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Dirección: Jean-Marc Vallée Guión: J-M. Vallée, François Boulay Fotografía: Pierre Mignot Montaje: Paul Jutras Música: David Bowie, Pink Floyd, The Rolling Stones, Patsy Cline Intérpretes: Michel Côté, Marc-André Grondin, Danielle Proulx, Maxime Tremblay Distribuidora: Golem
Estrenada hace poco más de un año en Canadá, C.R.A.Z.Y. narra la vida de Zachary, un muchacho nacido el 25 de diciembre de 1960, hasta poco más allá de 1980, con un salto a 1990 ó 2000 con una fugaz estancia. Cuando Zac nace hay ya tres hermanos, y siete años más tarde nacerá el quinto.
La información promocional de la película es confusa. En realidad es el drama familiar el género dominante, aunque haya momentos de humor y divertidos, claro; pero la muerte de un hijo -su autodestrucción-, droga, sexo libertario, prostitución en el propio hogar, no permiten decir sólo que la película es divertida.
El mismo guión es también tramposo: en los años y épocas cruciales para cada uno de los cinco hijos, los padres -trazados como personas responsables y valiosas- no están. Es un modo de hablar: no es que los padres no quieran estar o estén en la higuera, es que el guión decide que no estén. Y eso con un decidido propósito: que estallen de pronto en las propias narices de los padres los problemas de los hijos cuando ya son graves, y algunos sin remedio.
Estalla la irremediable drogadicción de uno, la ya no sólo tendencia homosexual de Zac, centro torturado de la película. Supone el guión que está presentando a una familia católica, pero lo que se ve a partir de ahí es un caos de ideas y comportamientos, con ese caprichoso y folclórico añadido de que Zac tiene el don -descubierto por una adivina- de curar heridas físicas a distancia. Supone el guión que en dos breves frases, ¡dos!, da todo el criterio moral cristiano y toda la ciencia psiquiátrica honesta para responder al desasosiego de Zac. ¡Qué morro!
El guión es un brillante escamoteo: Zac pierde la fe a los ocho años cuando unos compañeros del campamento de verano, en la piscina, pretenden hacerle una aguadilla; en el esfuerzo por librarse se le rompe la cadenita con la cruz que lleva al cuello y se hunde en el fondo del agua, mientras una voz en off nos dice que Zac ha perdido la fe. ¡Zas! Zac huye de su problema -que el guión no permite que se plantee, no sea que se resuelva-, y huye desde algún lugar de Canadá a un desierto de arena cercano a Jerusalén. Deshidratado, sin fuerzas, está a punto de morir y es salvado por un viejo campesino que pasa con su burro. Pues esta tragedia extrema, plásticamente fuerte, muy fuerte, se resuelve en nada, en nada, en nada.
Eso sí, la música es espléndida: David Bowie, Pink Floyd, The Rolling Stones, y Patsy Cline especialmente en Crazy, no C.R.A.Z.Y., sino crazy, ¡loca! Ah, el salto y fugaz estancia en 1990 ó 2000 es para que veamos a Zac y a su padre en un coche, mientras Zachary dice, nos dice, que después de los años y a pesar de lo que su padre juró y perjuró, ya le deja entrar en casa con su novio. ¿Es eso lo que se quería demostrar? ¿No es un salto en el vacío del que hasta la mismísimo Spiderman se daría el costalazo?
Eso sí: Michel Côté (en el padre) y Danielle Proulx (en la madre) son dos grandes actores. Y el joven Marc-André Grondin (en Zac) no desmerece a su lado. Y tampoco Maxime Tremblay (el drogadicto). Todos, todos son unos actores fenomenales. (Filasiete / Almudí)