La tecnología vertebra en gran medida la vida de los hombres y mujeres de hoy. Tenemos que encauzarla para que su uso nos ayude a desarrollarnos como personas, como se explica en este editorial
Las nuevas generaciones han nacido en un mundo interconectado al que sus padres no estaban acostumbrados. Acceden muy pronto a internet, a las redes sociales, a los chats, a las video consolas. Su capacidad de aprendizaje en este ámbito avanza al mismo ritmo vertiginoso con que se desarrollan las tecnologías.
Desde tempranas edades los niños y jóvenes están expuestos a un universo aparentemente sin fronteras. Esta situación ofrece una gran cantidad de beneficios, pero al mismo tiempo comporta algunos riesgos que hacen aún más necesaria la cercanía y la orientación de los padres.
Conviene asomarse positivamente a la “era digital”, porque como señala Benedicto XVI, «si se usa con sabiduría, puede contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano»[1]. Pero a la vez, la realidad presenta hechos que no se pueden ignorar: por ejemplo, que la sobre-exposición de los niños a las pantallas ha sido asociada a riesgos de salud como la obesidad, y a conductas agresivas o problemáticas en el colegio.
La tecnología vertebra en gran medida la vida de los hombres y mujeres de hoy. Tenemos que encauzarla para que su uso nos ayude a desarrollarnos como personas, y estar atentos para que los hijos la utilicen de forma adecuada. Educar requiere una buena dosis de paciencia y planificación, pero cuando se habla de nuevas tecnologías es necesario, además, que los padres adquieran un cierto conocimiento, algunas ideas y un poco de práctica, para formarse un criterio y orientar a los hijos acertadamente.
Cada vez más, los dispositivos tecnológicos permanecen conectados a internet. Esto permite llegar a audiencias muy amplias y abre la posibilidad de difundir mensajes de forma inmediata y a, prácticamente, sin costo. A la vez, produce incerteza de quiénes tendrán acceso a esos contenidos y cuándo lo harán.
La experiencia de los últimos años enseña que las nuevas tecnologías no son una mera herramienta que permite obtener una mejora en la extensión y el nivel de la comunicación, sino que en cierta manera han pasado a constituir un ambiente, un lugar[2], se han convertido en uno de los tejidos conectivos de la cultura, a través del cual se expresa la identidad[3].
Parte de la tarea de los padres cristianos de hoy es enseñar a santificar este ambiente, ayudando a los chicos a comportarse virtuosamente en el mundo digital, haciéndoles ver que también es un ámbito para expresar su identidad cristiana. Con los cambios tan continuos y radicales no sería eficaz facilitar solo un listado de reglas, que enseguida quedarían obsoletas; la obra educativa debe buscar la formación en virtudes. Sólo de ese modo, niños y jóvenes podrán llevar una vida buena, ordenando sus pasiones, controlando sus actos y superando con alegría los obstáculos que les impidan la consecución del bien en la esfera digital. Como señala el Papa Francisco «la problemática no es principalmente tecnológica. Nos tenemos que preguntar ¿somos capaces, también en este campo, de llevar a Cristo, o mejor, de llevar al encuentro de Cristo?»[4]
Al mismo tiempo, para evitar poner en peligro innecesario a los hijos, hay que estudiar a partir de qué momento es oportuno que utilicen dispositivos digitales, y cuáles se ajustan más a la madurez propia de su edad. En muchas ocasiones, será posible «incluir el uso de un filtro tecnológico en los dispositivos, para protegerlos lo más posible de la pornografía y de otras amenazas»[5], sabiendo, al mismo tiempo, que la vida virtuosa es el único filtro que no falla y está disponible de modo continuo.
La familia es escuela de virtudes: crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva[6]. Siendo la familia el lugar donde se aprenden las primeras nociones del bien y del mal, de los valores, es en el hogar donde se va construyendo el edificio de las virtudes de cada niña y de cada niño.
Hay estilos de vida que facilitan el encuentro de los hijos con Dios, y otros que lo dificultan. Es lógico que los padres cristianos procuren formar en sus hijos una mentalidad y un corazón cristianos, y que pongan los medios para que su familia sea una escuela de virtudes. La meta es que cada hijo aprenda a tomar sus decisiones con madurez humana y espiritual, de forma adecuada a su edad. Las nuevas tecnologías son un aspecto más que debería estar presente en las conversaciones y también en las reglas organizativas del hogar, que suelen ser pocas y dependen de la edad de los hijos.
Las virtudes no se pueden vivir de modo aislado, en unos aspectos concretos de la vida y no en otros. Por ejemplo, ayudar a un chico a que no sea caprichoso en la comida o el juego, le ayudará también a comportarse mejor en el mundo digital, y viceversa.
Las nuevas tecnologías atraen a todos. Enseñar virtudes implica que los padres han de saber contagiar la exigencia personal, dando ejemplo de moderación. Si los chicos son testigos de nuestras luchas, se sentirán estimulados a poner más de su parte. Por ejemplo, prestar atención al hablar con ellos: dejar el periódico de lado, quitar el sonido de la televisión, centrar la mirada en quien habla, no estar pendiente del teléfono. Y cuando es una conversación importante, se apagan los dispositivos para que no nos interrumpan. «La educación exige de los padres comprensión, prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber querer; y poner empeño en dar buen ejemplo»[7].
Es la niñez el momento cuando se empieza a practicar las virtudes, y a aprender el buen uso de la libertad. De hecho, en esta etapa se dan los períodos sensitivos para desarrollar con más facilidad el carácter: podemos decir que se construyen las autopistas que se recorrerán en la vida.
Aunque toda regla general es matizable, la experiencia de muchos educadores dice que cuando los hijos son muy jóvenes es preferible que no tengan dispositivos electrónicos avanzados (Tabletas, Smartphones, Consolas). También por motivos de sobriedad, es aconsejable que sean de propiedad de la familia y que, en general, se tienda a utilizarlos en lugares comunes, con un plan para ayudar a los hijos a moderar su uso, con normas y horarios familiares que protejan otros tiempos fundamentales para el estudio, el descanso y la vida de familia, y que permitan aprovechar el tiempo y descansar las horas oportunas.
Al mismo tiempo que los niños conocen los beneficios y los límites del mundo digital, conviene enseñarles el valor del contacto humano directo que ninguna tecnología puede sustituir. En el momento adecuado, hay que acompañarles por el ambiente digital como un buen guía de montaña, para que no se hagan daño ni lo causen a los demás. Consultar juntos internet, “perder tiempo” jugando en una Consola o fijar los ajustes de un Smartphone serán oportunidades concretas para entablar conversaciones más profundas. «Los padres y los hijos deberían discutir juntos lo que se ve y experimenta en el ciberespacio. También es útil compartir con otras familias que tienen los mismos valores y preocupaciones»[8].
A estas edades, sería desproporcionado que tuvieran dispositivos que estén conectados constantemente a internet. Es mejor que sigan un plan de acceso de tiempo determinado, que se conecten sólo en lugares y horarios claros (desconectándose o apagándolo por las noches), a la vez que se les enseña a protegerse de situaciones riesgosas, que tengan la tranquilidad de poder recurrir siempre a los padres. Como enseñaba San Josemaría, «el ideal de los padres se concreta en llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable»[9].
Al llegar a la adolescencia, los hijos reclaman con gran fuerza unas cuotas de libertad que en muchos casos no son capaces de manejar adecuadamente. Esto no significa que haya que privarles de la autonomía que les corresponde; se trata de algo mucho más difícil: es preciso enseñarles a administrar su libertad responsablemente. Sólo entonces serán capaces de lograr un ensanchamiento de miras que les permita aspirar a objetivos altos.
