“Los jóvenes intuyen –algunos a pesar de no haberlo vivido nunca−, que la familia es el lugar idóneo para un desarrollo personal pleno. Y en su corazón está el anhelo de un hogar, de una acogida plena”
Los jóvenes siguen valorando y percibiendo la familia como comunidad de referencia, y anhelan el amor verdadero, pero se les debe acompañar y ayudar en ese empeño, aseguran expertos en temas de familia de varias universidades consultados por Palabra. Jóvenes y padres sinodales coincidieron hace muy poco en Roma en que la familia es la referencia permanente.
Durante la celebración del último Sínodo existía curiosidad sobre la valoración que realizarían los jóvenes sobre la familia, que podría responder naturalmente a la relación con su propia familia, y también con otras. La rebeldía plasmada en tantas películas es un hecho real, y la distancia generacional, aun sin quererlo, pasa factura más veces de lo que todos desearían.
Al fin y al cabo, “no es fácil hacerse una imagen real de la relación y parecer que actualmente sostienen los jóvenes sobre la familia. Son muchos los interesados en que los jóvenes opinen una cosa u otra. Los medios de comunicación y la publicidad comercial está continuamente conformando la imagen pública de los jóvenes y quieren orientarla según sus intereses”, asegura Fernando Vidal, director del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas.
A su juicio, “existe una gran distancia entre la familia de la opinión −aquella que se mantiene en los discursos, en las conversaciones o en los medios− y la familia de la experiencia −la que verdaderamente vive la gente, la que tiene en el corazón y sus anhelos. Es algo que hemos estudiado ampliamente en el Informe Familia”.
Sin embargo, la conclusión del Sínodo ha sido diáfana. “Los jóvenes siguen valorando y percibiendo la familia como comunidad de referencia. Así se recoge en el artículo 32 del documento final del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Además, dos de los artículos aprobados por unanimidad, los números 72 y 95, hacen referencia a la necesidad de la familia y al acompañamiento como elementos clave de la nueva evangelización”, explica Pilar Lacorte, de la Universidad Internacional de Cataluña (UIC).
“A pesar de las evidentes señales de crisis por las que pasa la familia en nuestra sociedad, son muchas las familias que responden con generosidad, alegría y fe a su vocación, aun con obstáculos, incomprensiones y sufrimientos”, añade.
Esto es así a pesar de que el matrimonio y la familia pasan momentos difíciles en el mundo. Por citar sólo un país de larga tradición cristiana, como España, entre 2000 y 2016 se han producido 1,6 millones de divorcios, en torno a cien mil divorcios por año de media. Unas cifras que se dispararon a raíz del denominado “divorcio express” de la ley 15/2005, que implicó la eliminación de plazos previos. Además, los casos de violencia contra la mujer y otros miembros de la familia, los niños, los más vulnerables, saltan desgraciadamente a los medios de comunicación con frecuencia.
¿Quién no recuerda, por ejemplo, el dramático caso del niño Gabriel, asesinado en el seno de una familia rota en Almería (España)? Un hecho que llevó a Ernesto Juliá, sacerdote y escritor, a titular su reflexión: “A propósito de Gabriel: salvemos la familia”. En rápidos trazos, Juliá recordaba en religiónconfidencial.com a Benedicto XVI, en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2013:
“Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, institución base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. La familia tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a enriquecerse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es una de los sujetos sociales indispensable en la realización de una cultura de la paz”.
Parece legítimo por tanto preguntarse: ¿qué está pasando? “Porque los jóvenes intuyen −algunos a pesar de no haberlo vivido nunca−, que la familia es el lugar idóneo para un desarrollo personal pleno. Y en su corazón está el anhelo de un hogar, de una acogida plena, de un amor incondicional”, señala María Lacalle, directora del Centro de Estudios de la Familia de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV).
A su juicio, “desde los años 60 se han ido minando los pilares básicos del matrimonio y la familia y se ha impuesto un estilo de vida basado en un individualismo feroz, en el rechazo de todo compromiso y de cualquier referencia a la verdad y en una concepción de la libertad como algo absoluto, sin contenido. En lo que se refiere a la sexualidad, se ha desvinculado del amor, del compromiso y de la apertura a la vida, pasando a ser considerada una mera fuente de placer, algo privado y puramente subjetivo, algo propio única y exclusivamente de la intimidad de cada uno, quedando al arbitrio del sujeto dotar de cualquier significado a su propia sexualidad y a las relaciones que pueda establecer”, señala María Lacalle. En su opinión, “este estilo de vida no ha traído más felicidad ni vidas más plenas sino todo lo contrario. Ha traído soledad y desarraigo, mucho sufrimiento y profundas heridas afectivas”.
Sin embargo, “en el Sínodo los jóvenes han mostrado que tienen una inmensa necesidad de sentirse amados, y de amar de verdad. Buscan algo grande, hermoso. Se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas sobre las que edificar su vida y fundar su esperanza. No les defraudemos”, anima la vicerrectora de la UFV, que ha presidido recientemente un Congreso internacional sobre 50 años de mayo del 68. Fernando Vidal se refiere también a que “la principal nota que caracteriza a la relación de los jóvenes con la familia es muy positiva. La familia es la dimensión personal y social más importante y profunda de los jóvenes. Todas las encuestas e investigaciones demuestran que es la principal fuente de confianza y es un aspecto imprescindible de su vida. Los jóvenes expresan una gratitud inconmensurable hacia sus familias y quieren construir una familia propia en su futuro. La familia es el componente más original, universal y profundo de la condición humana”.
Esto sorprende en cierto modo al experto, porque la familia es una “comunidad contracultural” en una sociedad actual dominada por el individualismo, en lo que coincide con María Lacalle. Dice Vidal: “Tanto cuanto la cultura dominante está invadida por el individualismo y el utilitarismo, las lógicas de solidaridad y donación de la familia constituyen su más fuerte resistencia. Los vínculos familiares son los más persistentes y algunos de ellos son irreversiblemente para siempre. Eso también es contradictorio con lo que el Papa Francisco llama la cultura del descarte, efímera e incapaz de dar sostén al compromiso y lo duradero, tal como se dice en la exhortación apostólica Amoris Laetitia”.
En su reflexión sobre la familia y los jóvenes, varios expertos destacan de modo especial la belleza y la necesidad de la familia como elemento primordial en la sociedad y en la Iglesia, también con un enfoque ontológico, y el papel que ha desempeñado a lo largo de la historia.
“El documento final del Sínodo dedicado a los jóvenes sintetiza, en una breve frase, una convicción compartida desde siempre en todos los tiempos y lugares. ‘La familia −se lee en el número 32−, es un principal punto referencia para los jóvenes’. Es un bien y una referencia para todos como testimonia suficientemente la historia de los pueblos y culturas en los diversos tiempos y lugares”, señala el profesor Augusto Sarmiento, de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
“En la familia nace y se desarrolla el cimiento mismo de la sociedad. Es en la familia donde, por ley común y universal, la persona humana comienza y lleva a cabo su integración en la sociedad. Tan importante es la vinculación de la familia con la sociedad que se puede concluir que la calidad de la sociedad está ligada al ser y existir de la familia. La sociedad será lo que sea la familia”, añade Augusto Sarmiento.
En relación a la Iglesia, el profesor subraya que esa “función insustituible” de la familia en el desarrollo de la sociedad, “es también imprescindible para la iglesia. Hasta el punto de que, ‘entre los numerosos caminos que la Iglesia sigue para salvar al hombre, la familia es el primero y más importante” (san Juan Pablo II)”.
“Una de las claves para penetrar en la relación familia-Iglesia −añade−, es la consideración de la familia como Iglesia doméstica. Entre la Iglesia y la familia hay una relación de tal naturaleza que se puede decir que la familia es como una iglesia en miniatura. Y como se fundamenta en el sacramento del matrimonio, la relación que origina es de naturaleza sacramental. Se mueve en la línea del misterio y determina necesariamente la participación de la familia cristiana en la misión de la Iglesia”. Más adelante, el teólogo cita a san Pablo VI, pero eso se verá unos párrafos más adelante, al referirse a la identidad de la familia.
“No me choca nada que uno de los artículos más votados del documento final del Sínodo sobre los jóvenes haya sido el referido a la familia, que tiene la tarea de vivir la alegría del Evangelio en la vida cotidiana y compartir a sus miembros según su condición”, afirma Pablo Velasco Quintana, editor de CEU Ediciones en la Universidad CEU San Pablo.
