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Drama.
País: Alemania Dirección: Marc Rothemund Guión: Fred Breinersdorfer Fotografía: Martin Langer Montaje: Hans Funck Música: Reinhold Heil, Jonny Klimek Intérpretes: Julia Jentsch, Fabian Hinrichs, Alexander Held, Johanna Gastdorf, André Hennicke, Florian Stetter, Johannes Suhm Distribuidora: Lolafilms
Hay, fundamentalmente, dos tipos de películas: aquellas que alcanzan su clímax justo antes del famoso The end, para después olvidarse casi al mismo ritmo que las imágenes se borran de la retina; y están aquellas que, por el contrario, empiezan a crecer en la memoria del espectador, y se hacen grandes, justamente cuando se terminan de ver. Sin duda, la película alemana candidata a los Oscar, Sophie Scholl, es de estas últimas.
Con una enorme sobriedad formal, el joven realizador alemán Marc Rothemund -38 años, hijo de director de cine, ganador del Oso de Plata al mejor director en Berlín 2005- ha trasladado a la pantalla un suceso histórico: en 1943, dos estudiantes universitarios, los hermanos Hans y Sophie Scholl, de profundas convicciones cristianas, fueron detenidos por la Gestapo mientras repartían octavillas en la universidad. Ambos pertenecían a la Rosa Blanca, un movimiento de resistencia que, sin recurrir a la violencia, luchó por informar a los alemanes sobre las mentiras malignas del régimen nazi. La película se centra en los seis últimos días de la vida de Sophie.
La vida de una persona íntegra, más si es un héroe y si es real, es siempre un excelente material de partida para construir una buena historia. Rothemund ha sido consciente de que la fuerza de la película estaba en el personaje, y ha dedicado sus esfuerzos a documentar bien lo que cuenta (para ello ha accedido a numerosos testigos de la época y a la transcripción de los interrogatorios), a profundizar en los conflictos de los protagonistas y a seleccionar un buen reparto capaz de plasmar estos intensos conflictos en la pantalla. En definitiva, se ha centrado en lo fundamental, dejando a un lado algunos elementos -tramas secundarias, fragmentación en el montaje, mayor libertad en el tratamiento del tiempo- que quizás se hubieran agradecido durante la proyección, pero que luego se revelan superfluas.
Hay escenas sensacionales, llenas de un profundo contenido, como el último e intenso duelo verbal entre el general Mohr y Sophie: frente al valedor de la ley, ella apostará por la conciencia -"la ley cambia, la conciencia no"-; frente al relativismo materialista de Mohr, la joven estudiante defenderá la existencia de un Dios providente y amoroso, con una defensa apasionada de la verdad y del juicio de la historia.
Pese a la dureza del tema, Rothemund encuentra el tono correcto sin caer en el manierismo dramático o sentimental. En este sentido resulta verdaderamente modélico el sobrecogedor final. La joven actriz Julia Jentsch (Berlín, 1978) hace una magistral interpretación, por la que mereció el Oso de Plata de Berlín 2005 y el premio de la Academia Europea a la mejor actriz. Jentsch cincela con extraordinaria convicción un personaje que resulta admirable porque es heroicamente normal. Es conmovedor verla reír, llorar, rezar, sufrir, amar, fumar... y encaminarse a la cita con el verdugo con una entereza que hace recordar la canción de Leonard Cohen en homenaje a Juana de Arco: "And I love your solitude, I love your pride", dijo el fuego al recibir a la doncella. (Filasiete / Almudí JR-AG)