Introducción
Esta investigación se centra fundamentalmente en describir las conexiones que existen entre el desarrollo del apego y la dinámica familiar, la misma que permitirá comprender y articular intervenciones que contemplen los recursos y dificultades con los que cuentan los pacientes y sus familias, entregándole al terapeuta una herramienta adicional, ordenada y de rápida consulta sobre este tema.
La teoría del apego ilustra la relación entre las experiencias parentales tempranas y la capacidad para establecer relaciones cercanas, confortantes y compasivas con otros a lo largo de la vida. Jonh Bowlby (1988) recalca la importancia de la interacción que se produce entre el niño y el adulto responsable de la crianza, esta relación se convierte en el primer ambiente o clima emocional que vive el niño, introduciéndole en el grupo familiar, (Fonagy, 2004; Hervás 2000; Main, 1996, citado en Sanchis, 2008) y por consiguiente en el grupo social y cultural en el que la familia se desenvuelve (Del Barrio, 2002; Musitu y Cava, 2001, citado en Sanchis, 2008). La familia, según Byng-Hall (1999, citado en Girón, 2003), es una base segura para el desarrollo del individuo, para cumplir con esta función debe proporcionar una red disponible y fácilmente fiable de las relaciones de apego y así también como de sus miembros. La experiencia dentro de la familia guiará la interpretación y reflexión de las experiencias, que orientarán los comportamientos de apego. Por otro lado la misma autora sostiene que existen factores que socavan esta base segura debido a situaciones de crisis por las que atraviesa la familia (pérdida de la figuras de apego, divorcio, maltrato, etc.) La familia tiene entonces un papel esencial a la hora de configurar los modelos representacionales o modelos de funcionamiento internos, los mismos que regularán la interacción futura del niño con el entorno (Musitu y Cava, 2001). Los modelos de funcionamiento interno permiten modelar la conducta del individuo tanto ante sí mismo como ante los demás (Girón, 2003), estos van a “dar color” a la forma como el sujeto comprende y cómo se comporta en situaciones de apego.
Los modelos de trabajo internos están íntimamente relacionados con la protección y seguridad en las relaciones; es decir, cómo nos mantenemos seguros, próximos y queridos por otros.
Tomando en cuenta todos estos aspectos se puede preguntar: ¿Cuáles son los factores de la dinámica familiar que se relacionan con el desarrollo del apego?.
Teoría del apego: consideraciones generales
Bowlby (1973) define la conducta de apego como “cualquier forma de conducta que tiene como resultado el que una persona obtenga o retenga la proximidad de otro individuo diferenciado y preferido, que suele concebirse como más fuerte y/o más sabio”.
El objetivo del sistema de apego sería regular las conductas diseñadas para establecer o mantener el contacto con una figura de apego; desde el punto de vista de la persona que se encuentra dentro de esta relación, el objetivo del sistema sería “sentirse segura”. A partir de la cual el bebé o el niño siente la seguridad necesaria para explorar y dominar su entorno, en las situaciones en las que no hay amenaza, la conducta del niño mayormente estará dedicada a la exploración de su medio externo; cuando el niño se encuentra ante una situación amenazante buscará a su cuidador, quien es el proveedor de seguridad. Según Bowlby (1980), la búsqueda de la proximidad, la base segura y el refugio seguro son los tres rasgos definitorios y las tres funciones, de una relación de apego.
Este autor, considera que las experiencias con el cuidador primario tienen conexión mediante una serie de procesos cognitivos, dando lugar a modelos representacionales o modelos de funcionamiento interno, que rigen la manera en que el individuo se percibe así mismo y al mundo que le rodea.