“Qué liberador pensar en un lugar donde nos quieren por nosotros mismos, en cuanto tales. Donde no hay que llevar el currículum ni nos tenemos que ganar el puesto en una competición. Esto es maravilloso, porque entonces podemos afirmar que efectivamente la familia es el fundamento del amor, la educación y la libertad. Lo explica precioso el filósofo francés Fabrice Hadjajd”, anota el experto.
El artículo 72 del Sínodo, según Pablo Velasco, “tiene un segundo párrafo que recuerda a la familia la lógica vocacional en la familia. Es un párrafo duro, porque nos pone delante de nuestra debilidad y de nuestra tentación a determinar las elecciones de los niños, invadiendo el espacio de discernimiento. La vida de santidad es una historia personal con Dios, personal e intransferible”.
Velasco fue relator de una mesa redonda en el reciente XX Congreso de Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y el CEU, que tuvo como lema Fe en los jóvenes. Su encuentro llevaba por título Abuelos y nietos, un diálogo fructífero, y tiene que ver con un tema recurrente en el Papa Francisco.
En efecto, en la recta final del reciente Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, a finales de octubre, el Papa Francisco acudió a una cita que ha pasado algo inadvertida, al menos fuera de las esferas romanas. En el Instituto Patrístico Augustinianum de Roma se presentaba el libro La saggezza del tempo (La sabiduría del tiempo) escrito por el P. Spadaro, SJ, director de la revista La Civiltà Cattolica. Y allí acudió el Papa.
El Santo Padre respondió a algunas preguntas de los asistentes, entre ellos el director de cine estadounidense Martin Scorsese. ¿Cómo convivir, abrirse, relacionarse? Tantas veces se tiene la experiencia de que cerrarse lleva a una profunda insatisfacción, al vacío… El Papa Francisco ofreció algunas claves, que recordaron a sus palabras en el Encuentro Mundial de las Familias de Dublín: entregándose a los demás, dándose, viviendo la solidaridad. ¿Y eso dónde se aprende? El Papa respondió: en la familia, a la que bautizó como “red de solidaridad”. “La familia es la única forma social que surge de un ‘amor sin condiciones’, que es el propio de los esposos. Y de ese amor, que es entrega vivida con esfuerzo y sacrificio a lo largo del tiempo, aprenden los hijos a darse a los demás y, sobre todo, a darse”, ha escrito en Palabra Montserrat Gas Aixendri, del Instituto de Estudios Superiores de la Familia de la UIC, comentando los mensajes del Papa en Dublín. “Nada mueve a darse como el saberse amado”.
En su escapada romana del 23 de octubre, el Papa tenía también un mensaje para los jóvenes, para esos jóvenes que han caminado junto a los obispos en el Sínodo. “¿Y qué les pregunto a los jóvenes?”. Su respuesta fue rápida: escuchar a los ancianos. “Lo siento por un niño cuyos sueños se desatan en la burocracia. Es como el joven rico del evangelio. Va triste, vaciado. Por eso pido escuchar, cercanía a los ancianos”.
Sin embargo, cinco días más tarde, en la homilía de la Misa de clausura del Sínodo, al comentar el pasaje evangélico del ciego de Jericó, Bartimeo, lanzaba el mismo mensaje de escucha, pero dirigido esta vez a los padres sinodales, a las familias y a todos, para que oigamos a los jóvenes: “Para Jesús, en cambio, el grito del que pide ayuda no es algo molesto que dificulta el camino, sino una pregunta vital. ¡Qué importante es para nosotros escuchar la vida! Los hijos del Padre celestial escuchan a sus hermanos: no las murmuraciones inútiles, sino las necesidades del prójimo. Escuchar con amor, con paciencia, como hace Dios con nosotros, con nuestras oraciones a menudo repetitivas. Dios nunca se cansa, siempre se alegra cuando lo buscamos. Pidamos también nosotros la gracia de un corazón dócil para escuchar. Me gustaría decirles a los jóvenes, en nombre de todos nosotros, adultos: disculpadnos si a menudo no os hemos escuchado; si, en lugar de abrir vuestro corazón, os hemos llenado los oídos. Como Iglesia de Jesús deseamos escucharos con amor, seguros de dos cosas: que vuestra vida es preciosa ante Dios, porque Dios es joven y ama a los jóvenes; y que vuestra vida también es preciosa para nosotros, más aún, es necesaria para seguir adelante”.
