“Por qué renunciar a la historia del pensamiento y de las ideas que es lo que, en última instancia, más puede ayudarnos a comprender el presente?”
Hace 2.400 años el Gobierno de la ciudad de Atenas condenó a muerte a Sócrates, el primero de los filósofos, acusado de impiedad y de corrupción de la juventud. En nuestro país, la Lomce vuelve a condenar a la filosofía, relegando la asignatura de Historia de la Filosofía a una opción en el plan de estudios de 2º de Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales. Esta decisión trae inevitablemente a la memoria la famosa sentencia de nuestro filósofo George Santayana: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».
Qué lejos queda la afirmación de Étienne Gilson en sus William James Lectures (Harvard, 1936-37) de que la historia de la filosofía es el laboratorio del pensamiento, el verdadero banco de pruebas de la filosofía. ¿Por qué renunciar a la historia del pensamiento y de las ideas que es lo que, en última instancia, más puede ayudarnos a comprender el presente? Me parece que la respuesta radical es que los poderosos y el aparato del Estado prefieren que los ciudadanos no piensen por su cuenta; consideran que son suficientes las chucherías y el entretenimiento de los videojuegos y los reality-shows que anestesien a la ciudadanía.
La barbarie avanza y va apoderándose paulatinamente del espacio colectivo: basta con ver los telediarios que se han convertido en una espectacular crónica de sucesos. También los bárbaros que acabaron con el Imperio Romano pensaban que traían con ellos el progreso. Al igual que en la Edad Media, quienes nos dedicamos a pensar y a invitar a otros a pensar −que eso somos los filósofos y los profesores de Filosofía− vamos siendo marginados de la sociedad; somos recluidos en la torre de marfil de nuestra especialización para que nadie pueda escuchar nuestra voz de denuncia. Por eso quieren eliminar la Historia de la Filosofía de la enseñanza secundaria; porque no quieren que los adultos del mañana lleguen a pensar con rigor y libertad.
Pero, ¿realmente importa tanto una asignatura? La respuesta es que sí. La Historia de la Filosofía es la mejor vacuna contra el relativismo dominante. Nos encontramos en una sociedad que vive en una amalgama imposible de un escepticismo generalizado acerca de los valores y un supuesto fundamentalismo cientista acerca de los hechos. Se trata de una mezcolanza de una ingenua confianza en la Ciencia con mayúscula y de aquel relativismo perspectivista que expresó el poeta Ramón de Campoamor con su «nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira». Quien estudia la historia del pensamiento reconoce de inmediato que no es así, que −como escribe Stanley Cavellhay− hay maneras mejores y peores de pensar acerca de las cosas, y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo racional los seres humanos somos capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro.
La pregunta sobre el papel de la razón en nuestras vidas y en nuestra civilización es probablemente la cuestión filosófica central que impregna los dos últimos siglos de la cultura y la filosofía occidental. Los filósofos, que −en expresión de Edmund Husserlnos− sentimos como «servidores de la humanidad», tenemos una gran responsabilidad sobre nuestros conciudadanos, como Sócrates con Atenas. Con nuestro trabajo no solo estamos transmitiendo el conocimiento filosófico a las nuevas generaciones, sino que estamos manteniendo viva la llama del pensamiento libre y riguroso, la llama de cómo ser humano en plenitud.
La historia de la filosofía tiene, en este sentido, una importancia capital. Es una asignatura que proporciona algunas de las claves para que los estudiantes crezcan en confianza en su propia manera de pensar, que es el medio más eficaz para resolver −casi siempre provisionalmente− los problemas que surgen en la vida. Además, ayuda a que los jóvenes se abran a las opiniones y a las experiencias de los otros, a que se decidan a aprender de los demás y ensanchen también así su capacidad de amar. No es pequeña la pretensión. Como enfatizó Hannah Arendt, solo si cada uno vive creativamente, pensando con radicalidad, puede resistirse a la banalidad que es, en definitiva, el mayor peligro que hoy en día se cierne sobre nuestras vidas.
Se habla a veces de salvar el Ártico, porque se está derritiendo aceleradamente. Me parece que casi nadie habla de salvar la Filosofía, que es para los seres humanos un territorio todavía mucho más vital. El ataque contra la asignatura de Historia de la Filosofía en el Bachillerato es la punta de un inmenso iceberg que lo que de verdad pretende es acabar con nuestra cultura.
Jaime Nubiola, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra