Josemaría ha seguido la voz de Dios. Se siente muy feliz y tiene grandes deseos de cumplir, en todo y siempre, la voluntad del Señor. Al día siguiente de ordenarse le dan su primer encargo. Le piden que vaya a la aldea de Perdiguera para sustituir al párroco, gravemente enfermo.
Perdiguera está a 24 kilómetros. Es un pueblo pequeño; tendrá unos 800 habitantes. Al llegar entra en la iglesia. Se arrodilla ante el Sagrario y reza. Ahí, escondido en el Pan Eucarístico, está Jesús. él es el corazón del pueblo, quien da vida sobrenatural a todas sus gentes.
Don Josemaría permanece en Perdiguera unos dos meses. Todos los días celebra la Santa Misa y confiesa; visita y consuela a los enfermos; ayuda a los más pobres y habla con la gente.
La familia que le ha alojado en su casa tiene un hijo que pasa el día en el campo cuidando las cabras. Un día le pregunta:
—Si fueras rico, muy rico, ¿qué te gustaría hacer?
—¿Qué es ser rico? —dice el chaval.
—Ser rico es tener mucho dinero, tener un banco...
—Y ¿qué es un banco?
El joven sacerdote trata de explicárselo de otra manera.
—Mira, ser rico es tener muchas tierras y, en lugar de cabras, unas vacas muy grandes. ¿Qué harías si fueras rico?
—¡Ah! Si yo fuera rico, ¡me comería cada plato de sopas con vino!
Al oír la respuesta, don Josemaría piensa:
—Josemaría, está hablando el Espíritu Santo; todas las ambiciones terrenas se reducen a un plato de sopas con vino. Todo lo de la tierra es eso: bien poca cosa.
Cuando termina el tiempo de su encargo en Perdiguera, regresa de nuevo a Zaragoza.
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