Vivimos una época histórica en la que hemos visto cómo grandes utopías han quebrado. El hombre de hoy se siente cómodo en un ambiente poco agresivo, tolerante, en el que los individuos, más liberados de la influencia de los demás, se disponen a probarlo todo. Se ha abolido lo trágico y se navega con soltura en una mentalidad divertida, no comprometida, devaluadora de lo real. Pero, al mismo tiempo, y de forma paradójica, advertimos peligrosas cotas de inmoralidad en el ambiente, que se presentan con toda su agresividad; parece como si no cupiera la tolerancia para el que pide una televisión que puedan ver todos, una información que respete la intimidad de las personas y que no siembre la sospecha en las personas y las instituciones, unos espectáculos acordes con una sensibilidad más humana, en definitiva, cuando se intentan proteger la moralidad pública. Asistimos, con la aprobación de algunos, el silencio de muchos y la sorpresa de otros, a una época en que hay una agresividad nunca conocida hasta ahora en todo lo que se refiere a la degradación de las costumbres. Formas de vida que se consideraban contrarias a la ética y a la dignidad humana, se presentan ahora como pauta y ejemplos de conducta o, al menos, como algo que hay que respetar en aras de la libertad y de la tolerancia.
Dos artículos, aparecidos recientemente en la prensa, me han vuelto a hacer pensar que algo falla, no solo en los individuos y los medios que propalan esas costumbres, sino también en las personas que, de una manera o de otra, estamos llamados a influir positivamente en la sociedad.
Recientemente aparecía en el suplemento juvenil de unos de los periódicos de más tirada nacional un reportaje en base a una pregunta formulada a seis jóvenes: "Cuáles son tus pecados favoritos". Sobra comentar las respuestas, que fueron desde el que contestó que todos los que puedo hasta otro -en principio el más moderado- que consideraba que hablar de pecados concernía al ámbito de la intimidad, pero que él tenía uno especialmente querido que lo realizaba siempre que podía. Ante esta "encuesta" uno que algo sabe de números, sospecha que no es un sondeo serio. Pero no es esto lo que más llama la atención; sorprende constatar un profundo cambio de costumbres entre los jóvenes y mucho más sorprende comprobar el interés de determinadas personas y medios capaces de instrumentalizar a los jóvenes para conseguir este tipo de declaraciones y después airearlas a los cuatro vientos, mejor dicho, al viento de los jóvenes, quizá con el interés de que se pierda el respecto al pecado, a la intimidad personal, y al buen gusto que los demás podríamos pedir en lo que se publica.
Hace pocos días, un columnista, que en diversas ocasiones ha hecho gala de "no tener prejuicios éticos", comentaba el hundimiento de una importante empresa editorial Americana, líder desde hace muchos años en la distribución de pornografía impresa. La noticia en sí podría parecer aleccionadora, pero ocurría más bien lo contrario al estudiar las causas de este hundimiento. Resulta que la industria del Internet es capaz de difundir pornografía de forma más rápida, más directa, con más viveza y atractivo, con lo que, poco a poco, las publicaciones pornográficas van perdiendo clientes; el autor parecía aceptar (o tolerar) la pornografía impresa, pero le parecía ya una aberración los límites a los que ésta está llegando en la red. Ese "basta ya" que proponía el artículo se proponía, ciertamente, ante un caso extremo y por motivos más bien estéticos, pero es ya una muestra de reacción, frente a una situación degradada límite. A los cristianos nos corresponda promover una verdadera reacción.
Se podrían poner más ejemplos que afecten a otros ámbitos de lo humano, pero consideramos que bastan esas pinceladas para arrancar en nuestras consideraciones.
1. Negocios de tradición inmemorial
El erotismo y la pornografía han sido siempre negocios de tradición inmemorial, que en la actualidad ha adquirido proporciones considerables debido a la perfección creciente de las técnicas de difusión, de publicidad o de venta. Es bien sabido, por ejemplo, que las películas pornográficas son las más baratas del mundo -algunas se han realizado en cuatro días- y que constituyen un negocio rentable, en el que no entra para nada la creación artística, porque su único objetivo es el lucro.
Los propagadores de esa avalancha de pornografía y de violencia -en lucha abierta contra las exigencias morales del cristianismo- han encontrado un eficaz aliado en el influjo que algunos espectáculos de masas ejercen en el ánimo de lo espectadores. Cada vez con más intensidad en los últimos años se asiste a una proliferación de espectáculos que, bajo excusas de "sinceridad", "arte y ensayo", "libertad" o "sociología", fomentan los instintos animales, las bajas pasiones, y destruyen el amor casto, la santidad del matrimonio y hasta las más íntimas situaciones de la vida familiar. De este modo, colocando al hombre en situación clara de pecado -cuando no induciéndole al mismo-, intentan asegurarse para el futuro una rentabilidad todavía mayor.
Al mismo tiempo, muchos espectadores -a quienes la censura o las normas legales deberían defender- contemplan con frecuencia cómo se ridiculiza en diversos países la religión cristiana, a base de emplear lenguajes o escenas que rayan con la blasfemia. Esos alardes de irreligiosidad o de materialismo que ofrecen algunos espectáculos, además de ofender a quiénes asisten a la representación, muestran un mundo en el que las personas parecen sumergidas en el más absurdo de los irracionalismos. Todo se hace -la vida o la muerte- de espaldas a Dios [1].
2. Llamar a las cosas por su nombre
Estamos ante una situación de escándalo, y el escándalo siempre ha tenido y tiene un significado bien preciso como nos recuerda la Iglesia: "el escándalo es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave [2]. Quien sea el causante debe recordar una seria advertencia: "el que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastran a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. "Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!" (Lc 17,1) [3].
Se podría escribir muchos acerca de las supuestas razones que tienen ciertas personas y ciertos medios para difundir determinados mensajes; muchos, para justificar esa ola de pornografía o de violencia, suelen acudir al argumento de que las escenas que escandalizaban en otros tiempos pueden ser contempladas hoy por el "hombre adulto actual" sin que les afecte. O que el hombre maduro es capaz de juzgar y elegir lo que le conviene en cada momento. Que la cultura posmoderna pide que en la sociedad haya una oferta de propuestas, de forma que sean los individuos quienes, ejerciendo su libertad, elijan unas u otras. Argumentos como este o similares se pueden dar muchos. No es éste el momento para exponerlos todos, ni siquiera para rebatirlos.
Da la impresión de que quiénes así razonan tienen una visión idealista del hombre, olvidando que la naturaleza humana no se da en estado perfecto pues el hombre es un ser caído. Ciertamente Jesucristo nos ha redimido, y por tanto, con la ayuda de la gracia, podemos realizar el bien y alcanzar la felicidad a la que todos aspiramos. Pero el hombre sigue herido y debilitado de forma que, como dirá S. Pablo, muchas veces no alcancemos a hacer el bien que queremos y, por el contrario, cometemos el mal que no queremos [4].
«A la injusticia originada por el pecado, que ha penetrado profundamente también en las estructuras del mundo, debemos oponernos todos con una conversión de la mente y del corazón, siguiendo a Cristo Crucificado en la renuncia al propio egoísmo: semejante conversión no podrá dejar de ejercer una influencia beneficiosa y renovadora incluso en las estructuras de la sociedad» [5].
No se trata de presentar una visión pesimista del hombre, sino de profundizar en lo que nos dice la experiencia y una visión realista del hombre. A propósito de la experiencia quisiera relatar un hecho que da que pensar.
Cuenta Victor Frankl cómo en California se ensayó hace unos años la inserción de electrodos en el hipotálamo de cerebros de ratas vivas. En cuanto se apretaba una tecla para cerrar un circuito eléctrico, las ratas recibían una pequeña descarga y experimentaban ya sea un orgasmo o bien una satisfacción de su necesidad de alimentarse. Luego, las ratas aprendieron a apretar la tecla por su cuenta.
Al poco tiempo, se volvieron tan adictas a este sistema que se satisfacían miles de veces al día de esta manera. Lo interesante del ensayo es que las ratas dejaban de lado la comida real y sus parejas sexuales verdaderas.
Comentando este experimento Alfonso Aguiló no se resiste, aunque parezca un poco fuerte, "a hacer una comparación entre ese experimento con el fenómeno de los servicios eróticos a través de líneas telefónicas, de Internet o de algunos canales de televisión. Es un hecho que muchos chicos y chicas pasan desde muy temprana edad muchas horas dedicados a esos "entretenimientos", con la consiguiente tendencia a la adicción y a la obsesión, y con consecuencias dada desdeñables en su educación afectiva y sexual" [6].
Ante situaciones de escándalo se podría pensar que a quien corresponde evitarlo es al que lo ocasiona. Y es así; pero el mal que produce es tan grande, y el precepto de la caridad nos obliga a todos de tal manera, que debemos sentirnos responsables de evitarlo y remediarlo de alguna manera.
Vencer el pecado y redimir a todos los hombres fue la finalidad primera de la encarnación del Hijo de Dios. El mandato misionero que todos hemos recibido -participación de esa misión de Cristo- nos lleva de hacer todo lo posible por desterrar el mal, el personal y el que es ocasión de pecado para los demás.
3. Una protesta razonable
Esta es la situación tiene, además, otro aspecto a tener en cuenta que es lo que se podría definir como factor paralizante: muchas personas que no están de acuerdo ante estos hechos piensan que no hay nada que hacer, que esto es lo que hay, que a lo sumo hay que buscar alternativas a esa degradación de las costumbres. Quienes defienden la actual situación de inmoralidad pública en tantos campos, defienden con una gran dosis de intolerancia su particular forma de entender la libertad.
Viene bien traer aquí a colación el título de uno de los últimos libros de Alejandro Llano, El demonio es conservador. El autor toma el título de una obra de Claudio Magris que afirmaba que "el diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza, porque no consigue ni siquiera imaginar que el viejo Adán pueda transformarse, que la humanidad pueda regenerarse. Este obtuso y cínico conservadurismo es la causa de tantos males, porque induce a aceptarlos como si fueran inevitables y, en consecuencia, a permitirlos" [7].
El mensaje es patente: el bien hay que conservarlo y aumentarlo. Pero con el mal no se puede ser conservador.
Basta recordar unos de los acontecimientos más significativos de la segunda mitad del S. XX: la caída del bloque soviético. Parecía imposible y cayó en poco espacio de tiempo. Los cristianos nos seguimos encontrando con muros que aparecen ante nuestros ojos como infranqueables e indestructibles, pero frente al conservadurismo del diablo no hay más actitud que la de la conspiración. Se tratará de una leal y pacífica conspiración civil a favor de la dignidad y la libertad de las personas humanas, de estos seres tan inquietantes que somos cada uno de nosotros [8].
Una conspiración -salvando las distancias- como la que realizaron los primeros cristianos, alentados por sus pastores, p. ej., ante las representaciones teatrales inmorales, afirmaba con fuerza S. Juan Crisóstomo: "No me vengas con que todo es una representación. Sí, una representación que ha convertido a muchos en adúlteros y trastornado muchas familias... Si el hecho es un mal, su representación también tiene que serlo. Y nada digo todavía de cuántos adúlteros producen los que representan esos dramas de adulterio, y cuán insolentes y desvergonzados hacen a los que tales espectáculos contemplan. Nada hay, en efecto, más deshonesto, nada más procaz, que un ojo capaz de soportar esa vista (...) Mejor fuera embadurnarte los ojos con barro y cieno que no contemplar esa iniquidad" [9]. Los primeros cristianos obraron una profunda transformación. Nos corresponde a nosotros imitarles
En esta línea Josemaría Escrivá fue también un gran conspirador, cuando proponía con claridad, sin medianías, que "hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. --Y esa cruzada es obra vuestra" [10].
4. Para provocar una movilización general
a) Muchos se preguntarán, ¿qué puedo hacer yo? Mucho, porque todos podemos elevar el corazón a nuestro Padre celestial orando que envíe su Espíritu, para que el mismo Espíritu que se derramó sobre los primeros cristianos hace dos mil años, continúe animando con su presencia y su actuación a las sucesivas generaciones. Para que ese espíritu haga a los cristianos fuertes a la hora de defender con heroísmo esos pilares que están en la base de una vida auténticamente humana y cristiana. Al mismo tiempo, el mismo Espíritu que inspiró las palabras de Cristo en la cruz, "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" [11], nos inspirará a cada uno de los cristianos ese mismo afán de penitencia y de reparación, de perdón, que tuvo Jesucristo en la Cruz.
b) Al mismo tiempo, se trata de abrir muy bien los ojos, estos ojos que la misma sociedad hedonista hace que los tengamos a veces extraviados, con una sensibilidad extraordinaria para determinadas cuestiones que afectan más directamente a una cierta sensibilidad social, pero con una sorprendente miopía para otros muchas cuestiones de gran calado. Hemos de abrir muy bien los ojos para darnos cuenta de que es raro el país donde las leyes civiles estén inspiradas por el espíritu de Jesucristo. La misma ley natural, inscrita por Dios en el corazón de los hombres, viene ignorada en muchos lugares. Se persigue a la Iglesia: unas veces abiertamente; otras, de modo solapado, pero no menos injusto y cruel. Con ocasión de algunos casos de debilidad humana -que han existido en todas las épocas y que resultan siempre lamentables- se aprovecha para atacar a la Jerarquía y a la santidad del sacerdocio, acusando injustamente a toda una categoría de cristianos. Nos duele a todos este acoso a la Iglesia: tanto como los penosos pecados que están en la base de esas campañas difamatorias.
c) A la vez, hay que mirar con discernimiento. Estamos influidos por el martilleo incesante de algunos medios de comunicación -también en ciertos lugares, de leyes injustas- que, difundiendo modos de conducta que se oponen a la ley de Dios y a la dignidad del hombre, presentan como "normales" comportamientos en muchos casos aberrantes. Por eso muchas veces habrá que preguntarse si este mismo martilleo no habrá actuado ya en nuestra sensibilidad haciéndonos perder capacidad de discernir. Cuando Jesús sube al templo y comprueba que su casa se ha convertido en un lugar de comercio y de cambio, tiene que reaccionar con energía; quizá si no lo hubiera hecho así sus propios discípulos no hubieran sido conscientes del desorden que ahí se había producido. Hemos de suplicar de Dios ese criterio recto que nos lleve a detectar cuáles son en la práctica esas situaciones de escándalo.
d) Todos los cristianos deben ser conscientes de que es importante no permanecer pasivos ante la degradación de las costumbres, ni limitarse a protestar o quejarse por lo mal que están las cosas. Hemos de sentirnos responsables, como católicos coherentes y como ciudadanos, y proceder de forma constructiva promoviendo iniciativas positivas, con la ilusión de que el bien supere al mal, también en calidad técnica y en cantidad.
e) Hace falta una reacción -conspiración-, que sea pronta: muchas veces veremos algo, nos llegará una información, leeremos una noticia que nos dolerá, nos desconcertará. Pero siempre tendremos que preguntarnos y yo, ahora, ante esta situación, ¿qué puedo hacer? Si siempre nos hacemos esta pregunta nos sorprenderemos al darnos cuenta de que podemos mucho más de lo que pensamos: una carta, una llamada, un comentario tiene una fuerza que muchas veces no habríamos imaginado. Por eso se nos pide prontitud en esta respuesta. Una prontitud serena, pacífica, moderada, pero que no suponga un dejar pasar lo que no se puede transigir.
f) A la vez, hemos de responder con ardor. No estamos defendiendo unos ideales más o menos bonitos. Estamos defendiendo algo sustancial en nuestra vida y en la de tantas personas. Y la defensa de la verdad nunca puede ser fría. Nos lo recordaba Juan Pablo II al comienzo del Nuevo Milenio: "He repetido muchas veces en estos años "la llamada" a la nueva evangelización. Lo reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: "ay de mi si no predicara el Evangelio" (1 Cor 9, 16) [12]. Ardor que se manifestará en muchas ocasiones en forma de entusiasmo, un entusiasmo que es fruto de Pentecostés: "El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza "que no defrauda" [13]. Un ardor fruto de la acción de Espíritu Santo, que es distinto del puro enfado o de un apasionamiento desmedido, un ardor como el de los apóstoles en Pentecostés.
g) Una protesta constructiva. Es necesario un continuo esfuerzo de creatividad, para proponer soluciones, argumentos y modos de decir nuevos, sencillos -pero no superficiales-, constantes y atractivos, que iluminen los problemas humanos con la luz cristiana. Cuando se habla de dignidad de la persona, de los derechos humanos, de la paz y la libertad, de la lucha contra la pobreza o la marginación, del cuidado del medio ambiente... hay que saber hablar de Dios. En Él se encuentra el fundamento de todo ideal noble. El porqué y el para qué de los ideales humanos. Sin Él, pierden su sentido último y su unidad, y es posible -como de hecho sucede- que se deformen, o que se busquen algunos de esos bienes en contra de otros. "La influencia de los medios que no respetan límite alguno, en particular en el campo de la publicidad, llama a los cristianos a una nueva creatividad para llegar a los centenares de millones de personas que consagran diariamente un tiempo considerable a la televisión y a la radio" [14]. Una determinada diócesis disponía de una página web oficial. Pronto se dieron cuenta que no llegaba a los jóvenes y diseñaron otra, de gran atractivo y actualidad: en pocas semanas consiguió movilizar a miles de jóvenes que, de esa manera, recibían el influjo del evangelio y eran atendidos en los temas cruciales de la vida.
h) Los continuos ataques a que los cristianos nos vemos sometidos deben llevar a dar testimonio, elemento que está en la base de la evangelización, manifestación coherente de las propias convicciones. Hace falta una predicación del evangelio que vaya acompañada por una vida coherente de los cristianos, que será un foco de luz para muchas personas. Testimonio que, en muchas ocasiones tendrá que ser heroico y fiel, porque será un continuo ir contra corriente, y si ir contracorriente ya es por sí costoso, la perseverancia en ese remar río arriba supone un heroísmo especial, que se nutra de la misma fuente que S. Pablo: "Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿Los peligros? ¿La espada?" [15].
i) Vamos a ilusionarnos con una protesta constructiva que adquiera la forma de una gran movilización en la sociedad en que vivimos, al servicio de la fe y de la humanidad, para despertar las conciencias adormecidas o poco formadas, hablando con claridad, con un tono siempre sereno pero fuerte. Pero una movilización -y esto es lo propio de los cristianos que están y actúan en medio del mundo- de los individuos, uno a uno, sin esperar consignas espectaculares o grandes iniciativas provenientes desde fuera. Esa movilización personal de verdad tiene la fuerza de cambiar el mundo
5. Una tarea de todos
a) Los cristianos --todos: no sólo la Jerarquía de la Iglesia, evidentemente-- están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común [16], haciendo pesar de esta forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al bien común [17]. Nadie puede inhibirse o tratar de justificar la propia inactividad, aduciendo el hecho de que cada vez son menos los que se comportan como corresponde a los hijos de Dios, o pensar --equivocadamente-- que hoy por hoy, no se puede cambiar la situación. Todos los cristianos deberían preguntarse personalmente, "yo, ¿en qué puedo intervenir para que la sociedad en que vivo sea más cristiana?" Cuando esa pregunta se formula una y otra vez, se encuentran medios al alcance de cada uno, según las posibilidades de cada uno, a todos los niveles, para sembrar la buena doctrina y para contrarrestar eficazmente la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia [18]. El bautismo, nuestra vocación cristiana lleva consigo un compromiso evangelizador. Es verdad que hay personas que por su carácter, por el entorno social en que se mueven, por su trabajo, tienen una mayor facilidad para incidir en la recristianización del ambiente, de forma que las costumbres se vuelvan cristianas. Pero todos hemos de sentir esta llamada, consecuencia de nuestro compromiso bautismal, a aportar nuestro grano de arena para conseguir que el ambiente ético en que vivimos sea más respirable. Es más, si un cristiano, ante el martilleo a que se ve sometido no reacciona, debería preguntarse cómo reavivar su fe.
b) En esta tarea que es propia de todos, tienen mayor responsabilidad quienes objetivamente, por su propia situación, gozan de mayores posibilidades de influir en la vida social: políticos, hombres y mujeres de empresa o de negocios, profesores universitarios, escritores, periodistas, jueces y, en general, todas las personas configuradoras de la opinión pública han de sentir el particular deber de promover la verdad y el orden moral según las enseñanzas de la Iglesia, y proponérselo como una norma clarísima de su actuación, para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sobras de muerte [19], es decir a quienes no conocen la luz de Dios. Cuentan que una determinada empresa americana comenzó a comercializar un producto inmoral, lo que no era habitual en dicha entidad. Una accionista escribió una carta a los principales accionistas de la empresa poniéndoles al tanto de lo que estaba ocurriendo; la sorpresa y el descontento que se produjo en estos accionistas llegó a oídos de los directivos de la empresa que, al poco tiempo, retiraron el producto. Es un ejemplo elocuente de que hay determinadas personas que tienen una particular responsabilidad de actuar; pero es también un ejemplo de que, en ocasiones, se pueden conseguir importantes logros con sencillas actuaciones.
c) En particular, los pastores de almas, los que tienen en el seno de la Iglesia una misión de formación, han de exhortar continuamente a los fieles a poner medios concretos, sosteniendo ese empeño, cuando ven que los cristianos flaquean ante la crudeza del ambiente. Han de darse cuenta de que parte importante de su labor formativa consistirá en recordar que los fieles cristianos han poner a Cristo en la cumbre y en la entraña de todas las actividades [20]. No son palabras utópicas, sino un tarea apasionante que han de realizar miles, millones de cristianos.
Y esa labor de los pastores no deberá quedarse en unos criterios generales. Los fieles cristianos tienen necesidad de que los pastores indiquen qué programas televisivos son contrarios a la moral y, por lo tanto, desaconsejables. A la vez los pastores fomentarán la intervención de los laicos en los medios de comunicación, a través de agencias de publicidad, productoras de cine, asociaciones de televidentes, etc.
6. ¿Existen otras formas de actuar?
Llegados a este punto se podrá argumentar. ¿No estamos ante una empresa desproporcionada? ¿No será protestar en el desierto, hacer ruido por hacer ruido? Incluso cabría plantearse una pregunta más difícil de responder: ¿debe ser este el modo mejor de actuar?
Señala Aristóteles en su Ética a Nicómaco que el fin del hombre es la felicidad. Y concluye afirmando que la felicidad está en la vida virtuosa, porque la virtud tiene la capacidad de proporcionar la armonía perfecta en el individuo [21].
Según esto se podría pensar que lo que hay que hacer es formar personas virtuosas y serán estas personas quiénes promoverán unas leyes justas y de acuerdo a la dignidad de la persona, unos espectáculos honestos, un ambiente social pacífico. Y es verdad, pero también Aristóteles señala en la Ética a Nicómaco que los hábitos no son innatos, sino que se adquieren por repetición de actos.
En esa repetición de actos influye un aprendizaje, que de una forma primaria depende de la propia persona, pero secundariamente de las personas que le rodean: los padres que educan al niño, la enseñanza que se recibe en el colegio, el consejo de los amigos, el ejemplo de otras personas, etc. Hay que facilitar la virtud, y el ejemplo, indudablemente, la facilita. Todos tenemos experiencia de lo que supone un buen y un mal ejemplo en la conducta de las personas. Y aquí entraría todo lo que hemos propuesto más arriba: se trata de crear un clima en el que lo fácil sea la virtud y no el vicio. De esta forma se producirá una cierta circularidad: un buen "humus" facilitará que surjan personas virtuosas. Esas personas virtuosas influirán para que el mundo sea cada vez un poco más humano.
Todo este planteamiento vendría confirmado con unas palabras claras de Juan Pablo II: «El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia» [22].
7. Actitudes a fomentar
a) Los católicos hemos de tener la certeza de que podemos transformar el mundo, porque --aunque parezca que seamos pocos los que luchamos por ser coherentes-- con la gracia de Dios somos levadura, capaz de fermentar la masa de la sociedad. Lo que se necesita es que cada una aporte de verdad su grano de arena, con el sentido de urgencia que da la experiencia, tantas veces repetida en la historia, de que para que el mal triunfe basta con que los discípulos de Cristo no hagan nada.
b) Actitud tolerante, que se funda en un respeto a las personas y en un amor a la libertad de los demás, pues "el cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los demás, porque su vida sería miserable y egoísta: debe hacerse todo para todos, para salvarlos a todos (I Cor 9, 22)" [23].
c) Al mismo tiempo todos hemos de actuar sin ambigüedades, con la santa intransigencia y la fortaleza que predicaba Escrivá de Balaguer: "Un hombre, un... caballero transigente, volvería a condenar a muerte a Jesús" [24]: el silencio o la pasividad serían condescendencia, adhesión implícita a la labor de los enemigos de Dios. Naturalmente, esta coherencia cristiana en algún caso podrá comportar sacrificios personales; si llegaran, sería el momento de reaccionar con alegría, como los Apóstoles, por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa del nombre de Cristo [25].
d) Si se ha señalado la prontitud como una característica de esta reacción que se pide a los cristianos, ahora se trataría de señalar que esta cualidad es compatible con una actitud paciente: muchas medidas, muchas actuaciones valientes requieren su tiempo para que vayan calando en las personas. Consecuencia de ese constante martilleo por parte de los medios de comunicación es que muchas de estas situaciones anormales "han calado" en la forma de pensar. El deterioro moral de las playas y algunos lugares de veraneo, por poner un ejemplo, se ha ido produciendo a lo largo de muchos años. Hay que contar con el tiempo -a la vez que se produce una reacción diaria de muchísimas personas- para que esos lugares vuelvan a ser aptos para personas que desean practicar la virtud, amar a Dios. Al mismo tiempo, ese contar con el tiempo no supone condescender: volviendo al ejemplo anterior, si ciertos lugares de veraneo son incompatibles con una vida cristiana coherente, no se puede pactar: hay que rehuirlos, a la vez que se procura formar ambientes de aguas claras y aire limpio.
8. Algunas actuaciones específicas
Los inversores deben ser sensibles ante este reto recristianizador y saber comprometerse en el apoyo a iniciativas positivas capaces de crear un ambiente limpio en la sociedad, aunque en algunas ocasiones -no tiene por qué ser siempre así- esto suponga disminuir los beneficios. Al mismo tiempo, esa sensibilidad les llevará a retirar su apoyo a las empresas, programas, canales, revistas, etc., que fomentan cualquier forma de inmoralidad.
Los cristianos deben participar activamente en las asociaciones de profesionales, de familias, de padres, de televidentes, etc., que puedan tener -si se actúa con acierto- presencia ante los políticos y la opinión pública, para influir positivamente en leyes, programas, valoración de costumbre, etc. Desde esas asociaciones podrán, cuando sea preciso, declararse formalmente contrarios a iniciativas que sean negativas. Por ejemplo, un reciente documento del Pontificio Consejo para los medios de comunicación pedía iniciativas para el desarrollo de "programas educativos para niños y adultos que deberían proporcionar formación con vistas al uso inteligente de Internet como parte de una educación completa en los medios de comunicación que no sólo incluye la capacitación técnica --primeras nociones de ordenador y otros conocimientos--, sino también la adquisición de una capacidad para evaluar de modo informado y sagaz los contenidos. Aquellos cuyas decisiones y acciones contribuyen a forjar la estructura y los contenidos de Internet tienen un deber especialmente grave de practicar la solidaridad al servicio del bien común" [26].
Particular interés tienen las asociaciones y colegios profesionales de médicos, abogados, periodistas, notarios, farmacéuticos, etc., donde se puede ayudar positivamente a promover iniciativas evangelizadoras, en defensa de la dignidad humana. Un ejemplo de una posible iniciativa: "se invita encarecidamente a estos comunicadores a unirse para la elaboración y aplicación de códigos éticos en materia de comunicación social y publicidad, inspirados en el bien común y orientados al desarrollo integral del hombre. Estos códigos se hacen especialmente necesarios en el contexto de la televisión, que permite que las imágenes entren en los hogares, allí donde los niños se encuentran a su aire y sin vigilancia. El autocontrol es siempre el mejor control, así como la autodisciplina, en el seno de los propios medios, es la primera y más deseable de las líneas de defensa contra quienes buscan provecho mediante la producción de programas pornográficos y violentos que envilecen los medios de comunicación y corrompen la sociedad misma [27].
A un nivel más sencillo -pero al que todos tienen acceso y también de gran eficacia- es fomentar manifestaciones (p. ejemplo, cartas) de ánimo a quienes lo merecen, y de protesta a los que realizan o sostienen una labor corrosiva de las costumbres, sobre todo en prensa y TV. Y manifestar en el ámbito familiar, de trabajo, etc., que esas noticias o propuestas son un abuso y una degradación intolerable. "El público en general debe también hacer oír su voz. Los ciudadanos -incluidos los jóvenes- tienen la tarea de expresar individual y colectivamente su punto de vista respecto a productores, intereses comerciales y autoridades civiles. Se hace urgente mantener un diálogo continuado entre los comunicadores y los representantes del público, a fin de que quienes actúan en las comunicaciones sociales estén al corriente de las exigencias reales e intereses de los usuarios" [28]. Un ejemplo de una de esas pequeñas actuaciones serían las encuestas que, muchas veces a través de Internet, algunos medios promueven para valorar temas conflictivos: cuesta poco dar la opinión o mover a otros que la den.
Es muy oportuno manifestar el apoyo a la Jerarquía cuando declara sobre cuestiones éticas válidas para todos los hombres, mediante alguna carta personal o a un medio de comunicación, o declaraciones en la prensa...; también para secundarles de este modo en su labor y para que en esa labor de guía que ejercen los pastores de la Iglesia en cuestiones que afectan a la dignidad de la persona -y, por tanto, que no son exclusivas de los cristianos- quede constancia de que no están solos, sino acompañados por multitud de personas de buena voluntad.
9. Sobre la cristianización de la vida política
Continuando con esas actuaciones específicas, por su trascendencia, exponemos aparte todo lo que concierne a la vida política. Recientemente Juan Pablo II ha nombrado a Santo Tomás Moro patrono de los gobernantes y de los políticos. En una carta apostólica dirigida a este fin recordaba a todos los gobernantes el ejemplo de "Santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo" [29].
Al mismo tiempo, Santo Tomás Moro es un ejemplo para los cristianos a la hora de intervenir más en la vida pública, para que sean muchas las personas de criterio ético que orienten rectamente las cuestiones que se plantean en la sociedad. Y para que las que ya están actuando en la vida pública, obren con fortaleza, sin esperar un momento oportuno que nunca llegará, sino es el actual.
Los que tienen peso en la vida política han de cuidar especialmente su formación sabiendo que las cuestiones sobre las que deciden tienen repercusión en millones de personas. Al mismo tiempo, han de dar batallas en su partido sin considerarse vencidos de antemano; y si no consiguen orientar rectamente algún tema importante, mostrar su desacuerdo - también públicamente- después; no pueden dejar la impresión de que admiten o apoyan algo inmoral. Hay que recordar que lo que algunos pasan por legal en determinadas materias no es moral, ni está de acuerdo con la ley natural, luego no se puede admitir.
Todos los cristianos tienen parte en la misión evangelizadora de la Iglesia. «Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de las costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas» [30]. En concreto, han de esforzarse para que no se establezcan lo que el Papa Juan Pablo II ha llamado «estructuras de pecado» que, como dijo sabiamente Pío XII, «hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino» [31].
Cuando se introducen en la sociedad modos de comportamiento que niegan los mandamientos divinos, la «unidad de vida» del cristiano que trabaja en medio del mundo, y de modo particular del gobernante, le llevará a luchar con denuedo --poniendo los medios prudentes-- para obtener los cambios sociales pertinentes. No bastaría con un modo de actuar «imparcial» y «acrítico» o «permisivo». Estaría en juego la sinceridad de su propia conversión interior [32].
Para actuar santamente en esas cuestiones éticas, tan difíciles muchas veces, no basta con la buena voluntad de los responsables de la acción pública, ni siquiera con su buena formación doctrinal, es necesaria también la ayuda de la gracia que, ordinariamente, nos viene por los Sacramentos. Pues, sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" [33]. Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta" [34].
Cuando el cristiano no realiza santamente sus obligaciones sociales y no intenta impregnar de sentido cristiano su actuación en la vida pública, da lugar a un escándalo por comisión o por omisión: «El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a «condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos» [35]. Pero también darían lugar a escándalo los cristianos que, pudiendo, no ponen los medios para quitar esas lacras sociales o no contribuyen, al menos, a paliar esos abusos. Todo cristiano debe actuar en medio de la sociedad «como la levadura en la masa», para que «la novedad del Reino» fermente la tierra con el espíritu cristiano. [36] «Sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos» [37].
10. En todos los ambientes
Es consecuencia del espíritu evangélico estar en todos los lugares donde se reúne la gente, nuestros iguales, para llegar a los lugares que nos puedan entender -muchos o pocos- en cada sitio. Los cristianos no dejarán de darse generosamente, de tender lazos de unión, de subrayar lo que une, de cultivar una amistad sincera, para atraer a todas las personas y a todos los ambientes a la luz de Cristo. No importa si, al principio o durante mucho tiempo, no comparten nuestra fe.
La labor de los laicos es un apostolado capilar: han de vivir ese espíritu también entre quienes trabajan en los medios de comunicación, con el afán de convertir a todos. Siempre confiados por completo en la gracia de Dios. Y mediante su trato personal continuo, constante, perseverante, de amistad y confidencia, procurarán contribuir a superar las dificultades que puedan existir.
Si los cristianos deben estar en todos los ambientes, para purificarlos, para cambiar las estructuras de pecado, ¿hasta qué punto pueden colaborar con esas estructuras de pecado? Hasta qué punto un médico puede trabajar en un hospital donde se promueve el control de la natalidad, o un director de cine en una compañía en que se producen todo tipo de películas o un locutor de radio en una emisora con programas inconvenientes, o un vendedor de periódicos en un kiosco dónde se ve obligado a vender determinadas publicaciones, o un político en un partido que promueve leyes que atentan a la dignidad humana... Porque si los cristianos, se podrá decir, no están en estos lugares, difícilmente podrán transformarlos.
La solución, como en el caso de la virtud, es situarse en el punto medio (que no es la mediocridad). Un extremo sería evitar sistemáticamente cualquier trabajo o cualquier tipo de ambiente donde se puede ofender a Dios, con el peligro de aislamiento por parte de los cristianos. Pero el otro extremo sería pactar con estos ambientes, con el peligro de desvirtuarse o incluso perderse la fe.
Es verdad que ante determinadas actuaciones -cuando están en juego los principios básicos de la ley natural- nunca se podrá pactar. «Para iluminar esta difícil cuestión moral es necesario tener en cuenta los principios generales sobre la cooperación en acciones moralmente malas. Los cristianos, como todos los hombres de buena voluntad, están llamados, por un grave deber de conciencia, a no prestar su colaboración formal a aquellas prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, se oponen a la Ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción realizada, o por su misma naturaleza o por la configuración que asumen en un contexto concreto, se califica como colaboración directa en un acto contra la vida humana inocente o como participación en la intención inmoral del agente principal. Esta cooperación nunca puede justificarse invocando el respeto de la libertad de los demás, ni apoyarse en el hecho de que la ley civil la prevea y exija. En efecto, los actos que cada uno realiza personalmente tienen una responsabilidad moral, a la que nadie puede substraerse y sobre la cual cada uno será juzgado por Dios mismo (cfr Rom 2,6; 14,12)» [38].