Volviendo a los jóvenes, a sus noviazgos, a su deseo de “construir una familia propia en su futuro”, en palabras de Fernando Vidal, “no seamos ingenuos”, apunta María Lacalle. “Los jóvenes, que han nacido inmersos en el ambiente cultural que hemos descrito más arriba, y con frecuencia sin haber vivido una experiencia de amor verdadero, necesitan mucha ayuda”.
“En Amoris Letitia se apunta la necesidad de un acompañamiento a las nuevas familias especialmente en los primeros años de vida familiar (n. 211)” −recuerda Pilar Lacorte−. “Como afirma Juan José Pérez Soba, ‘no es bueno que la familia esté sola’. Por eso es preciso buscar, con creatividad, nuevos espacios de acompañamiento en los que las familias jóvenes puedan recibir formación, apoyo y experiencia compartida.
Los primeros años de una familia son una etapa de grandes esfuerzos para adaptarse y compatibilizar muchos ámbitos en una realidad nueva y todavía desconocida: trabajo, amigos, familias de origen, paternidad etc. Los nuevos esposos y padres con frecuencia viven esta primera etapa de vida en común con sensación de aislamiento y agobio ante numerosas dificultades y retos que no habían alcanzado a imaginar. Cada vez más, estas jóvenes parejas carecen del acompañamiento del entorno familiar, o de la formación que proviene de la experiencia vivida en sus familias de origen”.
María Lacalle efectúa también otro breve elenco: “Debemos ayudarles a confirmar su esperanza, a superar el pesimismo antropológico en el que muchos están inmersos debido a las heridas afectivas que hay en su interior, haciéndoles ver que es posible el amor verdadero. Que no se trata de un ideal reservado a unos pocos, que está al alcance de aquellos que se propongan querer querer, especialmente si se abren a la ayuda de Dios. Debemos ayudarles a escapar de la cultura de los derechos individuales, que va radicalmente en contra de una cultura del amor y la responsabilidad y que está destruyendo a las familias. Debemos ayudarles a superar la falsa idea de que la libertad es una fuerza autónoma e incondicionada, sin vínculos ni normas. Debemos ayudarles a superar la absolutización del sentimiento y a redescubrir que la dinámica interior del amor matrimonial incluye y necesita de la razón y de la voluntad y se abre a la paternidad y la maternidad, armonizando la libertad humana con el don de la Gracia”.
Pilar Lacorte hace especial hincapié en la escuela, en el colegio. A su juicio, “es una etapa en la que los esposos, normalmente, tienen poca disponibilidad de medios y tiempo; por eso es necesario buscar los medios en los que puedan ser acompañados en su tarea como padres y esposos en el entorno de la vida cotidiana.
Un lugar en el que los padres jóvenes buscan de forma natural ese apoyo es la escuela. Es precisamente en los primeros años de vida escolar −que coinciden con los primeros años de las familias−, cuando los padres acuden más a la escuela pidiendo ayuda, también para su vida familiar. Proponer el acompañamiento desde la escuela cristiana es una llamada a contemplar desde otros ojos la realidad de las familias”.
“No se trata de suplir a los padres o dirigirlos desde la escuela en su tarea educadora. Se trata más bien de “empoderarles” y devolverles su protagonismo en la tarea educadora en el contexto familiar”, añade la experta de UIC, quien recuerda que el Papa Francisco ha subrayado en varias ocasiones la brecha que se está abriendo entre familia y escuela, y la necesidad de que ambas vayan al unísono.
