténtica. En segundo lugar, guerra y paz se mueven en planos distintos; la guerra actúa y decide con hechos dirigidos por la "lógica" de la violencia y el furor. Hegel dice que "lo verdadero en ella es el delirio báquico, en el cual no hay ningún miembro que no esté ebrio". La paz se construye en la calma, casi en la irrealidad, en salones cerrados y sobre mapas geométricos que desconocen las reales pasiones humanas. Entre ambas, paz y guerra, no pueden haber, por tanto, una adecuación constructiva de terceras soluciones, una síntesis que ahogue los elementos antitéticos que un día lucharon y otro día, pasando por encima de la paz, volverán a luchar. [25]
Los filósofos, los juristas, los políticos y los teólogos han sabido justificar la guerra. El juego cierto de las fuerzas irracionales en el subconsciente humano no es una razón para que la inteligencia no trate de ver claro en la causalidad de las guerras.
Tratemos de abrirnos camino. La historia de la guerra es la historia de la humanidad que la teme y odia -pero en ella sistemáticamente-, pese a sus desastrosas consecuencias, impulsada por intereses y pasiones encubiertos por razones de pretendida justicia. "Hasta el presente -escribe Martens- cuantas tentativas se han hecho para evitar las guerras, sólo han servido para probar la insuficiencia de los recursos del hombre, la inconstancia del orden internacional y la inestabilidad de las relaciones humanas" [26]. Sin embargo, el mismo autor dice también que "un tiempo vendrá en que la guerra sea un hecho excepcional por haber encontrado los Estados un medio más conveniente para solucionar sus conflictos”. Nosotos, menos optimistas, tememos, al contemplar las recientes realidades de la vida internacional, que sólo un invencible temor recíproco puede mantener la paz entre las naciones.
Juicios sobre la guerra
Hombres de acción y recoletos pensadores, desde el más genial estrateqa, al más sutil filósofo, han emitido su juicio sobre la guerra. Unos abogando por ella, otros condenándola. Lo que nos pone de manifiesto la ambigüedad del problema, a que, anteriormente aludíamos; y por otro lado la necesidad perentoria de una visión esclarecedora de este azote de la humanidad, que cual espada de Damocles pesa sobre el hombre.
Entre sus apologistas, Barnis opina que "ni la religión, ni la moral, ni la felicidad, ni la naturaleza, ni la justicia, ni el progreso se oponen a la guerra", la cual para el general von Bernardhi "es una necesidad biológica de primordial importancia, un elemento regulador en la vida de la humanidad, una obligación moral, y corno tal, un factor indispensable de la civilización". De Maistre la encuentra "divina en la gloria misteriosa que la rodea y en el atractivo no menos explicable que nos lleva hacia ella"; y para Donoso Cortés, "la guerra y la conquista han sido siempre los instrumentos de la civilización del mundo". Hegel la juzga "bella, buena, santa y fecunda, creadora de la moralidad de los pueblos. Maragall la identifica con el Estado mismo, cuya personalidad "sólo encuentra su total eficacia y completa garantía en la guerra, por la que nacen, viven y mueren casi siempre los hombres". Y Moltke afirma que "sin ella el mundo se perdería y se pudriría en el materialismo" [27].
Desde remotos tiempos figuran también sus detractores, entre los que se citan cerebros fecundísirnos. Herodoto piensa que "nadie será bastante insensato para preferir la guerra a la paz; durante la guerra los padres entierran a sus hijos: durante la paz son los hijos los que entierran a sus padres". "Sólo para aquellos que no la han experimentado es buena la guerra", -diría Erasrno-, porque corno afirma Melo, "la guerra, aunque se encamine a fines justos, siempre obra por instrumentos y modos violentos, inhumanos, llenos de sangre y horror". Aún muestran mayor repugnancia ante la guerra civil otros autores: Homero decía que "el que arna la guerra civil es un hombre sin lazos familiares, sin ley, sin hogar"; y siglos después reconocía Cicerón que -"cualquier género de paz entre los ciudadanos me parecía preferible a una guerra civil", sin duda porque en ésta, como diría Corneille, "La muerte de los vencidos enflaquece a los vencedores y el triunfo más espléndido está regado de lágrimas”. Plinio aconseja que "la guerra ni temerla ni provocarla", quizá porque, como dice Rowe "es el instrumento y último resorte de la inminente bancarrota" [28].
