El mensaje cristiano es un mensaje de libertad, completamente opuesto a cualquier forma de esclavitud
El mensaje cristiano es un mensaje de libertad, completamente opuesto a cualquier forma de esclavitud y el Papa Francisco denuncia vigorosamente otras formas contemporáneas de esclavitud
En el Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de 2015 señalaba que el “deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”.
Hay que rechazar el viejo mito de la enemistad. Como si la existencia del prójimo fuera una amenaza para nosotros. “Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía”.
El mensaje cristiano es un mensaje de libertad, completamente opuesto a cualquier forma de esclavitud. Ya San Pablo escribía a su amigo Filemón pidiéndole que acogiera a Onésimo, su antiguo esclavo: “Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido” (Flm 15-16).
Por desgracia irrumpió el pecado en un mundo que Dios hizo bueno. “En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión, traduciéndose en la cultura de la esclavitud con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad” (idem). El mismo Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).
Desde muy antiguo la humanidad ha conocido la esclavitud, el sometimiento del hombre por parte del hombre, incluso establecida en la legislación, que admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona. “Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable” (idem, n. 3).
Sin embargo, en la práctica, “todavía hay millones de personas −niños, hombres y mujeres de todas las edades− privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud” (idem): trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos; muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente; personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores; niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional; secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas.
El Papa Francisco denuncia vigorosamente estas formas contemporáneas de esclavitud: “Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos” (idem, n. 4). Es necesario poner remedio a la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión, la falta de acceso a la educación, la falta de oportunidades de trabajo, y el crecimiento de la corrupción por parte de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse.
Lamenta el Papa: “Con frecuencia, cuando observamos el fenómeno de la trata de personas, del tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud, tenemos la impresión de que todo esto tiene lugar bajo la indiferencia general” (idem, n. 5); “Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas”. Y hace un llamado a los Estados, las organizaciones intergubernamentales, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil, los ciudadanos singulares. “Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10)” (idem).
En la actual hora de la humanidad tenemos que ensanchar nuestra mirada y nuestro corazón: “La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos” (idem).