Las verdades espirituales sólo pueden ser interpretadas con medios espirituales: se necesita connaturalidad para conocer
Pablo dedica los primeros capítulos de la primera carta a los Corintios a corregir algunas ideas erróneas de sus interlocutores, al mismo tiempo que explica en qué consiste la verdadera sabiduría (cfr. Dn 2). Frente a una “sabiduría de palabras” (1Co 1, 17), propone el “mensaje” o “palabra de la cruz” (1Co 1, 18); frente a la “sabiduría humana” o “palabras persuasivas de sabiduría”, habla de la “sabiduría divina” (1Co 2, 7). El pasaje 1Co 2, 6-16 retoma el razonamiento precedente, aunque ahora con un planteamiento positivo, el de la exposición de la naturaleza y el acceso a la sabiduría divina, al mismo tiempo que prepara lo que comenzará en 1Co 3, 1.
“Misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria” (1Co 2, 6-9)
Los corintios se creen sabios y espirituales. Pablo quiere decirles que, en realidad, ni son sabios ni son espirituales, sino carnales, pues están obrando a lo carnal. Pero su discurso es genérico. Sólo a partir de 1Co 3, 1 lo aplicará a los corintios.
El Apóstol comienza diciendo: “Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos” (1Co 2, 6). La expresión “perfectos” no significa que haya una categoría de personas a las que predique y a otras no, sino que se trata de una referencia a los cristianos maduros, a los que han llegado a ser lo que pueden ser, a los que son dóciles a la gracia recibida. Estos son los que entenderán el mensaje de la cruz. Con estas palabras, Pablo, que ha pasado del “yo/vosotros” que estaba usando hasta ahora al “nosotros”, no deja claro si los corintios están incluidos en ese pronombre: ¿quiénes son esos perfectos?, ¿en qué consiste la verdadera sabiduría?
¿Qué no es la sabiduría? Dice Pablo que la sabiduría de verdad no es de este “eón” (tiempo) ni pertenece a los “príncipes de este eón” (tanto gobernantes humanos como poderes cósmicos; cfr. 1Ts 2, 18; Ga 1, 4; 1Co 15, 24; 2Co 4, 4; Rm 8, 38; Ef 6, 12), sino que es una realidad de los tiempos venideros, escatológica. Cristo es la sabiduría de Dios (1Co 1, 24.30), opuesta tanto a la sabiduría humana, que ha sido hecha necedad por Dios (1Co 1, 20), como a las fuerzas que, aparentemente, lo han vencido crucificándolo. Todo esto es “pasajero”, “está condenado a perecer” (1Co 2, 6); no así la sabiduría divina.
¿Qué es la sabiduría? La sabiduría de la que habla Pablo es de Dios y alberga el misterio de Dios. Está, por tanto, más allá de la competencia humana y ha sido revelada “escatológicamente”. Por eso se la denomina “escondida” y “predestinada antes de los siglos para nuestra gloria”. Esa “gloria” hace referencia a la vocación del hombre, llamado a la participación de una gloria que sólo Dios posee verdaderamente, esto es, a la vida eterna. Dicha gloria, que es tan sublime e inaccesible al hombre que nadie la ha visto ni oído, y ningún corazón la ha podido alcanzar, ha sido revelada en Cristo. Ha sido el Espíritu el que ha hecho posible lo que, para nosotros, en cuanto hombres, nos era imposible.
“El Espíritu lo sondea todo” (1Co 2, 10-16)
¿Tienen los corintios la verdadera sabiduría?; ¿qué están demostrando con su forma de actuar? Pablo quiere insistir en que la sabiduría verdadera es un don y no se puede alcanzar como conquista personal. ¿Y cuál es el camino para alcanzar la sabiduría de Dios? El Espíritu. No es posible acceder al misterio de la cruz sin la ayuda del Espíritu. No es posible ser sabio sin la acción del Espíritu. Y ello es así porque sólo el Espíritu puede sondear y llegar a lo que no está al alcance del hombre, a lo alto y a las profundidades, que es donde está la sabiduría (Qo 7, 23-24). Los designios de Dios están más allá de lo que el hombre puede alcanzar. La imagen paulina busca animar a reconocer la pequeñez propia del hombre y a ensalzar y confiar en la sabiduría de Dios y sus caminos, aunque sean tan desconcertantes como el anuncio de un Mesías crucificado.
Pablo insiste en lo que puede el espíritu humano y lo que puede el Espíritu divino (1Co 2, 11-12). Sólo éste es capaz de conocer lo íntimo de Dios (cfr. la cita de Is 40, 13). Y el hombre recibe ese Espíritu como don. La cuestión es si los corintios, que han recibido dicho don, le están dejando realmente que les transforme. Porque el Espíritu actúa en la mente del creyente para formar en él a Cristo (Ga 4, 19). Para conocer las cosas de Dios no sirve la sabiduría humana, la mente humana, sino que se ha de tener la mente de Cristo. Y esta transformación en el hombre la obra el Espíritu, otorgando una mentalidad −unos criterios rectores del discernimiento de la persona− que permite entender las verdades espirituales y que discierne desde los criterios que emanan de la palabra de la cruz, del anuncio del Mesías crucificado.
Los que tienen la mente de Cristo son los espirituales. Y Pablo quiere decir a los corintios que no son espirituales: aunque han recibido el don del Espíritu, no tienen la mente de Cristo (1Co 3, 1). El hombre natural (psíquico), dice Pablo, considera necedad lo que es propio del Espíritu de Dios. Los corintios deben, por tanto, decidir de qué bando quieren estar y deben comprender, mirando sus acciones, en cuál están de hecho: ellos se creen espirituales, capaces de juzgar (“discernir”) todo, pero sus divisiones revelan lo contrario. Por eso, con sus palabras, Pablo les exhorta a dejarse transformar de nuevo. Además, este es el camino hacia la unidad, pues sólo alcanzarán una misma mentalidad cuando compartan, todos ellos, la mentalidad de Cristo (1Co 1, 10; 2, 16).
“Interpretando realidades espirituales con términos espirituales” (1Co 2, 13)
En 1Co 2,13, Pablo establece un importante criterio: “interpretando realidades espirituales con términos espirituales”. La expresión original griega (pneumatikois pneumatika sygkrinontes) puede traducirse de varias maneras, pero dos son las más plausibles y, de algún modo, Pablo quiere significar ambas: “interpretando verdades espirituales con términos espirituales”; “explicando verdades espirituales a personas espirituales”. La primera traducción va en la línea de lo que se acaba de decir: que él enseña esas cosas (la palabra de la cruz, el misterio de Dios, la sabiduría divina, lo profundo de Dios, el don recibido) no con palabras aprendidas por sabiduría humana (filosofía o retórica), sino con palabras aprendidas del Espíritu. La segunda va en la línea de lo que se mencionará más adelante acerca de si los corintios están o no capacitados para el discernimiento espiritual.
Las verdades espirituales, en efecto, sólo pueden ser interpretadas con medios espirituales: se necesita connaturalidad para conocer. Sólo puede acceder a los secretos de Dios quien posee los medios espirituales concedidos por Él. Los Padres y el magisterio de la Iglesia han adoptado este texto como principio exegético y como norma para la interpretación de la Biblia: la Escritura ha de ser leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita (Dei Verbum 12).
Juan Luis Caballero Profesor de Nuevo Testamento, Universidad de Navarra