"Jesús, María y José, que esté siempre con los Tres", dice el Prelado, con palabras de san Josemaría, en su carta de enero, en la que hace especial referencia al Año mariano por la familia apenas iniciado
Unas palabras de San Josemaría, pronunciadas en la Navidad de 1970, dan pie a Mons. Javier Echevarría, al inicio de Carta pastoral, para afirmar que nos ayudan a situarnos en el clima propio de unas fiestas tan santas, por lo que nuestra actitud es de agradecimiento constante al Señor: se ha abajado al nivel de nuestra pobre humanidad, para librarnos de nuestras miserias y elevarnos a la condición de hijos de Dios, y sugiere acudir en petición a la Virgen y a san José para que tengamos la urgencia permanente de estar con Cristo, de buscarle.
Hoy, 1 de enero, continua, celebramos la solemnidad de la Madre de Dios, que el Señor nos ha dado como Madre nuestra. Ella es el camino elegido por Dios Padre para que su Hijo unigénito se hiciera hombre, por obra del Espíritu Santo. A María se dirige también nuestra gratitud. Le damos gracias porque con su respuesta en el momento de la Anunciación, y con su presencia fuerte y silenciosa al pie de la Cruz, nos ha abierto la senda de la filiación divina. Con palabras de san Josemaría le manifestamos: ¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya −"fiat"− nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. −¡Bendita seas!.
Casi la totalidad de la Carta la dedica el Prelado a la Familia, y recuerda que he convocado un año mariano en el Opus Dei, para rezar con toda la Iglesia por la próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tratará sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo. Deseamos, y así lo rogamos fervientemente a Dios, por intercesión de la Virgen, que en todas partes se redescubra el valor insustituible de esta célula fundamental de la sociedad. Si los hogares cristianos reconocen y aceptan el designio de Dios sobre ellos, se podrán remediar los males que afectan a los pueblos y a las naciones.
Afirma Mons. Echevarría que todo momento es bueno para elevar esta petición al Cielo, y con más motivo en las fiestas de Navidad, que arrojan una luz diáfana sobre el plan divino para el género humano, recordando que Dios mismo, en su condescendencia infinita, se ha encarnado en el seno de una familia, mostrando así su voluntad para el desarrollo ordenado de la humanidad. La familia de Belén aparece como modelo de todos los hogares de la tierra.
La unión conyugal –afirma más adelante− fue establecida por Dios desde el momento de la creación del hombre y de la mujer, pero, por desgracia, se descuida ahora en tantos lugares. ¡La familia está tan maltratada! Se quieren presentar como normales situaciones que constituyen un ataque durísimo al designio creador y salvador de Dios. En muchos lugares y ambientes −no solamente por parte del pueblo, sino de las mismas autoridades públicas, mediante leyes y decisiones de gobierno−, se debilita la institución familiar o incluso se intenta convertirla en algo muy distinto. No se percatan −el demonio es muy hábil para cegar las inteligencias− de que, vaciando el concepto de familia, se causa un daño inmenso a la sociedad civil.
El domingo pasado −continua− hemos celebrado la fiesta de la Sagrada Familia. Ese día, como todos los años, hemos renovado la consagración de nuestros padres, hermanas y hermanos, a la Sagrada Familia de Nazaret, como nuestro Fundador estableció para esa fecha; y hemos invitado a nuestros parientes y amigos, y a cuantas personas participan en la labor apostólica de la Prelatura, a unirse a nosotros en ese acto. Como siempre, hemos pedido por todos los hogares cristianos de la tierra, para que sean y vivan conforme al divino modelo que se nos ha mostrado en Belén y en Nazaret, y pide oraciones especialmente por esta intención, para lo que quizá podemos utilizar alguna jaculatoria que nos ayude a tenerla presente. Nuestro Padre rezaba a menudo: Jesús, María y José, que esté siempre con los Tres. Nosotros insistiremos en que todas las familias de la tierra estén siempre bien cobijadas por la Sagrada Familia de Nazaret.
Pide, asimismo, que al tiempo que elevamos al Cielo esta oración, incluyamos también a los gobernantes y a quienes dirigen las instituciones internacionales, a los que incumbe la responsabilidad de velar por la integridad de esta célula fundamental de la sociedad. Dirijámonos a Dios para que se asegure la unidad e indisolubilidad del matrimonio y su apertura a la vida, el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus creencias, de modo que las leyes civiles no sólo no dificulten el desarrollo armónico de la familia, sino que faciliten el cumplimiento de los objetivos que Dios ha establecido al crearla.
Después de algunas recomendaciones que comprometen a todos los miembros de una familia, aunque el término "familia" se emplea más específicamente para designar el ambiente donde una persona nace y crece, también nos consta que la Iglesia es la familia de Dios en la tierra; y es también familia esta porción viva de la Iglesia que es el Opus Dei, por lo que todos hemos de esforzarnos por hacer amable la convivencia a las personas que con nosotros conviven, o que tenemos cerca por uno u otro motivo.
Recuerda el Prelado la fecha del próximo 9 de enero, aniversario del nacimiento de San Josemaría en un hogar donde aprendió tantos detalles propios de la unidad familiar, que luego nos ha transmitido a nosotros, por lo que a sus padres va también nuestro reconocimiento, por haber sido dóciles instrumentos de Dios para la formación humana y sobrenatural de san Josemaría, y pide seguir unidos a las intenciones del Papa, rezando también por los religiosos, las religiosas y las almas consagradas, en este año que les dedica la Iglesia.
Con otras palabras de nuestro Fundador –sugiere para terminar− pidamos que en las familias se continúe siempre el espíritu de los primeros tiempos del cristianismo: pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído.