Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos
Todo el mundo está debatiendo sobre la familia: académicos y abogados, jueces y políticos, homosexuales y heterosexuales; incluso los obispos de la Iglesia Católica no pudieron ponerse de acuerdo en su totalidad cuando, el pasado octubre, se reunieron en el Vaticano para preparar el próximo Sínodo sobre la Familia.
El debate continúa, pero ¿quién está comunicando la belleza de la vida familiar, de modo que veamos lo que está en juego en nuestra sociedad?
Francisco lo está haciendo. En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones −Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor− el Papa utiliza el tema de la comunicación− tan desgastado y a menudo trivial para cambiar la visión de “la familia como problema” a la familia como “un rico recurso humano” para el individuo y para la sociedad.
La familia, dice, “no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar”.
En otras palabras, tomémonos un descanso de la “crisis de la familia” (que es bastante real) y centrémonos en la belleza y en la riqueza de las relaciones que constituyen la familia.
El Papa señala que, incluso antes de nacer, estamos en relación con los demás, sobre todo con nuestra madre, a través de un lenguaje corporal −como Juan el Bautista en el relato evangélico de la visita de María a Isabel:
“Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre”.
La familia es como un útero que nos rodea de personas diversas e interrelacionadas, las cuales, pese a las diferencias de “géneros y de generaciones… comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo”. Este vínculo fundamenta la palabra y a su vez fortalece el vínculo. Y el lenguaje, como la vida misma, es algo que recibimos de los demás, no algo que creamos. Es un regalo que nos llega a través de la generatividad de la familia, que incluye a aquellos que nos han precedido:
“En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación”.
Aquí el Papa dice algo que sorprende: que las oraciones transmitidas por la madre y el padre a sus hijos son la forma “más básica” de la comunicación. No son las palabras “mamá” y “papá” lo que los padres enseñan a repetir a sus niños, sino las pequeñas rimas y canciones de cuna por las que ellos confían sus hijos a Dios. Más adelante les enseñan oraciones simples, que recuerdan afectuosamente a otros: a los abuelos, a los parientes, a los enfermos...
“La mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás”.
No es sólo una cuestión de palabras:
“Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría”.
El Papa recuerda de nuevo la escena de la Visitación para señalar que la gratitud y la alegría experimentada en una familia unida y amorosa nos abre a los demás:
“«Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.”
También en la familia aprendemos de nuestras limitaciones y a cómo tratar, de manera constructiva, la debilidad y el conflicto. “La familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón”. Esto implica un proceso:
“El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad”.
Las discapacidades físicas y otras discapacidades presentan desafíos a la comunicación y pueden generar enfrentamientos entre las personas, dice Francisco. Pero la discapacidad, gracias al amor de los padres, hermanos y amigos, también puede convertirse “en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo”. Las familias que se ocupan de la discapacidad tienen mucho que enseñar.
Una vez más, en entornos en los que se abusa de la palabra o donde la gente está dividida por prejuicios y resentimientos, las familias que entienden la bendición de la comunicación pueden hacer la diferencia:
“El único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir”.
El hilo conductor del mensaje del Papa es el tema del encuentro personal como base de la comunicación. Advierte cómo la tecnología puede dificultar la comunicación dentro y entre familias, y destruir el descanso y el silencio −sin el cual “no existen palabras con densidad de contenido” (una cita de Benedicto XVI). Por otro lado, la tecnología puede ayudar a la amistad y abrir la puerta a nuevos encuentros. Los padres son los primeros educadores, pero necesitan la ayuda de la comunidad para enseñar a los niños “a vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común”.
Lo que importa es un verdadero encuentro y conversación con el otro, que lleva a una visión más unificada de la realidad:
“El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto”.
Esto es crucial cuando el tema en discusión es la familia en sí. El Papa nos reta a testimoniar que la familia es un “espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado”:
“La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro”.
Vale la pena señalar que no hay espacio para las concepciones revisionistas del matrimonio y de la familia. El Papa está claramente hablando de la familia como una comunidad de un hombre y de una mujer con los niños que han generado, idealmente en cercano contacto con los abuelos y otros parientes. Se da por supuesto que el niño inicia su vida en el útero, no en un laboratorio, y en el seno de su propia madre, no en el de un sustituto.
Estas exigencias de la dignidad humana tienen que ser defendidas y Francisco quiere que lo hagamos transmitiendo las mejores experiencias que se viven en la familia. Para hacerlo, podríamos seguir las líneas que ha tratado en su mensaje.
Carolyn Moynihan, editora de MercatorNet
(*) Artículo publicado originalmente en inglés en MercatorNet.
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