Tipo de apego
Mary Ainsworth (1962, 1964) diseñó y aplicó un programa experimental conocido como situación extraña para evaluar la calidad del vínculo entre una madre y su hijo, basándose en que las figuras de apego actúan como sustento de la conducta exploratoria y por tanto las separaciones son seguidas de efectos psicológicos y fisiológicos en el niño. Ella identificó tres estilos de apego:
1. Apego seguro
2. Apego inseguro-evitativo
3. Apego inseguro ambivalente
Las personas con estilo de apego seguro son capaces de usar a sus cuidadores como una base segura cuando están angustiados. Saben que los cuidadores estarán disponibles y que serán sensibles y responsivos a sus necesidades. El estilo de apego seguro se ha observado en un 55%-65% de niños en muestras que incluyeron familias que no presentaron ningún evento clínico (Botella, 2005).
Para Aizpuru (1994) este tipo de apego es producto de la sensibilidad materna, la percepción adecuada, interpretación correcta y una respuesta contingente y apropiada a las señales del niño que fortalecen interacciones sincrónicas. Las características del cuidado materno en este caso son de disponibilidad, receptividad, calidez y conexión (Botella, 2005).
En el apego inseguro-evitativo, la observación fue interpretada como si el niño no tuviera confianza en la disponibilidad de la madre o cuidado principal, mostrando poca ansiedad durante la separación y un claro desinterés en el posterior reencuentro con la madre o cuidador. Incluso si la madre buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento (Oliva, 2004, citado en Sanchis, 2008).
Sin embargo, Ainsworth (citado en Sanchis, 2008), distinguió que los niños que presentaban apego evitativo tenían dificultades emocionales; su desapego era semejante al mostrado por los niños que habían experimentado separaciones dolorosas.
El estilo de apego inseguro-evitativo se ha observado en un 20%-30% de niños en muestras de familias sin eventos clínicos (Oliva 2004, citado en Sanchis).
Las características del cuidado materno son de rechazo, rigidez, hostilidad y aversión del contacto (Botella, 2005). Las madres de niños con estilo inseguro-evitativo pueden ser sobre estimulantes e intrusivas (Aizpuru, 1994).
En el apego inseguro-ambivalente el niño muestra ansiedad de separación pero no se tranquiliza al reunirse con la madre o cuidador, según los observadores parece que el niño hace un intento de exagerar el afecto para asegurarse la atención (Fonagy, 2004).
En este tipo de apego parece que la madre o cuidador, está física y emocionalmente disponible sólo en ciertas ocasiones, lo que hace al individuo más propenso a la ansiedad de separación y al temor de explorar el mundo. Este estilo de apego se ha observado en un 5%-15% en niños de muestras sin eventos clínicos anteriores (Botella, 2005; Del Barrio, 2002 citado, Molina 2009). Las características del cuidado materno en este caso son de insensibilidad, intrusividad e inconsistencia (Botella, 2005, citado en Molina, 2009). Se podría decir que el rasgo que más define a estas madres es el no estar siempre disponibles.
Los estilos de apego son relativamente estables, y según Bowlby, la continuidad del estilo de apego se debe principalmente a la persistencia de los modelos mentales del sí mismo y otros componentes específicos de la personalidad.
Los modelos internos constituyen una guía para la interpretación y reflexión sobre las relaciones, es decir, cómo nos mantenemos seguros, próximos y queridos por otros. Estos orientan los comportamientos de apego, permiten modelar la conducta del individuo tanto ante sí mismo como ante los demás (Girón, 2000), van a “dar color” a la forma como el sujeto comprende y cómo se comporta en situaciones relevantes en el apego.
Los modelos internos en los adultos se han clasificado en cuatro categorías que cumplen cada uno un patrón de apego que a su vez se corresponde con los patrones de la infancia, así: (Main & Hesse, 1990 citado en Sanchis, 2008).
La capacidad para reflexionar sobre la experiencia y nuestra habilidad narrativa para contar historias coherentes sobre nuestras vidas está moldeado por nuestras experiencias de apego familiares (Main et al., 1985; Crittenden, 1998, citado en Vetere, 2008).
La dinámica familiar en el desarrollo del apego
La familia tiene un papel fundamental en el desarrollo del individuo, es el grupo de pertenencia primaria, donde se establecen una serie de lazos afectivos y sentimientos, en donde se aprenden, se afianzan valores, creencias y costumbres. (Minuchin, 1968)
La familia ha sido especialmente estudiada desde la teoría sistémica. Minuchin (1968) considera que no se pueden entender los problemas de un sujeto si no se atiende al conjunto total de la dinámica e interacción familiar, cada uno de sus elementos tiene una función o rol con consecuencias en el conjunto global. (Girón, Rodríguez y Sánchez, 2003; Del Barrio, 2002; Minuchin, 1968).
Para Byng-Hall (2008) la familia es una base segura para el desarrollo del individuo; para cumplir con esta función debe proporcionar una red disponible y fácilmente fiable de las relaciones de apego y de la que todos los miembros de la familia son capaces de sentirse lo suficientemente seguro para explorar su potencial, la base segura tiene un efecto significativo en el desarrollo socio-emocional y cognitivo del niño (Kennet, 2006, citado en Scott, 2009).
Según la autora, la interacción sensible se define como la capacidad de ser sensible ante los sentimientos y conducta de cada miembro de la familia, que implica mantener a toda la familia en la mente durante la interacción, ya que mantiene la posibilidad de ajustar el comportamiento de los miembros para influir en lo que se está desarrollando. Un elemento importante de esta capacidad es la empatía, que permite ponerse en la piel de los demás en el contexto actual. Esto puede llevar a sintonizar con las emociones y los sentimientos de los demás en una situación particular. Lo que garantiza que los padres pueden responder de manera adecuada a la angustia de sus hijos y a los diversos escenarios que presenta la familia. Los niños pueden esperar este apoyo y se sienten seguros al saber que están en la mente de sus padres. Otro elemento de la interacción sensible es la función reflexiva (Fonagy et al, 1991;. Slade, 2005, citado en Besoain), que permite la comprensión de los estados mentales subyacentes y por lo tanto las intenciones de los demás y de sí mismo. Esto hace posible que la persona responda apropiadamente a los demás en el escenario en el cual la familia se desarrolla. La imagen de “familia” puede proporcionar a los miembros un sentido de seguridad. “Me tiene en mente.”
Para Byng-Hall Byng–Hall (1999 citado en Girón 2003) hay dos factores asociados con una base segura familiar:
En primer lugar, sugiere que existe una conciencia compartida de que las relaciones de apego son importantes y el cuidado de los demás es una prioridad en la familia.
En segundo lugar, afirma que los miembros de la familia deben apoyarse mutuamente en la atención a los demás.
Es así como dentro de la membrecía para cumplir con este apoyo entre sus miembros se generan figuras de apego subsidiarias establecidas por la interacción que se originan entre el niño y el adulto responsable de la crianza que por lo general son: la madre, el padre, los hermanos mayores y los abuelos. De éstas, la madre es quien con frecuencia ocupa el papel principal debido a una fórmula cultural, mientras que los demás miembros de la familia suelen funcionar como figuras de apego secundarias (Bowlby, 1969).
Diversos autores han identificado esta dinámica familiar, entre ellos Ainsworth, (1967) a partir de su estudio realizado en Uganda, señaló que casi todos los bebés que estaban apegados a sus madres llegaban a estar apegados a otras figuras familiares (padres, abuela u otro adulto en el hogar o incluso a un hermano mayor), entre los hermanos, por lo tanto se crean verdaderas relaciones de apego. Es frecuente que los hermanos mayores den similares cuidados que los que provee la madre, es probable que en momentos de aflicción se usen unos a otros como base de seguridad o consuelo, estos vínculos se crean entre ellos, ya que viven en una presencia casi continua y comparten experiencias emocionales y son educados para que se quieran y apoyen (Ainsworth 1989).