En otros casos, como también reconoce Juan Pablo II, podría caber cierta colaboración: "La introducción de legislaciones injustas pone con frecuencia a los hombres moralmente rectos ante difíciles problemas de conciencia en materia de colaboración, debido a la obligatoria afirmación del propio derecho a no ser forzados a participar en acciones moralmente malas. A veces las opciones que se imponen son dolorosas y pueden exigir el sacrificio de posiciones profesionales consolidadas o la renuncia a perspectivas legítimas de avance en la carrera. En otros casos, puede suceder que el cumplimiento de algunas acciones en sí mismas indiferentes, o incluso positivas, previstas en el articulado de legislaciones globalmente injustas, permita la salvaguarda de vidas humanas amenazadas. Por otra parte, sin embargo, se puede temer justamente que la disponibilidad a cumplir tales acciones no sólo conlleve escándalo y favorezca el debilitamiento de la necesaria oposición a los atentados contra la vida, sino que lleve insensiblemente a ir cediendo cada vez más a una lógica permisiva" [39].
A la luz de estas palabras podemos concluir que cabe la presencia de un cristiano en ambientes con un cierto grado de inmoralidad, si el principio que rige su conducta es el de buscar el bien y evitar el mal. Las estructuras de pecado no se cambian en un momento. Como en la parábola del trigo y la cizaña, se requiere buena dosis de paciencia y dejar actuar a la gracia de Dios; eso sí, a la vez que se procura hacer el bien y evitar el mal, debe haber una fundada esperanza de que estas estructuras pueden ir cambiando con una presencia en ese lugar. Rige el principio de gradualidad: un cristiano, puede cooperar con algunas estructuras injustas, si de forma paulatina (gradual) se consigue cambiarlas de manera que sean cada día más acordes a la dignidad humana.
Es posible, finalmente, que esa presencia de un cristiano en ciertos ambientes lleve al escándalo a determinadas personas. Aquí habrá que dilucidar si es un escándalo con o sin fundamento. En cualquier caso, habría que actuar con prudencia y pedir consejo.
Notas
[1] Rafael de los Ríos, El indispensable sentido común, http://www.servicato.com/doc-trina/espectac.htm;
[2] Catecismo de la Iglesia Católica (en adelante CEC), 2284
[3] Id. 2287
[4] Rom 7, 7-14
[5] Juan Pablo II, Familiaris consortio, 22-XI-1981, nº 9
[6] Alfonso Aguiló, Tolerancia y ambiente moral, http://216.167.16.164//tolerancia/t300.htm http://216.167.16.164//tolerancia/t300.htm
[7] Alejandro Llano, El demonio es conservador, Eunsa, 2001, p.19
[8] Alejandro Llano, o.c., 34
[9] S. Juan Crisóstomo, Hom Super Matth 6,7 y 26,6
[10] Josemaría Escrivá, Camino, 121
[11] Lc, 23-33
[12] Juan Pablo II, Litt. apost. Novo Millennio ineunte, 6-I-2001, n. 40.
[13] Juan Pablo II, Litt. apost. Novo Millennio ineunte, 6-I-2001, n.58
[14] Pontificio Consejo para la cultura, Para una pastoral de la cultura, 2002, 9
[15] Rom 8, 35
[16] Conc. Vaticano II, Const. Past., Gaudium et spes, n. 75
[17] Conc. Vaticano II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 14
[18] cfr. Josemaría Escrivá, Camino, 121
[19] Cfr. Lc 1, 79
[20] Cfr. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 183
[21] Cfr. Ventura C., Metafísica y Ética en nuestros días, Homo, México, 1996, pp. 42-43
[22] Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, 1-V-1991, nº 38, &2
[23] Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 124
[24] Josemaría Escrivá, Camino, 393
[25] Hechos, 5, 41
[26] Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Ética en Internet, Roma 2002, n.15
[27] Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Pornografía y violencia en las Comunicaciones Sociales: Una respuesta pastoral, 7-V-89, n. 25
[28] Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Pornografía y violencia en las Comunicaciones Sociales: Una respuesta pastoral, 7-V-89, n. 27
[29] Juan Pablo II, Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos, 31-X-2000, n.4
[30] CEC, n. 909.
[31] Pío XII, Discurso 1 Junio 1941.
[32] Cfr CEC, n. 1888; cfr también, LG, n. 36
[33] Juan Pablo II, Enc. Centesimus Annus, 1-V-1991, n. 25
[34] CEC, n. 1889
[35] Pío XII, Discurso 1 junio 1941, citado en CEC, n. 2286
[36] Cfr CEC, n. 2832
[37] CEC, n. 2832
[38] Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, nº 74, &2
[39] Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, nº 74, &1
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