Pablo Velasco aporta dos experiencias de los padres cuando nacen los hijos o cuando se les acoge, que se refieren a torpezas e incapacidades. “La primera es la alegría ante ese don recibido e inmerecido, que supera nuestras expectativas. La segunda, retos nuevos para los que no estamos bien preparados, una inadecuación enorme, una incapacidad respecto de la tarea, que viene con el tiempo subrayada por nuestra torpeza y nuestro mal. Chesterton lo explicaba de maravilla con ese ejemplo de la madre que recibe al hijo en casa después de una buena sesión de juego fuera un día lluvioso. El hijo está embarrado hasta la coronilla, y la madre lo lava, porque sabe que delante de sí no tiene solo el fango, sino que debajo de esa suciedad está su hijo. Porque la educación tiene más que ver con la ontología que con la ética, con la naturaleza de la relación filial”.
Siguiendo el hilo de las posibles dificultades que pueden surgir, casi todos los expertos consultados se refieren en especial a la crisis de identidad y a la puesta en cuestión de los vínculos. “La mayor amenaza contra la familia es el debilitamiento de los vínculos, incluso de los más cruciales como los paterno-materno-filiales y los conyugales. Para resistir la ola de desvinculación los jóvenes no solamente necesitarán sus deseos, sino reconstruir instituciones −que no son principalmente un fenómeno de poder sino un fenómeno de universalidad y comunicación intergeneracional−, entre ellas la comunidad conyugal, que es la mayor amistad posible entre seres humanos. Es momento de reconstruir la conyugalidad positiva”, comenta Fernando Vidal.
El profesor Augusto Sarmiento recuerda que “asistimos a cambio cultural que hace necesario determinar con claridad la realidad que se quiere designar con los términos ‘matrimonio’ y ‘familia’. No pocas veces se usan para señalar formas de convivencia incluso contrapuestas entre sí”. En su opinión, “se hace necesario, por eso, determinar bien el camino para identificar y acceder a la verdad o identidad de la familia. Y ese no es otro que el del “significado que el matrimonio y la familia tienen en el plan de Dios, creador y salvador”. Porque “cualquier concepción o doctrina que no tenga suficientemente presente esta relación esencial del matrimonio y la familia con su origen divino y su destino, que trasciende la experiencia humana, no comprendería su más profunda realidad y no podría encontrar el camino exacto para resolver sus problemas” (san Pablo VI).
El 19 de marzo de 2016, el Papa Francisco firmó Amoris Laetitia (AL). En la Exhortación se señalan varias propuestas y elementos para que la vida familiar que surge del matrimonio sea un camino de felicidad y plenitud a lo largo del tiempo. “Enseñar a ser familia siendo familia implica ayudar a que se contemplen dichos elementos como caminos de plenitud más que de dificultades”, escribió en Palabra el profesor Nicolás Álvarez de las Asturias, al sintetizar los consejos del Papa.
En primer lugar, la convivencia. Ayudar a la familia y a los jóvenes es enseñarles a convivir, al compás del himno a la caridad de San Pablo, que suele escucharse en las lecturas de la Misa en las ceremonias nupciales en los templos. En segundo término, la generación y educación de los hijos; para ello, hay que aprender a ser padre y madre, y empeñarse en una tarea educativa que va desde la formación de la conciencia hasta la transmisión de la fe, como hemos visto. El tercero es el ejercicio de la sexualidad como parte fundamental de la vida matrimonial y, para los cristianos, camino de unión con Dios. El cuarto es el paso del tiempo, con sus consecuencias en el modo de percibir y expresar el amor y en la situación real de la vida de la familia.
Respecto a los padres que han visto cómo sus hijos se han alejado de la fe, el Papa Francisco ofreció un consejo en la cita romana del Instituto Augustinianum de finales de octubre: actuar “con mucho amor, mucha ternura, mucho testimonio, paciencia y oración. Y nunca discutir”. Fue a raíz de una pregunta del matrimonio maltés formado por Tony y Grace Naudi, de 71 y 65 años. El Papa subrayó que “la fe se transmite siempre en casa. Precisamente son los abuelos quienes, en los momentos más difíciles de la historia, los que han transmitido la fe”.
Rafael Miner, en Revista Palabra.
Acompañar a las familias jóvenes desde la escuela, de Pilar Lacorte.
La lógica vocacional en la familia, de Pablo Velasco Quintana.
Los jóvenes y la conyugalidad positiva, de Fernando Vidal.
Ayudar a los jóvenes a vivir el amor verdadero, de María Lacalle Noriega.
La familia, bien y referencia permanente, de Augusto Sarmiento.
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