Partiendo de la conocida cita del evangelio ("Dad al César lo que es del César...") el autor muestra que las relaciones que surgen en el ámbito de la empresa para que sean acordes a la justicia tienen que apoyarse en una correcta antropología que mire la centralidad de la persona.
1. Breve introducción
Pocas imágenes del Evangelio nos son tan familiares como ésta en la que Jesús, tomando el denario en sus manos, reconoce en él la imagen del poderoso Cesar romano y pronuncia--ante la sorpresa y aturdimiento de fariseos y herodianos, y de muchos de nuestros contemporáneos- la lapidaria frase que ha hecho por sí misma historia: Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 21; Mc 12, 13-17, Lc 20-, 20-26)
De la mano de la tradición exegética, patrística y magisterial, podemos dedicar unos momentos para meditar pausadamente éstas palabras del Señor, esperando encontrar en ellas un camino de realización personal y de libertad, de progreso material y espiritual para todos nosotros. Vamos pues a adentrarnos en la narración mateana desde una perspectiva personalista, ética y espiritual, que nos ayude a vivir con serena alegría nuestro compromiso cristiano de santificar y santificarnos en las realidades más ordinarias de nuestra actividad empresarial[1].
Dad a Dios lo que es de Dios (Mt 2,21).- A partir del capítulo XXI, San Mateo inicia la narración de la predicación de Jesús en Jerusalén: la persecución y el rechazo de las autoridades judías se convierten en uno de los centros teológicos del Evangelio mateano, constituyendo una verdadera pregustación de la Pasión, que se vislumbra próxima[2]. Los sacerdotes y gobernantes de Israel habían escuchado en silencio las acertadas reprensiones que Cristo les ha dirigido constantemente como sincera llamada a la conversión; las palabras del Maestro causaban una honda herida en aquellos corazones atrapados por la idolatría del poder y del dinero, por ese motivo, los jefes de Israel estaban cada día más decididos a entramparle. Y con ese objetivo, sabiendo de la acostumbrada presencia de Jesús en el Templo le mandaron espías "que se simulasen justos, para sorprenderle en sus palabras" (Mat 21, 16; Mc 12, 13). Esta vez, los fariseos no enviaron a sus ancianos, sino a sus jóvenes discípulos a acompañados de algunos herodianos- pensando seguramente que el Maestro no los conocía y que por ello les sería más fácil engañarle... pero Jesús escudriñaba el corazón humano y conocía las torcidas intenciones de sus enemigos.
¿Quiénes eran esos fariseos y herodianos? Los herodianos, eran partidarios de la política liberal de Herodes (de ahí el nombre que recibían) y perseguían la helenización de Palestina, no en vano mantenían excelentes relaciones con las autoridades romanas. Los fariseos, por su parte, eran celosos cumplidores de la Ley y odiaban hasta el extremo a Herodes, al que consideraban un usurpador de los derechos davídicos. Ambos grupos eran acérrimos adversarios, pero estaban ahora unidos en su enemistad contra Jesús (Mc 3,6). El odio hacia el Hijo del hombre debía ser lo suficientemente poderoso como para conciliar a personajes tan distintos en su modo de pensar y obrar, no puede imaginarse diferencia más radical que la existente entre fariseos y herodianos, y por eso mismo, situación más comprometida para el Señor. Cualquier respuesta podía herir susceptibilidades y conducir a un enfrentamiento directo. La pregunta que fariseos y herodianos hacen a Jesús para enredarle, no podía ser más apropiada para tal fin: la cuestión del tributo al Cesar era un tema debatido que suscitaba enconadas disputas entre el pueblo. Toda posible solución era "condenatoria", porque si Jesús decía que era lícito pagar tributo al Cesar los fariseos podrían desacreditarle frente al pueblo haciendo notar su pretendida falta de fidelidad a las prescripciones mosaicas; y si Nuestro Señor contestaba que no era lícito pagar el tributo, los herodianos podían denunciarle frente a la autoridad romana como rebelde y renegado. De hecho, pensando ya en esa hipotética denuncia, los discípulos de los fariseos se habían hecho acompañar de algunos herodianos, que debían oír sus declaraciones, a fin de poder testificar después contra él en el juicio que se le haría.
Todo estaba contra Jesús, pero en sus manos fue puesta la solución a tan gran embrollo. En la moneda de la discordia aparecía la imagen del emperador Tiberio (42 a.C.-37 d.C.) y en su entorno la inscripción: Tiberio emperador, hijo del divino Augusto, digno de adoración. La leyenda que enmarcaba el rostro del poderoso Cesar, no dejaba lugar a dudas: Israel estaba nuevamente frente a frente ante la posibilidad -mil veces repetida en su historia- de hacer de las cosas dios y de Dios una cosa, de adorar el oro y las riquezas, los placeres de la buena vida que dejaba a su paso la abundancia del imperio, por encima de cualquier consideración religiosa, más aun, Israel se encontraba ante la posibilidad de transformar la Ley divina en una mero requisito legal, en una estructura monolítica que, lejos de interpelar el corazón humano, sirviera para garantizar un statu quo social y político que solo beneficiaba a los potentados de Israel. La voluntad de Dios -la ley- se pretendía utilizar para defender los propios intereses, olvidando que su verdadero sentido está en la donación amorosa y el servicio al prójimo (Lc 10, 27; Mc 12, 33). Era la misma situación a la que se enfrentó muchos años antes el profeta Isaías: porque este pueblo se acerca a mí tan sólo con palabras, y sólo de labios me honra, mientras su corazón este lejos de mí, siendo así su religión para conmigo sólo un mandamiento humano, una lección aprendida (Is 29, 13).
¿Qué podría significa en ese contexto las palabras "Dad a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar? La frase de Jesús ha sido entendida con cierta frecuencia como si se levantase una barrera entre la vida religiosa y la vida política y social, de tal forma que la religión quedase relegada al ámbito de la esfera privada e individual, arrinconada en las sacristías, sin incidencia alguna en la vida social; como si Jesús hubiese creado dos reinos distintos, el de Dios y el del César, en donde cada uno tuviese su poder omnímodo e independiente del otro. Este no es el pensamiento de Jesús. Un autor, G. Bornkamm, aporta una sugerente interpretación. Subraya que el Señor, antes de dar su famosa respuesta, pregunta quién es el que está representado en una moneda, de quién es esa imagen. En este contexto su sitúa la respuesta de Jesús: "La imagen de la moneda pertenece al César, pero los hombres no han de olvidar que llevan en sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecen a El". Jesús nos quiere decir: dad al césar lo que le pertenece al él, pero no olvidéis que vosotros mismos pertenecéis a Dios>>. Lo vio muchos siglos antes el gran San Agustín, que afirmaba: "El César busca su imagen, dádsela. Dios busca la suya: devolvédsela. No pierda el César su moneda por vosotros; no pierda Dios la suya en vosotros"[3].
Los judíos han preguntado a Cristo por la "licitud" del tributo, pero Jesús cayendo en la cuenta de la profunda significación del momento, y en la gravedad de la trampa, no se contenta con hablar de lo meramente "legal". Sin rodeos, con una claridad que asombra hasta a sus detractores (Mt 21, 22), entra de lleno en la dimensión religiosa del problema social de Israel y da testimonio de su Padre, que por boca del profeta dijo: "Yo soy el Señor y no hay otro" (Is 45, 1). No hay evasiva en la respuesta como muchos pretenden advertir, sino meridiana claridad: Nuestro Señor remite de lleno al corazón mismo de la Ley santa: la entrega del corazón a Dios. En sus palabras se puede escuchar el eco uniforme que otorga identidad al Pueblo de Dios:
Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios, con todo el alma, con todo el corazón, con todas tus fuerzas (Dt 4,4-6; Mc 12,28) [4]. "Pagar el tributo al César no exime del servicio a Dios" (Severo) porque la realidad entera -en su dinamismo político, económico y social- tiene con respecto a quien es Señor de cielos y tierra una relación de entera dependencia en al amor y la fidelidad; relación que se manifiesta de modo específico en el servicio al ser humano que es principio configurador de la finalidad de la creación entera (Gen 1, 26). En definitiva, Jesucristo pone delante de los ojos de sus perseguidores la imagen de Dios que desde el momento mismo de la Creación de Adán ha quedado grabada en el hombre (Gen 1, 26), para que reconozcan en sus semejantes la presencia cercana e interpelante del Dios vivo, que quiere ser glorificado -amando- no con vanos sacrificios ni ofrendas, ni con un legalismo vacío de interioridad, sino que quiere ser glorificado por y en el hombre (Mc 12, 33; Mt 9, 13; Gal 5, 14; Rom 13, 8). No en vano la caridad es la plenitud de la Ley (Rm 13, 10).
Toda persona debe, pues, vivir sus actividades ordinarias sea cual sea el contexto social en que se encuentre -el vuestro es el apasionante mundo de la empresa- intentando trabajar por el progreso y el bienestar humano integral. Por el desarrollo del hombre en cuanto hombre. La moneda del César es de oro; la de Dios es la humanidad. El César aparece en su moneda; sin embargo a Dios se le reconoce a través de los seres humanos. Por tanto, dale al César su riqueza, pero reserva para Dios la inocencia de tu conciencia, donde encontramos y contemplamos a Dios … devolvamos a Dios siempre intacta su imagen, no entumecida por la altanería de la soberbia, no marchita por la lividez de la irascibilidad, no encendida con las llamas de la avaricia[5].
"Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21) no es una afirmación de orden exclusivamente sociológico sino primariamente antropológico, no remite simplemente a una distinción de ámbitos de poder -orden religioso y orden temporal- remite a la dignidad humana, puesto que en ella nuestros deberes de justicia y caridad para con Dios y el Cesar alcanzan una enriquecedora unidad de sentido. Con su respuesta Jesús nos da en definitiva el fundamento para tener una mentalidad religiosa y cristiana de la vida entera, nos da el secreto de nuestra verdadera libertad de hijos en una profunda "unidad de vida": Dios es Dios de toda nuestra existencia, de toda la realidad, nada escapa a sus soberana presencia, nada escapa a sus exigencias de justicia. Los cristianos, en las encrucijadas del mundo, en las más pequeñas menudencias de la cotidianidad, insertos en el interior de las realidades temporales, estamos llamados a ser testigos de su Amor por todas las criaturas y muy especialmente de su particular predilección por el hombre, porque el estupor profundo por el valor y la dignidad del hombre se llama Evangelio y se llama también cristianismo[6].
El amor a Dios supone y exige como condición de posibilidad el amor al hombre y la promoción de la justicia social en todas las facetas de nuestra vida. No podemos pretender dividir la realidad en compartimentos estancos, y ser por una parte creyentes y por otra parte totalmente distinta -y éticamente independiente- ejecutivos y empresarios: "tanto en la vida pública como en la privada, el cristiano debe inspirarse en la doctrina y seguimiento de Jesucristo"[7]. Si amamos a Dios sobre todas las cosas quiere decir que le amamos también en todas las cosas. No hay nada en nuestra vida que esté exento de la dulce soberanía de Dios ni de la ley moral que brota de la fe y del respeto por el hombre y la mujer. A Dios ha de darse en el mundo toda la gloria y la gloria de Dios vista desde la perspectiva de las realidades terrenas no es otra que el reconocimiento de la imposibilidad de reducir a la criatura humana a una mera pieza del mercado o del entramado social o cultural[8]. El hombre vale porque algo divino late en su interior, y vale por lo que es más que por lo que tiene o produce... vale porque no tiene precio,
Un principio de enorme fecundidad social que emerge en su sentido más pleno de nuestra fe y de su milenaria tradición humanista es que la economía y la técnica no tienen sentido alguno si no están puestas al servicio de la persona y la comunidad humana: "el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social"[9]. Cada hombre, pero de modo específico cada cristiano, es depositario de la tarea de defender en el ámbito de su propia actividad profesional el inalienable valor del ser humano, creado por Amor. Por ello, no podemos dejarnos atemorizar por quienes piensan que la religión es una cuestión meramente privada, exclusiva de la conciencia y carente de toda relevancia pública. Si bien no se puede pretender encontrar en la doctrina cristiana todas soluciones concretas a todos los problemas concretos -porque se mueve en al ámbito de los principios- si se pueden encontrar en la fe importantes esclarecimientos que pueden servir de base para la propia reflexión y búsqueda de soluciones prácticas, y para ejercer con verdadero profesionalismo y eficacia nuestra tarea en el mundo, sea cual sea.
El orden económico goza de autonomía propia y los cristianos tenemos absoluta libertad para hacer lo que mejor nos parezca en el ámbito de nuestros negocios personales, y no en vano los cristianos debemos ser los principales promotores de la libertad económica. Pero libertad no quiere decir falta de responsabilidad y dedicación a la causa del bien común y la justicia social: la autonomía de las realidades temporales es una verdad indiscutible, pero solo puede ser entendida en la profundidad de verdadero sentido cuando vemos al mismo tiempo que el universo entero encuentra su finalidad última en Dios y que la "entera creación gime con dolores de parto esperando la manifestación plena de los hijos de Dios" (Rom 8, 22).
El universo en todas sus dimensiones ha sido creado para la gloria del Altísimo y para la felicidad del hombre. Todas las estructuras de la sociedad (la política, la economía, las ciencias, el deporte), si quieren llegar a ser verdaderamente humanas y servir al progreso del hombre y de la entera civilización, han de vivirse de cara al mensaje redentor de Cristo, un mensaje de libertad, caridad, y fraternidad universal, de equidad y pluralismo, de participación y respeto. Es misión específica de vosotros los laicos ser testigos de Dios en las encrucijadas del mundo: respetando siempre la naturaleza propia de vuestras actividades profesionales y sin falsos pietismos debéis poner al servicio de Dios y del hombre todas vuestras energías y recursos. De ese modo, colaboraremos todos en la construcción de una sociedad más justa y humana, más cristiana.
2. La libertad de los hijos de Dios
Lo mismo que Dios ha creado el universo para el hombre, ha creado al hombre para él, como sacerdote del templo divino y espectador de las realidades celestiales (…) si todo ha sido sometido a él es para que el mismo y todo cuanto ha sido confiado a su cuidado esté sometido a Dios[10]. Existe pues una unidad radical entre la dimensión religiosa y la dimensión social, económica y política, unidad que tiene su fundamento último en la dignidad humana[11]. El hombre ha sido creado como Señor de la entera creación visible, para gobernarla y usarla glorificando a Dios (Si 17, 3-10)[12]. No existe otro camino para ser fiel y responder con amor al Amor divino, que vivir haciendo su Voluntad santa en el mundo, llenando de paz y alegría los senderos de la tierra. Ahora bien, ésta fidelidad al Señor de la historia, no es como muchos pretenden una cadena que limita nuestra libertad profesional. Jesús no nos llama "siervos", nos trata como verdaderos amigos (Jn 15, 15). La moral cristiana no es una atadura esclavizante, sino la expresión plena de la libertad humana individual y social. El dominio de Dios sobre el mundo y sobre nuestras vidas no es tiránico, no se impone, cuenta al cien por ciento con nuestra querer e iniciativa y responde siempre a una dimensión antropológica fundamental: Dios busca siempre nuestra felicidad y plenitud, nos otorga siempre su plena confianza, aun sabiendo que podemos equivocarnos y fallar.
Ese exquisito respeto por parte de Dios de la libertad de los individuos es manifestación clarísima de que ella hace parte de la dignidad inviolable del hombre y por tanto, no puede ser coartada por ningún poder existente. Ciertamente es necesario trabajar por una economía que se pongan al servicio del progreso integral humano, esa es la consecuencia clara de lo que hemos venido hablando en torno a la dignidad del hombre; ahora bien, ha de ser la libertad en el ámbito económico el dinamismo fundamental que posibilite el equilibrio social porque el intervencionismo del Estado crea muchos más problemas de los que resuelve. La libertad empresarial no es solo garantía de operatividad y eficacia de la actividad económica, es la piedra de toque de su verdadero sentido humanista.
En unos tiempos en que crece el poder del Estado de manera insospechada y a los ciudadanos les resulta cada vez más difícil defender su libertad en medio de una sociedad burocrática donde casi todo está dirigido y controlado perfectamente, los creyentes no hemos de dejarnos robar nuestra conciencia y nuestra libertad por ningún motivo[13]. Frente al legalismo y al intervencionismo estatal, aparece la ética cristiana como realidad particularmente apta para fundar el tan anhelado equilibrio social desde una total y plena libertad personal. La fidelidad a Cristo y al Padre en el desarrollo de las actividades económicas no es primariamente un conjunto de normas preestablecidas -modos específicos de llevar a cabo una determinada tarea profesional- o una especie de manual de actitudes, es ante todo un espíritu de compromiso en el amor, de defensa de los valores humanos sobre toda forma de tiranía pragmática o economicista. Por la fe, la libertad del individuo -supuesto esencial de la ética cristiana- se vincula irremediablemente a la comunidad por el indestructible vínculo de la caridad, que supone la justicia.
La aplicación efectiva de la ética cristiana tiene en el terreno de la empresa una particular relevancia debido al lugar central que la actividad empresarial ocupa en la sociedad. Un reto grandísimo de los cristianos es favorecer -en y desde la empresa- una economía abierta y libre ajena a toda forma de materialismo empobrecedor, una economía basada en la virtud sin restar importancia a la productividad, fundamentada en la mutua confianza y en un exquisito respeto de la primacía de los bienes espirituales de la persona. Con el ejemplo de nuestra laboriosidad y profesionalismo, defendiendo nuestra libertad frente a toda injusta imposición, hemos de manifestar al mundo, que la fe en Dios y en su presencia soberana sobre todas las realidades no está reñida con una vida social, económica y política abierta y participativa, respetuosa de la pluralidad, porque Dios es el fundamento de la igualdad, la libertad, la justicia y el amor verdadero entre todos los hombres[14].
3. Hacia una nueva cultura empresarial: Dad al hombre lo que es del hombre
Vosotros y yo -como cualquier otro cristiano coherente con su fe- somos grandes amantes de la libertad civil, del pluralismo cultural y religioso, y reconocemos en la mutua distinción -que no oposición- entre el orden espiritual y temporal una de las más logradas conquistas del verdadero espíritu cristiano y uno de los remedios más efectivos contra toda posible desviación integrista o tiránica de los distintos órdenes. No en vano los cristianos sentimos verdadero pesar al contemplar la situación lamentable -económica, política y social- de tantos hombres y mujeres en el mundo (especialmente en algunas naciones islámicas) sometidos a una verdadera dominación de las conciencias por parte del poder político, que utiliza para ello la religión como su escudo. Y no sentimos menor pesar al contemplar el endiosamiento del Estado y la eliminación o coacción de la libertad religiosa, en algunos países del mundo como Cuba y China.
Sin lugar a dudas, frente a los atropellos de uno y otro extremo el orden racional de Occidente parece el más acorde con la verdad de Dios y la dignidad y la libertad de la criatura racional. Ahora bien, no por ello debemos dejar de reconocer una creciente fractura en el interior de la sociedad occidental, que emerge de una previa ruptura antropológica -no meramente ética- en la que podemos hallar la raíz última de no pocos de los problemas morales, políticos y culturales que afrontamos en la actualidad. La economía, la política y la empresa, parecen verse afectadas por una creciente mentalidad tecnócrata y economicista que desvincula la eficacia del bien humano integral, comprometiendo con ello la salud moral y la estabilidad misma de nuestro modelo socioeconómico y político. Hoy, nos hallamos ante una cultura que hace del hombre protagonista de la producción y del consumo, pero no de su propia perfección en cuanto hombre. ¡Este es el gran reto para el futuro!
El fracaso rotundo de tal postura cultural es evidente. Así lo manifiesta el empobrecimiento humano de grandes capas de la población mundial tanto en los países desarrollados como en aquellos que se encuentran en vía de desarrollo. El relativismo ético, la falta generalizada de virtud, ha causado el debilitamiento de instituciones tan importantes para el futuro de la sociedad como la familia y la educación, y ha dejado sentir sus estragos también en el mundo de la economía[15]. La corrupción y la total falta de confianza que genera la ausencia del bien común producen un ambiente en el que es difícil desarrollar con eficacia la actividad económica respetando su naturaleza propia, viviéndola con honestidad y transparencia. El afán de riqueza sin ningún condicionamiento ético termina por no ser rentable para la comunidad humana. Hoy en día nadie duda de que es necesario otorgar a la persona la centralidad requerida por su dignidad en el ámbito económico como principio de equilibrio y crecimiento social, incluso de productividad, no en vano, la ética en los negocios comienza a ser un tema central en el panorama cultural contemporáneo. Pero ¿dónde encontrar el fundamento para ese cambio radical que todos percibimos necesario, cuando todos los intentos de promover una ética de valor universal que se haga presente operativamente en la cultura, la economía y la empresa, se han demostrado infecundos?
Indudablemente la respuesta está en Cristo, sólo Él revela al hombre la verdad sobre sí mismo, no solo un modo de comportamiento sino un modo nuevo de ser[16]. Cristo es la respuesta al vacío de "ser" de nuestra cultura occidental que conduce necesariamente a la perdida del "deber-ser". Por ello, los bautizados podemos y debemos aportar nuestra tradición humanista al rediseño de los valores culturales, que en el marco de un legítimo pluralismo, se propone como una de las metas fundamentales de la postmodernidad. La conciencia profunda de la dignidad humana que late en el corazón mismo de nuestra fe puede y debe ser motor de profundas y pacíficas transformaciones en el ordenamiento mundial. Es responsabilidad vuestra promover mediante el diálogo y el testimonio -sin imponer nunca nada por la fuerza- un conocimiento vital, cada vez más profundo, de los valores morales cristianos aplicados al mundo de la empresa.
No es esa una tarea que corresponde exclusivamente a los intelectuales y a los sacerdotes, es ésta una tarea que corresponde de modo primario a vosotros mismos, los que estáis insertos directamente en las actividades empresariales. Vosotros podéis con vuestro trabajo ejercitaros en la virtud, vivir la vida de Cristo como servicio y por ello transformar vuestra empresa -sea cual sea el tipo de actividad que en ella se desarrolla- en un ámbito de servicio al desarrollo integral de los que en ella trabajan, de sus clientes y proveedores, para bien de toda la comunidad humana. La calidad humana de nuestra trato, la honestidad en nuestras relaciones comerciales, deben ser indicio de nuestro profundo y eficaz amor al hombre y en el hombre a Dios.
La ley fundamental que vivifica nuestra libertad y da a nuestra vida y a nuestras actividades profesionales un sentido trascendente es la promoción de la dignidad humana, de la primacía de la persona en todos los órdenes sociales[17]. No tengáis miedo a buscar en vuestros negocios una abundante y racional ganancia económica, pero no olvidéis que la medida de dicha racionalidad está no simplemente en la cantidad -cuanto más mejor- sino en el modo y la calidad de la misma. Plenitud y realización humana integral -material pero también moral- esos son los grandes tesoros de un empresario cristiano.
Debéis generar riqueza, abundante riqueza; esa es sin duda una de las principales tareas que como cristianos y empresarios tenéis en la actualidad. Pero mirad, la empresa no es solo un instrumento al servicio de la ganancia, aunque sea esa una dimensión que obedece de hecho a la justicia. La empresa misma es un bien común de empresarios y trabajadores al servicio del bien común de la entera sociedad[18]. Es comunidad de vida[19]. Vuestra vocación empresarial trasciende los límites de vuestra propia actividad económica y de la mera ganancia para encontrar en el seno de la sociedad un papel protagónico en el fomento de la justicia y el progreso integral. La empresa esta llamada a realizar una función social importantísima, que es profundamente ética: la de servir al perfeccionamiento del hombre sin ninguna discriminación, creando al interior de ella misma las condiciones que hacen posible un trabajo en el que, a la vez que se desarrollan las capacidades personales, se consiga una producción eficaz y razonable de bienes y servicios y se haga al trabajador consciente de trabajar realmente en algo que le es propio, fomentando así su iniciativa y responsabilidad[20].
