Ponencia pronunciada en Diálogos de teología 2001, organizados por la Asociación Almudí de Valencia y publicada en S. Gamarra, Santidad y sacerdocio ministerial en AA VV, “Fundamentos de la moral cristiana”, (Edicep, Valencia 2001), pp. 181-193. (ISBN: 978-84-7050-659-8).
* * *
Agradezco la invitación que me han hecho para compartir en este grupo de sacerdotes la reflexión y los datos de experiencia sobre un tema tan de siempre como es el sacerdocio ministerial y la santidad.
Tengo que decirles que uno de mis defectos es aceptar con facilidad cualquier servicio que se me pida para los sacerdotes; no sé negarme a ello. También es verdad que me arrepiento enseguida, pero ya es tarde; y me veo obligado a hacerlo, y lo hago con temor. Valoro tanto los temas del sacerdocio y de su espiritualidad que me duele mal-tratarlos. No me gustaría en este momento mal-tratar el tema del sacerdocio y la santidad.
Me tranquiliza saber que en esta misma sesión, detrás de mi aportación, actúa D. Juan Esquerda Bifet, a quien le considero como el maestro de la espiritualidad sacerdotal. En este caso, al discípulo se le permitirán alguna imprecisión y también algunas libertades, cuando se sabe que detrás viene el maestro, a quien le corresponde poner todo en su punto.
El tema «Santidad sacerdotal y ministerio» es amplio; y me permito centrar mi aportación en un punto muy concreto: la propuesta de santidad al sacerdote hoy. Planteo mi aportación en medio de unas preguntas que surgen sin más: ¿Debe hacerse hoy esta propuesta de santidad a los sacerdotes? ¿Es el momento oportuno? ¿En qué situación se encuentra hoy el sacerdote? ¿En qué términos y desde qué claves puede y debe hacerse la propuesta de la santidad al sacerdote?
Esta serie de preguntas no contienen, en mi caso, reticencia alguna ni tampoco reserva a la santidad del sacerdote; solamente responden a lo que nos dice nuestra historia reciente. El desarrollo de este tema está necesitando, pues, como punto de partida tener en cuenta su contexto histórico.
I. Entre el ayer y el hoy de la santidad como propuesta de vida para el sacerdote
Nos referimos a un ayer relativamente cercano, que muchos hemos vivido, que al menos yo he vivido. Entre ese ayer, en el que no se oía otra cosa en los Seminarios que ser sacerdotes santos y el hoy, en el que tímidamente se habla de santidad, han pasado muchas cosas. Haremos un breve recorrido señalando los datos que a mi juicio son más significativos en nuestra historia reciente con relación a la santidad.
-- En los años anteriores del Vaticano II se fue abriendo camino la conciencia de que la santidad en la Iglesia es vocación de todos y que no es privativa de unos pocos, y a esta conciencia le acompañó una praxis de vida de santidad. En aquella época se dieron fuertes movimientos de espiritualidad, también de espiritualidad seglar. Un hermoso testimonio lo tenemos en el recientemente beatificado Arturo Ros, según la ajustada y sentida biografía hecha por su hijo Honorato [1].
Para la espiritualidad de esta época debe tenerse muy en cuenta el influjo de la «Provida Mater Ecclesia» de Pio XII (24 de Febrero de 1947) sobre los Institutos seculares.
-- Es obligado recordar los "Movimientos sacerdotales" y las "Asociaciones" de aquella época, cuyo objetivo principal fue la santidad de los sacerdotes [2] ; y si trajéramos a la memoria nombres concretos, reconoceríamos su influjo en el espíritu de santidad entre los sacerdotes de aquella época. Recordamos entre otros: a los beatos Josemaría Escrivá de Balaguer y D. Manuel González (beatificado ayer, 29 de abril), a D. José María García Lahiguera y a D. Angel Herrera Oria (cuyas causas de Beatificación están introducidas), a D. Rufino Aldabalde, D. Joaquín Goicoecheaundía, D. Angel Sagarmínaga, D. Diego Hernández, el P. Soto, D. José Rivera (el 21 de Octubre de 2000 tuvo lugar la clausura del Proceso Diocesano), D. Baldomero Jiménez Duque, a quien le tenemos entre nosotros; y un etc. muy largo. ¡Cuántos sacerdotes santos entre quienes predicaron la santidad a los sacerdotes! También este dato tiene que hacernos pensar.
