Islam y Europa
Montserrat Abumalham
La relación entre Europa y el Islam se puede plantear en muchos niveles. Esos niveles pueden ser meramente descriptivos de una diacronía y sus avatares, o bien, se pueden plantear de cara a unos objetivos.
Quiero decir que, si exclusivamente se hace desde una perspectiva descriptiva, la relación entre Europa y el Islam queda de alguna manera fuera de una perspectiva ética. Mientras que si se opta por la otra vía, la de unos objetivos –entendidos éstos no desde la perspectiva del beneficio o la dominación-, inmediatamente se sitúa uno en una perspectiva ética. Desde mi punto de vista, aunque contemplemos aspectos negativos o conflictivos, no podemos por menos que establecer esos niveles de análisis de las relaciones en el horizonte de la justicia, la misericordia y la autocrítica.
Me permito hacer este planteamiento porque con frecuencia me he encontrado con aproximaciones al mundo musulmán cargadas de recelos y sospechas. Esas posturas invitan de manera clara a hacer hincapié en las diferencias y en los peligros que esas diferencias plantean. De igual modo, e incluso en aproximaciones bienintencionadas, se parte de la conciencia de una superioridad moral que inmediatamente coloca al otro en una posición de inferioridad o como objeto posible de adoctrinamiento y transformación.
Pero yendo al asunto. Cabe decir que no me voy a remontar a los tiempos fundacionales del Islam, ni tampoco a los siglos del inicio de la decadencia del imperio musulmán. Sino que, aunque haga alusiones a determinados períodos del pasado, mi mayor preocupación está en el presente y en la responsabilidad que, como cristianos y europeos, nos cabe a la hora de analizar nuestra relación con el Islam.
En este presente tenemos dos espacios significativos. El primero de ellos es el de los propios límites de los países de mayorías musulmanas y su relación con Europa. El segundo de esos espacios es el propio espacio europeo y los flujos de inmigración procedentes de países musulmanes.
En el primero de estos espacios, la relación de Europa ha sido muy variada en el último siglo. Se ha manifestado de manera individual, y no tanto como Unión Europea, que es un concepto muy reciente, y se ha dado en el horizonte de un amplio proyecto colonial. Para transformarse, paulatinamente y tras la independencia de las distintas naciones, en proyectos de cooperación, intervención o tutela más o menos encubierta, casi siempre en los terrenos de la seguridad y el intercambio económico, y mucho menos en el intercambio cultural o en un interés por el conocimiento mutuos. Es decir, se ha dado en los términos generales de una relación de injerencia política.
En el segundo de los espacios, el propio espacio europeo, los procesos son aún más variados, complejos y multiformes. Se parte de una necesidad de mano de obra que atrae a trabajadores de países del Tercer Mundo o de países en vías de desarrollo, entre los que figuran de forma masiva países de mayorías musulmanas. Los lugares de recibo no son unitarios y, frente a fenómenos de inmigración de gran solera, como en el caso de Francia, Reino Unido, Alemania y Holanda, encontramos otros territorios europeos, Italia, Portugal o España, en los que la inmigración es mucho más reciente.
Estos últimos países, en particular España, han tenido también una historia propia en la que el proceso colonial sobre territorios musulmanes ha sido mucho más corto en el tiempo, en el espacio y en la penetración. Esa necesidad de mano de obra se contrapone de manera paradójica a un cierto desprecio, cuya causa más común es la ignorancia o, lo que es peor, el conocimiento a medias hacia el inmigrante. A ese desconocimiento contribuyen en gran medida los medios de comunicación y la dificultad que los expertos tienen para alcanzar los espacios de comunicación de masas, así como un cúmulo de intereses cruzados, en donde no tienen un peso menor los intereses políticos y económicos. Así pues, la relación en este espacio interior no sólo se da en el ámbito político, sino que también se da en el ámbito sociológico.
De manera que, por resumir, nos encontramos con dos espacios diferentes con los que desde Europa se plantea la relación con el Islam: Uno externo y otro interno.
Una mirada al espacio exterior nos muestra un espacio complejo en donde se dan reales diferencias de cultura, lengua, estatuto político, situación económica, recursos humanos y materiales, etc. Aunque es un mundo que se presenta, o se quiere hacer ver, como homogéneo y marcadamente musulmán como única seña de identidad y, por tanto, considerando a esta seña religiosa, falsamente unitaria, como clave para la relación.