Como afirma Benedicto XVI, «educar es dotar a las personas de una verdadera sabiduría, que incluye la fe, para entrar en relación con el mundo; equiparlas con suficientes elementos en el orden del pensamiento, de los afectos y de los juicios»[10]. En la adolescencia la formación se adquiere libremente y, aparte de las lógicas reglas de la vida familiar, los padres cuentan con un recurso fundamental: el diálogo. Es importante explicar el porqué de algunos comportamientos, percibidos quizá por el joven como formalismos; o las razones de fondo de algunas maneras de hacer que pueden ser vistas como límites, y que en realidad no son simples prohibiciones sino grandes afirmaciones en las que se forja una personalidad auténtica, que sabe ir contra corriente. Es más eficaz mostrar cómo la virtud es atractiva ya ahora, haciendo presentes los ideales magnánimos que llenan sus corazones, los grandes amores que les mueven: la lealtad hacia sus amigos, el respeto a los demás, la necesidad de vivir la templanza y la modestia, etc.
La labor de los padres se facilita cuando conocen los intereses de sus hijos. No se trata de espiarles, sino de generar la confianza suficiente para que se sientan cómodos hablando de lo que les atrae, de saber lo que les interesa y, en su caso, compartir tiempo y aficiones con ellos. Hay jóvenes que escriben blogs o usan las redes sociales, y sus padres no los conocen o nunca han leído ninguno de sus textos, por lo que el hijo puede pensar que lo que ellos hacen no interesa o no gusta a sus padres. Para algunos padres, ver con cierta frecuencia lo que escriben y crean sus hijos en internet supondrá un grato descubrimiento y un motivo de enriquecimiento de la conversación y la vida familiar.
También a estas edades es conveniente fomentar el valor de la austeridad en cuanto a los dispositivos, gadgets y programas (aplicaciones, etc.). Enseñar a vivir el desprendimiento, no sólo por lo que cuesta el hardware y el software, sino para «no dejarse dominar por las pasiones, pasar de una cosa a otra sin discernimiento, seguir la moda del momento»[11], que en ocasiones, es un comportamiento inducido por las empresas, y de la que no se pueden librar fácilmente.
También será una forma de enseñarles a vivir la moderación con el tiempo que pasan en las redes sociales, video consolas, juegos en línea, etc. Al proponer en casa estas líneas cuentan mucho las “explicaderas” y, sobre todo, la coherencia de los padres: vivirlas personalmente es el mejor modo de comunicarlas en un ambiente de cariño y libertad.
Saber explicar los porqués no requiere tener un conocimiento técnico avanzado. En muchos casos los consejos que los chicos necesitan para desenvolverse en los ambientes digitales son los mismos que apuntalan el comportamiento en los espacios públicos: buenas maneras, recato y pudor, respeto al prójimo, cuidado de la vista, dominio de sí, etc.
De acuerdo a la edad de cada hijo, resulta crucial mantener conversaciones profundas sobre la educación de la afectividad y la verdadera amistad. Vale la pena recordar a los chicos que lo que se publica en la red suele ser accesible a un sinnúmero de personas en cualquier parte del mundo y que casi todas las acciones que se hacen en el medio digital dejan un rastro al que se puede acceder a través de búsquedas. El mundo digital es un gran espacio en el que hay que moverse con naturalidad y, a la vez, con mucho sentido común. Si en la calle, al chico no se le ocurre hablar con el primero con el que se cruza, en la red, tampoco. Una fluida comunicación familiar ayudará a entender todo esto, y a crear un ambiente de confianza en el que se puedan resolver las dudas y expresar las incertidumbres.
Juan Carlos Vásconez
Artículo relacionado:
Cultivar la interioridad en la era digital[1] Benedicto XVI, Mensaje para la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (2011).
[2] Cfr. Benedicto XVI, Mensaje de la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (2013).
[3] Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (2009).
[4] Francisco, Discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 21 de septiembre de 2013, n. 3.
[5] Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, La Iglesia e Internet, (2002), n. 11.
[6] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1839.
[7] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 27.
[8] Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, La Iglesia e Internet (2002), n. 11.
[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 27.
[10] Benedicto XVI, Discurso a los Obispos italianos, 27 de mayo 2008, “La Emergencia Educativa”, n. 11.
[11] Francisco, Discurso en la Basílica de Santa María la Mayor, 4 de mayo de 2013, n. 3.
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