Introducción
A través de este Tercer Congreso Internacional de Teología Mariana se han empleado diversas metodologías para responder a esa pregunta. Mi presentación tomará en cuenta los datos hasta ahora recibidos (especialmente los datos bíblicos y antropológicos experienciales) para hacer una lectura ético-teológica de María como madre y hermana de los pobres.
Siendo mi área de investigación el área de la moral social y especialmente el campo de los derechos humanos, mi presentación buscará describir a María, madre y hermana de los pobres, usando dos adjetivos calificativos que son propios de esa área de estudio: madre mediadora [1] y hermana solidaria [2]. La mediación solidaria que nos ofrece María será abordada en tres momentos históricos: la Galilea del siglo primero, la época de la Colonia en Colombia y la época actual.
Mi intención es no olvidar que todo esfuerzo de reflexión teológica debe tener una obligada vertiente de aplicación práctica y que, por tal motivo, nuestra reflexión debe acercar nuestras vidas, nuestras condiciones concretas y nuestras necesidades a Dios, y que María, nuestra mediadora solidaria, es una ayuda inestimable en esta labor.
Por tal motivo, la primera parte de nuestra reflexión consistirá en una brevísima presentación histórica de las condiciones políticas, económicas, sociales y religiosas en las que vivió María de Nazaret, seguida por un análisis bíblico-teológico de cuatro momentos de la vida de María, según nos los presentan los evangelios de Lucas y Juan.
La segunda parte de esta reflexión conectará brevemente a María de Nazaret con Nuestra Señora de Chiquinquirá.
La última parte esbozará una aplicación ético-práctica de nuestra devoción a María por medio de la categoría de filiación, aplicada a nosotros, y las de mediación y solidaridad, aplicadas a María, quien sigue intercediendo de manera solidaria a favor de esta bella tierra y de su gente.
Después de una breve sesión de preguntas y comentarios, concluiremos nuestra reflexión conjunta con una oración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Comencemos pues analizando la figura histórica de María de Nazaret.
María de Nazaret
Análisis histórico [3]
Gracias a diversos estudios comparativos históricos, arqueológicos, sociológicos y antropológicos contemporáneos, poseemos abundante información acerca de la antigua Galilea del tiempo de Jesús, así como de la situación política, económica, social y religiosa en la que vivió María de Nazaret.
Gracias a los evangelios sabemos que María de Nazaret fue una mujer judía que vivió en la región de Galilea en las décadas de antes y después del llamado “año uno” de la era Cristiana, y que vivió según las expectativas que le impusieron las costumbres y leyes que regían la vida en ese tiempo y espacio.
Aspecto personal [4]
Basados en la información que nos dan los evangelios y en los estudios apenas mencionados, podríamos pensar que: a) como toda niña judía, María aprendió de su círculo familiar y en especial de su madre todo lo relacionado a las tareas propias del hogar y a los roles propios de una mujer judía; b) como hija, tuvo la obligación de asistir a su madre en todas las labores del hogar y de alimentar a su papá, darle de beber, lavarle la cara, las manos y los pies, vestirlo, cubrirlo y, durante su edad avanzada, sacarlo y meterlo de casa; c) como futura esposa, tuvo que aceptar el compromiso de matrimonio que sus padres hicieron con el carpintero José y su familia; al mismo tiempo, María tuvo que lidiar con las consecuencias de quedar embarazada (aún cuando fue, como bien sabemos, por obra y gracia del espíritu Santo) antes de vivir con su esposo; d) como madre y esposa fue la encargada de los deberes domésticos: de cuidar a su hijo y de atender a José, su esposo (lo cual implicaba tareas tales como lavarle la cara, las manos y los pies al regresar del trabajo, prepararle su bebida preferida, etc.); y e) finalmente, como viuda quedó desamparada, sobre todo después de haber perdido a su único hijo de una manera ignominiosa. De modo que la vida de María de Nazaret, hija, esposa, madre y hermana fue un caminar plenamente humano, con sus búsquedas, ansiedades, e incomprensiones.
Por esa razón, no debiéramos nunca pensar que, por el hecho de que María fue elegida para ser la madre de Jesús, estuvo eximida de las experiencias comunes de tedio, lágrimas, aflicciones, amarguras, agonías y muerte.
Para entender esto basta imaginar el hecho de que María tuvo que sepultar a sus propios padres y más tarde a san José, su castísimo esposo, y es suficiente con recordar el anuncio profético de Simeón que le vaticina que una espada de dolor le traspasará el alma, lo cual se cumplirá en la cruenta experiencia de la crucifixión. Al mismo tiempo, María participó de las alegrías y satisfacciones de la vida de toda mujer y enfrentó con el mismo coraje, fuerza y grandeza las vicisitudes de la vida.
Esta manera de percibir su figura nos invita a reflexionar profundamente en la grandeza de María, quien en su total humanidad camina solidariamente con nosotros e intercede a nuestro favor, sabiendo cabalmente en qué consisten nuestras penas y nuestras alegrías [5].
Aspecto político y económico [6]
Como es el caso para todo ser humano, los rasgos personales de María se vieron afectados por su entorno político, económico, social y religioso; por ello es importante que nos detengamos brevemente ahora a considerar cómo eran el tiempo y el espacio en los que vivió la madre de nuestro Salvador.
La tierra que vio nacer y crecer a María fue Nazaret, un pueblito localizado en la región de Galilea. Durante la vida de María, Galilea era una región agrícola y pastoril ubicada en el ahora llamado Medio Oriente, y que al tiempo estaba ocupada y colonizada por las fuerzas imperiales romanas [7].
