Jesús García López
Publicado en: Virtud y personalidad según Tomás de Aquino, EUNSA, Pamplona 2003, pp. 183-190
Indice:
1. Consideraciones generales
2. Las artes del bien útil
3. Las artes del bien deleitable
4. Las artes del bien honesto
1. Consideraciones generales
Las virtudes productivas son las que habilitan al hombre para la producción o fabricación de toda suerte de artefactos externos o internos; por ejemplo, de una casa, o de un silogismo. Estas virtudes se llaman, en general, artes (transcripción de la palabra latina ars), o tambiéntécnicas (transcripción de la voz griega techné). En su sentido primigenio significan lo mismo el arte y la técnica, aunque algunos reservan el nombre de arte para la capacidad de producir obras bellas, y el de técnica para la facultad de fabricar otras útiles, como ya se advirtió más atrás. Otros suelen matizar algo más y utilizan el nombre de arte para la habilidad de producir artefactos de forma individual y personal (lo que también se llama “artesanía”), mientras que usan el nombre de técnica para la capacidad de producir artefactos en serie, de forma impersonal e industrializada (lo que también se llama “industria”). Pero ya se ve que estas diferencias son accidentales.
En todo caso se trata de ciertas habilidades que radican esencialmente en la razón humana (y son así otras tantas virtudes intelectuales). Están constituidas por dos elementos: el primero, un conjunto mayor o menor de “especies inteligibles”, que son adquiridas, como todas las que el hombre posee, y el segundo elemento, una capacidad o habilidad especial para combinar dichas especies inteligibles y formar así una serie de juicios práctico-productivos, de imperativos hipotéticos o condicionales, que tienen esta forma: “si se quieren lograr estos fines, hay que usar estos medios”, es decir, los medios más aptos y eficaces. Y esta habilidad, por supuesto, también es adquirida.
Dejando esto sentado, se debe ahora distinguir entre las artes o técnicas que se ordenan a la producción de artefactos externos, y la que se ordena a la producción de artefactos internos, especialmente los artefactos que radican en el propio entendimiento. En este último caso, la capacidad de producir tales artefactos no se encuentra más que en el entendimiento, es decir, no se prolonga en otras potencias o facultades, y además el acto de producirlos coincide con el acto de conocerlos; de conocerlos no especulativamente, sino practica o productivamente.
En cambio, las artes o técnicas que se enderezan a la producción de artefactos externos radican ciertamente, de una manera principal, en el entendimiento o en la razón, pero de una manera secundaria o derivada radican también en las potencias motoras, que se utilizan de inmediato para esa producción. Así, por ejemplo, el arte de tañer la cítara se encuentra de modo principal en el entendimiento, pero de modo secundario se encuentra en las manos del citarista. De igual modo hay que decir que en este tipo de artes o técnicas no coincide el momento cognoscitivo con el momento productivo, pues una cosa es saber tañer, o mejor, saber que se esta tañendo, y otra tañer de hecho; lo primero se consuma en el entendimiento; lo segundo se inicia en el entendimiento, pero se prolonga y se realiza cumplidamente en las potencias motoras.
Por lo que hace a la clasificación de las artes o técnicas el asunto es complejo, puesto que pueden adoptarse varios puntos de vista. El primero, es el que atiende a las facultades que se ponen en juego, y así se dividen en artes de la manufactura y artes de la mentefactura, siendo las primeras aquellas que utilizan las manos o los miembros externos (las potencias motoras), mientras que las segundas utilizan sólo la mente, es decir, la razón, convenientemente ayudada de los sentidos internos. El segundo punto de vista es el que atiende a la materia de que se hacen los diferentes artefactos, y así se dividen en artes mecánicas o serviles y artes liberales, siendo las primeras las que se valen de una materia externa (sea grosera o sutil) para construir sus artefactos, mientras que las segundas no se valen de materia alguna (están libres de la servidumbre de la materia), sino que construyen sus artefactos con nociones, ideas, enunciados, es decir, con elementos puramente mentales. Finalmente, el tercer punto de vista es el que atiende al fin. Este fin es doble: el de adquisición y el de comunicación, y las artes que se ordenan al fin de adquisición, es decir, que tienen como finalidad el adquirir algo que nos falta, se llaman artes útiles, mientras que las que se ordenan al fin de comunicación, o sea, que tienen como finalidad el comunicar algo que poseemos, se llaman artes bellas.
Dentro también de la perspectiva del fin se puede adoptar otra clasificación de las artes o técnicas. Es la que propone Palacios, al dividirlas en: artes del bien útil, artes del bien deleitable y artes del bien honesto, con las subdivisiones que añade, en su libro sobre Filosofía del saber[1]. Ahora bien, al hacer esta clasificación de las artes por el fin, hay que tener en cuenta lo siguiente. El fin de las artes no es, de inmediato, el fin último de la vida humana, aunque, en último término pueda y deba reconducirse a él. Las artes tienen un fin inmanente que se cumple con la perfección o acabamiento pleno de la obra hecha, del artefacto producido. Este fin inmanente se identifica con la forma o causa formal de cada arte. Así, el arte de danzar tiene como finalidad el danzar bien y en esto consiste también su forma o esencia; y lo mismo el arte de hacer vestidos o el arte de hacer sonetos; es decir, todas las artes y todas las técnicas. Pero además de este fin inmanente, las artes tienen un fin trascendente en cuanto son reductibles al bien humano y pueden (y deben) subordinarse al fin último del hombre. Sin embargo, esa reducción no debe cambiar el fin inmanente de cada arte o técnica, sino que debe respetarlo y mantenerlo.
O dicho de otra manera, las artes se rigen de manera inmediata y propia por el valor de la eficacia, no por el de la rectitud; pero en último término se subordinan al valor de la rectitud. Un arte es eficaz, es decir, es plenamente arte, cuando es capaz de aplicar los medios más idóneos, más sencillos, más rápidos, más eficaces en suma, para lograr la perfecta producción del artefacto de que se trate: una buena casa, un buen automóvil, o una buena demostración. Pero el arte esta en último término ordenado al bien del hombre, y así, su fin inmanente debe someterse a su fin trascendente, su eficacia debe subordinarse a su rectitud, y esto sin que deje de cumplirse el fin inmanente, sin que la rectitud deteriore o disminuya la eficacia.
Las artes y las técnicas, como hemos dicho, son virtudes intelectuales, es decir, radican esencialmente en el entendimiento o la razón, y constan de ciertas especies inteligibles, por una parte, y de cierta habilidad de combinarlas convenientemente, por otra. A diferencia de las ciencias, que se ordenan al conocimiento o a la especulación, las artes y técnicas se ordenan a la producción. Por ello son más particulares que las ciencias, pues acercarse a la realidad es acercarse a lo singular y concreto, y la producción se acerca a la realidad más que la especulación. Con todo, las artes y las técnicas, que dan reglas para la producción eficaz de buenos artefactos, se mantienen aun en un cierto nivel de universalidad: el médico sabe curar no sólo una enfermedad sino muchas, no sólo este caso concreto, sino todos. Por ello, para ser verdaderamente eficaz, se requiere además del arte correspondiente, una luz nueva que podamos llamar inspiración. La inspiración que la prudencia en el dominio de la acción moral y del conocimiento que la dirige; pero la diferencia estriba en que la prudencia tiene que atender sobre todo a la rectitud, y por eso necesita del concurso de las otras virtudes morales, mientras que la inspiración sólo tiene que atender a la eficacia, y así no necesita sino un conocimiento más detallado y concreto de la materia del artefacto, de las energías productivas y de las circunstancias de la producción. Y ahora vamos a examinar con algún detenimiento las grandes divisiones del arte o de la técnica. Y tomaremos como base la clasificación propuesta por Leopoldo Eulogio Palacios.
2. Las artes del bien útil
Son aquellas que se ordenan a la satisfacción de las necesidades primarias del hombre, como son el alimento, el vestido, la habitación y el remedio de las enfermedades. Aunque se las llame aquí del bien útil, no son las únicas artes útiles, pero sí las más necesarias o perentorias.