Todos los autores, apologistas o no, la aceptan como hecho irremediable. Para Dryden "la paz misma no es sino la guerra enmascarada", coincidiendo con Maragall, que la ve como un armisticio más o menos largo". El conocido pensamiento de Vegecio “si vis pacem, para bellum" (si anhelas la paz, prepara la guerra) y el análogo de Remy de Gourmont "tenemos paz, sólo cuando podemos imponerla", también lo encontramos en Fenelon, según el cual "es preciso estar siempre aprestado a declarar la guerra, para que no nos veamos jamás obligados a la desgracia de tener que aceptarla". Porque realmente existe un círculo vicioso que liga a la guerra y a la paz, señalado por Geiler von Keysersberg: "La paz da origen a la riqueza, la riqueza a la soberbia, la soberbia a la guerra; la guerra trae miseria, la miseria da paso a la humildad, y la humildad trae nuevamente paz". Martens hace referencia a este pensamiento, al decir que "en todo tiempo la guerra ha puesto las bases de la paz por venir; en todo tiempo ha sido en la guerra donde se han manifestado las fuerzas vivas de los pueblos, determinando el valor de cada una en medio de los grandes aconte cimientos históricos" [29].
Efectos de las guerras
En la actualidad los efectos son siempre correlativos a sus causas. Además de las causas tradicionales (ambiciones, rivalidades, revanchismos, disputas dinásticas, etc.), se han agregado las económicas y las político-sociales. Ambas enfervorizan a las naciones, poniendolas por entero al en pie de guerra para combatir con las armas o para colaborar de algún modo en la retaguar dia, y son más difíciles de evitar que las tradicionales, suelen propagarse a otras naciones de iguales intereses o ideologías, y se resisten a las fórmulas conciliatorias antes del total aniquilamiento del adversario.
Las áreas beligerantes y la participación ciudadana en las conflagraciones se han ampliado, por tanto, progresivamente hasta llegar a la "guerra total" y a la "guerra mundial", que junto al asombroso perfeccionamiento de las armas, cuyo alcance, precisión y potencia destructora han alcanzado límites ya difícilmente superables, y han producido el incremento, con vertiginoso ritmo, de sus catastróficas consecuencias, son efectos a tener en cuenta en el estudio que estamos haciendo.
Fenómeno tan permanente y transcendental, como la gue rra, ha preocupado, por tanto al hombre en todas sus actividades, promoviendo directa o indirectamente el progreso técnico y científico en todas las tacias del saber, incluso inspirando algunas de las más famosas creaciones artísticas. Filósofos, teólogos, juristas, sdciológos e historiadores, han dedicado tratados enteros a su estudio. Físicos, químicos, matemáticos, ingenieros y arquitectos se han esforzado en contribuir al alocado culto rendido a Marte. Economistas, financieros, políticos y diplomáticos, han permanecido en vigilia para posibilitar los gigantescos presupuestos de guerra, o procurarse el apoyo o la alianza de otras naciones. Quizá no haya exiitido ser humano que no haya participado de algún modo dé la guerra, y que no haya pensado o se haya preocupado por ella. Por fortuna, todo el progreso científico, técnico e industrial promovido por la guerra ha resultado más tarde, tras sus desastrosos efectos, más provechoso para la subsiguiente paz.
¿Cómo iluminar esta realidad humana tan contradictoria, que es la guerra, con la fe cristiana? Este es el objetivo al que nos encaminamos a través de nuestra reflexión teológica. Veamos la respuesta que nos da la teología.
