Introducción.- La respuesta a la vocación.- Las dificultades para la fidelidad a la vocación.- La perseverancia a la vocación y las justificaciones de la infidelidad.- La lucha por ser fieles: los medios.- La infidelidad: el abandono de la vocación.
Introducción
La vocación entendida como el proyecto de vida previsto por Dios para que cada uno alcance el Cielo supone una elección personal del Señor [1]; se trata realmente de una llamada divina como enseña la Iglesia: "la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir la vocación divina" [2]. En el Catecismo de la Iglesia Católica se afirma que "el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios" [3]; o sea, que para realizarse personalmente, el hombre tiene que vivir unido a Dios porque quiere, o lo que es lo mismo, según el querer de Dios.
Esa llamada divina se percibe, o mejor dicho, se descubre en un momento determinado, pero existe desde siempre y es perdurable, como se lee en la Epístola a los Romanos: "los dones y la vocación de Dios son irrevocables" [4]. Con la vocación, el Señor otorga los medios necesarios para que el hombre la descubra y pueda responder afirmativamente entonces y a lo largo de toda la vida; la misión del hombre es aceptar libremente y corresponder con la propia fidelidad hasta el final: es un acto libre de amor que compromete a toda la persona y a su vida entera [5].
La respuesta a la vocación
Toda vocación personal específica exige una respuesta y comporta un compromiso moral, ascético y jurídico. El deber de la criatura consiste en abrazar libremente la llamada [6] y corresponder con la propia fidelidad a la gracia de Dios hasta el final de la vida, porque solo "el que perseverare hasta el fin, será salvo" [7]. Este compromiso le obliga a ser fiel, a poner los medios para perseverar, a evitar las tentaciones y a fortalecerse en la virtud mediante una lucha ascética constante. San Josemaría expresa esta realidad explicando gráficamente que nuestro compromiso de amor con Dios y de servicio a su Iglesia no es como un aprenda de ropa, que se pone y se quita, porque abarca toda nuestra vida, y nuestra voluntad con la gracia del Señor y Dios quiere que la abarque siempre.
Además del compromiso moral y ascético, la vocación lleva consigo unas determinadas obligaciones, derivadas del vínculo que se establece con Dios, a través del camino a que una persona ha sido llamado. Esa fidelidad se asemeja a la que pide el sacramento del matrimonio a los que se casan (quienes -libremente- se saben llamados por Dios a seguir esa vocación). La obligatoriedad, grave y cualificada moralmente, que se origina por la vocación es la fidelidad debida a Dios por haber sido gratuitamente llamados y nosotros haber respondido.
Las dificultades para la fidelidad a la vocación
En los momentos de oscuridad o aridez espiritual o en períodos de tentaciones contra la perseverancia no hay que dudar de la propia vocación; al contrario, cuando se atraviesan tales pruebas --incluso si se diera una ceguera total-- conviene recordar que Dios no juega con las almas ni da la vocación ad tempus. Quien ha visto clara su vocación, aunque sólo haya sido una vez, aunque ya no vuelva a verla más, debe continuar para siempre, por sentido de fidelidad. Por tanto tendrá que confiar en la certeza de saberse llamado por Dios que no puede fallar, como escribe S. Pablo: «fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, junto con la tentación os dará también el modo de poder soportarla con éxito» [8].
Dios da siempre abundantemente su gracia para ser fieles: no hemos de pensar que el camino es difícil; lo único que se requiere de nuestra parte es la correspondencia y la lucha por evitar lo que menoscaba a la entrega: la llamada divina exige de nosotros «fidelidad intangible, firme, virginal, alegre, indiscutida, a la fe, a la pureza y al camino», fidelidad que debe crecer a lo largo de la vida, como debe crecer el Amor, la unión con Dios.
En cualquier caso, no se debe eludir el deber de la fidelidad, negando a posteriori la existencia de la vocación. Por tanto, dejar de cumplir -de esforzarse por cumplir- las obligaciones de la vocación o poner en peligro la perseverancia constituirían una grave infidelidad a Dios. Ciertamente la perseverancia es un don de Dios, que esperamos de su Misericordia, pero como todas las gracias, requiere secundar libremente la Voluntad de Dios. Es decir, que el Señor siempre da los medios para ser fieles, pero si una persona con vocación no persevera lo hace equivocadamente y, por supuesto, porque quiere. De ahí que no es extraña la tentación diabólica de hacer creer que, en realidad, nunca existió tal llamada divina, de manera que se evitan conflictos de conciencia; se insinúan así varias razonadas sinrazones: era demasiado joven, no conocía mis limitaciones y las dificultades, nunca he sido completamente feliz, etc. En el fondo se traslada la situación negativa del momento al inicio de la entrega.
Algunos llegan a afirmar que la persona es incapaz de tomar decisiones que orienten su vida en una dirección determinada, de modo definitivo e irrevocable, por la misma imperfección de la libertad humana, que es incapaz de conocer todas las situaciones futuras, que pueden "impedir" llevar a la práctica la decisión tomada; y, como el hombre está llamado a ser feliz, tiene derecho a modificar la elección anterior que supone un obstáculo para la felicidad. Con esta teoría se niega que el matrimonio cristiano sea siempre indisoluble y, de modo semejante, si una persona atraviesa graves dificultades en su vocación --al sacerdocio, al celibato, etc.-- no habría inconveniente en que rompiese su compromiso con Dios. De esta manera, se reduce la fidelidad a la posibilidad real de que se realice fácticamente la vocación.
La perseverancia a la vocación y las justificaciones de la infidelidad
Nadie puede pensar que si no es fiel, no pasa nada; sería un razonamiento engañoso, pues lo que sucede es grave y triste: despreciar la Voluntad de Dios uno de sus siervos al que ha confiado un tesoro, como se recoge en el Evangelio: mientras que al siervo infiel el Dueño le priva de todo y pierde la condición de predilecto suyo, al que es bueno y fiel le invita a participar del gozo o del banquete celestial [9].
Muchas veces en el alma de las personas que no perseveran se encuentran planteamientos erróneos que llegan a ser muy alejados de la vida cristiana. Veámoslos ordenadamente:
En primer lugar, subyace una idea de Dios profundamente anticristiana, pues enfrenta el deseo natural de la persona de ser feliz con una imagen falsa de Dios [10]: un Dios que se introduce en un momento determinado en la vida del hombre y después se desinteresa de su futuro, abandonándolo a sus solas fuerzas. Pero Dios es fiel: la vocación es un primer encuentro amoroso del Padre con su hijo, que se prolonga en los instantes sucesivos de la vida del hombre, en forma de gracias actuales para conseguir el fin para el que uno ha sido elegido, como dice lapidariamente Santo Tomás: a un mismo principio compete constituir algo y, una vez constituido, conservarlo [11].
En segundo lugar, se niega el deber de la fidelidad y, por ende, se va en contra de la posibilidad misma de cualquier vocación en la Iglesia con carácter definitivo y para siempre; todas serían ad tempus. Esta afirmación se opone a la enseñanza de Juan Pablo II en la Veritatis splendor, apoyada en las palabras de Jesús, «si quieres ser perfecto... ven, y sígueme», y en las todavía más claras: «quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará», así como en las parábolas evangélicas del tesoro y de la perla preciosa, imágenes elocuentes y eficaces del carácter radical e incondicionado de la elección que exige el reino de Dios; de este modo concluye el Papa: «el hombre es capaz de orientar su vida y --con la ayuda de la gracia-- tender a su fin siguiendo la llamada divina» [12].
Además, hay que certificar que el deber de cumplir las promesas, pacta sunt servanda según el adagio clásico, ha sido reconocido por todos los pueblos como una obligación moral que no precisa demostración, condición necesaria para la existencia de la sociedad y para la convivencia entre los hombres. Esta obligación ha de vencer los impulsos desordenados de las pasiones o de la voluntad sometida a la recta luz de la razón, iluminada por la fe y robustecida por la gracia de Dios en el caso del cristiano.
También, si el hombre no puede establecer compromisos definitivos, se está rechazando --en última instancia-- la responsabilidad personal de las propias decisiones y, por tanto, negando la misma libertad. Por último, invocar el derecho a la propia felicidad como justificante de no obedecer al querer divino, parece seguir el consejo del demonio que movió a Eva y a Adán a la rebelión, asegurando que serían verdaderamente libres y felices, dudando de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.
La lucha por ser fieles: los medios
En la atención pastoral hay que advertir a las personas de los obstáculos -momentos de abatimiento, de cansancio, pruebas espirituales, tentaciones- que se presentan contra la perseverancia a la vocación: las heridas del pecado original, la concupiscencia, la atracción de cosas humanas nobles que se han dejado por amor a Jesucristo, la oscuridad en la vida interior, las crisis de edad, etc., pero es doloroso, aunque cierto que casi todos los que abandonan la vocación --algunos con muchos años de seguimiento de Cristo-- intentan justificarse, diciendo que no supieron, al entrar, lo que hacían o que los coaccionaron, y así --con coacción-- recibieron llamada. Son posturas de las que sólo se puede salir con una profunda sinceridad personal en el ámbito de una oración pausada y sosegada.
Los momentos difíciles o de prueba que Dios permite hay que verlos como purificación del alma, situaciones en las que la tentación es añorar otras posibilidades humanas apetecibles a las que se renunció por Amor a Cristo --y, en las personas casadas, también a una criatura--. Basta pocos años de experiencia para darse cuenta que la dificultad es un elemento obligado en la vida del hombre: tienen dificultades las personas que han elegido el camino del matrimonio y las que siguen el del celibato. No todo es dificultad, pero siempre hay dificultad. Hay que considerar en la presencia de Dios que las dificultades superadas hacen más maduro el amor de Dios, acrisolan la entrega y aumentan nuestra libertad, porque se ha sido capaz de superar la esclavitud que supone la tentación, porque el amor ha salido victorioso.
Esas situaciones difíciles no se producen de un modo repentino, sino que vienen precedidas por una serie de síntomas --pequeños o no-- que denotan enfriamiento del Amor de Dios. A las personas que se encuentran en ese estado hay que recordarles que el seguimiento de Cristo pasa necesariamente por la Cruz, por la tentación, por la lucha; por eso, si hay que ir a contrapelo, la fidelidad es una obligación gustosa, aunque perdure la dificultad [13]. Conviene aconsejar a las personas para que intenten evitar las posibles ocasiones de faltar a la fidelidad que en esos momentos se pueden presentar con más facilidad; en su caso, convendrá dar consejos imperativos, para que descubran que existe un deber moral, imperado por la ley de Dios y por la recta conciencia de la persona para vivir la virtud de la fidelidad a costa de cambiar lo que haga falta.
La infidelidad: el abandono de la vocación
Cuando una persona no es fiel significa que rechaza el plan que Dios ha previsto amorosamente desde toda la eternidad no sólo para alcanzar el Cielo sino también la felicidad en la tierra. Quien ha sido infiel, mientras no se arrepienta sinceramente, no puede ser feliz, pues la felicidad y paz al margen del querer divino son sólo aparentes y en definitiva falsas.
Sin poner en duda la misericordia del Señor, ante las personas que abandonan su vocación, la reacción lógica será callar, desagraviar, a la vez que experimentamos una gran pena y dolor por la ofensa a Dios cometida y porque esa persona se hará desgraciada. Además, se le ayuda espiritualmente, pero sin hablar y tratar de ese caso como si fuera "normal", para que no se airee la infidelidad de esa persona o se considere el mal como un bien.
Notas
[1] Cfr. Jn 15, 16: non vos me elegistis; sed ego elegi vos.
[2] Gaudium et Spes, n. 22.
[3] CEC, n. 44.
[4] Rm 11, 29.
[5] Cfr. Ef 1,4: sicut elegit nos ante mundi constiutionem, ut essemus sancti et immacultai in conspectu eius in caritate.
[6] Cfr.1 Sam 6, 9: ecce ego quia vocasti me.
[7] Mt 24, 13.
[8] 1 Cor 10,3.
[9] Cfr. Mt 25, 14-30.
[10] Cfr. CEC, n. 215.
[11] Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 79, a. 1 c.
[12] Veritatis splendor, nn. 66-67; cfr. Mt 19, 21; 26, 25.
[13] «El amor gustoso, que hace feliz al alma, está basado en el dolor: no cabe amor sin renuncia» (San Josemaría Escrivá, Forja, n. 760).
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