Dicho de otro modo, el mundo musulmán se ve como un gran bloque indiferenciado y se ignoran las variantes internas que distinguen, a poco que uno se fije, a un musulmán de Marruecos, de Indonesia, de Sudán o de Arabia Saudí. Pero también se ignora que, en muchos de esos países en donde hay mayorías musulmanas, también hay otros grupos que no profesan ninguna religión o que profesan religiones diferentes, incluido el cristianismo católico, y que no están constituidos por personas procedentes de otros lugares, sino que son autóctonos. En esos países nos encontramos con una multiplicidad de lenguas y sustratos culturales, con una inmensa variedad racial que no queda abolida por las cuestiones religiosas y por una pluralidad casi innumerable de sistemas de relación entre el grupo mayoritario y los minoritarios.
A ese mundo exterior, al que vemos como un bloque, solemos comprenderlo de ese modo, haciendo hincapié en la diferencia quizá menos significativa como es la diferencia religiosa, pero que a fuerza de insistir en ella, se convierte en la única seña de identidad de esos lugares. Tal vez esta visión sea inducida a partir de teorías políticas que se presentan como verdaderos dogmas, como es el caso de la teoría del choque de civilizaciones de Huntington.
Cuando ese mundo multiforme se introduce en Europa, trae consigo su variedad y sus diferencias internas. Empeñados como estamos en no ver las diferencias étnicas, culturales, lingüísticas e incluso religiosas, metemos bajo el mismo paraguas a todos los inmigrantes procedentes de áreas de mayorías musulmanas y establecemos una relación básicamente fundada en la diferencia de religión. En este sentido es muy significativo el uso indiscriminado de árabes, musulmanes, mahometanos o islamistas para referirse a lo que el hablante considera es una única cuestión.
Si observamos el Islam fundamental, como lo denomina el P. Emilio Galindo en su recientísima Enciclopedia del Islam, no queda más remedio que reconocer que se trata -no por comparación o examen exógeno, sino por propia afirmación de la revelación hecha al profeta Mahoma- de una revelación incardinada en la larga tradición monoteísta de la zona del Medio Oriente. Dicho sea de paso, la única zona donde se da este tipo de planteamiento monoteísta, unido a la idea de profecía y revelación.
Es decir, que las bases fundantes del Islam hunden sus raíces en la misma tradición y revelación que el Judaísmo o el Cristianismo. De manera que si las relaciones entre Europa y el Islam estuvieran, al margen de declaraciones de todo tipo, realmente fundadas en la ‘diferencia’ de religión, sería muy fácil solventar el asunto, fomentando un diálogo que pusiera de relieve las coincidencias en los elementos fundantes y en sus desarrollos morales e incluso rituales.
Sin embargo, lo cierto es que, si bien el cristianismo ha integrado con suavidad y con pleno sentido la revelación del Antiguo Testamento, en la lectura de Jesús de Nazaret, -que no la integración de los judíos o del judaísmo como base fundante-, sin embargo, respecto a esta revelación monoteísta tardía, no ha sentido, desde el principio, ningún interés, sino un claro desprecio, teñido de temor en las épocas de claro dominio del Islam como Imperio.
Desprecio y temor que han llevado incluso a la moderna orientalística o a los estudiosos de la islamología, hasta tiempos tan recientes como el año
Es evidente que
No hay que perder de vista que esta orientalística o islamología modernas y europeas se desarrollan en los inicios del proceso colonial y que tienen sus máximos representantes en el Reino Unido, Francia y los Países Bajos, las tres grandes potencias coloniales que mayor influencia han tenido en el Mundo árabe, asiático y africano musulmanes.
