Dirección: Aki Kaurismäki Guión: A. Kaurismäki Fotografía: Timo Salminen Montaje: A. Kaurismäki Intérpretes: Janne Hyytiäinen, Maria Järvenhelmi, Ilkka Koivula, Maria Heiskanen, Sergei Doudko, Andrei Gennadiev Vestuario: Outi Harjupatana Distribuidora: Golem Duración: 80 minutos
El amor: tan lejos, tan cerca
El realizador finés Aki Kaurismäki cierra su "trilogía de los perdedores" con una película sobre la soledad. Si Nubes pasajeras abordaba el drama del desempleo, y Un hombre sin pasado recorría la vida de los sin techo, Luces al atardecer ensancha la metáfora para hablar de una pobreza quizás más dura y, probablemente, mucho más extendida. Ahora el protagonista es Koistinen, el guarda de seguridad de un lujoso centro comercial, que se enamora de una rubia cínica y calculadora que le utiliza con fines miserables.
El romántico idealismo de Koistinen choca, una y otra vez, contra la fría y despiadada realidad. Kaurismäki vuelve a tallar una pequeña joya cinematográfica. En 80 condensados minutos el director nórdico da un recital no sólo de cine, sino también de literatura; porque es literatura, y de la buena, los excepcionales -cortos, sí, pero excepcionales- diálogos. O el dominio de la narrativa, empeñada en este caso en llevar al lector/espectador donde la lógica nunca le llevaría.
O la profunda descripción de los personajes, desde Koistinen -una especie de príncipe Mishkin, dispuesto a sufrir lo que haga falta por encontrar el amor- hasta Aila, la discreta enamorada, dependienta del puesto de salchichas, pasando por la cínica rubia, un retrato magistral de femme fatale... que pasa la aspiradora en el piso de los gangster.
Todo ello envuelto en un alarde de dominio visual y de ajustadísima planificación donde no falta ni sobra un detalle; y si no, sólo un vistazo a la combinación de los espectaculares contrapicados de la ciudad de Helsinki con las tomas cortas del apartamento de Koistinen, o a los elocuentes jarrones (con uno o dos claveles rojos, según esté el momento), o a los magistrales planos de un perro que, entre otras cosas, se merece un Oscar. Homenaje a Chaplin.
Como en el caso de Un hombre sin pasado, además de la imagen -ayudada de la excepcional fotografía de Timo Salminen, operador de Kaurismäki desde hace 25 años- habla la música, y aquí el autor finlandés se atreve a empezar y acabar su película -nórdica, insisto- con dos poderosos tangos de Gardel (Volver y El día que me quieras), que tienen un efecto curativo, algo así como un trago de vodka para quien está a punto de morir congelado, como la sociedad que denuncia Kaurismäki.
Por cierto, en la presentación en Cannes el veterano cineasta se atrevió a bromear con el hecho de que el mismo tango que utiliza Almodóvar para titular su película le sirva a él para abrir la suya: “Pedro lleva toda su vida imitándome, yo ya no sé que hacer”, señaló entre las carcajadas de la prensa. Dice Kaurismäki que para sus Luces al atardecer se inspiró en las otras luces -las de la ciudad- de Chaplin, al que considera el mejor cineasta que ha existido.
El film tiene efectivamente mucho de esta gran película, desde su metraje -exactamente el mismo-, hasta su tono nostálgico y esperanzado a la vez y, sobre todo, su deslumbrante final. Frente a otros títulos del autor, el tempo es un poco menos lento y el humor se ha sustituido por un mayor romanticismo y un poderoso optimismo: el que imprime la mirada indulgente de un cineasta dispuesto, como el protagonista de su película, a perdonar casi todo y a seguir esperando en el ser humano. (Filasiete / Almudí JD-AG)