El autor citado señala las siguientes en este ámbito: la agricultura, la venatoria, la indumentaria, la edificatoria, la navegatoria, la estrategia y la medicina, y justifica así esta enumeración. El hombre necesita, ante todo, alimentarse, procurarse la comida y la bebida que precisa para su subsistencia y crecimiento. De los alimentos, unos son vegetales y otros animales (los minerales son más fáciles de conseguir). Para obtener los primeros se requiere el cultivo de la tierra, la agricultura, y para conseguir los segundos, el arte de la caza y de la pesca, la venatoria (hoy se trataría también de la zootecnia). Además el hombre necesita el vestido y la habitación para proteger su cuerpo de las inclemencias atmosféricas. Para obtener y confeccionar el primero necesita de la indumentaria, y para conseguir y construir la segunda, precisa de la edificatoria. Además, el hombre necesita transportar los alimentos y las otras materias requeridas para el vestido y la habitación, de unos lugares a otros, de aquellos en que se encuentran a aquellos otros donde se consumen o utilizan, y para esto se requiere el arte del transporte o la navegatoria. El ejercicio de todas estas artes puede tropezar con obstáculos, unos nacidos de los ataques de hombres hostiles, otros nacidos de las enfermedades. Para superar los primeros obstáculos hubo de nacer el arte de la guerra o laestrategia, y como remedio universal de todas las enfermedades nació el arte de curar o lamedicina[2].
Por lo demás, como el hombre no sólo desea por naturaleza vivir, sino también vivir bien, es decir, como hay en él una tendencia innata al bienestar, se comprende que las artes hasta aquí enumeradas, sin dejar de ser primarias, se hayan ido perfeccionando y refinando. En primer lugar, haciéndose más eficaces, que es lo propio de todo arte, pero en segundo lugar, uniéndose a otras artes que entrañan ya cierta abundancia, superfluidad o lujo, y que más parecen procurar los bienes deleitables que los bienes útiles. Así, por ejemplo, las artes ordenadas a la obtención de alimentos no sólo se han desarrollado en su propia línea, sino que además se combinan con la dietética (que es parte de la medicina), y con la culinaria. Esta última, no busca ya la simple alimentación conveniente al hombre, sino el proporcionar deleite en la satisfacción de esa necesidad primaria del hombre, que es el comer y el beber. Se trata de un lujo o refinamiento en la comida y en la bebida.
Algo semejante ha ocurrido con las artes ordenadas al vestido y a la habitación. La indumentaria se combina con el arte del ornato en el vestir, que ya no mira a fabricar vestidos más útiles o más cómodos, sino más ostentosos y ricos, con la adición además de joyas y otros adminículos lujosos. Por su parte, la edificatoria se combina no só1o con el arte de laclimatización (calefacción y refrigeración), sino también con el de la decoración oembellecimiento de las viviendas, tanto exterior como interiormente, y aquí es donde florecen la arquitectura, la escultura y la pintura, que figuran desde antiguo entre las bellas artes. Se trata, pues, de otros tantos lujos o refinamientos en el vestido y en la habitación.
3. Las artes del bien deleitable
Pero además de las artes del bien útil, destinadas a satisfacer las necesidades primarias de la vida humana, están las artes del bien deleitable, destinadas a procurar al hombre solaz y esparcimiento. Palacios las clasifica en artes de la palestra y artes de la escena, y dentro de las primeras coloca el arte de correr, el arte de jugar y el arte de lidiar, mientras que dentro de las segundas encaja el arte de danzar, el arte de tañer, el arte de cantar y el arte de representar. Veamos brevemente cada una de estas artes.
El arte de correr requiere un corredor y una distancia que ha de ser cubierta o recorrida. De lo que se trata es de salvar esa distancia en el menor tiempo posible, dentro, claro está, de unas reglas establecidas: andando o corriendo o nadando o saltando, etc., o también con la ayuda de un vehículo: caballo, carro, bicicleta, automóvil, barco, avión, etc.