Mediante la promoción de una cultura empresarial basada en la primacía de la persona, teniendo en cuenta el papel singular que la empresa tiene en el actual contexto cultural, podemos estar seguros de contribuir favorablemente a un mayor respeto por parte de toda la sociedad a la dignidad inalienable del hombre y la mujer. De ese modo, la empresa no solo acrecentará la riqueza material y será promotora del desarrollo socio-económico, sino que también será causa del progreso personal creando condiciones de vida con las cuales el hombre, las familias y las asociaciones, podrán alcanzar con mayor plenitud y facilidad su propia perfección[21]. Nada es más eficaz que la virtud, ni existe mayor ganancia que poner las bases del bien común de la sociedad, un bien común siempre ajeno a la mercantilización de la especie humana.
Solo desde esta perspectiva de servicio es posible hablar de una verdadera "vocación empresarial porque la "vocación" -ser llamado- se entiende siempre no como un camino de perfeccionamiento individual, sino como perfeccionamiento de la persona en cuanto a través de su vida contribuye al bien común de la sociedad entera. La empresa es una entidad productiva -no es una institución caritativa- por ello, para su buena instalación y desarrollo deben tener en cuenta las complejas reglas de la economía, pero posee también una dimensión humana que no es en modo alguno separable de la búsqueda de la productividad; debe por ello animar la propia actividad y orientar su compromiso económico y técnico hacia los valores éticos y morales de la justicia y de la solidaridad. Para ello, no basta con desarrollar idearios éticos empresariales, es fundamental que vosotros los empresarios tengáis un compromiso radical de vida con la búsqueda del bien humano, incluso cuando este implica sacrificio. Una nueva cultura empresarial requiere ante todo un modelo de empresario profundamente humano, consciente de sus deberes, honesto, competente e imbuido de un hondo sentido social que le haga capaz de rechazar la inclinación hacia el egoísmo, para preferir más la riqueza del amor que el amor desordenado a la riqueza[22].
El desarrollo de una nueva cultura empresarial más que en concepciones teóricas -ciertamente necesarias- ha de ponerse en marcha a través vuestro compromiso por favorecer una mentalidad nueva, que valorando la técnica y la ganancia económica, sea ajena a todo "productivismo" o "funcionalismo"[23]. No puedo entrar a detallar los diversos modos en los que podéis favorecer el surgimiento y desarrollo de esa comunidad de vida que ha de ser la empresa. Mi misión no es la de dirigir vuestra empresa para que os toméis unas merecidas vacaciones, es la de invitaros a entrar de lleno en una dinámica constructiva a favor del hombre. Una nueva dinámica empresarial en la que cada uno de vosotros, teniendo presente los recursos económicos y humanos existentes y la naturaleza específica de vuestra actividad, deberá definir las acciones concretas que han de desarrollarse progresivamente. No existen soluciones preconcebidas para un tema que como la humanización del trabajo y de la empresa requiere prudencia y mucho conocimiento del terreno concreto[24]. Que Santa María Virgen y San José, ejemplos de laboriosidad y honestidad, guíen vuestros pasos en una misión tan importante, de la cual Dios y la Iglesia esperan frutos abundantes: Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.
Notas
[1] Cfr. Conc. Vaticano II, Lumen Gentium 34 y cap V (sobre la llamada universal a la santidad).
[2] Jesús mismo predice su muerte tres veces durante su lenta subida a la Ciudad Santa (Mt 20,17). Los judíos parecen ya totalmente decididos a dar muerte a Jesús y a consumar así el rechazo definitivo al plan de salvación divino sobre el linaje de Abraham.