Carrillo (2001) tras su estudio concluyó que el hermano mayor actúa como figura del apego subsidiaria y como tal, se constituye en una fuente de seguridad y una base segura desde la cual el hermano menor puede explorar el ambiente, al tratar el tema de apego dentro de la familia se enmarca dentro de una relación diádica, la misma que puede ser asumida por cualquier miembro de la misma.
Es interesante reseñar el metaanálisis sobre 11 investigaciones de Fox, Kimmerly y Schafer (1991). En estos trabajos, los autores encontraron una alta coincidencia entre el tipo de vínculo de apego establecido con ambos progenitores.
Por otro lado existen estudios, que muestran que un niño puede formar distintos tipos de apego con distintos cuidadores (Goosens y van IJzendorn, 1990; Howes y Hamilton, 1992 citado en Sanchis, 2008).
El ambiente familiar es el primer clima emocional en el que vive el niño y que le introduce en el grupo familiar (Fonagy, 2004; Hervás 2000; Main, 1996, citado en Sanchis, 2008) y a través de éste, también en el grupo social y cultural en el que la familia se desenvuelve (Del Barrio, 2002; Musitu y Cava, 2001, citado en Sanchis, 2008).
Entonces el sistema de apego de los niños y de sus cuidadores influye y son influenciados por el contexto familiar más amplio, incluyendo el matrimonio, la relación de pareja, de padres e hijos y las relaciones entre los hermanos es decir el clima general de la familia en el que el individuo crece. Las buenas relaciones familiares pueden garantizar entonces una adecuada adaptación social (Mikulincer y Florian, 1999 citados en Girón 2003).
En relación al tema Goldberg (1984, citado en Girón 2003), en su estudio con niños de 20 meses demostró que los niños que tenían mayor probabilidad de desarrollar un apego seguro con sus padres era cuando éstos disfrutaban de un excelente ajuste marital y al contrario, los niños con apego inseguro tenían una mayor probabilidad de pertenecer a familias donde la pareja marital atraviesa algún desajuste.
El desarrollo saludable de este vínculo de apego se puede ver interrumpido por situaciones de crisis, como puede ser el divorcio, discusiones entre los padres, temor a que uno de ellos llegue a abandonar el hogar, separación o ruptura de la pareja marital. (Bowlby, 1985; 1998).
Girón, (2003) en un estudio de casos y controles identificó la influencia del divorcio y separación en el desarrollo del apego en una muestra de 64 jóvenes adultos; observó que los hijos del grupo divorcio sienten mayor inadecuación personal y perciben mayor amenaza de peligro en general que sus pares del grupo control. El grupo divorcio, reflejó un apego más inseguro que el grupo control. También observó una calidad inferior de relación entre los hijos del divorcio y sus padres, sus hermanos, así como también en la pareja y las amistades en comparación con los vínculos afectivos de los hijos dentro del grupo control. Por lo tanto, se puede concluir que el divorcio o separación de la pareja marital influye en el desarrollo del apego en los hijos.
Otra condición crítica por la que atraviesan las familias, que tiene repercusiones en el desarrollo del apego, es el maltrato. Aizpura (1994) sostiene que los padres de un niño maltratado son menos afectuosos, interfieren muy poco en las actividades y conductas de su hijo, existe poca interacción con él y su contacto ocular es pobre. Lyns-Ruth, et al., (1987, citados por Aizpuru, 1994), refiere que en diversos estudios se ha encontrado que en niños maltratados hay una mayor incidencia de apego ansioso; ellos manifiestan un mayor índice de frustración y de agresión. Al haber menor respuesta de la madre, acompañada por una falta de seguridad, el niño teme acercarse a los adultos amistosos, impidiendo así, una interacción saludable.