Saben que el Movimiento sacerdotal de Vitoria es para mí algo muy cercano y querido, y he podido comprobar que su finalidad fue la de promocionar al clero diocesano desde la santidad [3] y buscó una fundamentación sólida en el cardenal Mercier, en P. Pourrat y en Dom Columba Marmión, beatificado el año pasado. La aspiración de nuestro Movimiento sacerdotal a la santidad estuvo bien fundamentada.
-- En este contexto de una gran valoración de la santidad, llegamos al Vaticano II. Conocemos el relieve que tuvo en la Constitución LG el tema de la santidad, al que se le dedicó el cap. V, titulado «Universal vocación a la santidad en la Iglesia». Esta aportación del Concilio fue tan valorada por su enraizamiento en el misterio de la Iglesia Pueblo de Dios movido por el Espíritu que llevó a calificar al Concilio Vaticano II como «concilio de la santidad» [4].
-- Pero resulta muy extraño que a los pocos años de la clausura del «Concilio de la santidad» se diera un silencio sobre la santidad que ha llegado casi hasta nuestros días. Me resulta significativo este texto de un articulo del año 1975: «Y a esta altura podemos expresar el temor de que el tema de la santidad en el Vaticano II no resulte ni de interés ni atractivo. No deja de ser triste, pero parece también ser una realidad. Sin embargo, tampoco queremos renunciar a expresar la esperanza de que pueda ser de otra manera» [5]. Los datos que pueden confirmar este silencio están fácilmente a nuestro alcance [6]:
-- Las obras que se publicaron para conmemorar los 20 ó 25 años del Concilio, a las que he accedido, guardaron un gran silencio sobre la santidad, exceptuando "Series Valentina" que tiene un volumen "Temas conciliares 25 años después" que incluye un trabajo de Lorenzo Galmés "Llamada universal a la santidad".
-- Los nuevos diccionarios de teología, de espiritualidad y de moral, y los recientes tratados de espiritualidad tienen un tratamiento muy desigual de la santidad: hay estudios muy trabajados, otros solamente dejan constancia del tema y existen ausencias que no pasan desapercibidas.
-- La consulta a los elencos bibliográficos especializados y la propia observación directa nos dicen que hay un número muy reducido de títulos que han abordado directamente el tema de la santidad. Este silencio sobre la santidad es extensivo también a la santidad sacerdotal.
No entramos en el estudio de sus causas, pero para todos es conocido cómo en los años posteriores al concilio irrumpe una nueva mentalidad caracterizada por la secularización y por la historicidad. Y a la santidad se le acusó de irreal y descontextuada, alejada de la realidad de la vida, contraria al desarrollo autonómico de la persona, inservible para la mentalidad actual. Durante muchos años no resultó fácil, más bien resultó muy difícil hablar de santidad, también entre los sacerdotes.
-- La aportación de Juan Pablo II. En medio de este silencio, se ha dejado oír la voz de Juan Pablo II, que no ha dejado de proclamar la llamada a la santidad [7]. Pero me parece profundamente significativa su aportación a la santidad del sacerdote en la Exhortación PDV. No solamente retoma decididamente el tema, sino que ahonda la fundamentación de la santidad sacerdotal. Considero que son de un gran valor teológico-espiritual los números 19-20, que explican el epígrafe "Una vocación específica a la santidad" en los sacerdotes.
También me ha resultado impactante la referencia que Juan Pablo II hace a la santidad en su Carta Apostólica "Novo milennio ineunte" en los números 30-32. Hace falta estar convencido y ser valiente para proponer la inclusión de la santidad en el programa pastoral en el comienzo del milenio. No puedo resistirme a copiar estos párrafos: «No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad ... Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral. ... Si los Padres conciliares concedieron tanto relieve a esta temática no fue para dar una especie de toque espiritual a la eclesiología, sino más bien para poner de relieve una dinámica intrínseca y determinante. ... En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. ... Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».
Esta invitación de Juan Pablo II ha encontrado eco muy pronto, como se registra en la Carta de la General de las HH. Mercedarias de la Caridad, Mª Josefa Larraga, a sus hermanas, en el día 16 de Marzo, en la que se dedican tres preciosas páginas a este punto concreto "Fascinadas por la santidad de Dios". Celebramos que empiecen a darse estos ecos dentro de la vida religiosa.
Podemos concluir que algo está cambiando en la valoración de la santidad y en su presentación [8]. Entre el ayer y el hoy de la santidad, y, en concreto, de la santidad del sacerdote, han pasado muchas cosas, como acabamos de ver, pero percibimos que estamos ante un momento nuevo de la santidad.
II La propuesta de santidad a los sacerdotes hoy
El apunte que acabamos de hacer nos invita a que no dudemos de presentar la santidad a los sacerdotes para que la sitúen en su programa pastoral y en su vida personal. Estamos muy convencidos de que el cristiano está muy necesitado de la seducción de unas metas claras para poder recorrer el camino con generosidad y sin ambigüedades; de que sin meta, no hay camino; y de que la verdad del camino nos la da la meta. Percibimos que hay una gran necesidad de planteamientos recios de la vida cristiana; de presentar las metas genuinamente cristianas.
Pero debemos hacer la presentación de la santidad con garantía, tomando conciencia de la situación en la que nos encontramos los sacerdotes; y las preguntas se amontonan: ¿Es necesario plantearlo e insistir en ello, porque estamos convencidos de que no hay espiritualidad sacerdotal sin santidad? ¿Contamos con base teológica actualizada para esta presentación? ¿La espiritualidad sacerdotal planteada hasta el momento actual está abierta y es sensible hoy a la santidad? El planteamiento que se haga, ¿qué trayectoria debe seguir, qué pasos debe dar?
No respondemos directamente a cada uno de los interrogantes; pero en el desarrollo de los puntos siguientes tendremos como trasfondo las preguntas que acabamos de formular, y en la conclusión final estará nuestra respuesta.
a. Ministerio y santidad sacerdotal.- Tenemos como punto partida la aportación del Vaticano II, que estableció la relación entre el ministerio y la perfección o santidad del presbítero. Nos referimos a dos textos de PO que han sido considerados como el principio conciliar de la espiritualidad sacerdotal [9]. «Así, pues, ejerciendo el ministerio del Espíritu y de la justicia (2 Cor 3,8-9) se fortalecen en la vida del Espíritu, con tal que sean dóciles al Espíritu de Cristo que los vivifica y conduce. Pues ellos se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio, que desarrollan en unión con el obispo y los presbíteros» (PO 12). «Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo la triple función» (PO 13).
Vemos que este principio está asumido y enriquecido en la Exhortación PDV de Juan Pablo II, que dedica tres largos números, 23-26, al desarrollo del epígrafe: "La vida espiritual en el ejercicio del ministerio". La primera recepción que se hizo del texto conciliar se redujo en la práctica a reconocer sólo el hecho de la relación entre el ministerio y la santidad, viendo en dicha relación la existencia de una espiritualidad propia del sacerdote, que para algunos incluía liberarse de la necesidad de los medios para la santidad del sacerdote, como si a los sacerdotes el ministerio les bastaba. No hubo lugar para otras matizaciones y para sus exigencias correspondientes. El texto fue acogido unánimemente y con gran satisfacción.
Pero pronto se advirtió que si el ministerio es fuente de la espiritualidad presbiteral y al mismo tiempo es el molde que la configura [10], es totalmente necesario precisar lo que se entiende por el ministerio. La configuración de la vida del sacerdote y la estructuración de su persona van a depender totalmente de la concepción que se tenga del ministerio. Se impone una toma de conciencia de lo que es el ministerio. Si el ministerio se reduce a meras tareas o funciones materiales, la espiritualidad se convertiría en una honradez profesional; pero si el ministerio supone una relación propia con quien envía y a los que se es enviado, la espiritualidad tiene otro calado.