[3] San Agustín, Comentario al Salmo 57, 11.
[4] "La Ley fue dada al hombre para que no tuviera pensamientos soberbios y no se enorgulleciera vanamente como si él no tuviera Señor a causa del dominio que Dios le había concedido sobre las realidades terrenas…la Ley fue dada para que el hombre reconociera que él tenía por Señor al Dios creador de todas las cosas" (San Ireneo, Demostración de la predicación apostólica, 15
[5] San Juan Crisóstomo, Obra incompleta sobre San Mateo, 42.
[6] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10.
[7] Cfr. Conferencia Episcopal Española, Los cristianos en la vida publica, 85.
[8] Sal 8,5-6
[9] Catecismo de la Iglesia Católica, 2459
[10] Lactancio, La ira de Dios, 14, 1
[11] "La razón última de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a vivir en unión con Dios (…) el hombre existe por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva" (Conc. Vaticano II, Guadium et spes, 19).
[12] Es bellísima la obra de D. Tettamanzi, El hombre a imagen de Dios, Salamanca 1978, al igual que ocurre con una obra ya clásica: V. Lossky, A l'image et à la ressemblance de Dieu, París 1967. Hay en ambas obras elementos muy sugerentes para fundar una antropología y una ética de los negocios.
[13] "El socialismo es un error intelectual que no sólo se manifiesta como algo teóricamente erróneo y económicamente imposible (es decir, ineficiente), sino también y simultáneamente como un sistema esencialmente inmoral y antihumanista, pues va en contra de la más íntima naturaleza humana, e impide que éste se realice y apropie libremente de los resultados de su propia creatividad empresarial (…), creatividad empresarial que también se manifiesta en el ámbito de la ayuda al prójimo necesitado y de la previa búsqueda y detección sistemática de situaciones de necesidad ajena. De tal manera que lo coacción del Estado o la intervención excesiva de éste -también a través de los mecanismos propios del denominado Estado del Bienestar- neutraliza y, en gran medida, imposibilita el ejercicio de la búsqueda empresarial de situaciones perentorias de necesidad humana y de ayuda al prójimo en dificultad, ahogando los naturales anhelos de solidaridad y colaboración voluntarias que tanta importancia tiene para la mayoría de los seres humanos" (Jesús Huerta de Soto, La libertad de empresa como imperativo moral, Anuario de economía Negocios Ediciones, Madrid, 1996, pp. 78 a 79.
[14] Se puede decir de la economía algo similar a lo que decía Tocqueville de la política: "Dudo de que el hombre pueda compaginar una completa independencia religiosa con una plena libertad política" (A. de Tocqueville, De la democracia en América ,II, I, V).
[15] Ejemplos muy claro de esto han sido últimamente el caso Enron y la crisis política, social y económica argentina.
[16] Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, 22.
[17] Juan Pablo II, Discurso a los empresarios peruanos, 15 de mayo de 1988.
[18] Juan Pablo II, Discurso a empresarios y obreros de Verona, 17 de abril de 1988.
[19] Juan Pablo II, Discurso a empresarios y trabajadores en Barcelona, 7 de noviembre de 1982.
[20] Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los empresarios en Milán, 22 de mayo de 1983.
[21] Conc. Vaticano II, Guadium et spes, 74
[22] Juan Pablo II, Discurso a los empresarios argentinos en Buenos Aires, 11 de abril de 1987.
[23] "El enemigo principal de la concepción cristiana de la empresa ¿no es quizá un cierto funcionalismo que hace de la eficacia el postulado único e inmediato de la producción y del trabajo?" (Juan Pablo II, Discurso a empresarios y trabajadores en Barcelona, 7 de noviembre de 1982
[24] Cfr. Conc. Vaticano II, Gaudiun et spes, 68. Existen idearios empresariales de enorme calidad en los que grupos de empresarios han concretizado algunas premisas de la Doctrina social cristiana, el de la Asociación de Empresarios Católicos Españoles es magnífico.
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