Todos nosotros, en la vida, necesitamos educadores, personas maduras, prudentes y equilibradas, que nos ayuden a crecer en la familia, en el estudio, en el trabajo, en la fe
La sección Iglesia y Deporte del Pontificio Consejo para los Laicos, presentó este miércoles el IV seminario internacional sobre “Entrenadores: educando personas”, que profundiza sobre las consecuencias positivas que puede generar el deporte, como es la formación.
Mensaje del Papa al Cardenal Stanisław Ryłko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos
Dirijo mi cordial saludo a Usted y a todos los participantes en el Seminario Internacional de estudio sobre el tema “Entrenadores: Educadores de personas”, organizado por la sección Iglesia y Deporte del Pontificio Consejo para los Laicos. Prosiguiendo en vuestro recorrido de reflexión y promoción de los valores humanos y cristianos de la actividad deportiva, en este cuarto Seminario habéis tenido oportunamente en consideración la figura del entrenador, poniendo el acento en su papel de educador, tanto en ámbito profesional como amateur.
Todos nosotros, en la vida, necesitamos educadores, personas maduras, prudentes y equilibradas, que nos ayuden a crecer en la familia, en el estudio, en el trabajo, en la fe. Educadores que nos animen a dar los primeros pasos en una nueva actividad sin tener miedo de los obstáculos y de los retos que haya que afrontar; que nos empujen a superar momentos de dificultad; que nos animen a tener confianza en nosotros mismos y en nuestros compañeros; que estén a nuestro lado tanto en los momentos de desilusión y derrota como en los de alegría y éxito. Pues bien, también el entrenador deportivo, sobre todo en los ambientes católicos del deporte amateur, puede ser para muchos chicos y jóvenes uno de esos buenos educadores, tan importantes para el desarrollo de una personalidad madura, armónica y completa.
La presencia de un buen entrenador-educador se revela providencial sobre todo en los años de la adolescencia y de la primera juventud, cuando la personalidad está en pleno desarrollo y en búsqueda de modelos de referencia e identificación; cuando se advierte vivamente la necesidad de aprecio y de estima por parte no solo de los compañeros sino también de los adultos; cuando es más real el peligro de perderse tras malos ejemplos y en busca de falsas felicidades. En esta delicada fase de la vida, es grande la responsabilidad de un entrenador, que a menudo tiene el privilegio de pasar muchas horas a la semana con los jóvenes y de tener gran influencia sobre ellos con su comportamiento y su personalidad.
La influencia de un educador, sobre todo para los jóvenes, depende más de lo que es como persona y de cómo vive, que de lo que dice. ¡Qué importante es, pues, que un entrenador sea ejemplo de integridad, de coherencia, de justo juicio, de imparcialidad, y también de alegría de vivir, de paciencia, de capacidad de estima y de benevolencia con todos y especialmente con los más desfavorecidos! ¡Y qué importante es que sea ejemplo de fe! Porque la fe siempre nos ayuda a alzar la mirada a Dios, para no absolutizar ninguna de nuestras actividades, incluida la deportiva, sea amateur o profesional, y tener así el justo desprendimiento y la prudencia para relativizar tanto las derrotas como los éxitos.
La fe nos da esa mirada de bondad hacia los demás que nos hace superar la tentación de la rivalidad demasiado enconada y de la agresividad, nos hace comprender la dignidad de cada persona, incluso de la menos dotada y desfavorecida. El entrenador, en este sentido, puede dar una contribución muy valiosa para crear un clima de solidaridad y de inclusión respecto a los jóvenes marginados y en riesgo de deriva social, logrando encontrar modos y medios adecuados para acercarles también a ellos a la práctica deportiva y a experiencias de socialización. Si tiene equilibrio humano y espiritual sabrá también preservar los valores auténticos del deporte y su naturaleza fundamental de juego y de actividad socializante, impidiendo que se desnaturalice bajo el influjo de tantos intereses, sobre todo económicos, hoy cada vez más invasivos.
El entrenador puede ser, pues, un válido formador de los jóvenes, junto a los padres, a los maestros, a los sacerdotes, a los catequistas. Pero todo buen formador debe recibir, a su vez, una sólida formación. Es necesario formar a los formadores. Es oportuno para esto que vuestro seminario reclame a todas las organizaciones que trabajan en el campo del deporte, a las federaciones internacionales y nacionales, a las asociaciones deportivas laicas y eclesiales, a prestar la debida atención y a invertir los necesarios recursos para la formación profesional, humana y espiritual de los entrenadores. ¡Qué bonito sería si en todos los deportes, y a todos los niveles, desde las grandes competiciones internacionales hasta los torneos de los grupos parroquiales, los jóvenes encontrasen en sus entrenadores auténticos testigos de vida y de fe vivida!
Pido al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, que vuestro trabajo de estos días esté lleno de frutos para la pastoral del deporte, y que se continúe promoviendo la santidad cristiana también en ese ambiente, en el que tantas vidas jóvenes pueden ser influidas y trasformadas por alegres testigos del Evangelio. Os pido por favor que recéis por mí y con cariño os bendigo.
Francisco
Vaticano, 14 de mayo de 2015, Fiesta de san Matías Apóstol