Maurice Blondel fue una personalidad sumamente interesante e influyente por sus intuiciones básicas. Algunas han llegado a ser compartidas por el conjunto de la teología católica
Parece que el recurso más sencillo para situar a Maurice Blondel (1861-1949) en el terreno del pensamiento sería resumir sus libros, sobre todo La acción, su obra más representativa; pero el mismo Blondel la consideraba un esbozo de unas intuiciones que intentó perfilar a lo largo de su vida, sin llegar a una expresión plenamente satisfactoria. Son esas intuiciones lo que más interesa poner de relieve.
Además, por lo menos al principio, Blondel influyó sobre todo con sus clases y compartiendo su proyecto con sus amigos y discípulos, como el jesuita Auguste Valensin (1879-1953), o después con Henri de Lubac, que le conoció cuando se formaba y quedó fascinado. Así influiría mucho en los jesuitas de Lyon-Fourvière, donde estaba entonces también Von Balthasar. Allí nació una parte no pequeña de la teología del siglo XX.
Procedía de una familia católica de abogados y notarios de Dijon (Borgoña, Francia). Buenos profesores del liceo, le inclinaron por la filosofía, vocación inédita en la familia. Se preparó él solo (y tres veces) para ingresar en la École Normale (1881-1884), escuela parisina de élite para el profesorado, que abría, primero, las puertas de las cátedras de la enseñanza secundaria y, después, las de la universidad.
Era una personalidad encantadora, bondadosa, generosa y cristiana, totalmente dedicada a lo que pensaba era su misión (y también a su familia). Se descubre en sus notas y diarios, en las entrevistas que le hicieron, y en su correspondencia. Son conmovedores los dos volúmenes de Notes publicados. Y también la entrevista que le hizo Frédéric Lefèvre (L’Itineraire philosophique de Maurice Blondel, 1928), donde se retrata intelectualmente, y la correspondencia con Valensin o Wehrlé, ambos sacerdotes.
Era un cristiano con una vida de oración profunda, que cada día se proponía servir al Señor y anotaba lo que veía en la oración y en los muchos ejercicios espirituales que hizo. Desde muy joven concibió su vida como un servicio al Señor, y se planteó seriamente ser sacerdote. Y entendió que el Señor le pedía más bien una misión intelectual, que fue poco a poco, pero tempranamente definiendo. Una vocación de estudio e influencia personal, que llevó adelante con un trabajo incansable y sacrificando cualquier otro interés personal. La diócesis de Aix en Provence prepara su proceso de beatificación y mantiene interesante documentación en línea.
Entendió que su misión consistía en presentar la fe cristiana ante el mundo que tenía delante, que era sobre todo el mundo universitario francés. Por un lado, marcado por una brillante sucesión de grandes y variadas especulaciones, ya un tanto desgastadas por la competencia del pensamiento científico. Y por otro, por un laicismo militante, cuya defensa se consideraba en la Sorbona también una misión.
Frente a la tradición de las grandes abstracciones (hoy diríamos de los grandes discursos), Blondel intuye y después defiende el valor de lo real y concreto, imposible de recoger bien en generalidades (algo parecido le pasa a Gabriel Marcel o a Martin Buber y, antes, a Kierkegaard). Y por otro lado, como cristiano consecuente, se siente inclinado a presentar dignamente el mensaje cristiano a ese mundo intelectual que lo mira desde arriba como un adversario: reaccionario, nocivo y superado. Le hacía sufrir que una Francia con raíces cristianas tan antiguas y profundas quisiera apartarse así del Señor. Y ese dolor le impulsaba a trabajar.
Toda su obra es un intento apologético. No una apología o defensa concreta de los fundamentos históricos o de un dogma cualquiera de la fe cristiana. Al pensar de qué manera es defendible el cristianismo ante esa razón “moderna”, Blondel va hacia el fundamento: si el ser humano está hecho para Dios, se tiene que notar. Es misión de una filosofía y de un filósofo cristiano mostrar cómo la revelación (los grandes dogmas de la fe, incluida la Eucaristía, Iglesia y la Trinidad) es la respuesta a las grandes cuestiones humanas, empezando por la felicidad, fin y sentido de la vida. Explica a Lefèvre: “Suponiendo que una filosofía constituida (como la griega) fuera de todo el pensamiento cristiano pudiera ser verdadera y plena, ¿cómo acoplarle o introducirle el cristianismo? Supongamos por un instante […] que el problema se resuelve en el sentido que indica el cristianismo cuando se refiere a ‘lo único necesario’ para el destino humano. ¿Cuál sería la actitud normal del filósofo y como se mantendría la autonomía de su búsqueda, como exploraría el campo que se abre ante él, en las profundidades de la naturaleza o en las alturas del alma?”. Es decir, ¿cómo pensaría el campo de lo humano y de todo como filósofo sabiendo que hay un “único necesario”?
Esta es la intuición primera y básica de Blondel: la presentación de la fe como respuesta a las mayores aspiraciones humanas (porque el ser humano ha sido hecho para ellas). La segunda se deduce de la primera: la misión del filósofo cristiano (orientado por la fe, pero sin abdicar de la racionalidad). Basta ver el comienzo del Catecismo de la Iglesia Católica (Creo, creemos), para darse cuenta de que la primera intuición ha sido ampliamente recibida.
Este libro, La acción, fue su tesis doctoral y es la clave de su pensamiento. En el fondo late un eco del intento de apología de Pascal en sus Pensamientos, cuando quiere mostrar la insuficiencia del ser humano y la necesidad que tiene de Jesucristo. Y también hay una clara influencia de Maine de Biran, con sus análisis sobre la eficacia real y trascendente de la voluntad.
La palabra “acción” no está muy bien definida. Para él, es la voluntad que obra con su dinámica propia que abarca a toda la persona. El núcleo está en el juego entre una voluntad, que en sí misma es “querer” (abierta a todo), y el querer concreto y con frecuencia fallido o contradictorio. Pero ¿qué queremos en el fondo?: no es evidente. Un análisis cuidadoso revela que el querer siempre es querer y por eso, en cierto modo, sin saberlo, queremos todo: la plenitud, la felicidad, todo el bien, el bien mismo. El ser quiere ser (y en eso es un reflejo de Dios). Y ese querer está ahí abajo y sigue ahí cuando tomamos decisiones para querer esto o lo otro. Hay una trascendencia del querer universal sobre el querer concreto, que un cristiano sabe abierta al final, a lo “sobrenatural”, a Dios, que es lo único que puede colmar esa apertura y el causante de ella. Es el famoso juego que Blondel dibuja entre la volonté voulante (la voluntad que quiere, la esencia en vivo de la voluntad) y la volonté voulue, lo que ahora quiero en concreto, también con sus contradicciones e ineficacias (y pecados).
Así, en la misma voluntad aparece la cuestión moral, porque se me imponen íntimamente exigencias que han de tener un fundamento trascendente a mí mismo. Y también percibo la quiebra mía y la necesidad de un Mediador para hacer lo que debo hacer y no me veo capaz. Y con una dimensión social porque vivimos con otros, también amándolos, en lo que hay, al final, un reflejo de la Trinidad. Y de la Eucaristía como modelo de donación de sí, además de alimento.
Era una osadía presentar semejante tesis en la Sorbona, sin apenas citas y concluyendo en “lo sobrenatural”. Le apoyaban filósofos católicos que consideraba maestros, como Ollé-Laprune (de quien escribió una semblanza) o Émile Boutroux, que le dirigió. Pero a base de visitar a unos y otros, consiguió sacarla y la editó con 90 páginas más. Nadie sabía lo mucho que le había costado: la había rehecho tres veces y la seguiría rehaciendo hasta el final de su vida cuando editó una versión, que en opinión de los entendidos no mejora substancialmente la anterior.
La acción le generó tres tipos de problemas. El primero ante el sistema universitario laicista. Le costó dos años que le dieran un puesto de enseñanza en un liceo. Y cuando por fin llegó a la enseñanza universitaria en Aix en Provence, se quedó allí sin ser promocionado (1899-1927). Entre los católicos, de entrada, cayó bien la osadía.
Luego surgieron dos tipos de malentendidos. Los que estaban admirados, pero explicaban mal su obra. Y los que estaban en contra y le acusaban de comprometer el orden sobrenatural, al ponerlo como una exigencia del natural. El tema necesitaba muchos matices y Blondel, que no era teólogo, no era experto en hacerlos. En adelante, se esforzaría en defender que lo que Dios da al ser humano es siempre gratuito, por más que ese mismo ser humano lo necesite.
Además, para superar malentendidos redactó la Carta sobre la apologética. En resumidas cuentas viene a mostrar que la antigua apologética de tipo filosófico, histórico o moral sobre los distintos puntos discutidos de la fe cristiana es poco eficaz. La apologética más profunda consiste precisamente en mostrar la inserción que tienen los misterios cristianos en la dinámica del espíritu y en las aspiraciones del ser humano. Hay una evidente influencia en la obra emblemática de Von Balthasar, Solo el amor es digno de fe.