Dada la ocupación romana, la situación política era sumamente complicada en toda Galilea y en especial en Nazaret: el Imperio romano gobernaba sus territorios conquistados por medio de representantes locales y les permitía mantener su propio culto religioso e incluso sus propias estructuras internas de gobierno, siempre y cuando pagaran impuestos y obedecieran los decretos del emperador romano (MacMullen, 1974).
Una doble dependencia política, por un lado del Imperio romano y por el otro de las autoridades locales, acarrearon desastrosas consecuencias económicas para los galileos, ya que ello significaba que tenían que pagar dobles impuestos: un alto impuesto al Imperio romano y un impuesto a las autoridades locales, tanto civiles como religiosas.
La carga onerosa de un doble impuesto afectó directamente a los habitantes de toda la región. Dadas las condiciones de penuria y miseria en que se vieron sumidos los habitantes, no es de extrañarse que los pobladores de esos entornos se rebelaran con frecuencia en contra del poder invasor. Invariablemente, esas revueltas eran violentamente reprimidas por el poder imperial (Richardson, 1996).
Dado que todo esto sucedió durante el tiempo en el que María vivió en Nazaret, es posible vislumbrarla experimentando el terror de la represión imperial, traducida en la destrucción de las aldeas y poblados circundantes; es posible imaginarla compartiendo el dolor y la desolación causados por los asesinatos y ejecuciones de los rebeldes (generalmente, por medio de la crucifixión), así como la esclavización de los amigos y familiares de estos; y es posible adivinar su reacción al presenciar el consiguiente saqueo, pillaje, violación de mujeres y asesinato de niños y ancianos a manos de los soldados romanos.
Desafortunadamente, el sufrimiento de los galileos y nazarenos nunca acababa con la violenta supresión de cada rebelión, ya que para poder reconstruir y al mismo tiempo pagar los nuevos (y más altos) impuestos a Roma, los pobladores de esa región se vieron frecuentemente obligados a pedir préstamos a usureros inescrupulosos que constantemente terminaban apoderándose de sus ahorros, de sus tierras y a veces, cuando no podían pagar el préstamo por el alto rédito, hasta de sus personas y las de sus familias.
María de Nazaret, testigo presencial de esta terrible situación, llena de penurias y dificultades, tuvo que haber sido parte activa del proceso de reconstrucción. Una vez restablecida la calma, acudió al auxilio de sus amigos y familiares.
Pero más aún, moviéndose fuera de su círculo familiar, tuvo que haberse solidarizado con todos aquellos hombres y mujeres que sufrían en carne propia a causa de la pobreza generalizada, la usura, la explotación, el desplazamiento y la esclavitud y especialmente con aquellas mujeres que habían perdido padres, esposos, hermanos o hijos a causa de la violencia causada por el poder ilegítimo opresor (Daino, 1995).
Aspecto social y religioso
Respecto a las condiciones sociales de su tiempo (Meyers, 1998) María de Nazaret vivió y trabajó en un ambiente comunitario, rodeada de parientes y amigos. Su casa fue seguramente humilde, sin espacios privados, ruidosa, desordenada, llena de gente platicando, riéndose, discutiendo, ya fuera en casa de sus padres o en casa de los padres de José, María era una más de las mujeres que se mantenían ocupadas produciendo, procesando y conservando comida; moliendo grano y horneando pan; cociendo, hilando, tejiendo o lavando ropa; enseñando, entrenando y cuidando a los niños.
Seguramente, había una pequeña huerta con árboles frutales, viñas, vegetales y hierbas en la que ocupaba gran parte de su día. Posiblemente, ayudaba a José a vender los productos que él hacía en su carpintería doméstica; indudablemente, participaba en las fiestas comunitarias en las que ayudaba a su preparación previa; servía a los comensales durante la celebración, y ayudaba a limpiar y recoger al terminar la fiesta —recordemos las famosas bodas de Canaán, de las que hablaremos más tarde—.
Su jornada de trabajo, como la de la mayoría de mujeres pobres de su tiempo, sería de más de diez horas al día y requeriría de un buen nivel de experiencia, habilidad y capacidad organizativa (wordelman, 1998).
en lo relacionado al aspecto religioso (Sanders, 1994), María era una joven judía, es decir, heredera de las promesas hechas por Dios a su pueblo, especialmente en sus dos momentos culminantes: la promesa de tierra y descendencia dada por Dios a Abraham, y la promesa de liberación de la esclavitud y de una tierra prometida dada por Dios a Moisés en el monte Sinaí.
La situación de opresión y conquista del pueblo judío durante la vida de María de Nazaret tuvo que darle mayor relevancia a la lectura y meditación comentada de esos dos eventos clave de la religión judía y a su celebración litúrgica.
A pesar de las restricciones cúlticas y culturales, María participó de las oraciones y ritos diarios [8] (destacadamente en la preparación de la celebración semanal del Sabbat), los festivales (singularmente aquellos que requerían un peregrinaje a Jerusalén) y los códigos éticos judíos (particularmente expresados en los llamados Diez Mandamientos).
María recibió su formación religiosa en la sinagoga doméstica y aprendió ahí, por medio de la tradición oral y de la memorización [9], todo lo que debía saber acerca de las bendiciones otorgadas de parte de un Dios que, leal a sus promesas, lleno de bondad, deseoso de perdonar, liberó al pueblo elegido de la esclavitud de Egipto. Momento privilegiado para recordar y festejar esa historia de liberación era la celebración del sacrificio de la Pascua judía, con su carácter alegre y solemne, familiar y comunitario.
María de Nazaret tenía la responsabilidad de ayudar en la preparación ritual de esa fiesta y de responder a los dones recibidos de parte de Dios con la asidua escucha de las Sagradas escrituras (la Torah), la participación en las subsecuentes deliberaciones, el canto de salmos e himnos de acción de gracias y la meditación personal, que debía traducirse en acciones concretas (Osiek, 1998). No debe entonces sorprendernos que, llegado el momento culminante, María de Nazaret, la joven y devota judía, respondiera positivamente a la invitación de Dios a participar en su plan de salvación, gracias precisamente a su fe en el Dios de Israel y a su confianza en la promesa de un Mesías.
y no debemos pasar por alto el hecho de que fue en la sinagoga doméstica de Nazaret, a los pies de María, que Jesús aprendió de memoria sus primeras oraciones y que, observando a María preparar la celebración del Sabbat en compañía de las otras mujeres de la familia, Jesús aprendió a compartir libre y abiertamente con ellas, quizás fue ahí, en casa, con María y José, que Jesús aprendió lo que aplicaría más tarde durante su ministerio público; es decir, a tratar a las mujeres como iguales y a darles un papel preponderante en su actividad ministerial.
Este breve recorrido del aspecto político, económico, social y religioso en el que creció y se desenvolvió María de Nazaret nos da ya suficientes pistas para entender mejor sus atributos como madre y hermana de los pobres, como una mujer de carne y hueso.
Antes de continuar, me gustaría que hiciéramos dos o tres minutos de silencio para responder a las siguientes preguntas: de todo lo que acabo de escuchar acerca de la vida de María, ¿hay algo con lo que me identifico? ¿Las mujeres que conozco (madre, esposa, hermana, hija) poseen rasgos similares a los apenas descritos?
Análisis bíblico-teológico (Royo Marín, 1997) [10]
El análisis anterior nos permitió conocer mejor la historia de María de Nazaret, una mujer de carne y hueso, con una historia concreta que se desenvolvió en un lugar determinado, en una cultura específica y en condiciones políticas, económicas, sociales y religiosas particulares.
Para entender todavía mejor las atribuciones de María como madre intercesora y hermana solidaria de los pobres, es necesario que ahora vayamos a las fuentes principales de la historia que conocemos de María: los santos evangelios.
Un análisis bíblico de la figura de María debe tomar en cuenta que los evangelios son piezas separadas de un mismo rompecabezas; es decir, de acuerdo con la distintiva teología de cada evangelista y a las necesidades específicas de la comunidad desde la cual y para la cual cada uno de los evangelistas escribió, obtenemos un retrato particular de María que enfatiza ciertos elementos y deja de lado otros. Por ello debemos recordar que los evangelios son documentos de fe y no biografías o textos de historia en el sentido moderno de esas palabras.
Por el contrario, los evangelios [11] tienen una finalidad misionera y fueron escritos para ayudar a construir y sostener en sus luchas a la comunidad creyente; es decir, los evangelios son documentos que testimonian la bondad misericordiosa de Dios Padre, que se manifiesta en su único Hijo, Jesucristo, y que se nos ofrece por medio del espíritu Santo para ayudarnos a seguir avanzando en el camino, es decir, en nuestra pertenencia a la comunión de los santos que es la Iglesia.
Dado que varios de los conferencistas han hecho alusión directa o indirecta a los pasajes que utilicé para esta presentación (el Magníficat, el nacimiento de Jesús, las bodas de Canaán y la Crucifixión), por cuestiones de tiempo reduciré mi análisis a aquellos aspectos que difieren o concuerdan con los análisis que hemos escuchado hasta ahora.
El Magníficat [12]
en los dos primeros capítulos del evangelio según san Lucas encontramos los llamados “relatos de la infancia” (Lc 1, 5–Lc 2, 52). De una manera magistral, el evangelista establece un paralelo entre el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y el de Jesús (Lc 1, 5-25; Lc 1, 26-38), así como entre el nacimiento del precursor y el del Salvador (Lc 1, 57-80; Lc 2, 1-20) [13]. La historia de la Visitación, que incluye el Magníficat, sirve como puente entre estas dos historias (Lc 1, 39-56). La presentación del niño Jesús y la historia del niño perdido y hallado en el templo (Lc 2, 21-40 y Lc 2, 41-52) concluyen los relatos de la infancia en Lucas.
Teniendo en mente la Anunciación y la Visitación, veamos algunos elementos importantes del cántico de María en presencia de su prima santa Isabel.
el Magníficat es la bella canción que canta María, la llena de gracia, como respuesta al saludo de su prima Isabel (Lc 1, 46-55). Recordemos que, en el momento de la visitación, el anuncio del nacimiento (tanto del Bautista como del Hijo de Dios) se ha vuelto realidad. Ante la constatación maravillosa de semejante prodigioso a favor de su anciana prima y de ella misma, la joven virgen María prorrumpe jubilosa en canto.
Imaginemos una vez más la escena: María, una joven judía embarazada, es decir, llena del dador de vida por obra y gracia del espíritu Santo, abraza a su prima, una anciana quien había sido considerada maldecida por Dios durante toda su vida, ya que no podía tener hijos, y helas aquí: muestra fehaciente de la grandeza de un Dios compasivo, bondadoso, todopoderoso y misericordioso.
Por ello, y en sintonía con la larga tradición de mujeres judías (como la María del Éxodo, Débora, Hannah y Judit) que le cantan a Dios llenas de asombro y de gratitud (Reid, 1996), María de Nazaret canta una canción de salvación que fluye como un torrente de gratitud por la misericordia del Dios de Israel que elige estar en solidaridad con los que sufren y con los insignificantes, que les sale al encuentro y los cura, los redime, los libera. Sin lugar a dudas, el cántico de María declara que la tan esperada era mesiánica ha iniciado (Terrien, 1995).
La canción/proclamación de María resume la Ley (respecto al doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo) y los Profetas (en la llamada a la espiritualidad y a la justicia social). En términos modernos, el cántico de María es una llamada a la contemplación y a la acción, al misticismo y a la resistencia (Callaway, 1986).
El Magníficat inicia con una proclamación lírica que describe una experiencia íntima de la relación de una mujer pobre con su Dios. Al mismo tiempo, la alegría proclamada por María contrasta con el dolor de su entorno; por tanto, el gozo de María es un gozo mesiánico, pascual, que toma en consideración las duras batallas (a veces hasta la muerte), pero que permanece esperanzado y enraizado en el gran “sin embargo” de Dios que es la última palabra y que conduce de la muerte a la vida, en otras palabras, en medio del sufrimiento y de la crisis, María proclama que Dios está siempre presente, que es capaz de cambiar las cosas, y que tiene y tendrá siempre la última palabra.
este es un mensaje sumamente importante, especialmente para aquellos entre nosotros que de vez en cuando nos sentimos defraudados, abandonados, no escuchados por Dios: María proclama a viva voz lo que Dios le ha dicho y nos recuerda que Él tiene un plan y que nosotros somos parte de ese Plan de Salvación.
María se ha dado cuenta del inmenso regalo que es contar con la presencia de Dios; ha experimentado ya la grandeza de su promesa, que ahora yace tranquilamente en su seno virginal, adivina la magnificencia de sus planes y por ello se siente elevada, abrazada por la bondad de Dios, capaz de vislumbrar las delicias escatológicas, es decir, el triunfo de Dios sobre el mal, sobre la injusticia, sobre la opresión, sobre el dolor, sobre la enfermedad y sobre la muerte. y no puede evitar el explotar en canto, en alabanza, en adoración y en acción de gracias. Pero no olvidemos que esta es la canción de una mujer pobre que ha visto y vivido la miseria, el dolor, la persecución y la opresión (Gutiérrez, 1992).
el Magníficat es el canto de una mujer, joven, embarazada antes de vivir con su esposo; es el canto de una mujer que es parte de una sociedad oprimida y explotada, amenazada por la violencia; es el canto de María de Nazaret, una mujer que es pobre no solamente porque no tiene posesiones materiales, sino también porque no participa en la vida pública y porque su pobreza es el resultado de las injusticias estructurales en el orden sociopolítico y económico.
Por ponerlo en una sola frase, el Magníficat es el canto de una persona que es doblemente oprimida: por ser pobre y por ser mujer (Radford, 1980), y he aquí lo increíble de la historia: Dios ha tomado la iniciativa y ha decidido elegir a una mujer pobre, del siglo primero, de un pueblito llamado Nazaret de Galilea, en tiempos de ocupación y persecución, que lucha por sobrevivir con dignidad en contra de la victimización de la que es objeto, para que sea la madre del Mesías prometido por medio del cual se llevará a cabo la gran obra de nuestra redención.
Si tomamos todo esto seriamente en cuenta, no debería sorprendernos el que María prorrumpa en un canto de alabanza y de acción de gracias: Dios ha mirado su situación de opresión y de miseria y la ha liberado, y con ella, a la humanidad entera (Chaberg, 1998).
embarazada de Jesús, María canta la transformación del orden antiguo, aun cuando ella misma vive en medio de la miseria y el sufrimiento; su canto es parte esencial del anuncio de la venida del reino de Dios.
Continuando con nuestra presentación de la figura de María, madre y hermana de los pobres. Consideremos ahora la breve y sencilla narración de la historia del nacimiento de Jesús que nos regala el evangelista Lucas:
El nacimiento de Jesús (Lc 2,1-20) [14]
“Mientras se encontraban en Belén”, nos dice Lucas, “le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue”.
Recordemos que Jesús nace en un ambiente precario: María y José tienen que viajar a un lugar lejano para registrarse, cumpliendo con el mandato del poder opresor; cuando llega el momento de dar a luz, María debe hacerlo como toda mujer pobre, que se encuentra lejos de casa, que debe tener a su primer hijo posiblemente sin ayuda alguna y en un lugar desconocido e incómodo.
Una vez que María da a luz, debe usar un pesebre, es decir, el lugar donde comen las bestias, para reposar a su recién nacido, en lugar de una cuna. Los primeros en visitar a su hijo (según el Evangelio de Lucas) son los pobres entre los pobres, es decir, los pastorcillos de los alrededores [15].
El mensaje es claro: el Mesías que acaba de nacer es pobre entre los pobres y su madre es la primera en experimentar la profundidad y el desconcierto de este acontecimiento sagrado: ¿cómo es posible que el Mesías esperado nazca pobre entre los pobres? y en este como en muchos otros momentos de la vida de Jesús, María se nos presenta como una discípula ejemplar; es decir, en vez de quejarse o renegar de sus circunstancias, “guarda todas estas cosas en su corazón”. en otras palabras, con una actitud orante, abierta, sin esperar respuestas definitivas, María confía en la voluntad del Padre, medita los acontecimientos (aun cuando no los comprende del todo) y decide continuar colaborando con el plan de salvación que Dios ha trazado desde antiguo para redimir a toda la humanidad (Brown et al., 1978).
Gracias a los dos pasajes que hemos analizado hasta este momento, el Magníficat y la historia del nacimiento de Jesús, entendemos cómo María, madre del Salvador, pasa del fiat al factum, de la aceptación de fe a las acciones concretas.
Partícipe de nuestra experiencia humana, María se solidariza con nosotros en el sufrimiento y en el discernimiento de la voluntad de Dios por medio de la fe, e intercede para que no desfallezcamos en medio de las duras pruebas de la vida.
en este sentido, María, hermana nuestra, nos enseña a ser verdaderos seguidores de Jesús, a ser aquellos que caminan confiados en la Divina Providencia y en la bondad de Dios, aun en medio de las dudas y de las incertidumbres de la vida.
Otro momento importante de la relación maternal de María con Jesús y de su solidaridad con sus hermanos y hermanas nos lo presenta el evangelio de Juan.
Las bodas de Canaán (Jn 2, 1-11) [16]
¿Qué mejor escenario que el de una boda para volvernos a encontrar con Jesús, ahora un joven adulto, y con su madre? La escena nos resulta familiar: se trata de un sencillo banquete de bodas en el que la gente come, platica, se divierte; quizás alguien canta y algunos bailan; quizás ya hay dos o tres que han bebido un poco más de la cuenta. Y en medio de la fiesta y la algarabía, se les acaba el vino.
Como vimos en la breve presentación histórica, la familia es muy importante y el sentido de familia se extiende más allá de la familia nuclear, llegando a incluir parientes lejanos y amigos cercanos dentro del círculo familiar. También vimos que esos eran tiempos difíciles, de extrema necesidad económica. Teniendo esto en cuenta es posible imaginar a María de Nazaret ayudando a las mujeres de la casa a servir comida y vino a los comensales y, por tanto, siendo de los primeros en enterarse del gran problema.
María, atenta a las circunstancias y solidaria con la pareja pobre que acaba de casarse, menciona su predicamento a Jesús, toma la iniciativa, busca una solución. Gracias a su decisión y a su persistencia, una sobreabundancia de vino es otorgada a todos los comensales y así una situación vergonzosa se evita; la carestía se torna en abundancia y la momentánea tristeza se torna en mayor júbilo (Brown, 1966, pp. 97-112).
Gracias a la intercesión de María a favor de los pobres, esa noche la comunidad de Canaán se convirtió en el lugar donde la gloria de Dios se hizo presente y donde hombres y mujeres tomaron vino, se alegraron y celebraron la boda de sus amigos o familiares, y la boda simbólica del pueblo de la Nueva Alianza con el Nuevo Moisés, con el Mesías prometido, Jesucristo, nuestro Dios y Salvador (Dillon, 1992, pp. 268-296).
Este pasaje del evangelio nos muestra claramente a María como hermana de los pobres: es parte del grupo que no tiene vino y se solidariza con los “sin vino”, con los pobres, se compadece de sus necesidades. De esta manera y hasta nuestros días, María, madre y hermana de los pobres, se solidariza con nuestras necesidades e intercede por nosotros ante su Hijo bien amado. Pasemos ahora a la última escena de esta breve reflexión bíblico-teológica: la crucifixión.
La crucifixión y muerte de Jesús (Jn 19, 25-27) (cf. Brown, 1993)
Así como Lucas describe el nacimiento de Jesús usando unas breves frases, Juan, con unas escuetas palabras, nos ofrece una ventana al interior del corazón de aquella que, de pie junto a la cruz, experimenta la desolación de perder a su amado único hijo. Y es que ¿cómo se puede describir el dolor que siente una madre ante la situación antinatural de sobrevivir la muerte de un hijo? Los evangelistas permanecen silenciosos al respecto.
La Dolorosa no es un ícono, una imagen para nuestra piedad popular: María de Nazaret, una madre judía, es testigo de la violenta y deshonrosa ejecución pública de su único hijo a manos del tiránico poder imperial romano (Schüssler, 1984). Por ello, a través de todas las generaciones y hasta el día de hoy, María se solidariza con las mujeres de todo el mundo y de toda la historia, y en especial con las madres colombianas que han perdido hijos e hijas: María se solidariza con las madres del Holocausto nazi, de la Plaza de Cinco de Mayo, de Centroamérica, de México, el sufrimiento de María la convierte en hermana solidaria y madre intercesora en favor de cualquier madre que haya perdido a un hijo o a una hija por la razón que sea (Flusser, 2005). Y al mismo tiempo, la presencia de María y del discípulo amado al pie de la cruz es un recordatorio para todos aquellos que matan al amor y lo pisotean por medio del odio y la violencia: en la figura del discípulo amado, el Hombre-Dios que pende de la cruz nos ofrece a todos una última invitación: reconózcanse como hijos e hijas de Dios, bajo la amorosa y maternal protección de María, ¡mi madre, su madre! y, reconociéndose como tales, vivan en paz y armonía, procurándose unos a otros, perdonándose unos a otros, amándose como yo los he amado, hasta el grado de estar dispuestos a dar su propia vida por quienes los injurian, los persiguen y los matan [17].
Del nacimiento a la cruz, del canto al llanto, la historia personal de María le permite solidarizarse con todos y cada uno de nosotros y su amor maternal la impulsa a interceder continuamente a nuestro favor.
Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá
El recorrido histórico y bíblico-teológico que acabamos de hacer nos permite reconocer en María a una persona de carne y hueso, a una madre que intercede por nosotros delante de su amado Hijo, a una hermana que se solidariza con nuestros éxitos y fracasos, en otras palabras, es para nosotros una persona real y no solo una figura histórica del pasado o una mera presencia espiritual, es decir, es una con nosotros, no en una manera teológica o espiritual abstracta, sino en la forma más concreta posible [18].
y es que María de Nazaret, al aceptar la invitación de Dios a participar en la historia de la salvación, aceptó desempeñar un papel de mediación y de intercesión a favor de toda la humanidad y a través de todos los tiempos. Por esa razón se ha manifestado en diversos tiempos y lugares, como por ejemplo en México y Colombia durante la época de la Colonia o en Francia y Portugal en tiempos más recientes. Así, es conocida con diversos nombres a través de la historia, nombres famosos como: “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Nuestra Señora del quinche”, “Nuestra Señora Aparecida”, “Nuestra Señora de las Lajas”. y por esto decidió ser conocida en estas hermosas tierras colombianas como “Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá”.
De Nazaret a Chiquinquirá
Desde el punto de vista histórico, sociopolítico, económico y religioso, las similitudes entre el tiempo en el que vivió María de Nazaret y la época de la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá son sorprendentes: recordemos que la Galilea del siglo primero de la era cristiana estaba sometida al yugo del Imperio romano y que la imposición de impuestos empobreció y esclavizó a gran parte de la población; dieciséis siglos más tarde, el llamado proceso de colonización podría ser descrito de manera similar: este período se caracterizó por un choque de culturas en el que los españoles buscaron dominar y controlar el territorio de América y sus habitantes con el fin de apropiarse de sus riquezas, mientras que los indígenas lucharon por preservar su cultura, defender sus derechos y adaptarse a las exigencias de su nuevo entorno [19].
En pocas palabras, los habitantes de la Galilea del siglo primero y de la Colombia del siglo XVI sufrían gracias a la ocupación, la opresión, la lucha sociopolítica y las graves carencias económicas, enfrentadas principalmente por los más pobres de ambas sociedades. y es en ese contexto en el que la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá ocurre [20].
La historia es bien conocida, se ha estudiado extensivamente [21] y se ha mencionado ya repetidamente durante este congreso; sin embargo, cabe destacar el hecho de que la restauración milagrosa es testificada por una mujer que se asemeja a María: en otras palabras, María de Nazaret, una mujer judía pobre, decide elegir como testigo del milagro de la restauración de su imagen a una mujer indígena pobre. La solidaridad de María de Nazaret con Isabel de Chiquinquirá es sobresaliente.
Es indudable que la renovación milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá envió un mensaje inconfundible a los indígenas, a los esclavizados y a los explotados; un mensaje de dignidad, de esperanza, de fe y de solidaridad que les motivaría años más tarde en su lucha por la liberación.
Por esa razón, el amor y la gratitud por la presencia de María, madre y hermana de los pobres en la cultura y religiosidad del pueblo colombiano, se expresan desde entonces de un modo especial, como se mencionó el día de ayer en las presentaciones de la religiosidad popular en Colombia. La clave para entender esta profunda devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá se encuentra sobre todo en la dimensión de la maternidad de María que, en el caso de la milagrosa renovación del cuadro, se trata de una maternidad muy concreta: es la maternidad con referencia al pueblo amerindio (aunque se extienda a todos) que aparece en un momento bien concreto de la historia: la Colonia en Colombia (López Hernández, 1999).
La figura de María durante la Colonia es la de una madre cercana y no dominadora; es una madre hogareña que reconoce la dignidad de sus hijos e hijas, aunque estos se encuentren humillados por los infortunios de la vida; es una madre que quiere reconstruir la familia deshecha, se preocupa por la situación y necesidades de sus hijos y participa de las dificultades de los más pobres y afligidos; es una madre que se fía y les da encargos a sus hijos más débiles e indefensos, prefiriéndolos a aquellos que pueden ser socialmente más importantes; es una madre fuerte y poderosa que sabe construir un nuevo hogar sobre las ruinas (Temporelli, 2005).
La restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá dio inicio a una nueva comprensión del papel de María, tanto en la historia como en la evangelización de Colombia, pues, después de la milagrosa restauración, los ricos y poderosos fueron llamados a la “periferia” para encontrarse con la Madre de los oprimidos, con aquella que libera a los más pobres y es solidaria con ellos.
Aunque el papel de Nuestra Señora de Chiquinquirá durante la Independencia se ha explicado ya ampliamente, cabe solamente resaltar que Bolívar fue ejemplo de gran devoción mariana, pues tenía por costumbre postrarse ante la imagen de Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá cada vez que visitaba su hermoso santuario [22].
María cumple así con su papel de intercesora solidaria a través de los siglos y se hace presente en estas tierras, especialmente en tiempos de gran sufrimiento y necesidad, y como hizo en las bodas de Canaán, sigue intercediendo solidariamente a favor de los más pobres y necesitados.
De madre y discípula de Jesús a madre y hermana nuestra
Nuestro recorrido histórico-teológico de la vida de María nos ha permitido establecer un nexo entre María de Nazaret y Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Antes de concluir esta presentación, me gustaría establecer una última conexión: la conexión entre María de Nazaret y el momento actual.
De Galilea a Colombia
Si bien es cierto que la situación actual de Colombia no es como la de la Galilea del primer siglo de la era cristiana o la de la Colombia del siglo XVI, también es cierto que nuestra era presenta sus propios retos y desafíos [23] y que ahora, más que nunca, necesitamos la poderosa intercesión y la amorosa solidaridad de María.
María intercede hoy por las mujeres de todo el mundo y en especial por las mujeres colombianas que luchan por obtener justicia para sus hijos e hijas. Las palabras pronunciadas en las bodas de Canaán siguen resonando en nuestros días: “No tienen vino”; es decir, sus hijos y en especial sus hijas no tienen seguridad de no ser violentadas, no tienen acceso adecuado a la educación, a atención médica suficiente, a un trabajo digno, a una adecuada participación política, al respeto, a la dignidad que les corresponde por ser hijos e hijas de Dios [24].
María, madre judía de un hijo ejecutado por el poder tirano de su tiempo, se solidariza hoy con las madres y padres de hijos e hijas víctimas de estados corruptos, de la brutalidad, de la guerra, del terrorismo; con las madres y padres que comparten el calvario de tener hijos e hijas masacrados o privados de la libertad por motivos políticos; con todas las madres y padres que han perdido hijos e hijas, y acompaña a todas las madres y abuelas que buscan saber qué ha pasado con sus seres queridos desaparecidos. María intercede ante su Hijo por todas las madres y padres de Colombia y del mundo y se solidariza con su grito de:
¡No más!
¡No más asesinatos y desapariciones de nuestros hijos e hijas!
¡No más guerra y tiranía!
¡No más avaricia brutal y represión homicida!
¡No más… no más… no más!
María: madre y hermana nuestra
Según la crónica de la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, el milagro más grande y más frecuente que Dios hace por medio de la intercesión de María, nuestra madre y hermana, es el de la conversión (Ariza, 1694). Es este un rasgo específico del amor de una madre por sus hijos: el no desfallecer ante sus tropiezos y equivocaciones, no desistir, no escatimar esfuerzos para traer de regreso a la oveja descarriada, perdonarlos, aun cuando sea lastimada por sus acciones malvadas, y amarlos, así ellos la rechacen y lastimen al lastimarse y odiarse unos a otros, en este sentido, la profundidad del amor de María, madre intercesora y hermana solidaria, puede ser expresada con el bello poema de Vicente Balaguet denominado “Balada Catalana” (en zarzosa y Alarcón, 1970). Dice el poema:
Rugiente pasión ardía en el alma del doncel;
fuera de ella nada había en el mundo, para él.
— “¡Lo que a tu capricho cuadre”
—dijo a su amada— “lo haré; si las joyas de mi madre
me pides, te las daré”.
y ella, infame como hermosa, dijo en horrible fruición:
— “¿Sus joyas? ¡Son poca cosa!
¡yo quiero su corazón!”
en fuego impuro él ardiendo hacia su madre corrió
y al punto su pecho abriendo el corazón le arrancó.
Tan presuroso volvía
la horrible ofrenda a llevar, que, tropezando en la vía, fue por el suelo a rodar.
y brotó un acento blando del corazón maternal,
al ingrato preguntando:
—“Hijo, ¿te has hecho mal?”
El mensaje es claro: María, nuestra madre, no solo no desfallece ante nuestros tropiezos y equivocaciones, sino que no desiste de ofrecernos su amor. ¿Cómo podemos responder al amor maternal que nos ofrece María? Siguiendo el mandato supremo de su Hijo de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado y de reconocernos como hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas en Cristo.
Al mismo tiempo, María, nuestra hermana, nos invita a seguir su ejemplo y a ser verdaderos seguidores de Jesús, solidarizándonos con las luchas y necesidades de nuestros hermanos y hermanas, aun de aquellos que consideramos “enemigos”, el reto mayor para nosotros, entonces, es el de amar de modo solidario a nuestros hermanos y hermanas, especialmente durante aquellos momentos en que nos sentimos tentados a seguir el camino del odio, del rencor, de la venganza y de la violencia en vez de seguir el camino del perdón, de la reconciliación, de la justicia y de la paz.
Durante esos momentos de dificultad, recordemos a la Dolorosa de pie junto a la cruz: el evangelista Juan no nos muestra a María insultando y maldiciendo a los soldados romanos o a las autoridades responsables por el asesinato de su único Hijo; por el contrario, observamos a María que, a pesar del dolor de haber perdido a Jesús, acepta ser la madre del discípulo amado y, con él, de toda la humanidad.
De esta manera, el don de la filiación, es decir, el poder ser llamados hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas en Jesús, nos conecta íntimamente al amor de la madre de Nuestro Salvador y nos sitúa a todos y cada uno de nosotros de manera simbólica en el lugar del discípulo amado, aquel a quien Jesús confía al amoroso cuidado de su madre y en quien deposita el cuidado reverente de aquella que lo acompañó de la cuna a la cruz.
Mirando a María al pie de la cruz, sorprende la crudeza de los hechos: el Hijo amado pende de la cruz. ¿Su crimen? Predicar la verdad, la justicia y el amor. ¿Su castigo? La tortura y la muerte cruenta. ¿Sus verdugos? Los poderosos y los que tenían la obligación de llevar al Pueblo a Dios. ¿y los llamados “amigos” de Jesús? Ausentes, escondidos por temor a sufrir la misma suerte de su maestro.
María, sin embargo, se mantiene al pie de la cruz, su mirada fija en el rostro de su Hijo, pendiente de cada agonizante respiro, de cada palabra susurrada con dificultad. ¿Acaso llora? Quizás en silencio. ¿Acaso maldice a los verdugos, a los cobardes que abandonaron a su Hijo o a Dios por semejante injusticia y dolor? ¡No! Acepta la locura de la cruz, sabiendo que es sabiduría de Dios y salvación para todos: verdugos, asesinos, cobardes, sufrientes, pobres y condenados incluidos [25].
