Los cristianos nos quedamos a menudo solamente con la influencia del ejemplo de la vida llamativa de algunas personas, luego quizá santos y santas canonizadas, que cuidan a los abandonados de cualquier sociedad
Ahora que hasta el mismo Habermas ─criticado en su momento porque no hizo la mínima mención de la influencia de la religión en la opinión pública, en su libro “Historia y crítica de la opinión pública”─, reconoce la influencia de la fe y del pensamiento religioso en la sociedad civil; el testimonio que estamos recibiendo de tantos cristianos mártires, nos lleva a pensar en la influencia que, cada cristiano, cada uno de nosotros, podemos tener en una sociedad que tan a menudo nos manifiesta su vacío de ideales, su carencia de moral, su falta de perspectiva terrena y eterna.
La influencia queda patente, aunque no todo el mundo está dispuesto a apreciarlo, en todas las obras de caridad que lleva a cabo la Iglesia en el mundo entero: hospitales, centros de acogida, atención a inmigrantes, cuidado especial de enfermos de Sida, y de otras enfermedades infecciosas; escuelas en los barrios más pobres y abandonados de las grandes ciudades, etc. etc.
Ese testimonio, sin embargo, y siendo una manifestación de amor a los demás, a todos los hombres sin discriminación alguna, necesita el testimonio claro y transparente de la Fe, y de la Esperanza, para poder influir en la “opinión pública”, en el entramado de las relaciones sociales y políticas. El hombre necesita iluminar su inteligencia para, después, decidirse libremente a actuar.
Desde hace un par de siglos ha estado vigente una verdadera batalla para reducir la influencia de la religión al ámbito privado de cada persona, en la esperanza de que ahí se quedara, como en una cárcel, y ahí se muriera y desapareciera un día. Esfuerzo inútil, además de lamentable.
¿Cómo llenar el ámbito social de la presencia viva de Jesucristo ─estamos en Europa, en España─ en la vida de todos los días de los cristianos?
Tan claro y patente como el testimonio de los mártires, aunque, lógicamente, menos llamativo, es la influencia del testimonio de Fe, de Esperanza, de Caridad, que da una madre acompañando a un hijo Down; que transmite una familia que celebra unida en la caridad y en la fe, las Bodas de Oro del matrimonio de los abuelos, o la primera Comunión de una biznieta. Y no digamos, el que dan una pareja que se prepara para el matrimonio y no caen en la trampa de las relaciones pre-matrimoniales para asegurarse de que “todo va bien”; y llegan a la boda ─sacramento del matrimonio─ con la decisión de donarse totalmente, “cuerpo y alma”, al otro, a la otra, “todos los días de su vida”.
Pequeños y más numerosos grupos de intelectuales, de mayor o menor nivel, pretenden descubrir una “ética” sin religión; y como apenas consiguen encontrar unas cuantas reglas de juego para andar por casa, descargan sus elucubraciones sobre la “corrupción”, sobre “el poder del dinero”; “sobre el egoísmo y el individualismo”. No les queda otro camino, porque esa “ética del consenso” se manifiesta como un vacío total ante el hombre con las ansias de eternidad, que lleva en su entraña desde que vino al mundo.
Esas luces de eternidad que refleja el cristiano administrativo que sonríe y es amable con todo el que llega a su ventanilla, reza por ellos, y se esmera en servirles. La misma luz de Fe y de Esperanza, que transmite el profesor que atiende a sus alumnos con verdadera preocupación de ayudar en su formación para la vida profesional y humana, que encontrarán a la salida de las aulas universitarias.
Los cristianos nos quedamos a menudo solamente con la influencia del ejemplo de la vida llamativa de algunas personas, luego quizá santos y santas canonizadas, que cuidan a los abandonados de cualquier sociedad. Hemos de prestar más atención, y no olvidarnos de la influencia de la luz de la Fe y de la Esperanza, que un político, una política, manifiesta tranquilamente rezando en el rincón de una iglesia; arrodillándose en un confesonario para recibir el perdón de sus pecados y la misericordia de Dios; y que jamás vota en el parlamento contra su conciencia cristiana, por muchas órdenes que le puedan llegar de la cabeza organizativa de su partido, como un día hizo Tomás Moro ante la presión del rey.
Habermas matiza el uso que hace de la expresión “postsecular”, y señala que lo hace: “para describir las sociedades modernas que se encuentran con que siguen existiendo grupos religiosos y que las diferentes tradiciones religiosas siguen siendo relevantes, aunque las sociedades mismas estén en gran parte secularizadas”.
En realidad, y sin decirlo expresamente, reconoce sencillamente la influencia de la religión en la sociedad, en el gesto de una madre, de un padre, cuando rezan con sus hijos antes de acostarles; y abren las puertas de la inteligencia y del corazón de los hijos a la Eternidad, y al Amor de Dios que los ha creado.
Esta es la influencia en la sociedad del testimonio de los cristianos, que aúnan en su vida la Religión y la vida secular.