Don Josemaría realiza un intenso trabajo. A menudo sus tareas son duras y difíciles, lodo esto lo ofrece al Señor para sacar adelante la Obra que comienza.
Mucho de su tiempo lo dedica a los niños de barrios humildes, sin familia o abandonados por sus padres. Niños sucios y con mocos en la cara, pero niños necesitados de cariño y de formación cristiana. A muchos de ellos les prepara para su Primera Comunión.
Una tarde, llega a un barrio de Madrid para dar catequesis. Les habla de que en la confesión hay que decir todos los pecados que uno recuerde. No se confiesa bien quien calla un pecado mortal.
—Y si le da vergüenza, ¿qué pasa?
Que no se le perdonan los pecados que ha dicho y comete un nuevo pecado mortal.
—¿Y si se le olvida?
Entonces, se confiesa bien. Pero si el pecado es grave, tiene que decirlo en la próxima confesión. Mirad. Don Josemaría ponía una comparación: Imaginad que lleváis los bolsillos llenos de piedras pequeñas, y una grande, muy pesada, cargada sobre los hombros. Pensad, también, que vais andando desde la Puerta del Sol a Cuatro Caminos. ¿Qué piedra tiraríais primero al llegar?
—La grande.
—¿Y después?
—Después, las piedras pequeñas.
—Pues eso debemos hacer con los pecados —dice don Josemaría—. Primero debemos decir los mortales, los que dan vergüenza. Los veniales salen más fácilmente.
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