Pino y Herruzo (2000) mencionan que los niños que sufren maltrato, a los 18 y 24 meses, sufren un apego ansioso y presentan más rabia, frustración y conductas agresivas ante las dificultades que los no maltratados. Entre los 3 y los 6 años tienen mayores problemas expresando y reconociendo afectos. Estos niños también expresan más emociones negativas y no saben animarse entre ellos para vencer las dificultades que se presentan en una tarea y muestran patrones distorsionados de interacción tanto con sus cuidadores como con sus compañeros.
En un estudio realizado por England (1983, citado por Pino y Herruzo, 2000), se menciona que los niños maltratados tanto física como verbalmente y los abandonados emocional y físicamente, presentan apego ansioso desde los 12 hasta los 42 meses. Los que además de padecer maltrato físico padecían abandono emocional, mostraron menos angustia y frustración que los que padecían sólo abandono emocional, corroborando que en condiciones extremas de privación, cualquier conducta de atención, aunque sea aversiva, puede funcionar como reforzadora.
George y Main (1979) (citados por Pino y Herruzo, 2000) encontraron que los niños maltratados de 12 a 36 meses evitaban más a los adultos amistosos que se les acercaban que a los niños que iniciaban la interacción, situación corroborada por Howes y Espinosa (1979, citado en Pino y Herruzo), quienes también hallaron que el déficit en la interacción desaparecía cuando se interactuaba con niños a los cuales ya se conocía.
Los infantes maltratados desarrollan con mayor probabilidad relaciones de apego inseguras como respuestas a experiencias repetidas de maltrato y/o desconcertantes. Además esas experiencias y expectativas conducen al desarrollo de una estrategia defensiva a través de la cual estos infantes dirigen su atención lejos de sus madres con el propósito de mantener su organización frente al conflicto surgido por la incompatibilidad de sus deseos (Aizpuru, 1994).
Otro de los factores que ejerce influencia en el desarrollo del apego son los estilos de crianza que se ejercen en la familia, aspecto que es transmitido transgeneracionalmente. Varios estudios han encontrado que el apego seguro en la infancia o la niñez temprana se asocia con la sensibilidad de los padres y la comunicación abierta entre padres e hijos. (Easterbooks, Biesecker, y Lyons – Ruth, 2000, citado en Sanchis, 2008).
Sánchez (2003) considera que aquellos chicos y chicas que recuerdan relaciones con sus progenitores basadas en el afecto, la comunicación y la estimulación de la autonomía son quienes mejores relaciones afectivas desarrollan con los amigos en general o con el mejor amigo en particular durante los años adolescentes. Al mismo tiempo identifica que existe coincidencia entre el vínculo que el adolescente establece con el padre y con la madre, en los casos en que el vínculo no coincide, basta con que exista un vínculo seguro con uno de los dos progenitores para que exista una relación positiva con los iguales.
Periodos de cambio, como escenarios en el ciclo vital de la vida familiar, pueden ofrecer tanto oportunidades como retos. Por ejemplo, una joven madre con un estilo predominantemente evitativo de apego, que está con una pareja que tiene un estilo más seguro, puede empezar a darse cuenta de las demandas de su bebé para ser cuidado y tener su atención y así para empezar a reaccionar con una pauta más segura y emocionalmente conectada; también es posible que, por lo contrario, esa relación con su pareja le provoque mas deterioro en la relación con su bebé.
Aizpuru (1994) sostiene que el apego a la madre o cuidador principal, es sólo uno, es decir, el primero de tres apegos verdaderos que ocurren en la vida. El segundo sería en la adolescencia tardía, en la búsqueda del segundo objeto, la pareja, y el tercero sería hacia el hijo o hijos.
El apego se desarrolla como un modelo mental interno que integra creencias acerca de sí mismo, otros, el mundo social en general y juicios que afectan la formación y mantenimiento de las relaciones íntimas durante toda la vida del individuo (Bowlby citado en Sanchis, 2008). Estos modelos mentales se van transmitiendo de generación en generación. Los que logran mantenerse relativamente estables, justamente porque se desarrollan y actúan en un contexto familiar también relativamente estable (Stein, Koontz, Fonagy, Allen, Fultz, Brethour, Allen, & Evans, 2002).
