Aristóteles decía que el buen político es el sabio, el que, en cierto modo, conoce todo lo que hace referencia al alma
La persona −el alma− necesita que se cuide la familia y, por tanto, la vida completa, de principio a fin; necesita que los intereses del político no sean económicos, sino “el hombre en cuanto persona dotada de una dignidad trascendente”
El centinela, cuando ve que las revelaciones del espíritu del rey muerto a su hijo Hamlet no llevarán buenas noticias, dice aquello de “algo huele a podrido en el Estado de Dinamarca”. El pobre Marcelo −el centinela en cuestión− se huele que hay hechos censurables que serán causa de mala suerte, como así acaba siendo.
Sé que resulta un tópico, eso de mencionar el olor danés shakesperiano, pero los hechos son los que son: en nuestra casa −no sólo aquí, sino también allende las fronteras−, en la política, hay muchas cosas que huelen mal, y no es un suposición. Los corruptos salen como hongos a diestro y siniestro y, desconcertados, muchos ciudadanos deciden enfocar la mirada hacia quien presente la mano “libre de pecado”, y que ofrezca el mejor dulce, aunque sea de plástico.
Vamos por partes −que dijo el famoso Jack−, y reflexionemos en lo que está pasando. Algunos dirán que la política es corrupta y que, por tanto, no es posible salir adelante sin haber pasado por el tubo del sobre(sueldo). Pero eso sería como aquella broma que se puede hacer a quien esté a dieta: “−No tomo Donuts porque engordan mucho. −No, perdone, quien engorda es usted, no los Donuts…”. ¡Y bienvenidos sean los Donuts, que finalmente parece que serán salvados!
Es decir, política no es sinónimo de corrupción. Los que nos podemos hacer corruptos somos nosotros, cuando no hacemos buen uso de la libertad y pensamos que todo el mundo gira en torno nuestro y que, por tanto, podemos actuar sin más ley que la que nos dé la gana. Pienso que vale la pena que naveguemos −y reflexionemos− un poco más atrás en el tiempo, más allá del Hamlet, y nos metamos en los clásicos −¡cuánto sentido común tenían en muchos casos y, ay, cuánto nos falta, hoy!−. Concretamente Aristóteles, que decía que el buen político es el sabio, el que, en cierto modo, conoce todo lo que hace referencia al alma.
Desgraciadamente, en muchos casos la política sólo se entiende como un servicio cara a la galería y, en realidad, acaba siendo una poltrona de poder donde enriquecerse y desde donde vender la propia ideología. Lo que hace referencia al alma no quiere entender de izquierdas o derechas, sino de la persona. Y la persona −el alma− necesita que se cuide la familia y, por tanto, la vida completa, de principio a fin; necesita que los intereses del político no sean económicos, sino “el hombre en cuanto persona dotada de una dignidad trascendente”.
Lo decía el Papa Francisco, en su discurso en el Parlamento Europeo. “Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel espíritu humanista que, sin embargo, ama y defiende”. Yo no podré creer en el político que no trasciende y se queda en sus cortos parámetros −ya muy caducos− de izquierda o de derecha.
Algunos se sorprendían del fuerte carácter social de las palabras de Bergoglio. Yo, les animaría a leer el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Y, también, a que no olviden los consejos del viejo Aristóteles y piensen qué quieren hacer realmente, embarcándose en la difícil tarea −y loable, cuando se conduce bien− de la política. Mientras tanto, permitidme que vuelva a leer Hamlet.