El Corán como bestseller: así reza un titular de estos días, en la feria del libro de este año. El aumento de interés por los fundamentos religiosos del Islam es una consecuencia de los ataques terroristas del 11 de septiembre y de la consiguiente reacción militar de Estados Unidos. Al mismo tiempo se multiplican las voces que advierten del peligro de un diálogo interreligioso falto de seriedad, y que recomiendan manifestar más netamente la propia comprensión específica de sí mismo ante los demás interlocutores en el diálogo entre religiones. Por ello ha dicho el cardenal Lehmann, en la conferencia de prensa de clausura de la asamblea de otoño de la Conferencia Episcopal Alemana, que cada religión debería decirse a sí misma claramente cuál es su postura ante las demás.
Una diferencia decisiva entre el cristianismo y el Islam es el modo de comprender la revelación y el consiguiente modo de entender sus respectivas Sagradas Escrituras, es decir, la Biblia por un lado y el Corán por el otro.
Según el Islam, el Corán (que deriva de Qur'an: la recitación, lo recitado) es la escritura de aquello que Dios reveló inmediatamente al profeta Mahoma entre los años 610 a 632. Después de su marcha de la Meca hacia Medina en el año 622, el profeta encargó a diversos escribanos fijar por escrito el mensaje revelado que había recibido directamente de Dios. "Para asegurar el origen divino de la revelación coránica y la transmisión inmediata de la misma por el ángel Gabriel remarcan los comentadores islámicos que Mahoma no sabía ni leer ni escribir" (Khoury/Hagemann/Heine, Diccionario del Islam. II, voz Corán). De este modo se descartaba desde un principio toda intervención humana. Basándose en pasajes concretos del Corán existen algunos comentadores del Islam que parten de la idea de que el Corán es copia de un original celestial, la norma primordial del libro. Como el original y su copia están redactados en árabe, no existe la posibilidad de una traducción auténtica.
Con esta concepción de su libro sagrado como revelación inmediata, los islámicos se alinean con los judíos y cristianos, que son nombrados en el Corán numerosas veces como las gentes del libro. La denominación de judíos y cristianos como poseedores de la Escritura, unido al principio protestante de la sola Escritura, pueden haber contribuido a formar el concepto religiones del libro en el ámbito de las ciencias de la religión del siglo XIX. Entre ellas se cuentan el Islam, el cristianismo y el judaísmo, así como otras religiones en las que los libros sagrados son considerados como normas de fe.
Pero el paralelismo trazado así respecto del cristianismo se basa en un malentendido fundamental. Porque el cristianismo no es ninguna religión del libro, si con ello se entiende que la Biblia contenga directamente la Palabra de Dios. La Biblia es un libro de la Iglesia, que ha surgido de un amplio proceso de tradición. La Iglesia estableció sus dimensiones y, a la vez, se hace garante de su carácter de testimonio de la revelación. Por consiguiente, el magisterio de la Iglesia vela por la correcta exégesis de la Escritura, que no puede entrar en contradicción con la tradición de la que proviene.
En esto consiste probablemente la más relevante toma de conciencia del Concilio Vaticano II, el cual ha formulado con nueva claridad la doctrina de la Iglesia acerca de la Revelación y la Sagrada Escritura. La constitución dogmática sobre la revelación divina Dei Verbum es determinante en este sentido. La revelación de Dios no es la entrega de un libro, sino, más bien, la totalidad de la actuación salvadora de Dios en la historia de su pueblo, Israel, que alcanza su cénit y plenitud en la encarnación de la Palabra divina. En esta revelación se muestra Dios como Dios del amor, en la unidad y distinción del Padre, Hijo y Espíritu.