Desde la perspectiva cognitiva conductual Beck (1994), sostiene que las experiencias de la infancia influyen en la formación de los pensamientos automáticos, los mismos que determinan la forma en el que ser humano percibe su entorno, el futuro y así mismo, considerando que estos esquemas son aprendidos y responsables de la presencia de psicopatologías tal como la depresión (la más estudiada desde este enfoque), el suicido, entre otras.
Desde la teoría sistémica se puede describir los estilos de apego como modelos de comunicación “abiertos” o “cerrados” en las familias (Minuchin, 1983) que determinan lo que podemos hablar, con quién, de qué modo, cuándo, etc.; es decir los límites. Por ejemplo, en los modelos de apego seguros, la expresión de los sentimientos positivos y negativos serán aceptados con gran probabilidad, además de reaccionar en su presencia con reflexión y negociación; una mezcla de respuestas semánticas y emocionales.
En los modelos de apego más inseguros, la comunicación puede incluir distorsiones en cuyo caso no se puede decir abiertamente o claramente los sentimientos y las necesidades. Un padre de estilo de apego evitativo, evita hacer frente a sentimientos desagradables por lo que rechaza las ofertas de un niño para su mayor comodidad cuando éste está en peligro, y tienden a rebajar la importancia de los sentimientos negativos del niño. La preferencia de los padres por los sentimientos positivos se transmiten al niño debido que a su vez, se enfrenta con el dilema de tratar de ignorar sus propias necesidades para la comodidad de los demás y para dar la apariencia de ser prematuramente autosuficiente. La relación padre/hijo puede aparecer emocionalmente fría y distante. De una manera más sencilla, darán poca importancia a los aspectos negativos que a los positivos lo que determina que las necesidades emocionales del niño no sean resueltas.
En este tipo de familias se crean reglas familiares en contra de toda expresión de afectos, la regla es no sentir (Satir, 2005). Por ejemplo, con un modelo familiar negligente, se puede reaccionar a la comunicación de sentimientos con el requerimiento de anular o negar estos sentimientos y “mantener la boca cerrada”, o con evitación y rechazo. En estilos más preocupados puede llevar a una escalada simétrica de sentimientos, en la que existe el riesgo de caer en una competencia, caracterizada por acusaciones mutuas y culpabilizaciones; una reactividad emocional que sobrepasa el límite de tolerancia y hace cualquier reflexión muy difícil.
La investigación muestra que la mayoría de los patrones de apego se replican en la próxima generación. Sin embargo, una minoría considerable variará, lo que demuestra que el cambio es posible. Hay intentos de los padres de no repetir lo que ellos consideran errores cometidos por sus padres. Estos se llaman guiones corregidos de padres.
Así la intersección teórica entre apego y el enfoque familiar sistémico se basa en la noción de que la inseguridad puede desarrollarse desde los modelos relacionales y comunicacionales. (Vetere, 2008)
Discusión
La teoría del apego en los últimos años ha ilustrado la importancia de las experiencias relacionales tempranas en el desarrollo del apego y cómo éstas influyen en la capacidad para establecer relaciones cercanas, confortantes y compasivas con otros a lo largo de la vida. Jonh Bowlby (1988) recalca la importancia de la interacción que se produce entre el niño y el adulto responsable de la crianza. Es en esta relación en la que se basaba la teoría de la personalidad de Bowlby, entonces la personalidad es el producto de la interacción entre madre e hijo. Sin embargo en muchas ocasiones se ha dejado de lado la influencia potencial que tiene el padre, hermanos, la familia en sí, distinguiéndola desde la interacción de sus miembros, en la que intervienen tres o más personas. Por lo tanto se necesitan investigaciones adicionales para explorar la naturaleza de la relación entre los subsistemas, lo que permitiría ver a la familia desde una perspectiva sistémica (Byng-Hall 2008).
