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Perforando en el alma
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Ambientada en el boom del petróleo en la frontera de California a principios del siglo XX, la historia relata el éxito de Daniel Plainview, que pasa de ser un minero extremadamente pobre que cría a su hijo sin ninguna ayuda a convertirse en un magnate del petróleo hecho a sí mismo.
A medida que el petróleo les va haciendo cada vez más ricos, los conflictos van apareciendo: la corrupción, la mentira y las ingentes cantidades de petróleo pondrán en serio peligro valores humanos como el amor, la esperanza, la solidaridad, la confianza, la ambición e incluso el vínculo entre padre e hijo.
Ya el título original de la película There Will Be Blood (Habrá sangre) anticipa su tono duro y nada complaciente, muy crítico con la moral del triunfo a cualquier precio típica de cierto capitalismo y ciertas sectas pseudorreligiosas, y cruel en su detenido despellejamiento del protagonista.
Desde este enfoque dirige Paul Thomas Anderson, con un impactante formato panorámico, sorprendente en él; y desde ese enfoque interpreta Daniel Day-Lewis, que realiza una caracterización memorable, de ésas que marcan época. Así que el espectador se sumerge sin remedio en esta especie de nueva tragedia griega, en la que Saturno devora a sus hijos y luego se autodestruye en un insano universo de pioneros, cercano a la mitología del western crepuscular.
Pero el guión no está a la altura de la puesta en escena y de las interpretaciones. Así, tras una primera hora antológica centrada por la relación entre Plainview y su hijo, la acción da un giro demasiado radical, endurece su tono artificiosamente y dispersa el drama hacia situaciones mucho más convencionales.
Unas situaciones resueltas a veces con una vehemencia y un fatalismo casi operísticos, que rozan el ridículo en la apoteosis bautismal del visionario pastor protestante y en la secuencia final, tan brutal y desagradable que resulta poco creíble.
También es más que discutible el acompañamiento musical de la película, muy poco figurativo y a menudo atonal. Luces y sombras, pues, en una película poderosa, de un cineasta con personalidad, pero al que esta vez se le ha ido la mano.
La película es muy buena, para ver preferentemente en pantalla grande, y para gente con buena formación y espíritu crítico. Sin happy end. La cinta describe el comportamiento de un hombre, egoísta-racional (no que no tenga escrúpulos, sino que vive un egoísmo existencial, a secas, sin añadidos), y recoge un diálogo que establece con la religión representada en una secta corrupta, material y moralmente.
Este es un diálogo que pretende establecerse entre la religión y un materialista a ultranza. Es decir es un diálogo inficionado tanto por la posición de los dos interlocutores como por la tendencia pro-ateista, de crítica de la religión, y de justificar comportamientos inaceptables. Sin embargo, es tan negativo, que puede presentarse, quizá como denuncia de las dos posturas: la egoísta, y la religiosa-corrupta-fantasmagórica. Si no se critica adecuadamente, la peli tiende a ser disolvente para la valoración que pueda hacer el espectador. (MEG-SC)