El arte de jugar requiere, al menos, dos jugadores enfrentados y un juguete o trástulo, que hay que manejar con arreglo a ciertas reglas. Unas veces implica intenso ejercicio físico, como en el fútbol, el balonmano, la pelota, el tenis, etc., otras veces el ejercicio físico es mínimo, como en el ajedrez, los naipes, etc., pero en todos los casos se requiere un despliegue de ingenio y de habilidad mental para vencer al contrincante o a los contrincantes.
El arte de lidiar exige un lidiador y un antagonista animado (sea un hombre o una bestia); también requiere ciertas reglas de la lidia. Se trata aquí de que el lidiador, respetando estas reglas, supere al antagonista, lo domine, lo venza en el pugilato que se entabla entre ellos, y a veces le dé muerte (como sucede, por ejemplo, en las corridas de toros). También pueden encajarse dentro de la lidia los torneos, la lucha grecorromana y el boxeo.
Yendo ahora a las artes de la escena, tenemos en primer lugar el arte de danzar. Se trata de ejecutar una secuencia de movimientos corporales, principalmente con los pies, de acuerdo a ciertas cadencias o ritmos. Con dichos movimientos se pretende imitar determinados sentimientos humanos, valiéndose sólo del ritmo.
El arte de tañer consiste en la habilidad para usar los variadísimos instrumentos musicales que producen sonidos armoniosos, ya sean de aire, ya de cuerda, ya de percusión; y también con esos sonidos se pretende imitar los sentimientos humanos, valiéndose ahora de la armonía, junto con el ritmo.
El arte de cantar utiliza como instrumento musical la voz humana, que es capaz de modular toda suerte de sonidos armoniosos y además, voces significativas. De esta suerte la imitación y expresión de los sentimientos humanos es muchos más clara que en el arte de tañer.
Por último, tenemos el arte de representar que “culmina en el espectáculo, y merece una consideración especial, porque, de todas las artes del bien deleitable consagradas a la imitación, es la que imita de un modo más estricto: por eso se denomina representación, como si dijéramos repetición mimética de lo real”[3]. Es claro que una es el arte de quien compone la representación teatral —el poeta dramático— y otra el arte de quien la ejecuta o pone en escena. Especialmente a esta última es a la que se refiere el arte de representar. Una de las especies de este arte sería el cinematográfico.
4. Las artes del bien honesto
El bien honesto es el que tiene valor por sí mismo, y por ello, ni es un puro medio ni se busca sólo por el placer que proporciona. Así entendido pueden llamarse artes del bien honesto a las artes liberales y de la mentefactura. El autor citado escribe a este respecto: “Cuando pensamos en lo que es la construcción de un silogismo conforme a las reglas de la lógica, en la formación de una frase conforme a las reglas de la gramática, o en las obras que hacemos en el interior de la mente al contar o medir conforme a las reglas de la aritmética o de la geometría, nos percatamos de que el entendimiento hace obras artificiales dentro de sí mismo, obras que son inmanentes a la misma potencia intelectual, obras que permanecen dentro del intelecto que las hace conforme a reglas fijas v determinadas. De aquí que los hábitos especulativos que se ordenan a estas obras internas de la razón sean llamados artes por semejanza, a causa de su analogía con las artes propiamente dichas; artes liberales, porque no buscan más perfección que la del alma misma, por la que le hombre es libre; artes especulativas, porque su artefacto no es realizado por las manos ni por nada distinto de la razón”[4].