Por otra parte, las naciones europeas, tras
Es cierto que en los países de mayoría musulmana, las constituciones y la organización del Estado, en la mayor parte de los casos, dicen inspirarse en los principios del Islam. Sin embargo, existen paradojas. Cuando una nación laica como Francia finaliza su mandato colonial sobre el Líbano, quizá uno de los territorios árabes con mayor pluralidad de comunidades religiosas, en lugar de establecer una Constitución que atendiera a la representatividad de partidos políticos, tal como se hacía en Europa, organiza el sistema de representación de
En el presente más actual, las elecciones constituyentes en Irak se han planteado así mismo bajo el signo de la adjudicación de presencia política a partidos confesionales. Ello ha tenido como consecuencia que los chiíes se dividieran en un par de partidos y los sunníes, fundamentalmente laicos, se vieran obligados a constituirse en un partido de marcado corte religioso. Pero ello mismo excluyó a los kurdos sunníes, empeñados en lograr una autonomía significativa, de sumarse a un supuesto partido sunní, porque su nacionalidad e independencia les es mucho más significativa que hacer un bloque con sus correligionarios árabes. Si lo hubieran hecho, habrían constituido el 50% de la población (+/-). Pero, al parecer, EEUU ha tenido, bajo una apariencia democrática y laica, la intención de dividir a los sunníes, como ya hiciera Francia en su día en el Líbano con cristianos de diversas confesiones y musulmanes sunníes o chiíes. En Líbano, esta opción desembocó, unos veinte años después de la independencia, en una guerra civil que duró quince años. Por lo que es de temer, dada la mayor conflictividad, que el proceso en Irak hacia una guerra civil pueda ser mucho más rápido y duradero y la resultante sea un país dividido en tres naciones diferentes, con las consecuencias que ello puede entrañar.
De manera que lo que se observa, no sólo de Europa, sino del mundo avanzado occidental, en sus relaciones con el mundo musulmán no es tanto una relación en la que se haga bandera e hincapié en las cuestiones económicas, políticas, etc., fuente real de los conflictos, sino una clara tendencia a entender dichas relaciones sobre la base de la diferencia religiosa. Diferencia que, por otra parte, no es discutible ni, en definitiva, negociable.
Este modo de aproximación, en el caso de Europa –también de USA- es una ficción, porque supone una homogeneidad religiosa también por parte de Occidente. Sin embargo, si nos mantenemos en el terreno religioso, Europa está dividida en cuatro grandes bloques cristianos. El bloque católico, el bloque ortodoxo, el bloque protestante y el de las iglesias cristianas nacionales. En muchos lugares coexisten todos estos bloques religiosos y el estado mantiene sistemas de tratamiento diferentes con cada uno de ellos. Pero, lo paradójico es que Europa se presenta a sí misma bajo el sello de la laicidad, tolerante con las manifestaciones religiosas, y basada en un sistema democrático, donde todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y deberes que, incluso, se plantean por encima de las fronteras nacionales, apoyándose en esa declaración de intenciones que constituye
Al margen de las intenciones políticas que subyacen a estas aproximaciones, de los intereses cruzados, de la laicidad creciente de muchos ciudadanos y su despreocupación por cuestiones que tocan a lo religioso, ¿cuál debe ser la actitud de aquellos ciudadanos que sí tienen una preocupación religiosa o consideran que el factor religioso es un valor y son capaces de apreciarlo en sí mismos y en otros creyentes, aunque sean de confesión diferente?
La larga historia de diálogo y reflexión interreligiosos nos sitúa en un horizonte en el que
No se trata, pues, de imponer modelos, sino de facilitar la comprensión mutua y fomentar el avance del otro. Pero este avance tiene una exigencia previa que es la de profundizar en la propia fe y, por ello, proporcionar un testimonio veraz y acorde al espíritu evangélico.
Los Obispos de países musulmanes, tal como recoge Alemany, se lamentan de que las manifestaciones de grupos cristianos cada vez más intolerantes y fundamentalistas, dinamiten los intentos de acercamiento y comprensión mutuas. Porque, explican, los musulmanes tienden, como los occidentales, a identificar a todos los cristianos bajo una misma bandera.
Este planteamiento de los Obispos que ejercen su misión en países de mayorías musulmanas me lleva a la conclusión, largamente meditada, a la que he llegado tras estudiar con detenimiento los tiempos fundacionales del Islam y la experiencia espiritual del Profeta Mahoma.
No me cabe ninguna duda de que el hombre Mahoma fue una persona a cuyas necesidades espirituales y a cuya ansia de orden y justicia, en el momento histórico que le tocó vivir, no daba respuesta ninguna de las tradiciones religiosas de su época. Ni el politeísmo de los árabes, en el siglo VII, ya degradado y convertido más bien en un hábito social, ni el judaísmo hermético y poco proselitista, ni el cristianismo, dividido en guerras sangrientas por razones teológicas, dogmáticas y de otra índole, daban respuesta a las ansias de este hombre.
En este mismo sentido, el testimonio actual de las naciones de tradición cristiana, que se mueven en el estricto terreno de los intereses políticos, económicos o sociales, es verdaderamente nefasto para un posible entendimiento. Sobre todo si aparece enmascarado tras el empeño de presentar a la religión del otro como la base y raíz de todos los males posibles. Si se empeña en dividir a las comunidades y enfrentarlas. Si emplea todos sus recursos para marginar a los confesantes musulmanes y confinarlos en barrios, negándoles el derecho de facto de hacer uso de sus manifestaciones religiosas, supuestamente porque atentan contra los ‘derechos humanos’. Si, por otra parte, no se hace ningún esfuerzo por transmitir a las generaciones jóvenes la necesidad del conocimiento de los fenómenos religiosos, del contenido de las diversas tradiciones religiosas, etc. Si no se hace una labor de instrucción de los ciudadanos medios en este sentido, sino que se propagan alegremente estereotipos reduccionistas y simplificadores.
Del mismo modo, si fuerzas sumamente conservadoras, fundamentalistas o integristas cristianas ocupan el espacio de las gentes de buena voluntad, representadas por la voz muy autorizada de aquellos dirigentes de
Libros de éxito como es el caso de la reciente entrevista al P. Samir Khalil, publicada por ediciones Encuentro, con el título de Cien preguntas sobre el Islam (Madrid, 2003), nos ponen frente a una parte importante del tratamiento del tema de los intercambios y del diálogo, e igualmente ante una de las cuestiones más espinosas del nivel en que esos diálogos han de llevarse a cabo. Cuestión que, por otra parte, afecta también al estudio académico de las Ciencias de las Religiones.
Me refiero a la larga discusión acerca de si los fenómenos religiosos han de estudiarse en su verdadera y profunda dimensión religiosa, que muchos opinan debe quedar reservada para los confesantes de una determinada tradición, o ha de tomarse exclusivamente la manifestación temporal de una corriente o tradición religiosa, lo que supone una visión supuestamente más objetiva y externa.
Si nos planteamos esta segunda opción, que supone la contextualización de una manifestación, nos encontramos con que inmediatamente los registros de carácter político, económico y social se mezclan al registro religioso, enmascarándolo y, en muchas ocasiones, eclipsándolo totalmente. En mi opinión, en muchos momentos históricos, incluido el presente, el rostro que ofrece cualquier tradición religiosa no se corresponde en absoluto con el fondo ético, dogmático y teológico fundante de esa tradición. Por poner un ejemplo,
Siendo el P. Samir Khalil persona de reconocido prestigio en el campo del estudio de las tradiciones árabo-cristianas y de gran altura espiritual, sin embargo, en este texto, se deja arrastrar por esta última forma de comprensión del Islam y mezcla registros que tienen que ver con lo político, lo social, lo económico y otros intereses. La resultante es una visión recelosa del Islam que en nada sirve como base a una mejor comprensión y a un diálogo respetuoso. Señalarle al otro sus errores históricos, sus faltas de consecuencia y coherencia, no puede llevar sino a un planteamiento de rivalidades y acusaciones mutuas.
Como ya decía hace algún tiempo Raimon Panikkar en una entrevista que le hice para su volumen de Homenaje, publicado como Monografía de la revista Ilu de Ciencias de las Religiones, «para alcanzar un verdadero diálogo interreligioso, primero hay que empezar por un diálogo intrarreligioso». La reflexión acerca del mejor modo de dar testimonio, la revisión de posturas erróneas, el adoptar la humildad y el respeto como el tono habitual de las relaciones con los otros, no es algo que se alcanza sin reflexión y sin renuncias y sin estar dispuesto a recibir críticas.
Pero, así mismo, por su poder de convocatoria, por su influencia en las masas, por su incidencia en lo económico, político y social, los gobiernos y los Estados de
Sin embargo, más importante que entonar una lamentación e iniciar una rectificación es la cuestión de prestar verdaderamente atención al conocimiento y la educación, que son las bases de una ciudadanía responsable, crítica y respetuosa. Si todos los europeos llegaran a tener un conocimiento cabal, libre de prejuicios, crítico y objetivo de su propia tradición y de sus valores básicos, fueran creyentes o no, y de las tradiciones ajenas, probablemente la relación con el mundo musulmán de dentro y de fuera de Europa sería mucho más equilibrada, productiva y fructífera que la actual relación basada en los intereses y la desconfianza.
(Conferencia pronunciada en Almudí, en la mesa redonda que intervino con el profesor Morales, el 8 de marzo de 2005)
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