Blondel tuvo bastante relación con algunos exponentes de lo que se llamó el modernismo (Loisy, Von Hugel) y con otros que quizá no merecían ese título (el oratoriano Laberthonnière). Por eso, a veces, fue acusado (y denunciado) como modernista e inmanentista, y el asunto llegó a ser bastante incómodo, porque su modestia le impedía defenderse. El tema es demasiado complejo para resumirlo en dos párrafos.
Pero el “modernismo” y la filosofía de la inmanencia de Blondel fueron en sentido contrario al de otros, porque realmente era un hombre de fe. Otros acomodaban el cristianismo a las dificultades del pensamiento moderno, y algunos lo hacían por una vía de inmanencia que consistía en dar validez interior y subjetiva a lo que creían que no se podía defender histórica o racionalmente: por ejemplo, la figura de Cristo resucitado, la Eucaristía o incluso del Dios cristiano. En cambio la vía de inmanencia de Blondel, ante las dificultades del pensamiento moderno, funciona al revés y consiste en mostrar cómo el ser humano necesita en el fondo esa revelación y salvación divinas que se han manifestado en la historia.
Blondel hizo lo que pudo para que sus amigos modernistas se mantuvieran en la Iglesia. Y para superar algunas de sus confusiones escribió su tercera obra importante en el campo de la apologética o teología fundamental, Historia y dogma (1904). Después, ante las incomprensiones preferiría escribir más bien artículos especializados.
En 1912, el obispo de Aix y amigo suyo, François Bonnefoy fue recibido por san Pío X, y hablando de la obra de Blondel y de los malentendidos, el santo Papa le dijo: “Estoy seguro de su ortodoxia y le encargo que se lo diga”. Consta en una carta de aliento que el 8 de agosto de 1917 el mismo obispo le escribió a petición suya. Se puede consultar online. Después recibiría elogios de otros pontífices hasta Juan Pablo II.
En 1927 tuvo que retirarse de la docencia por graves dificultades de la vista, que fueron creciendo. Entonces emprendió la revisión del conjunto de su proyecto, Las condiciones no eran ideales, ya que tenía que dictar y, al final, prácticamente ciego y con una sordera creciente, no podía consultar fuentes ni revisar lo escrito. Pero la misma voluntad que le había impulsado al principio, le impulsó hasta el final. Publicó una admirable (y bastante difícil) trilogía en cinco volúmenes: El pensamiento (2 vols., 1934), El ser y los seres (1935) y una revisión de La acción (2 vols., 1936-1937). Y añadió todavía La filosofía y el espíritu cristiano, publicada póstumamente (1950). Siempre con las mismas intuiciones de fondo. Falleció en su casa de Aix a los 88 años (1949), acompañado del afecto de discípulos y admiradores.
Es importante acceder a Blondel a través de su biografía. Además de la entrevista que le hizo Lefèvre, antes citada, hay una cercana semblanza de Jean Lacroix, Maurice Blondel. Sa vie, son oeuvre (1963). Otra más antigua del propio Valensin con Yves Montcheuil (1933), que en realidad es una explicación de La acción. Y la monumental biografía de Oliva Blanchette, Maurice Blondel. A philosophical Life (2010). En España, destacan los trabajos de mi colega César Izquierdo, autor de varios ensayos (algunos online), en parte recogidos en La aportación de Blondel a la teología. También se ocupó de la edición castellana de La acción (1996), junto con Juan María Isasi, que fue profesor en Deusto. La edición aporta una importante introducción general, además de oportunas notas. Es notable, además, el artículo de Peter Henrici en el primer volumen de la Filosofía cristiana en el pensamiento católico de los siglos XIX y XX, editada por Emerich Coreth.
Toda su obra es un intento apologético. No una apología o defensa concreta de los fundamentos históricos o de un dogma cualquiera de la fe cristiana. Al pensar de qué manera es defendible el cristianismo ante esa razón “moderna”, Blondel va hacia el fundamento.
Algunos acomodaban el cristianismo a las dificultades del pensamiento moderno por una vía de inmanencia que consistía en dar validez subjetiva a lo que creían que no se podía defender histórica o racionalmente. La vía de inmanencia de Blondel funciona al revés y muestra cómo el ser humano necesita la salvación divina que se ha manifestado en la historia.
Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra
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