No obstante los aportes que ha realizado Byng-Hall (2008), no son escasos en relación al tema, ella define a la familia como base segura para el desarrollo del apego de sus miembros, la familia cumple con esta función cuando proporciona una red disponible y fácilmente fiable de las relaciones de apego y cuando existe la capacidad de los miembros de la membrecía para empatizar, para mantener al otro en la mente y para tener la libertad de expresar los verdaderos sentimientos ya sean estos de dolor o sufrimiento. De acuerdo a Minuchin (1983) los estilos de apego son modelos de comunicación abiertos o cerrados que determinan lo que se puede hablar dentro de la membrecía.
Estas características de la familia permite a sus miembros a lo largo de la vida acudir o no a ella, independientemente de la edad. El apego entonces es parte de la vida familiar. La autora expone que existen situaciones dentro de la dinámica familiar que podrían socavar la base segura como son: los Conflict within relationships, particularly abusive relationships, conflicto en las relaciones, problemas maritales, produciendo miedo de perder una figura de apego o la pérdida real de la misma, entre otras tenemos las relaciones abusivas, maltrato y la violencia.
En relación al tema, Poire (1997) considera que la historia afectiva familiar es predictora del tipo de apego en la vida adulta.
Estas contribuciones han permitido conceptualizar al apego en relación e interacción con la familia, plataforma clave para la aplicación de las ideas de apego a la práctica cotidiana de la terapia de familia y del terapeuta quien cumple con la función de base segura dentro del proceso terapéutico, sin embargo estos conceptos no han sido aun plenamente integrados.
Conclusiones
A través de la teoría que desarrolló Bowly se ha podido identificar la importancia de las relaciones tempranas en el desarrollo del apego, resulta importante identificar a la figura del primer cuidador quien por lo general es la madre, como determinante en el desarrollo del estilo del apego. Sin embargo las figuras como el padre y los hermanos pasan a ocupar un lugar secundario, estableciéndose una jerarquía en las figuras de apego.
Hay que destacar que la familia es el primer clima emocional en el que vive el niño, tiene una función substancial en el desarrollo del apego al ser la base segura para sus miembros, es necesario considerar desde su historia afectiva, sus crisis, problemas y modelos de comunicación que son los que determinarán lo que se puede, con quien, de qué modo, y cuando comunicarse. Estos factores influyen en la construcción de los modelos operativos internos los mismos que influyen en las creencias acerca de sí mismo y de los demás, regulan la interacción futura del niño con el entorno y del mantenimiento de las dinámicas relacionales durante toda la vida del individuo. Los modelos internos entonces son predictores del tipo de apego en la vida adulta.
Existen sucesos dentro de la familia que pueden influir negativamente en el desarrollo del apego estos eventos pueden ser percibidos por sus miembros como: miedo a la pérdida real o ficticia de la figura de apego debido a separación, ruptura de la pareja matrimonial, violencia y estilo de crianza.
La teoría del apego presenta un gran aporte a la terapia familiar, ya que en el proceso terapéutico interviene en los diversos subsistemas que le pertenecen a la familia, entre ellos está el sistema de apego de sus miembros, por lo tanto la teoría del apego permite enriquecer las intervenciones. El subsistema de apego del terapeuta desempeña un papel crucial en la tera- pia familiar, ya que transmite una base segura durante el tratamiento que conduce a una base más segura para la familia en el futuro.
Por último hay que destacar que las investigaciones hechas desde esta mirada son escasas, por lo tanto se necesitan investigaciones adicionales que permitan identificar con mayor claridad la naturaleza de la relación entre los diversos subsistemas, con el objetivo de realizar un trabajo verdaderamente sistémico.
Yolanda Dávila P., en dspace.ucuenca.edu.ec/
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