Las primeras palabras, Dei Verbum, Palabra de Dios, que dan programático título a la constitución de esta revelación, no hacen referencia a la Biblia, sino a la Palabra hecha carne, a la persona del Logos, en quien, tras la preparación de la Antigua Alianza, Dios quiere salir como hombre al encuentro del hombre. Revelación es algo más que comunicación de verdades sobre Dios y sobre su voluntad. Revelación es la autocomunicación misma de Dios, por medio de la concreta e histórica naturaleza humana de Jesucristo. Los profetas del Antiguo Testamento eran portadores de un mensaje. También Mahoma es sólo un portador, un canal de comunicación. Pero en Jesucristo se aúnan el portavoz y el mensaje. Él es el Reino de Dios en persona. La Revelación es un acontecimiento personal. Y esta participación, como toda manifestación de sí de otra persona, sólo puede ser aceptada y testimoniada en la fe. Apunta a la unión de la Humanidad con la Trinidad divina y a la mutua unión de los hombres entre sí, como se menciona en la introducción de la primera carta de Juan.
LA RELIGIÓN DE JESUCRISTO
Esta Revelación para la salvación de los hombres se transmite por medio de la Tradición y la Escritura; el Vaticano II nombra en primer lugar a la Tradición, ya que significa el proceso de propagación de una realidad viva. Cristo como persona es la fuente única de revelación en el sentido más estricto de la palabra. Ello implica la comprensión de algo esencial para el ser de la Sagrada Escritura: no es revelación en sí, sino, como libro de la Iglesia, testimonio de la revelación. Si hay que emplear el término religión, entonces el cristianismo no es una religión del libro. Tampoco es una religión bíblica, sino la religión de Jesucristo.
Esta comprensión teológica fundamental tiene consecuencias para la investigación y la exégesis de la Escritura. La Biblia es Palabra de Dios en palabra humana (1 Tes. 2, 13). Da testimonio de la revelación histórica de Dios, y puede, más aún, debe, ser estudiada con los métodos de las modernas ciencias históricas. Esto incluye entre otros la determinación de los diversos géneros literarios, tener en cuenta las circunstancias de la época, y muchos más aspectos, que se mencionan en el artículo 12 de Dei Verbum como momentos necesarios en el conjunto del proceso exegético.
El reconocimiento sin prejuicios de la denominada moderna exégesis histórico-crítica se hizo posible en la Iglesia católica tras superar las estrechas miras del concepto neoescolástico de la Revelación. Pues mientras se viera la Escritura, de modo similar al Corán en el Islam, como fuente de revelación, es decir, como discurso de revelación dictado palabra a palabra por el Espíritu Santo, sólo se podía considerar la dimensión histórica como un elemento perturbador o como fuente de relativización de la verdad supra-temporal de Dios. Pero tan pronto como, de nuevo, quedó claro que la revelación en sí tenía un carácter histórico, no podía ya de entrada tomarse como ilegítima o como fuente de confusión la aplicación de los métodos de las ciencias históricas.
El padre oratoriano francés Richard Simon (1638-1712), un genial historiador, filósofo y teólogo, ya reconoció claramente estas relaciones en el siglo XVII. Quería, con ayuda de los resultados de la investigación histórica, demostrar la superioridad del concepto católico de Escritura y Tradición, como había sido formulado por el Concilio de Trento, en contra de la máxima protestante de la sola Scriptura. Pero su tiempo no estaba maduro para estas perspectivas. El renombrado obispo y teólogo de la corte de Luís XIV, J.B. Bossuet, hizo que se destruyera por completo la primera edición de la obra de Simon Historia crítica del Antiguo Testamento. Simon ponía en duda que fuera Moisés el autor de la totalidad del Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Después que en la Iglesia católica se oprimiese así una exégesis histórica basada en el credo eclesial, fue la exégesis crítica proveniente de Inglaterra la que tomó la guía, crítica con la revelación y de fuerte impregnación deística.