Este paso a la relacionalidad propia del ministerio fue muy importante para la identidad del presbítero: obligaba a superar la visión meramente funcional del ministerio y abrirlo a la carismatización. La base se encontraba ya en los mismos textos que insistían en la pneumatología propia del ministerio.
b. La sacramentalidad.- Estamos ante un momento importante de la espiritualidad sacerdotal: la recalificación del ministerio sacerdotal Señalamos dos pasos decisivos que se dieron muy rápidamente:
-- En primer lugar, la sacramentalidad del ministerio. Consideramos decisiva la ponencia que Albert Vanhoye tuvo en el Simposio de Espiritualidad sacerdotal, quien comenzó su intervención sobre "Sacramentalidad del ministerio y su repercusión en la persona ordenada" con estas palabras: «De hecho, la sacramentalidad del ministerio es -en mi opinión- el rasgo más específico de la identidad del presbítero. ... La posición y las funciones del presbítero se distinguen de las de los otros por la sacramentalidad del ministerio» [11]
Esta intervención supuso para muchos poner nombre y contenido al ministerio presbiteral que es mucho más que la materialidad de unas tareas. La sacramentalidad emergió como elemento fundamental de la identidad del presbítero y como el factor que explica el ministerio presbiteral en su raíz. Desde la sacramentalidad se entendió la relacionalidad del presbítero en su sentido más profundo y real.
Vemos satisfactoriamente que este planteamiento quedó reforzado y enriquecido en la Exhortación PDV de Juan Pablo II, quien afirma: «Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado. ... Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor. ... En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre» (PDV 15).
-- Contamos con un segundo paso, la sacramentalidad del sacerdote. Fue necesario afrontar la sacramentalidad de la persona ordenada, y se hizo en el Congreso de Espiritualidad sacerdotal [12]. Todos hemos sido testigos de que al definir al ministerio sólo desde las tareas, la persona del sacerdote ha quedado al margen, como zona privada e intangible. Pero el presbítero, en virtud de su ordenación, es un ser sacramental, una especie de sacramento, signo, "icono" o instrumento de la acción de Dios en la Iglesia. Esta dimensión sacramental no sólo no debe olvidarse, sino que debe tenerse siempre presente para entender al sacerdote.
Si preguntamos a continuación: ¿Qué incidencia tiene la sacramentalidad en la espiritualidad del sacerdote hoy? La respuesta no se deja esperar: si la sacramentalidad es fundamental para la identidad presbiteral, lo es también para la espiritualidad. Podemos decir algo más: que la sacramentalidad es determinante para la espiritualidad del presbítero. Por algo se le llama a la sacramentalidad "matriz" de la espiritualidad sacerdotal. Creemos que la especificidad de la espiritualidad sacerdotal viene dada por la sacramentalidad.
Pero hay una pregunta más comprometida: ¿Cómo estamos viviendo la sacramentalidad? Y la respuesta es también más difícil. Está claro que el planteamiento de la sacramentalidad no es una ideología; tampoco es una mera doctrina, aunque responda a verdad; sino que es la realidad de la persona ordenada, que debe ser vivida. La sacramentalidad es mucho como doctrina, pero es mucho más como vida. Para vivirla, hay que reconocer que no se pueden quemar etapas y que son necesarios los tiempos de asimilación, de definición y de cambio. No se pasa tan fácilmente del ver al vivir. Todo el planteamiento de la sacramentalidad ha podido verse en un primer momento más como justificación de una visión de lo que es la persona y el ministerio del sacerdote que como una realidad que se experimenta y se vive. Se necesita tiempo para la asimilación y para su vivencia.
c. La experiencia trinitaria.- Es a todas luces evidente que la celebración del Año Jubilar, con los tres años consecutivos de preparación, nos ha sensibilizado de forma especial a contar más con la Trinidad y a relacionarnos más con las tres personas divinas. En este contexto se explica el nuevo planteamiento que hoy se hace del ministerio sacerdotal y la Trinidad [13]. No debe extrañarnos dicho planteamiento, porque la misma relación del sacerdote con Cristo, especificada por la sacramentalidad, está urgiendo la relación con el Padre y el Espíritu.
Esta clave trinitaria nos da una nueva comprensión del sacerdocio, que la necesitamos. Podemos asegurar que la referencia a la Trinidad ha estado muy presente en todos los documentos del sacerdocio desde el Vaticano II hasta nuestros días [14], que a veces nos han contado con esta clave para su lectura. La referencia a la Trinidad está especialmente presente en PDV, que merece punto aparte.
No se puede decir simplemente que PDV tiene un trasfondo trinitario, sino que la Trinidad está presente en todo el documento siendo su hilo conductor. Cuando se contempla PDV con visión trinitaria, el documento sobrecoge, impresiona. Citamos como ejemplo dos textos, que hacen referencia a la identidad trinitaria del sacerdote: «Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe en el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo» (PDV 12).
«Nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Con el sacerdocio ministerial, por la acción del Espíritu Santo, estamos unidos sacramentalmente al Hijo, enviado por el Padre como Sumo Sacerdote y buen Pastor. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo. Esta es nuestra identidad» (PDV 18).
Si contemplamos la espiritualidad del sacerdote desde la relación trinitaria, vemos que se nos pide que pasemos de razonar la relación con las personas divinas a ver su presencia en el ser del sacerdote y en su ministerio presbiteral y vivirla. Presentamos estos textos muy indicativos:
«La formación espiritual ... debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo» (PDV 45).
«La formación debe llevar a los candidatos al sacerdocio a conocer y experimentar el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre. ... Es preciso, pues, que el sacerdote esté formado en una profunda intimidad con Dios» (PDV 47). «En concreto, la vida de oración debe ser "renovada" constantemente en el sacerdote. ... También se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu» (PDV 72).
Está muy clara, no sólo la invitación, sino, sobre todo, la necesidad de la relación viva del sacerdote con la Trinidad. Si no hay identidad sacerdotal sin la relación con la Trinidad, no hay espiritualidad sacerdotal sin la experiencia trinitaria. Estos pasos que vamos dando nos apuntan ya una meta cercana y clara.
d. "La vida en Cristo".- Estamos en un momento muy peculiar de la espiritualidad cristiana y sacerdotal: se busca profundizar más en la propia vida, pero viéndola y viviéndola en Dios, planteando, a continuación, la coherencia de los comportamientos. Interesa cada vez más la "Vida en Cristo". Así lo expresa Juan Pablo II:
«Todo hombre, creado por Dios y redimido con la sangre de Cristo, está llamado a ser regenerado "por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5) y a ser "hijo en el Hijo". En este designio eficaz de Dios está el fundamento de la dimensión constitutivamente religiosa del hombre» (PDV 45).
Pero esta "vida en Cristo" no puede entenderse como un compartir nuestra propia vida con Cristo desde nuestra iniciativa y a nuestra medida, sino que es mucho más: se trata de aceptar y vivir la vida que Cristo nos comparte. Para vivir "la vida en Cristo" se necesita la fundamentación ontológica de "ser en Cristo", que es la "nueva criatura", fruto de la participación de la Pascua [15].
En este "ser en Cristo", propio de la pascua, está la identidad de cristiano y la de presbítero, y, consecuentemente, su espiritualidad. Hasta la misma caridad pastoral, que a veces se identifica con una actividad pastoral acelerada, o con una dedicación y una disponibilidad totales, se presenta como participación del amor de pasión de Jesús Pastor: «La caridad pastoral es participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo» (PDV 23). Si participamos en Jesús de su ser de Hijo, participamos también de su afectividad, de su misión y de su amor de Pastor, que es amor de pasión.
Es muy hermoso ver y definir la propia identidad como identidad de Pascua, y vivirse como persona de Pascua, porque uno "es y vive en Cristo".
e. ¿La santidad y su propuesta a los sacerdotes?.- Cuando la consecuencia era evidente, solíamos decir siendo estudiantes: "Conclusio patet". También podemos decirlo ahora: "Conclusio patet".
Resulta evidente que desde la posición a la que hemos llegado no necesitamos dar ningún salto extraño para entrar en el planteamiento de la santidad; es más bien el lugar al que estamos llamados y el momento oportuno para ello. El itinerario que hemos seguido nos ha colocado en el punto que es coincidente con lo que Juan Pablo II señala como santidad: «"Santidad", entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquel que por excelencia es el Santo, el "tres veces Santo" (Is 6,3)» (NMI 30). La realidad a la que hemos llegado en este itinerario sacerdotal no es otra que la de la pertenencia a la Trinidad en Jesucristo. Resulta llamativa esta coincidencia, porque es un encuentro que se ha dado sin buscarlo.
Debemos insistir en que los pasos que hemos descrito no son razonamientos urdidos con una lógica sacerdotal particular, sino que son las respuestas concretas que los sacerdotes estamos viviendo con la guía del Espíritu. Es muy de admirar y de agradecer cómo han podido darse estos pasos tan complejos, difíciles de dominar, y tan nuevos, que nos trascienden: del funcionalismo del sacerdote nos abrimos a la relacionalidad propia del presbítero; de la relacionalidad, que puede convertirse en explicación del ser del sacerdote, pasamos a la sacramentalidad del ministerio y de la persona; de la relación sacramental con Cristo fuimos llevados en él a la relación Trinitaria; y de la apertura a la Trinidad pasamos a vernos en su Vida.
La propuesta de la santidad a los sacerdotes resulta ahora connatural al planteamiento sacerdotal que estamos haciendo. Es verdad que no se presenta la santidad como un estilo de vida según el canon de unos comportamientos concretos y muy fijados, sino más bien como la vida de quien es y vive en Cristo, incluyendo la coherencia de los comportamientos. Juan Pablo II nos lo presenta de forma muy clara:
«Si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial» (NMI 31).
Podemos afirmar que la santidad entendida como el "vivir en Cristo" con todas sus consecuencia coincide con el planteamiento del sacerdocio que actualmente se presenta. Me satisface cómo el buen amigo Lorenzo Trujillo define al sacerdote: "el Hombre Habitado" [16]. Me convence: hoy no podemos ser sacerdotes sin ser y vivir en El, sin ser habitados. Nos corresponde hoy hablar de santidad a los sacerdotes haciendo vivir la maravilla de la identidad sacerdotal.
Notas
[1] Honorato Ros Llopis, Arturo Ros Montalt 1901-1936. Centenario de un mártir cristiano, Valencia 2000.
[2] Cfr Luis Mª Torra Cuixart, La espiritualidad sacerdotal en España (1939-1952). Búsqueda de una espiritualidad del clero diocesano, Salamanca 2000.
[3] Cfr S. Gamarra Mayor, Origen y contexto del Movimiento sacerdotal de Vitoria, Vitoria 1981, 63-84.
[4] Cfr F. Ruiz Salvador, Caminos del Espíritu. Compendio de Teología espiritual, Madrid 1998 (5), 285.
[5] J.M. Cordobés, Santidad y Concilio Vaticano II, en "RevE" 34 (1975) 149.
[6] Cf. S. Gamarra Mayor, Teología espiritual, Madrid 2000 (3), 178-179.
[7] Cfr P.J. Lasanta, Diccionario de teología y espiritualidad de Juan Pablo II, Madrid 1996, 1075-1091.
[8] Es obligada la referencia al Simposio Eucaristia, Santità y Santificazione, organizado por la Congregación de las Causas de los Santos, que se celebró en los días 6-7 de Diciembre de 1999.
[9] Cfr S. Gamarra Mayor, La espiritualidad presbiteral y el ejercicio ministerial según el Vaticano II, en Comisión Episcopal del Clero, Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio, Madrid 1987, 463-482.
[10] Cfr Comisión Episcopal del Clero, Espiritualidad sacerdotal y ministerio. Documento de trabajo, Madrid 1988.
[11] A. Vanhoye, Sacramentalidad del ministerio y su repercusión en la persona ordenada, en Comisión Episcopal del Clero, Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio, Madrid 1987, 71.
[12] Cfr S. Del Cura Elena, La sacramentalidad del sacerdote y su espiritualidad, en Comisión Episcopal del Clero, Espiritualidad sacerdotal. Congreso, Madrid 1989, 73-119; I. Oñatibia, La espiritualidad del presbítero desde la sacramentalidad de su ministerio, en "Surge" 47 (1989) 3-20.
[13] Cfr Secretariado Trinitario, XXXII Semana de Estudios Trinitarios: Ministerio sacerdotal y Trinidad, Salamanca 1998.
[14] Cfr S. Gamarra Mayor, El ministerio sacerdotal en el reciente magisterio de la Iglesia, en Secretariado Trinitario, o.c., 115-148.
[15] Cfr S. Gamarra Mayor, Teología espiritual, o.c., 53-84.
[16] L. Trujillo, El hombre habitado, en "Misión abierta" 7 (2000) 19-21.
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