Estas artes del bien honesto se dividen en dos grandes grupos: las artes lingüísticas y las artes matemáticas. Las artes lingüísticas tienen como materia de sus construcciones las palabras del lenguaje humano, pero no sólo, ni principalmente, las palabras externas, las voces significativas, sino más bien las palabras internas, o sea, las mismas significaciones que son expresadas con las voces. Tres son, según la división tradicional, estas artes: la gramática, la retórica y la dialéctica. La gramática tiene como finalidad el expresar correctamente nuestros pensamientos: de forma clara, precisa, ordenada. Fundamentalmente se refiere al lenguaje interior: a las nociones o ideas; a las oraciones enunciativas o imperativas o exhortativas o deprecativas; a los discursos o razonamientos. Pero de manera derivada se refiere al lenguaje hablado, del que se ocupa la prosodia, y más derivadamente, al lenguaje escrito, del que se ocupa la ortografía. La gramática es propiamente un arte liberal; pero la prosodia y la ortografía se encajan en continuidad con las artes mecánicas, y pertenecen, ya a las artes del bien útil, ya a las del bien deleitable.
La segunda de las artes lingüísticas es la retórica. Respecto de la gramática desempeña una función semejante a la que cumplen la arquitectura, la escultura y la pintura respecto de la edificatoria; se trata del refinamiento y el lujo del lenguaje. Dentro de la retórica, la parte principal es la poética, el arte de la creación literaria, en verso o en prosa, que produce obras bellas por medio del lenguaje; las partes derivadas son la recitación y la oratoria, que están muy cerca del arte de representar, y son artes del bien deleitable.
Por último, tenemos la dialéctica o lógica, que es la tercera de las artes lingüísticas. Es también un arte del lenguaje interior, pero enteramente ordenada a la demostración y a la ciencia, tanto en el campo de la especulación, como en el de la acción y la producción. En efecto, no só1o se pueden demostrar las conclusiones especulativas, sino también las activas y las productivas. La expresión exterior de los artefactos de la lógica constituyen un parte especial de lasimbólica.
Por su parte, las artes matemáticas tienen como materia de sus construcciones “un tejido difuso e infinito, sin color, sin olor, sin sonido, sin peso, sin resistencia”[5]. Este tejido no es otra cosa que el espacio y el tiempo imaginarios, que fueron caracterizados por Kant como “intuiciones puras”. Palacios continúa así: “Las obras de la geometría y la aritmética están confeccionadas con trozos del espacio y del tiempo. La geometría representa a la imaginación puntos, líneas, superficies, volúmenes, y los varía obedeciendo a la regularidad de los axiomas, con lo que viene a revelar por medio de sus operaciones la esencia del espacio. Por su parte, la aritmética es la ciencia de la numeración y cuenta con el tiempo, en la más estricta significación del contar. Se ha podido decir que la aritmética toda, con sus fórmulas y sus operaciones más complicadas, es una adición y una substracción abreviadas. En la numeración cuenta con el tiempo, pues contar es repetir la unidad una y otra vez, dándole nuevos nombres —uno, dos, tres, etc.—, en cada nueva repetición, con lo que logro retener la noción que me dice cuantas veces he repetido la unidad, y retenerla unitariamente, dándome esa repetición en un conjunto. Y si menciono todo esto es para venir a recordar otra cosa muy sencilla: que toda repetición reposa sobre la sucesión, y que la sucesión es la esencia del tiempo. La matemática reciente, mucho más abstracta que la anterior, no ha levantado su templo con otros materiales. Toda la fábrica de su estructura es obra espacio – temporal”[6].
Pero naturalmente que la matemática no se construye sólo con el espacio y el tiempo; estas “intuiciones puras” son solamente su materia, pero la forma le viene del entendimiento: de sus nociones e ideas, de sus enunciados (afirmativos o negativos) de igualdad o de desigualdad, y de sus demostraciones siempre deductivas o fundadas sólo en la implicación y en la causalidad formal. Por eso las matemáticas se construyen con independencia de la intuición empírica, aunque no con independencia de la intuición pura de la imaginación.
De todos modos, como las intuiciones del espacio y el tiempo han sido tomadas de la realidad corporal, las matemáticas se fundan en último término en la realidad de los cuerpos, y por eso sus axiomas y sus conclusiones pueden aplicarse a dicha realidad. Así es como aparecen la físico-matemática y la mecánica.
NOTAS:
[1] PALACIOS, L. E., Filosofía del saber, pp. 336-380.
Paloma López Campos
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