Las reservas de la Iglesia católica contra esta exégesis histórico-crítica estaban más que justificadas. Pero no iban dirigidas propiamente contra la aplicación de los métodos históricos, sino contra prejuicios antidogmáticos presupuestos sin mayor reflexión por los exegetas. Los supuestos resultados científicos de las investigaciones críticas con la revelación y la religión, no provenían del uso de los métodos históricos, sino que estaban presupuestos de modo, por así decir, dogmático: la imposibilidad de una actuación histórica de Dios, la imposibilidad sobre todo de su encarnación, la imposibilidad de la Resurrección.
Todos los hechos de fe de los que da testimonio la Escritura fueron eliminados por interpretación abusiva de unos muy aventurados métodos históricos y en contra del testimonio claro de las fuentes. Basándose en una hermenéutica de la sospecha, que pretendía poder destapar que el anuncio de los testigos de la resurrección era una farsa, consiguió, por ejemplo, H.S Reimarus (1694-1768) volver en contra de sí mismo a la única fuente existente. Pero la autoridad del método histórico no cubría todo esto. Detrás de ello estaba una filosofía antimetafísica, que suponía imposible a priori una revelación divina. Que se pueda distinguir otra vez con claridad todo esto es uno de los logros más importantes de la novísima teología. Y el magisterio de la Iglesia ha hecho suyo este avance en el Concilio.
DIFERENCIA PRINCIPAL
Con esta perspectiva volvamos la vista hacia el libro sagrado del Islam, el Corán. Hartmut Bobzin, redactor de la voz Corán en la tercera edición del Lexicon für Theologie und Kirche, escribe: "Una interpretación histórico-crítica del Corán no parece posible en estos momentos". Esta valoración no es precisa. Porque si el Corán (y ésta es la concepción islámica del mismo) le fue dictado al profeta Mahoma por el ángel Gabriel y aquél contiene la palabra de Dios, entonces no hay estudio histórico-crítico posible del Corán: este estudio sólo se podría referir a la parte humana de la revelación.
Los prejuicios del Islam contra el mundo ilustrado occidental no se refieren tanto a las relajadas escala moral y de valores, cuanto al moderno entendimiento de la Historia, ante el que los fundamentos del Islam no podrían sostenerse. Una de las preguntas que más urgentes parecen al cristianismo es el poder aclarar cómo se ha llegado a producir el malentendido de la Trinidad en el Corán, como si según la fe de Iglesia pertenecieran a ella Dios Padre, Jesucristo y María (véanse las suras 5, 116 y ss.) Si, como se supone, estuviéramos ante un reflejo de las sectas cristianas de los filomarianitas y de los coliridianos, cuyas concepciones son identificadas con el credo de la Iglesia, se habría infiltrado un elemento muy humano en el Corán, que supondría una contradicción con la concepción fundamental de su divinidad sin intermediarios.
Base y premisa de la concepción católica de la Revelación, y por consiguiente también diferencia principal entre el cristianismo y el Islam, es la creencia en la encarnación de Dios y el reconocimiento a través de ello de la Trinidad de Dios, cuyo rechazo es constitutivo del Islam. La distinción intradivina de Padre, Hijo y Espíritu, del que habla y la palabra, de amante y amado, de pensamiento y pensado, son la premisa para que Dios pueda hacer comunicación plena de sí, sin sacrificar con ello su trascendencia y hacerse totalmente parte del mundo. Solamente sobre la base de la Trinidad de Dios se puede pensar, sin contradicciones, la revelación divina como comunicación de sí.
La confesión no trinitaria de Dios en el Islam no sólo se refleja en la concepción de la revelación, sino también en su representación del más allá. En el fondo, la vida eterna no tiene nada que ver con Alá, sino que consiste en la concesión de la plenitud de los placeres terrenales. En la otra vida Alá sigue siendo el totalmente Otro. Pero, según el concepto cristiano, la vida eterna es la definitiva comunión con el Dios trino del amor, por medio del Dios-hombre Jesucristo, y la dichosa contemplación beatificante de Dios tal y como es.
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