La escena, aparte de profundamente conmovedora, nos recuerda una vez más que gracias a María podemos ver el rostro de Dios en la persona del Hijo y recibir el inmenso regalo de convertirnos en hijos e hijas en el Hijo, hermanos y hermanas en la fe. Pero no olvidemos que la filiación es algo que se vive, que se comparte, que se brinda. Por esa razón, miremos en este momento dentro de nuestros corazones y con sincera humildad reconozcamos que hay al menos una persona en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad religiosa, en nuestro círculo de amigos o en nuestro grupo eclesial o social a quien no consideramos como hermano o hermana, como hijo o hija de Dios. Y si están pensando en alguien que les ha causado un mal o que les ha hecho mucho daño, recuerden de nuevo el ejemplo de aquella que vio a su Hijo colgado de una cruz: no es con odio que se vence al odio, ya que la violencia solo engendra más violencia y la venganza no devolverá la vida a nuestros muertos.
Finalmente, existen otras maneras de vivir la filiación que, precisamente porque son parte esencial pero no exclusiva de nuestra fe, nos acercan a aquellos que no la comparten e incluso a aquellos que dicen no profesar ninguna. en lenguaje moderno, el reconocimiento y el respeto a nuestra común dignidad, igualdad y libertad y la promoción y defensa de los derechos humanos (Mardones, 1993, pp. 152-154) es una forma de reconocer a todo ser humano como un hermano o hermana, como un hijo o una hija de Dios.
Por esa razón, los católicos trabajamos incesantemente en favor de la justicia, de la paz y de la promoción de los derechos de los más pobres y necesitados, ya que al hacer eso trabajamos a favor de nuestros hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios. Este reconocimiento demanda de nosotros que, a ejemplo de María, vivamos en una actitud de solidaridad, y que con fe unamos nuestras súplicas a las de ella para obtener de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, lo que más necesitamos. en otras palabras, a ejemplo de María, madre intercesora y hermana solidaria, unimos nuestras oraciones a nuestras acciones, especialmente en favor de los más pobres y desamparados entre nosotros.
Leonardo Almazán, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
1. El concepto de la mediación de María ha sido ampliamente desarrollado en: Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater [Sobre la Bienaventurada Virgen María en la Vida de la Iglesia Peregrina], (25 de marzo de 1987), http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/ documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater_sp.html (consultada el 20 de septiembre del 2012) y Ratzinger, J. (1999). María, Iglesia Naciente. Madrid: editorial encuentro, pp. 39-44.
2. El concepto de solidaridad es una de las ideas fundantes de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Para un análisis detallado de este concepto, ver: Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. (2005). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Libreria editrice Vaticana, núm. 192-196.
3. Para la elaboración de esta sección he seguido cuidadosamente las ideas presentadas en Johnson (2003).
4. Para una descripción de la vida de las mujeres durante el tiempo de Jesús, ver Kraemer R. y Rose D'Angelo, M. (1998), y witherington, B. (1988).
5. Para una descripción detallada de este y otros aspectos que desarrollaré en esta ponencia: Gebara I. & Bingemer, M.C. (1989).
7. Ver: Reed, J. L. (2007). Ver también el clásico estudio sobre la vida económica en la Palestina de tiempos de Jesús: Safrai, S. et al. (eds.). (1975).
8. Un libro interesante respecto al rol de liderazgo que algunas mujeres desempeñaron en las sinagogas del tiempo de Jesús es: Brooten, B. (1982).
9. Esta afirmación es importante porque subsecuente iconografía representará a María —especialmente durante la Anunciación— leyendo un texto de la Sagrada escritura, lo cual contradice lo que los datos históricos, sociales y religiosos nos ofrecen. Cf. Schreiner, K. (1994). Ver especialmente el capítulo titulado “María, die Intellektuelle”.
10. Ver especialmente el capítulo primero.
11. Una excelente introducción al estudio de la Sagrada escritura en general y de los evangelios en particular se puede encontrar en Junco Garza, C. (1990).
12. De gran valor histórico, teológico y espiritual es la obra de Calderari de Vicenza, C. (1597).
13. Uno de los mejores comentarios sobre los relatos de la infancia en los evangelios de Mateo y Lucas sigue siendo: Brown, R. e. (1999).
14. Para desarrollar esta sección seguiré el texto de Brown, R. e. (1999).
15. Un análisis interesante del significado del pesebre se encuentra en Giblin, C. H. (1967).
16. Ver R. Michael D. Coogan (ed.). (1994). The New Oxford Annotated Study Bible (New Revised Standard Version). New york: Oxford University Press. Una obra excelente de reflexión sobre la no violencia y los esfuerzos en pro de la paz desde una perspectiva ética es poder (2009) y Stassen, Nation y Hamsher (cap. 2).
17. Esta idea es desarrollada por Goizueta (1995) al hablar de la Virgen de Guadalupe.
18. Ver especialmente pp. 70-76.
19. Una narración interesante de los acontecimientos que se sucedieron a la Conquista se nos ofrece en Sánchez Coronado, G. (2009).
20. Para mayor información ver: Nuestra Señora de Chiquinquirá (s.f.).
22. Escribiendo acerca de la disolución de la Convención de Ocaña (20 de junio de 1828), el historiador Peralta Barrera escribe: “Allí, arrodillado ante la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia, [Bolívar] oró por el futuro de la patria en crisis” (Peralta Barrera, 1986, p. 108).
23. Para profundizar en el tema, ver: Gobierno de Colombia (s.f.).
24. Ver: Human Rights watch (s.f.).
25. Una excelente fuente de inspiración y de espiritualidad mariana es López F., T. (2007). Ver especialmente la oración del 25 de junio titulada: “María, reina de la paz verdadera” (p. 111).
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