Definitivamente, la libertad de expresión no pasa por sus días mejores
Definitivamente, la libertad de expresión no pasa por sus días mejores
La libertad de expresión es un bien escaso. Apenas existe fuera del mundo occidental o comparece muy limitadita. Y en nuestro ámbito, cada día resulta más penoso ejercitarla so pena de hoguera mediática: ay de quien se aparta de la corrección política −como hemos dado en llamar al pensamiento único− en asuntos relacionados con el sexo o con los sexos, o de quien se atreva a decir que no todas las culturas son igualmente valiosas. No lo matan, lo linchan en las redes y en los medios y puede perder hasta el empleo. Definitivamente, la libertad de expresión no pasa por sus días mejores.
Habrá quien diga que ahora hablamos de cosas de las que antes no se podía hablar porque se consideraban tabúes. En realidad, quizá tratamos en público y groseramente materias que antes comentábamos con idéntica grosería en privado, pero considerábamos impúdico o indelicado darles mayor difusión. La delicadeza engrasa mucho la vida social, pero procede del cultivo de la propia sensibilidad. Solo una persona vulgar o indelicada, por ejemplo, blasfema en público («Blasfemia: 1. f. Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos. 2. f. Palabra gravemente injuriosa contra alguien»).
Defender la libertad de expresión no significa defender la injuria o la indelicadeza, la falta de respeto, aunque nos parezca que no lo merecen, a las convicciones íntimas de los demás. Al contrario, defender la libertad de expresión consiste, precisamente, en luchar por que los demás puedan sostener convicciones que no compartimos o que incluso nos disgustan, y en retener el derecho a intentar persuadirlos de su error con buenas razones, es decir, excluyendo el recurso a la violencia física o moral.