2. La respuesta de la teologia
Precisiones
Esta reflexión acerca de la teología de la guerra no se propone ofrecer un tratado completo y exhaustivo sobre esta realidad humana, sino que trata de estudiar la cuestión -una cuestión que se está planteando sin cesar y que hoy resulta insoslayable- acerca del punto de partida de lo que son las guerras y de la orientación de la respuesta teológica de la fe: las guerras son consecuencia dél pecado.
Por lo tanto, toda esta realidad de la guerra, que toma hoy nuevo cuerpo, desde la violencia a lo no-violencia, pasando por la objeción de conciencia, cabe planteársela a un triple nivel, que llamaríamos: nivel teórico, nivel teórico-práctico y nivel práctico.
Nivel teórico
Este primer nivel, el teórico, trataría de desarrollar una "visión teológica" de la realidad de las guerras: qué son, qué papel ocupan, cómo se inter-iluminan con otras realidades.
Podríamos llamarle el aspecto dogmático de la guerra.
Nivel teórico-práctico
El segundo nivel, el teórico-práctico, intentaría definir qué actitudes morales corresponden al hombre, que ha hecho suya esta actividad; qué principios de acción y qué posturas comporta en concreto. Intentaría ver si ha habido un cambio de acento en la apreciación de lo que es la guerra. Sería el aspecto moral.
Nivel práctico
El tercer nivel, el práctico, buscaría elevar al hombre concreto frente a esta realidad de la guerra: le hablaría de cómo mover a buscar la paz, cuáles serían los primeros pasos, qué dificultades y soluciones encontrarían. Sería el aspecto pastoral.
Estado actual de estos niveles
El tercer nivel ha sido en los últimos tiempos ampliamente desarrollado en otros campos de la teología. Prácticamente la pastoral de los movimientos cristianos está muy inspirada en este aspecto.
También el primer nivel se ha desarrollado algo, primero quizá corno una iniciación compañera de viaje del nuevo estilo de acción, en una serie de trabajos pioneros del sentido "adivinado" de las cosas [30]: teología del mundo, teología de las realidades terrenas, teología política, teología de la violencia, teología de la liberación, etc.
Ha sido el segundo nivel, el moral, el que apenas si se ha tocado. De hecho, la Teología Moral ha ido con retraso a este respecto con otras ciencias teológicas en la revisión de sus principios y conclusiones [31]. Por lo que se refiere a este tema de la guerra, el proceso de renovación en que vive la humanidad exige ahora un diálogo con el pensamiento filosófico moderno, con las ciencias jurídicas y sociales, con la experiencia humana contemporánea y con el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo en el mundo de hoy.
Ricardo Muñoz Juarez, en defensa.gob.es/ceseden/
Notas:
1 Einstein, A: Escritos sobre la paz. Traduce. de Jordi Solé Tura, Edit. Península, Barcelona 1967, 495 págs.
2 JUAN PABLO II: Discurso al Sagrado Colegio de Cardenales y a la Curia Romana, con motivo de la Navidad. Rev. "ECCLESIA". Núm. 2.156 (1984), pág, 18.
3 Juan Pablo II: Encíclica "Redemptor hominis", núm. 15.
4 Juan Pablo II: Mensaje a la UNESCO, en Revista "Ecclesia" (1980), pág. 725..
5 Juan Pablo II: Encíclica "Dives in misericordia", V, 11.
6 Einstein, A.: Escritos sobre la paz. Traduc. Jordi Solé Tu ra, Edit. Península, Barcelona 1967, 495 pags.
7 Cfr. Diaz de Villegas, J.: La guerra política, Madrid 1966, pgs.
8 Flores, A.: Nuevo concepto de guerra química, en Revista "Ejército", 290 (1964) pág. 15. Inicia su trabajo con esta afirmación: "Se han llevado a cabo estudios curiosísimos, que demuestran con rigor matemático, que son certísimos, prácticamente despreciables, los periodos durante los cuales el mundo ha gozado de paz
9 González Ruiz, E.: La misión del Ejército en la sociedad con temporánea, pag, 7º Edit. Magisterio Español, Madrid 1976, 160 págs.
10 González Ruiz, E.: Op. cit. pág, 16.
11 Llorca, C.: El malestar de la paz, en el Diario "La Verdad", 1 oct. 1980. ,
12 Wanty, E.: La historia de la humanidad a través de las guerras. Ediciones Alfaguara, Madrid 1972, Tomo I,XI.
13 González Ruiz, E.: Op. cit. pág. 16.
14 Juan Pabló II: Discursó a XXXIV Asamblea General de las Na ciones Unidas,·en "Ecclesia" (1979); pág. 1308.
15 Verstrynge, J.: Una sociedad para la guerra, pág. 32. Centro de. Investigaciones sociológicas; Madrid 1979, 404 págs.
16 Con este nombre se designa la ciencia de la guerra en general: el estudio de sus formas, causas, efectos y funciones como fenómeno social, para distinguirla de la ciencia de la guerra, tal como se enseña en las escuelas militares y en los estados mayores. Cfr. "Larousse mensuel", 401, (1946), pág. 11.
17 Jolif, J. Y.: Pourquoi la guerre?, en "Lumiere et vie", 38 (1958) pág. 21. "Ou sónt les causes? Les structures objetives ne suffisent jamais tout a fait a expliquer le phénomene de la guerre, elles ne sont des raisons valables qu'au prix d"un surcroit desens que l'homme y projette. Il faut done que la guerre vienne de l'homme. Mais de quelle profondeur obscure en lui, s'il est vrai qu'on ne saurait y voir le mouvement de la liberté qui s'affirme et qui se posse? On ne peut repondre cette question sans évoquer les structures irrationnelles et les abimes les plus obscurs de l'homme. La querre, en définitive, échappe toute comprénhension par ce que l'impulsion qui porte l'homme vers elle vient de la région pleine d'ombre que se laisse discerner, mais non élucider par la conscience".
18 Cfr. Cano Hevia, L: Introdcción al estudio racional de la guerra. Editora Nacional, Madrid 1964, 224 págs.
20 Citados por Alfonso García Valdecasas, en "La guerra en la naturaleza y en la historia del hombre", págs. 9-10. Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1962, 180 págs.
21 Einstein, A. Escritos sobre la país Traduc. de Jordi Solé Tura, Edit. Península, Barcelona, 1967, 495 págs.
22 Wanty, E.: Op. cit. pág. XIII.
23 Cfr. González Ruis, E.: Op. cit. pág. 13.
24 JUAN PABLO II: Mensaje para la XVII, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ "ECCLESIA" 1984, núm. 2.156, pág. 9.
25 Cfr. Wanty, E.: Op. cit. XV.
26 Cfr. Gran Enciclopedia Rialp. Art. Guerra. Tomo XI, pág. 421. Ediciones Rialp. S.A., Madrid 1972, 870 págs.
27 Citado en la Gran Enciclopedia Rialp p. Art. Guerra, Tomo XI, pég. 421
28 Cfr. Gran Enciclopedia Rialp. Art. Guerra, Tomo XI, pág. 421.
29 Cfr. Gran Enciclopedia Rialp. Art. Guerra, Tomo XI, pág. 422.
30 Cfr. a modo de ejemplo, Ranher, K.: El cristianismo y el hombre nuevo, en "Escritos de Teología", Tomo V, pág. 157, Edit. Taurus, Madrid 1964, 562 págs.
31 Curran, Ch.: ¿Principios absolutos en Teología Moral?, col. Teología y Mundo actual. Edit. Sal Terrae, Santander 1970, 316 págs.
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